EQUIPO DE EXPLORACIÓN Murray Leinster I La luna mas cercana se hallaba sobre las cabezas. Era de forma rasgada e irregular, probablemente un asteroide capturado. Huyghens la había visto con frecuencia, así que no salió de sus habitaciones para verla surcar el cielo con la velocidad aparente de un avión atmosférico ocultando las estrellas a su paso. En vez de eso, se quedó sudando sobre sus papeles de trabajo, lo que era bastante extraño toda vez que era un delincuente y todas sus obras en Loren Dos constituían felonías. Era raro también para un hombre hacer trabajitos en papel en una habitación con contraventanas de acero y una enorme águila calva —libre y sin ataduras— dormitando en una percha de casi ocho centímetros clavada en la pared. Pero aquélla no era la verdadera tarea de Huyghens. Su único ayudante, se había enredado con un caminante nocturno y los furtivos navíos de la Compañía Kodíus se lo habían llevado alía al lugar de donde provenían tales navíos de la Compañía Kodius. En su soledad, pues, Huyghens tenía que hacer el trabajo de dos hombres. Que él supiera, era el único ser humano en aquel sistema solar. Bajo él se produjeron husmeos. Sitka Pete se levantó pesadamente y caminó acolchadamente hasta su bebedero. Lamió el agua refrigerada y rezongó. Sourdough Charley se despertó y se quejó con un gruñido. Se produjeron otros diversos murmullos y susurros debajo. Huyghens gritó tranquilizador: —¡Tranquilizaos! Y siguió con su trabajo. Terminaba un informe del clima y suministraba cifras a su calculador. Mientras la máquina zumbaba dirigiéndolas, pasó los totales del Inventario al registro de la estación, mostrando los suministros que quedaban. Luego empezó a escribir en el registro: «Sitka Pete en apariencia ha resuelto el problema de matar esfexas individuales. Ha aprendido que no debe abrazarlas y que sus zarpas no pueden penetrar en el cuero de ellas, por lo menos no hasta el fondo. Hoy Semper nos notificó que un grupo denso de esfexas había encontrado la pista o rastro olfativo de la estación». «Sitka se escondió a sotavento hasta que llegaron. Luego cargó contra ellas desde retaguardia y llevando sus patas a la vez por ambos lados de la cabeza de una esfexa, le propinó un terrible par de bofetones. Debió ser como si dos obuses llegaran desde direcciones opuestas al mismo tiempo. Tuvo que cascar los sesos de la esfexa como si cascara huevos. El bicho cayó muerto. Mató a dos mas con un poderoso par de mamporros. Sourdough Charley y miraba, gruñendo, y cuando las esfexas se volvieron contra Sitka, atacó a su vez. Yo, claro, no podía disparar estando él tan cerca, así que lo habría pasado muy mal de no haber salido corriendo Faro Nell del redil de los osos para ayudarle. La diversión del ataque permitió a Sitka Pete reasumir su nueva técnica, sosteniéndose sobre sus cuartos traseros y golpeando con sus zarpas en el novísimo estilo imitación al abrazo del oso. La pelea no tardó en acabar. Semper voló y gritó por encima de los despojos, pero como de costumbre no intervino en la pugna. Nota. Nugget, el cachorro, quiso tomar parte, pero su madre lo quitó de en medio de un zarpazo. Sourdough y Sitka le ignoraron como de ordinario. ¡Kodius Champion tiene genes sanos!». Fueron continuando los ruidos nocturnos. Hablan notas como tonos de órgano —emitidos por lagartijas—. Había allí los gritos lúgubres y de risas entrecortadas de los noctívagos. Se oían sonidos como de martillazos y de puertas al cerrarse y de todas partes llegaban hipidos en distintas claves sonoras. Los producían las improbables pequeñas criaturas que en Loren Dos ocupaban el lugar de los insectos. Huyghens escribió: «Sitka parecía excitado cuando acabó la pelea. Utilizó su triquiñuela en la cabeza de cada esfexa muerta o herida, excepto en las que él ya había matado, golpeándoles en la testa con sus mazazos impresionantes como si quisiera mostrarlo a Sourdough con gruñidos, mientras llevaban los cadáveres al incinerador. Casi parecía...» La campana de llegada sonó y Huyghens alzó la cabeza para mirarla. Semper, el águila, abrió sus fríos ojos. Parpadeó. Ruidos. Hubo un largo y profundo rezongar desde abajo. Algo chirrió en la jungla exterior. Hipidos, martilleos y notas de órgano... La campana volvió a sonar. Era aviso de que algún imprevisto navío errante por alguna parte había captado el rayo del faro —que sólo los navíos de la Compañía Kodius deberían conocer— y estaba comunicándose para aterrizar. ¡Pero en aquel sistema solar no deberían haber por entonces navíos de ninguna clase! La colonia de la Compañía Kodíus era completamente ilegal y habían pocos delitos más graves que la ocupación sin permiso de un nuevo planeta. La campana sonó por tercera vez. Huyghens soltó un juramento. Alargó la mano para cortar el rayo guía, pero se contuvo. Eso sería inútil. El radar habría fijado y ligado el navío con los rasgos físicos característicos como el cercano mar y el Sere Plateau. De todas maneras el navío hallaría el lugar y descendería al hacerse de día. —¡Diablo! —dijo Huyghens. Pero esperó sin embargo que la