Texto publicado por Fer

Sacoa, tu mejor diversión.

Cae la noche. Los niños de la ciudad regresan de MC Donals con las manos y la ropa repleta de grasa. Las jóvenes madres luchan con sus bebés que chillan y tienen sueño. La tonalidad azul del cielo le devuelve el color a la noche fantasmagórica de esta ciudad. Si había gente, ahora la hay más. Vemos a un tipo que ya tiene sus años, quien en su tiempo fue un gran gamer, cagándose en un repertorio de cosas mientras juega a los locos Adams.
-¡Concha de la lora! -exclama a media voz, voz que es amortiguada por el bochinche de la gente y las otras máquinas. Por las escaleras metálicas, suben y bajan niños a grandes zancadas. Una pareja camina de la mano por entre las diferentes máquinas. Él que es un retro gamer de todos los tiempos se maravilla frente a un Packman que hay a unlado, semioculto. Ella no parece igualmente impresionada. Unos amigos gamers, nostálgicos, comentan que en sus tiempos la moda eran las máquinas Arcade. Y es que sí, ahora la moda son los simuladores de realidad virtual, las máquinas que sacan peluches, "¿y para qué cojones quiero un peluche yo?" y los autitos chocadores.
Unas chicas se detienen frente a un Mortal Kombat. Una de ellas, con una cara de nostalgia pocas veces vista, comienza a inspeccionar la máquina. Pasa la tarjeta. La pasa bien. El juego no comienza. La chica maldice. Sus compañeras intentan echarle una mano. Examinan y aprietan botones, pero la máquina no arranca. El escándalo es ensordecedor. Un chico, tal vez influenciado por Dross, profiere maldiciones dando voces. Y el Mortal Kombat no arranca, "coño". Un empleado se acerca. A su alrededor corren varios niños, algunos con peluches y golosinas encima, perdiéndose en alguna parte cercana a los simulaores. Porque ahora la moda es el simulador virtual, puta madre, ahora la máquina arcade es algo nostálgico, algo para buenos gamers, para los que saben de la honda. Al resto del público le interesa lo moderno, lo nuevo, joder. Y la chica friki ya está hasta los ovarios, por no decir los cojones. El empleado les pide amablemente que se corran, que lo dejen trabajar. Así pues, el empleado se arma de paciencia y da una vuelta a la máquina, inspeccionándola minuciosamente. Un poco más allá una máquina arcade de un payaso comienza a cantar una serie de canciones infantiles, mientras una niña le hace bailar moviendo pies y manos. Perfecto, el Mortal Kombat estaba desconectado. La música K Pop, saliente de algún simulador de baile, está rompiendo tímpanos. No se queda atrás alguna máquina arcade que también emite sus melodías en 8 bits a todo volumen. Alguien emite fuertes golpes en un juego electromecánico de tejo. Se retira, pues, el empleado, con el Mortal Kombat ya en funcionamiento y por fin las chicas comienzan a elegir luchadores, con la amiga friki a la cabeza. Se escuchan maldiciones e insultos por alguna parte.
-¡Coñooooo! ¡La concha de tu madre! -en alguna pantalla se puede leer "game over".
Una familia compuesta por una pareja y dos nenas pasan por la zona, deteniéndose junto a un tetris. ¡Vingo! Pasan la tarjeta, porque la época de las fichas ya pasó, y la clásica melodía de tetris comienza a sonar, en 8 bits pero ligeramente diferente. Un adolescente corre al percatarse de un Bomberman. Es una edición japonesa, "me cao en la puta". El chico está encatado. un hombre se pone a dar tiros, sosteniendo una torreta y moviéndola, parado frente a un gran televisor. Está jugando a Terminator. Muy cerca hay una nave de Jurasic Parck, donde un par de amigos en la pre adolescencia disfrutan del movimiento de la máquina mirando la gran pantalla. Porque esto es más retro, coño, hay gamers que están hasta las narices de la realidad virtual. Hay gamers que rechazan los videojuegos modernos. Dos novios están caminando por la zona. La novia dice que quiere un juego de Pokemon. El novio dice que de Pokemon no hay. Chusmean, él cree que de Pokemon no hay nada, y no se equivoca. Al final, como parece que no son buenos gamers, conocedores del oficio, gozadores de la buena infancia, acaban en el nuevo simulador virtual. Allí pues, muchos niños y padres han pagado los dos minutos de viaje en aquel aparato que se mueve obedeciendo unas órdenes programadas, siguiendo inteligentemente unos movimientos en pantalla, es decir, sacudiéndose cuando el vehículo en pantalla choca.
