Texto publicado por Fer

Pobres gatos... (relato)

Era un domingo por la mañana. No recuerdo a donde saldríamos, tal vez a comer afuera, o tal vez a otra cosa, pero lo cierto es que salimos de mi departamento, cruzamos el edificio y una vez afuera, Catherine, mi hermana, se paralizó de repente, su rostro se ensombreció, y luego, una pena que se hizo muy fuerte hizo acto de presencia en sus hermosos ojos azules, y no tardamos en descubrir la respuesta a su repentina tristeza. En el suelo se hallaba una cajita de cartón en la que yacían dos gatitos bebés, uno blanco y el otro gris, tal vez recién en sus primeros días de vida, cruel y lastimosamente abandonados a su suerte. Catherine tenía un corazón enorme en el que abundaba un gran amor hacia el mundo animal, a tal punto que si uno mataba a una mosca, si uno ataba o pegaba a un perro, hacía daño a un gato o incluso si pisaba una cucaracha, ella se apenaba por la muerte del animal o bicho viviente y en seguida se ponía sensible, y esta vez no fue la excepción. Con la cajita cuyos gatitos permanecían abandonados en el suelo, ella los miraba entre apenada y enternecida, y llorando le suplicó a mi viejo que los trajéramos a casa, que ella los iba a cuidar. Mi viejo se negó rotundamente argumentando que no tendrían para comprar suficiente comida y piedritas para 3 gatos (ya teníamos uno en el departamento) y esto, como era de esperar, aumentó la tristeza, el yanto y la histeria de mi hermana, que no podía dejar de sentir el dolor y la angustia de saber que dos cachorritos tan bebés de gatitos estuvieran ahí, en una caja de cartón, en la calle y a la intemperie, y mi viejo le decía que estaría peor en nuestra casa, a merced del Titi, mi gato mayor, quien ya estaba hecho un oso de gigante y gordo que estaba, y que, si no se los comiera, les haría mucho daño y la vida imposible, incluso peleando constantemente por las piedritas, la comida y entre ellos mismos, así bebés e inocentes como fueran los pobres gatitos. Esto, contra lo que mi viejo esperaba, aumentó el yanto y el dolor de mi hermana, que ahora sollozaba descontroladamente, y mi viejo ya no encontraba cómo calmarla, y Catherine miraba con amor (que no eredó de mi viejo y que yo sepa de mi mami tampoco) dolor, pena, angustia y desolación a los gatitos que inocentes y agenos a todo, seguían dentro de aquella cajita, tal vez junto a mi hermana lamentando que el dueño que quiera que los halla tenido los halla metido en esa caja, y halla tenido el mal corazón de abandonarlos en la calle. Ahora Catherine lloraba cada vez más fuerte, ya no decía ni media palabra, solo sollozaba y mi viejo incluso le ofreció y hasta le prometió llevarlos al veterinario, que les buscaran un sitio donde vivir, pero mi hermana los quería para ella, los quería tener en casa, junto a nuestro temible gato, que si se quería poner bravo se convertía incluso en un tigre. Así pasó un rato, hasta que mi viejo, derrotado, accedió a llevar a los pobres pequeñuelos felinos a casa, eso sí, advirtiendo a mi hermana de que, si uno de ellos no terminaba vivo, o ella lloraba por otra cosa, él ya se lo avisó.
Fue así como llegamos a casa, Catherine soltó a los gatos, pero una vez adentro y fuera de la caja, el Titi salió de su madriguera propia, se acercó con sigilo, los miró uno a uno con cara de muy pocos amigos y con un destello feroz en sus ojos grises, y sin más les rugió, como solía rugir de rabia, probocando el susto y la alarma de Catherine, que volvió a chillar y llorar de terror, de miedo porque el Titi se comiera a los pequeñuelos, mi viejo trataba de consolarla diciéndole que no era nada, que el vgato se sentía acorralado, que les rugía y los miraba así porque no los conocía, que estaba celoso, que tenía que conocerlos mejor. Mi hermana parecía estar de acuerdo con él en los sentimientos del Titi hacia los pobres gatitos, sin nombre todavía, y sin parar de llorar y chillar histérica, mientras el Titi seguía poniendo cara de "no me toquen o me los como", mirando mal a los gatitos, dejando salir a la fiera felina que llevaba dentro, y los pobres gatitos precedidos por Catherine fueron hasta la cocina, donde en un rincón se encontraban los recipientes con sus respectivas necesidades, piedritas, comida y agua.
No sé si los pobres han cagado en las piedritas del Titi, o habrán comido algo de la comida del Titi, o tomado agua, pero algo me dice que sí, porque no pasaron más que unos minutos y el celosón salvaje, sigilosamente llegó corriendo a la cocina, largando fuego por sus ojos, al ataque de las dos pobres inocentes y abandonadas criaturas de cuatro patas, y sin más se abalanzó sobre ambos rugiendo incluso más fuerte que la primera vez, y arañando y mordiendo sobre todo al blanco, que estaba más cerca de las propiedades de semejante tigre doméstico, y Catherime testigo de la escena, y presa del pánico chilló desesperada, corrió como pudo para evitar la escena salvaje que podría terminar con uno de los cachorritos muertos, o por qué no, con los dos. Mi hermana lloraba con todos los sentimientos juntos acumulados y con todo el ruido, y mi viejo resueltamente agarró a las dos pobres criaturas, las metió de nuevo en la caja, salió con mi hermana del departamento (y el Titi corría detrás nuestro rugiendo y mirándolo todo con odio y fiereza felina) y, para evitar que el Titi se escapara, mi viejo con una valentía que yo todavía no tengo lo agarró del lomo y lo entró de un patadón a casa, cerrando la puerta detrás.
Una vez fuera, le dijo a Catherine:
-¡Te dije que si lo traíamos a casa podía ser trájico!
-Pero no es justo... -decía ella entre sollozos. -¿Por qué tienen que estar ahí abandonados en la calle... -repetía ella histérica y llorando.
-Pero, Cathe, yo te dije, si los dejamos en casa el Titi se los puede comer o los puede matar, y además vamos a estar hechos un quilombo con la mierda que tienen que comer y cagar...
-¡No hables así! -chilló mi hermana sin parar de sollozar.
-Pero a ver, -trató de hacerle entrar en razón mi viejo, -en la calle no se van a quedar, además mirá cómo los miraba el Titi, si los hubiéramos dejado seguro se los comía vivos...
-¿Pero qué lo vamos a hacer! -chilló mi hermana, por supuesto sin poder dejar de llorar.
-Ya te dije, voy a llevarlos al veterinario de acá y les van a dar dónde vivir...
Mi hermana sobrevivió a esa tristeza, y yo nunca supe de la vida de aquellos gatitos, aunque desde entonces cada vez que los recordaba, me preguntaba con algunas lagrimitas en los ojos si estarán viviendo y creciendo bien aquellas pobres criaturitas cruelmente abandonadas.