campana sonara. Un navío de la Compañía Kodius llamaría dos veces para tranquilizarle, pero hasta dentro de varios meses no debería llegar ninguna nave de la Compañía Kodius. La campana llamó una sola vez. El dial del espacio-fono destelló y una voz salió de él, débil como la distorsión de los parásitos estratosféricos: «Llamando a tierra. Llamando a tierra. Navío; «Odiseo», de la Crete Line, llamando a tierra en Loren Dos. Aterrizara por lancha, un solo pasajero. Enciendan sus luces de aterrizaje». Huyghens se quedó boquiabierto. Un navío de la Compañía Kodius sería bien recibido, pero un navío de la Inspección Colonial sería en extremo mal acogido, porque destruiría la colonia y a Sitka, y a Sourdough, y a Faro Nell y Nugget —y a Semper— y se llevarla a Huyghens para ser juzgado por colonización ilegal y todo cuanto ello implicaba. Pero un navío comercial, desembarcando en lancha a un pasajero... No habían simples circunstancias bajo las que esto pudiera suceder. No en una colonia desconocida e ilegal. ¡No en una estación furtiva! Huyghens encendió las luces del campo de aterrizaje. Vio a casi un kilómetro el resplandor sobre el terreno. Entonces se levantó y preparose para adoptar las medidas necesarias requeridas por el descubrimiento. Envolvió el trabajo de papeleo que había estado haciendo y lo guardó en la caja fuerte. También metió allí todos los documentos personales. Cada archivo, cada prueba de que la Compañía Kodius mantenía aquella estación, quedó dentro de la caja que cerró rápidamente. Pasó el dedo por el botón del dispositivo de cierre de seguridad que destruiría el contenido de caja, fundiendo incluso sus cenizas hasta hacerlas inservibles para su empleo como prueba ante un tribunal. Dudó. SI fuera un navío de la Inspección, había de oprimir el botón y resignarse a pasar en la cárcel una larga temporada. Pero una nave de la Crete Line —sí el espacio-fono había dicho la verdad— no era amenazadora. Era simplemente increíble. Sacudió la cabeza, se puso el atuendo de viaje, se armó y bajó al cubil de los osos, apagando las luces al bajar. Se produjeron murmullos de asombro y Sitka Pete se sentó sobre los cuartos traseros y le miró parpadeando. Sourdough Charley yacía sobre la espalda con las patas al aire. Encontraba así que se dormía más fresco. Giró sobre si mismo con ruido sordo y lanzó un resoplido que en cierto modo parecía cordial. Faro Nell golpeó la puerta con sus acolchadas patas en su apartamento individual que se le había asignado, para que Nugget no se metiera entre las patas e irritara a los grandes machos. Huyghens, como el único ser humano de Loren Dos, tenía ante si las fuerzas de trabajo, las de combate y —con Nugget— las cuatro quintas partes de la población terrestre no humana del planeta. Se trataba de Osos Kodiak mutantes, que descendían de aquel Kodius Champion de quien tomó el nombre la Compañía Kodius. Sitka Pete formaba una masa leñosa e inteligente de casi una tonelada de peso de animal carnívoro; Sourdough Charley pesaría doce kilos menos que su hermano. Faro Nell era ochocientos kilos de encanto hembruno y de ferocidad. Entonces, Nugget asomó el hocico por entre la pelambrera de su madre para ver lo que pasa. Su ursina infancia contaba con un peso de doscientos setenta kilitos. Los animales miraban a Huyghens expectantes. Si hubiera llevado a Semper cabalgando sobre su hombro, habrían sabido lo que se esperaba de ellos. —Vamos —dijo Huyghens—. Está oscuro fuera, pero alguien viene. ¡Y puede ser malo! Descorrió los cerrojos de la puerta exterior del cubil de los osos. Sitka Pete salió arrollador por la abertura. Una carga directa era el mejor modo de desarrollar cualquier situación... sí el que la hacia era un macho descomunal de la raza de osos Kodiak. Sourdough marchó trepidante tras él. Sitka se levantó sobre sus cuartos traseros —así tenía una altura de casi cuatro sólidos metros— y olisqueó el aire. Sourdough marchó pesada y metódicamente hacía un lado y después hacía el otro, olfateando a su vez. Nell salió, con sus ocho décimas de tonelada llenas de malicia y runruneó admonitiva a Nugget, que la seguía de cerca. Huyghens permaneció en el umbral, su arma de visor nocturno preparada. Se sentía incómodo al mandar por delante a los osos en la jungla de Loren Dos de noche, pero estaban calificados para presentir el peligro y él no. La iluminación de la jungla en un amplio sendero hacía el campo de aterrizaje hacía que las cosas tomaran un aspecto fantasmal. Había allí arqueados helechos gigantes y árboles columnarios que crecían por encima de ellos y la extraordinaria maleza lanceolada de la selva. Las lámparas colocadas a ras del suelo, lo iluminaban todo desde abajo. El follaje, quedaba brillantemente alumbrado como para ocultar el resplandor de las estrellas. —¡Adelante! —ordenó Huyghens agitando el brazo—. ¡Hale! Cerró la puerta del cubil de los osos y avanzó hacia el campo de aterrizaje por el sendero de la Iluminada selva. Los dos gigantescos machos Kodiak iban en vanguardia. Sitka Pete se dejó caer a cuatro patas y echó a andar. Sourdough