Es que Sacoa es un casino, pero frecuentado por menores. Hay ruido, sonidos de máquinas que tragan dinero de tarjetas, puteadas y gritos de frustración amortiguados por una música ensordecedora que puede proceder de cualquier máquina, niños que lloran, bebés que tienen sueño, otros que tienen hambre. Se encuentra un Donkey Kong en un rincón. Está desconectado. Un hombre de mediana edad lo mira con esa nostalgia que solo los buenos gamers, los que crecieron en los 80, los que tuvieron una infancia, o los que crecieron después por no haber nacido entonces pero conocen lo que es bueno.
Un niño quiere jugar a Pokemon. No dice a qué edición, solo quiere jugar a Pokemon. Sus padres, a regañadientes, tal vez con hambre o con sueño o con ganas de llegar a casa y tirarse a la cama a hacer el amor o mirar una película, recorren el local. Hay de todo, pero nada de Pokemon. El niño se encapricha, llora, se desespera, desespera a sus padres. Y una nueva oleada de maldiciones suena a toda voz desde alguna parte. Sin duda los youtubers han influenciado muy bien a los gamers que ahora descargan su frustración apretando con cierta furia los redondos botones, moviendo con fuerza las palanquitas y mandos, coño, porque se cagan en la ostia cuando la pantalla dice "game over".
Una guapa cajera tiene cara de sueño, pero intenta disimularlo. Atiende a los niños, canjeando sus cupones por una buena ración de golosinas y despidiéndolos con una gran sonrisa, por supuesto forzada, simulada, una sonrisa debajo de la que se ocultan las ganas de hacer urgentemente el amor con el novio de turno, joder, porque los niños y los gamers en general estuvieron volviéndola loca toda la noche, como todos los días, con el "pipiripipipiripipí" que emiten esas maquinitas y los cupones que le hacen canjear. Pero de algo hay que trabajar y qué mejor que haciendo de cajera, soportando los chillidos histéricois de los mocosos y aguantando las miradas lujuriosas de los chavales de su edad, que deben ser tan gamers que a la hora del sexo en realidad están pensando en la siguiente lucha cuerpo a cuerpo que van a jugar moviendo el mando como solo ellos, y que si la hicieran llegar al orgasmo en realidad pensarían que ganaron la lucha y subieron de nivel, listos para un enemigo más difícil.
Un niño está entretenidísimo en una máquina de Touhou en una edición japonesa, muy bien armada. Está disparando como si le fuera la vida en ello, y su padre se acerca a avisarle que se deben ir. El niño protesta, a duras penas le presta atención pues su mirada se enfoca en una cantidad de enemigos que se mueve para todos lados. Por culpa de su padre, le terminan disparando y lo matan. El niño pone mala cara, no le gusta perder, no lo soporta, sabe que Touhou es muy difícil, maldice por lo bajo, quiere que se mueran todos, odia a su padre que le acaba de hacer perder, la puta que lo parió. Resignado, retira los cupones, pues el tiempo se le ha acabado, y se va con su padre con los ojos chispeantes de la rabia. El ensordecedor ruido de ambiente le hace cagarse en todo, pues quiere permanecer jugando, en busca de algún otro jugeo japonés, pero japonés en serio, porque está hasta los cojones de encontrar más clones que otra cosa. Porque en esta ciudad hay que importar lo japonés aunque fuese ilegalmente. Aquí predomina lo chino, lo estadounidense.
Finalmente, con la cola entre las piernas unos y con una gran sonrisa otros, abandonan poco a poco el local, que está por cerrar. La noche es de un azul intenso. Algunos pequeños gamers piden a sus padres que los lleven a comer a esta hora, sienten hambre, tal vez por los eccesos de juegos. Hay familias que con el cansancio reflejado en el rostro los llevan a un MC Donals que está al lado. Otros se montan en sus coches y se pierden en la noche monstruocitense.