Charley seguía cerca, oscilando de parte a parte. Huyghens iba detrás de los dos y Faro Nell cerraba la marcha con Nugget pisándole los talones. Era una excelente formación militar para avanzar por entre la peligrosa jungla. Sourdough y Sitka eran avanzada y vigilancia de flancos, respectivamente, mientras que Faro Nell cubría la retaguardia y teniendo a Nugget para cuidar contra cualquier ataque desde atrás. Huyghens era, claro, la fuerza de combate. Su arma disparaba proyectiles explosivos que desanimarían hasta a las esfexas y su visor nocturno —un cono de luz que se encendía cuando tocaba el gatillo— le decía con exactitud dónde harían impacto sus balas. No era un arma deportiva. Pero las criaturas de Loren Dos no eran enemigos deportistas. Los noctívagos, por ejemplo, nada tenían de nobles. Pero los noctívagos temían a la luz. Atacaban tan sólo en una especie de histeria cuando la luz era demasiado viva. Huyghens avanzó hacia el resplandor del campo de aterrizaje. Su estado mental era salvaje. La compañía Kodíus, el Loren Dos, era completamente Ilegal. Ocurría que, desde cierto punto de vista, constituía una necesidad, siendo ilegal. La débil voz del espacio-fono no convencía en lo tocante a ignorar aquella ilegalidad. Pero si un navío aterrizaba, Huyghens podría volver a la estación antes de que los hombres le siguieran y pondría en funcionamiento el dispositivo de seguridad de la caja fuerte para proteger a quienes le enviaron a aquel planeta. Entonces oyó el lejano y áspero rugir de un cohete de los que impulsan las lanchas de aterrizaje —no los bramantes tubos de un navío— mientras caminaba por entre la maleza de apariencia irreal. El rugido se hizo más fuerte a medida que avanzaba, los tres grandes Kodiaks daban zarpazos aquí y allá, olisqueando el peligro. Llegó al borde del campo del aterrizaje y lo vio cegadoramente brillante, con los rayos divergentes de ordenanza apuntando hacía el cielo para que un navío pudiera comprobar a la vista su instrumental de toma de tierra. Los campos de aterrizaje como aquel habían sido antaño «estándar». Ahora todos los planetas desarrollados poseían radio-rejillas monstruosas estructuras que extraían energía de las ionosferas y alzaban y bajaban navíos estelares con notable suavidad y fuerza ilimitada. Aquella clase de campo de aterrizaje se encontraría ahora en donde un equipo de inspección estuviera trabajando, o donde alguna Investigación estrictamente temporal de ecología o bacteorología estuviese en marcha, o donde una colonia recién autorizada no hubiera todavía sido capaz de construir su radio-rejilla de aterrizaje. Claro, impredicable que nadie intentase una colonización desafiando la ley. Ya, mientras Huyghens llegaba al borde del espacio abierto, las criaturas nocturnas habían corrido hasta la luz, como las mariposas y palomitas de la tierra. El aire se veía turbado por locos torbellinos, por diminutas cositas volantes. Eran innumerables y de todas las formas posibles y de todos los tamaños, desde blancos moscones nocturnos y gusanos de muchas alas a aquellas sinuosas y mayores criaturas de apariencia desnuda que podían haber pasado por monos pelados si no hubiesen sido carnívoros y cosas peores. Las cosas volantes se agrupaban, chirriaban y bailaban y giraban locamente al resplandor, haciendo y emitiendo sonidos particularmente plañideros. Casi formaban una pantalla por encima del espacio descubierto y ya ocultaban las estrellas. Mirando hacia arriba, Huyghens apenas pudo descubrir la llamarada blanco-azulada de los cohetes de la lancha espacial a través de una bruma de alas y cuerpos. La llama de los cohetes creció poco a poco de tamaño. Una vez osciló para ajustar el rumbo descendiente de la lancha y volvió a la normalidad. Al principio era una mancha incandescente, creciendo hasta que fue como una estrella grande, luego algo más brillante que la luna y después un ojo implacable que despedía fulgor. Huyghens apartó la mirada. Sitka Pete se sentó desmadejadamente y parpadeó mirando hacia la oscura jungla lejos de la luz. Sourdough ignoró el profundo y creciente rugido de los cohetes. Olfateaba el aire. Faro Nell mantuvo a Nugget firmemente bajo una enorme pata y le lamió la cabeza como si le afease que le vieran los recién llegados. Nugget se retorcía. El rugir llegó a ser como de diez mil truenos. Una cálida brisa sopló hacia los bordes del campo de aterrizaje. La lancha a cohetes descendió y cuando sus llamaradas tocaron la niebla de cosas volantes, éstas ardieron con vivas y fugaces chispas. Luego, por todas partes se alzaron nubes de polvo calcinado y el centro del terreno ardió de manera impresionante. Y algo se deslizó hacia abajo en medio de un tronco de fuego, ahogó las llamas y se puso encima de ellas... y todo se apagó. La lancha cohete estaba allí, descansando sobre su cola y apuntando a las estrellas de las que había venido. Tras el tumulto sucedió un terrible silencio. Luego, muy débilmente, los ruidos de la noche regresaron. Eran sonidos como de tubos graves de órgano y otros hipidos más suaves y como temerosos. Todo esto aumentó y de pronto Huyghens oyó completamente normal. Mientras vigilaba una portezuela lateral que se abrió con un chasquido metálico, algo se desplegó de su encastre en el casco de la lancha y apareció una escalerilla metálica que surcó el espacio recalentado, en donde la nave estaba posada. Un hombre cruzó la portezuela. Se volvió y estrechó la mano de alguien. Luego bajó los peldaños metálicos de la pasarela y caminó por la Zona recocida y humeante, portando un saco de viaje. Al final del camino, una vez cruzada rápidamente la zona aún caliente, se detuvo, volvióse a la lancha y se despidió de ella con un ademán. La pasarela se plegó dentro del casco, desapareciendo y casi en seguida bajo las aletas de la cola estalló una llamarada. Se produjeron nuevas nubes de monstruoso y sofocante polvo, una brillantez solar y un ruido más allá de lo soportable. Después, la luz se alzó rauda por encima de la nube de polvo, subió y subió cada vez con mayor rapidez. Cuando los oídos de Huyghens le permitieron volver a percibir sonidos, sólo se escuchaba un zumbar en el cielo y sólo se vela una manchita luminosa ascendente que iba al encuentro del gran navío del que se había separado momentáneamente. Los ruidos nocturnos de la jungla se reanudaron, aun cuando hubiera un lugar de incandescencia en el claro y el vapor subiera en nubes desde los bordes de la zona más caliente. Más allá de aquellos, un hombre con su saco de viaje estaba mirando a su alrededor. Huyghens avanzó hacía él cuando la Incandescencia disminuyó. Sourdough y Sitka le precedieron. Faro Nell le seguía fiel, vigilando maternalmente a su cachorro. El hombre del claro contempló la forma. Tenía que ser sorprendente, aun estando advertido, desembarcar de noche en un planeta extraño, ver como partía el bote de desembarco y con él todos los lazos que le ligaban al mundo y al cosmos, y luego encontrarse con que se le acercaban dos colosales machos de oso Kodiak, con un tercer ejemplar y su cachorro detrás, hacia que la presencia de un ser humano entre ellos, no dejaba también de ser algo más que insólito. El recién llegado miraba inexpresivo. Retrocedió unos cuantos pasos. Entonces llamó Huyghens: —¡Hola, usted! ¡No se preocupe por los osos! ¡Son amigos! Sitka llegó hasta el forastero. Se colocó junto a él y le olfateó. El olor parecía satisfactorio. Olor a hombre. Sitka se sentó con el sólido impacto de más de una tonelada de carne de oso, y miró al hombre. Sourdough dijo: —«¡Fuuunsss!” Y olisqueé el aire más allá del claro. Huyghens se aproximó. El recién llegado vestía uniforme de la Inspección Colonial. Eso era malo. Llevaba las insignias de primer inspector. Peor. —¡Hola! —dijo el forastero—. ¿Dónde están los robots? ¿Qué mil diablos son estas criaturas? ¿Por qué trasladó su estación? Me llamo Bordman y he venido a hacer un informe del desarrollo de su colonia. Huyghens contestó: —¿Qué colonia? —La Instalación Robot de Loren Dos... —luego Bordman dijo indignado—: ¡No me diga que el patrón del navío se ha equivocado y me ha dejado en un lugar erróneo! Esto es Loren Dos, ¿verdad? Y eso el campo de aterrizaje. ¿Pero dónde están sus robots? ¡Ya debiera haber comenzado a edificar una radio-rejilla! ¿Qué diablos pasa aquí y qué son esas bestias? Huyghens hizo una mueca. —Esto es una colonia ilegal, un puesto establecido sin permiso —contestó—. Yo soy un criminal. Estos animales son mis aliados. Si no quiere asociarse con criminales, no lo haga, claro, pero dudo que viva hasta mañana a menos que acepte mi hospitalidad mientras pienso lo que debo hacer con respecto a su aterrizaje. Debiera pegarle un tiro. Faro Nell se paró detrás de Huyghens, su puesto señalado en todo movimiento de despliegue al exterior. Nugget, sin embargo, vio a un nuevo ser humano. Nugget era un cachorro y por tanto un bicho sociable. Avanzó. Se retorcía juguetón al acercarse a Bordman. Rezongó, porque se sentía embarazado. Su madre lo alcanzó y de un mamporro lo echó a un lado. El animal gimió. El gemido de un cachorro de oso Kodiak con un peso de doscientos setenta y cinco kilos es un sonido notable. Bordman retrocedió un paso. —Creo —dijo cauteloso—, que será mejor que hablemos de esto con calma. Pero si me hallo en una colonia ilegal, claro, usted queda arrestado y cualquier cosa que diga podrá ser utilizada contra usted. Huyghens volvió a hacer una mueca áspera. —Bien —contestó—. Pero ahora, si camina junto a mí, volveremos a la estación. Haría que Sourdough llevara su saco —le gusta portar cosas— pero puede tener necesidad de sus dientes. Hemos de caminar casi un kilómetro —se volvió a los animales—. ¡Vámonos! —dijo autoritario—: ¡Volvemos a casa! ¡Hale! Gruñendo, Sitka Pete se levantó y reintegrose a su puesto en el equipo de combate. Sourdough le seguía, oscilando ampliamente a un lado y a otro. Huyghens y Bordman marcharon juntos. Faro Nell y Nugget cubrieren la retaguardia. Hubo un sólo incidente durante el camino de regreso. Fue un noctívago, puesto en estado de histeria por el sendero de luz. Salió de entre la maleza, emitiendo gritos parecidos a las carcajadas de un maniaco. Sourdough lo derribó a más de diez metros de Huyghens. Cuando todo hubo terminado, Nugget se acercó serpenteando a la criatura muerta, mascullando gruñidos y fingiendo atacar el cuerpo. Su madre, de un par de zarpazos, llamó al orden al cachorro. *** II De debajo salían confortables murmullos y ruiditos de bestias al aposentarse, producidos por los osos, que por último guardaron silencio y permanecieron quietos. La luz del campo de aterrizaje se había apagado. El retazo iluminado del camino que cruzaba la selva volvía a estar oscuro. Huyghens hizo pasar al hombre recién descendido de la lancha del navío de línea a sus habitaciones. Algo se agitó y Semper sacó la cabeza de debajo del ala. Miró con frialdad a los dos seres humanos, extendió las alas monstruosas de más de dos metros de largo y las agitó. Abrió el pico y lo volvió a cerrar con un chasquido. —Es Semper —dijo Huyghens—. Semper Tyrannis. Con él se completa la población terrestre de este planeta. Al no ser un ave nocturna se tuvo que quedar en casa y no acudir a darle la bienvenida. Bordman miró parpadeando al enorme pajarraco posado en una percha de más de siete centímetros de grueso y clavada en la pared. —¿Un águila? —preguntó—. Osos Kodiak... ¿y ahora un águila? —Tiene una buena unidad de combate con los osos. —También son animales de carga —aclaró Huyghens— mutantes, pero osos al fin... Son capaces de soportar más de cien kilos sin que disminuya su eficiencia en el combate. Y no hay problemas de suministros. Viven de la jungla. No de las esfexas, sin el embargo. Nadie se comería a una esfexa. Sacó vasos y una botella y señaló hacia una silla. Bordman dejó en el suelo su saco de viaje, tomó un vaso y sentó. —Tengo cierta curiosidad —observó—. ¿Por qué Semper Tyrannis? Entiendo que tenga Sitka Pete y Sourdough Charley como luchadores. ¿Pero por qué Semper? —Lo criaron para la cetrería —dijo Huyghens—. Se puede lanzar a un perro tras la pista de algo. Lo mismo se puede hacer con Semper Tyrannis. Es demasiado grande para llevarlo posado en un guante de cetrería, por eso las hombreras de mis chaquetas van muy acolchadas. El águila va allí posada. Se trata de un explorador volante. Lo tengo adiestrado para que nos avise de la proximidad de esfexas y en vuelo porta una cámara de televisión en miniatura. Es útil, pero no tiene la inteligencia de los osos. Bordman se arrellanó y bebió de su vaso. —¡Interesante, muy interesante!... ¿No dijo usted algo acerca de pegarme un tiro? —Estoy pensando en hallar una solución —contestó Huyghens—. Sí sumamos todas las condenas que se sentencian por la colonización ilegal, me parece que me tocaría estarme mucho tiempo a la sombra; siempre y cuando usted saliera de aquí y denunciara la existencia de esta instalación. Pegarle un tiro sería cosa lógica. —Comprendo —dijo Bordman razonablemente—. Pero ya que hemos hablado de esto... debo decirle que tengo un calcinador apuntándole desde mi bolsillo. Huyghens se encogió de hombros. —Es muy probable que mis asociados humanos vuelvan aquí antes de que vengan sus amigos. Usted se verá en un grave aprieto si mis compañeros vienen y le encuentran poco más o menos sentado sobre ml cadáver. Bordman asintió. —Eso también es verdad. Lo mismo que es igualmente probable que sus compinches terrestres no quisieran cooperar conmigo como lo harán con usted. Parece ser que tiene la sartén por el mango, aunque mí calcinador le esté apuntando. Por otra parte, usted pudo matarme con la mayor facilidad después de zarpar la lancha, cuando aterrice. Entonces yo no recelaba nada. Por tanto, puede que usted no tenga verdadera intención de matarme. Huyghens volvió a encogerse de hombros. —Así pues, ya que el secreto de llevarse bien con la gente está en posponer las disputas —continuó Bordman—, ¿Por qué no aplazamos la solución al problema de quién mata a quién? Con franqueza, si puedo le mandaré a prisión. La colonización ilegal es un mal asunto. Pero supongo que usted siente que le es necesario hacer algo permanente con respecto a mí. Yo en su lugar probablemente lo haría también. ¿Establecemos una tregua? La expresión de Huyghens denotaba indiferencia. Entonces la estableceré yo por ml parte —dijo Bordman—. ¡No tengo más remedio! Así que... Sacó la mano y depositó sobre la mesa un calcinador de bolsillo. Se arrellanó en la silla. —Guárdelo —le indicó Huyghens—. En Loren Dos no se vive mucho tiempo yendo desarmado —se volvió a la alacena—. ¿Hambriento? —No me vendría mal comer —admitió Bordman. Huyghens sacó dos raciones de carne precondimentada y los insertó en el preparador colocado debajo de la alacena. Sacó platos. —Y ahora, ¿qué pasó con la colonia oficial, permitida, autorizada que debía haber aquí? —preguntó Bordman con viveza—. La licencia se expidió hace dieciocho meses. Hubo un desembarco de colonos con una flota remolcada portando equipo y suministros. Desde entonces han habido cuatro contactos con navíos. Tendría que haber varios miles de robots trabajando industrialmente bajo supervisión humana. Deberían haber más dc doscientos kilómetros cuadrados deslindados de jungla y con cultivo de plantas alimenticias para cuando llegaran más colonos humanos. Tendrían que haber, por lo menos casi terminado, una radio-rejilla de aterrizaje. Evidentemente también tendría que haber un radio-faro especial para guiar a los navíos durante el aterrizaje. No lo hay. No hay claro visible desde el espacio. El navío de la Crete Line estuvo en órbita tres días, tratando de hallar un lugar donde dejarme caer. Su patrón estaba que echaba humo. El rayo de usted es el único del planeta y lo encontramos por casualidad. ¿Qué ha pasado? Huyghens sirvió la carne. Dijo secamente: En este planeta podrían haber cien colonias sin que una supiera de la otra. Me imagino algo de lo que pudo pasar a sus robots y mis sospechas son que debieron topar con las esfexas. Bordman se detuvo, con el tenedor en la mano. —He leído cosas sobre este mundo, puesto que tenía que presentar un informe acerca de su Colonia. Una esfexa es parte de la vida animal enemiga del planeta. Un carnívoro belicoso de sangre fría, no es un saurio sino que tiene género y especie propios. Caza en manadas. Pesa de trescientos a trescientos cincuenta kilos, cuando es adulto. Letalmente peligroso y simplemente demasiado numeroso para combatirlo. Por su culpa no se concedió nunca licencia para el establecimiento de colonias humanas. Sólo los robots podrían trabajar aquí, porque son máquinas. ¿Qué animal ataca a las máquinas? Huyghens dijo: —¿Y qué máquina ataca a los animales? Las esfexas no molestarían nunca a los robots, claro, ¿pero los robots molestarían a las esfexas? Bordman masticó y tragó su bocado. —¡Cierto! Estoy de acuerdo en que no se puede fabricar un robot cazador. La máquina es capaz de discriminar, no de decidir. Por eso es porque no hay peligro de que se produzca una sublevación de robots. No les es posible decidir algo sobre lo que no han recibido instrucciones. Pero esta colonia estaba planeada con pleno conocimiento de lo que los robots pueden no hacer. Cuando se limpió de maleza el terreno elegido se le cercó con una valla electrificada que ninguna esfexa podía tocar sin electrocutarse. Huyghens, pensativo, cortó en pedacitos su carne. Al cabo de un momento, dijo: —El aterrizaje tuvo lugar en invierno. Hubo de serlo porque la colonia sobrevivió una temporada. Y, según deduzco, el último desembarco se produjo antes del deshielo. Sepa que aquí los años duran dieciocho meses. —Sí, se desembarcó en Invierno —admitió Bordman—. Y el último aterrizaje se efectuó antes de la primavera. El plan era de explotar las minas para extraer materiales y tener el terreno cercado con una valla a prueba de esfexas antes de que esos bichos volvieran de los trópicos. Tengo entendido que invernan allí. —¿Ha visto usted alguna vez una esfexa? —preguntó Huyghens. Luego dijo—: No, claro que no. Pero si toma usted una cobra venenosa y la cruza con un gato salvaje, pinta lo que resulte de pardo y azul y luego le contagia hidrofobia y manía homicida a la vez, puede que logre obtener una esfexa. Pero no la raza de esfexas. A propósito, esos bichos infernales pueden trepar a los árboles. Una cerca no les detendría. —Una cerca electrificada, sí —repuso Bordman—. ¡Nada ni nadie podría rebasarla! —Un animal no —dijo Huyghens—. Pero las esfexas son una raza. El borde de una esfexa muerta trae a las demás a la carrera con los ojos sanguinolentos. Deje a una esfexa muerta sólo durante seis horas y las tendrá luego a docenas en torno a ella. Dos días y habrá centenares. Más tiempo y tendrá miles de ellas. Van a lloriquear sobre su camarada muerto y a cazar a quien, o lo que lo mató. Volvió a su comida. Un momento más tarde dijo: —No es necesario preguntarse lo que pasó a su colonia. Durante el Invierno los robots quemaron y limpiaron una zona de terreno y pusieron una cerca eléctrica según el libro. Vino la primavera y las esfexas volvieron. Entre otras locuras esos bichos son curiosos. Una esfexa trataría de trepar por la cerca sólo para ver lo que había tras ella. Moriría electrocutada. Su cadáver traerla a otras, furiosas porque la esfexa había muerto. Algunas Intentarían trepar por la cerca y morirían. Y sus cadáveres traerían otros. Al poco la cerca se derrumbaría por los cuerpos que colgaban de ella, o un puente de cadáveres de bestias muertas quedaría construido a través de ella... y mientras el viento transportase el olor, las esfexas vendrían, furiosas, corriendo al lugar. Entrarían en el claro y través o por encima de la cerca, destrozando y buscando a alguien que matar y me parece que lo encontraron. Bordman dejó de comer. Sentía náuseas. —Habían imágenes y fotografías de esfexas en los datos que leí. Supongo que eso será el resultado... de todo. —Trató de alzar su tenedor. Lo volvió a dejar. Huyghens no hizo el menor comentarlo. Acabó su plato, ceñudo. Se levantó y colocó los cacharros sucios en la parte superior del fregadero automático. —Déjeme ver esos Informes, ¿eh? —preguntó sombrío—. Quisiera darme cuenta de qué clase de puesto tenían ellos... los robots. —Bordman dudaba y luego abrió su saco de viaje. Había un micro visor y carretes de películas. Un Carrete entero estaba etiquetado: «Inspección Colonial, Especificaciones para la Construcción», y contenía detalles y planes de todo lo necesario en cuanto material y mano de obra para conseguirlo todo, desde escritorios, oficinas, personal administrativo, radio-rejillas, planetas de gravedad pesada, capacidad de elevación de cien mil toneladas terrestres. Pero Huyghens encontró otro carrete. Lo colocó y manipuló el control rápidamente mirando aquí y allá, deteniéndose sólo con brevedad en las viñetas Índice hasta que llegó a la sección que quería. Comenzó a estudiar la información con creciente impaciencia. —¡Robots, Robots, Robots! —espetó—. ¿Por qué no les dejan donde pertenecen.. en las ciudades para que hagan el trabajo sucio y en los planetas sin aire donde nunca se espera que ocurra nada? Los robots no son propios de las colonias. ¡Sus colonias dependieron de ellos para su defensa! ¡Maldito sea, deje que un hombre trabaje con robots mucho tiempo y creerá que toda la naturaleza está limitada como esas maquinas lo son! ¡Este es un plan para instalar una colonia protegida... en Loren Dos! ¡Colonia protegida... —masculló un juramento—, idiotas, estúpidos, chupatintas inútiles! —Los robots son buena cosa —dijo Bordman—. No podríamos seguir adelante con la civilización sin ellos. —Pero con ellos tampoco se puede domar una tierra salvaje —espetó Huyghens—. Usted tenía una docena de hombres desembarcados, con cincuenta robots para comenzar. Habían partes para montar otros quinientos más y apuesto cualquier cosa a que durante los contactos con los navíos se desembarcaron aun más máquinas de esas. —Es verdad —admitió Bordman. —Los desprecio —gruñó Huyghens—. Siento por ellos lo mismo que los viejos griegos sentían por los esclavos. Son para el trabajo menudo... la clase de trabajo que un hombre realizaría por si mismo, pero que no querría hacer cobrando de otro Individuo. ¡Trabajo degradante! —¡Muy aristocrático! —dijo Bordman con un punto de ironía—. Me parece que los robots podrían limpiar los cubiles de los osos ahí abajo. ¡No! —saltó Huyghens—. Lo hago yo. Los osos son mis amigos. Luchan por mí. ¡Ningún robot haría ese trabajo tan bien como ellos! Volvió a gruñir. Los ruidos de la noche siguieron en el exterior. Tonos de órganos e hipidos y el sonido de martillazos y de puertas que se cerraban de golpe. En alguna parte hubo una réplica singularmente exacta de los discordantes chirridos de una bomba aspirante enmohecida. —Estoy buscando el registro de las operaciones mineras —dijo Huyghens, contemplando las escenas del micro visor. —No puedo comer —dijo con brusquedad. —Una operación de pozo abierto no significaría nada. Pero si han construido un túnel y alguien estaba supervisando los robots cuando la colonia fue barrida, hay una ligera oportunidad de que haya sobrevivido durante una temporada. Bordman le miró con los ojos llenos de súbito interés. —Y... —¡Maldición, si es así iré a verlo! —contestó Bordman—. El o ellos no habrán tenido otra oportunidad en absoluto. No es que el quedarse dentro de un túnel sea bueno en ningún caso. Bordman alzó las cejas. —Le he dicho que le enviaría a prisión si puedo —anunció—. Usted ha arriesgado las vidas de millones de personas, manteniendo una comunicación sin cuarentena alguna con un planeta sin permiso. Si usted rescata a alguien de las ruinas de la colonia robot... ¿No se le ocurre que habrán testigos de su presencia inautorizada? Huyghens volvió a poner en marcha el visor. Se detuvo, lo hizo retroceder y marchar hacia delante y era lo que quería. Murmuró con satisfacción: —¡Construiré un túnel! —en voz alta dijo—. Ya me preocuparé de los testimonios cuando sea preciso. Apartó otra de las puertas de la alacena. Dentro estaban los chismes raros y singulares que un hombre utiliza para reparar las cosas de su hogar y que nunca le importan hasta que decide echar mano de ellos. Había una serie de cables, transistores, transformadores y mercancías similares. —¿Y ahora qué? —preguntó Bordman. —Voy a tratar de descubrir si hay alguien vivo allá. Lo hubiese inspeccionado antes si hubiera sabido que existía la colonia. No puedo probar que estén todos muertos, pero si que haya alguno vivo. ¡Está apenas dos semanas de viaje de aquí! ¡Es raro que dos colonias eligiesen lugares tan próximos. Empezó a reunir los chismes que había seleccionado. —¡Maldición! —exclamó Bordman—. ¿Cómo puede usted saber si hay alguien vivo a cientos de kilómetros de aquí? Huyghens manipuló un conmutador y bajó un panel de instrumentos de pared, mostrando aparatos electrónicos y circuitos en su dorso. Se afanó a trabajar en dicho panel. —¿No ha pensado usted jamás en buscar a un náufrago? —preguntó por encima de su hombro—. Tomemos un planeta con algunas decenas de millones de kilómetros cuadrados y sabemos que ha aterrizado un navío. No se tiene idea de dónde lo ha hecho, pero creemos que los supervivientes tienen energía... ¡Ningún hombre civilizado carecería de energía mucho tiempo si puede fundir metales...! pero construir un radio faro requiere medida de alta precisión y mano de obra. No se puede Improvisar. ¿Así qué, qué haría su náufrago civilizado para guiar a un navío de rescate hasta uno o dos de las millas cuadradas que lo ocupe entre las decenas de millones del planeta? —¿Qué haría? —Para empezar, algo primitivo —explicó Huyghens—. Cocina su comida sobre él fuego, etc. Tiene que hacer una primitiva señal estrictamente primaria. Es lo que puede conseguir sin manómetros, micrómetros y herramientas especiales. Pero de ese modo, con la señal primitiva, podría llenar la atmósfera del planeta para que los buscadores no puedan fallar en encontrarla. ¿Comprende? Bordman se sentía irritado. Sacudió la cabeza. —Construirá un transmisor de chispa —dijo Huyghens—. Colocaría el chisme sintonizado a la más breve frecuencia que pueda conseguir, en cierto modo de cinco a cincuenta metros de longitud de onda, pero el polo será muy amplio... para que no haya lugar a dudas de que es una señal humana. Comenzará a emitir. Algunas de estas frecuencias darán la vuelta al planeta por debajo de la ionosfera. Cualquier navío que venga bajo su radio de acción recogerá la señal, hará una marcación sobre ella, avanzará un poco y efectuara otra marcación y entonces irá en línea recta adonde el proscrito está plácidamente aguardando con una hamaca improvisada, y sorbiendo quién sabe qué clase de refresco que haya logrado extraer de la vegetación local. Bordman dijo con un gruñido: —Ahora que usted lo menciona, claro. —Mi espacio fono recoge microondas —dijo Huyghens—. Estoy cambiando unos cuantos elementos para hacerle escuchar hasta larga distancia. No será eficiente, pero sí captará cualquier señal de apuro si hay alguna en el aire. De todas maneras, no tengo muchas esperanzas. Trabajó. Bordman permaneció sentado largo, vigilándole. Abajo, se produjo una especie de sonido rítmico. Era Sourdough Charley, rezongando. Sitka Pete gruñó en sus sueños. Estaba dormido. En la sala general de la estación, Semper parpadeó rápidamente y luego metió la cabeza bajo un ala gigantesca para echarse a dormir. La luna más próxima —que había pasado por encima no mucho antes de sonar la campana de llegada— volvió a aparecer por el horizonte de levante. Surcó el cielo a gran velocidad. Dentro de la estación, Bordman dijo furioso: —¡Mire, Huyghens! Tiene usted motivos para matarme. Aparentemente no lo Intenta hacer. Tiene excelentes razones para dejar a la colonia robot estrictamente a solas. Pero se prepara para ayudar si alguien vivo lo necesite. ¡Y es usted un criminal! ¡Un verdadero criminal! De planetas como Loren Dos, se han exportado a otros mundos bacterias verdaderamente horripilantes. Se perdieron en consecuencia abundantes vidas y usted está arriesgando más vidas aún. ¿Por qué diablos lo hace? ¿Por qué hace algo que podría producir resultados monstruosos al resto de los seres humanos? Huyghens gruñó. —Usted presume que mis socios no han tomado precauciones sanitarias, no han adoptado una cuarentena. En realidad si lo han hecho. ¡Y vaya que lo han hecho! En cuanto al resto, usted no comprendería. —No comprendo —saltó Bordman—, ¡pero eso no es prueba que no pueda comprenderlo! ¿Por qué es usted un criminal? Huyghens utilizaba penosamente un destorníllador dentro del panel de la pared. Quitó un conjunto electrónico pequeño y empezó a colocar un nuevo circuito de elementos algo mayores. —Estoy modificando mi amplificador para que capte todas las ondas que se produzcan de aquí al infierno y vuelta —observó—, pero creo que lo conseguiré... hago lo que hago... porque me parece que es lo que debo hacer. Todo el mundo actúa de acuerdo con la propia y verdadera noción de sí mismo. Uno es un ciudadano consciente, un funcionario leal, una personalidad bien ajustada. Uno actúa de esa manera. Uno se considera animal racional e inteligente. ¡Pero no actúa de esa manera! Me está usted recordando la necesidad que tengo de dispararle o hacer algo similar, lo que un animal verdaderamente racional trataría de hacerme olvidar. Ocurre, Bordman, que soy un hombre. Lo soy. Pero me doy cuenta de ello. Por tanto deliberadamente hago las cosas que un animal meramente racial lo haría, porque ellas constituyen mi noción de que un hombre que es más que un animal racional tendría que hacer dichas cosas. Apretó tornillito tras tornillito. Bordman dijo: —Oh. Religión. —Respeto propio —corrigió Huyghens—. No me gustan los robots. Son demasiado como anímales racionales. Un robot hará cuanto pueda si su supervisor así lo requiere. Un animal meramente racional para lo que las circunstancias lo requieren, también. No me gustaría tener un robot a menos que tuviese alguna idea de lo que era correcto o no y que me escupiera los ojos si intentase obligarle a hacer alguna otra cosa. Tome los osos de ahí abajo... ¡No son robots! Son bestias leales y honorables, pero me desgarrarían en pedazos si yo intentase hacerles algo que fuese en contra de su naturaleza animal. Faro Nell lucharía contra ml y con toda la creación si intentase hacer daño a Nugget. ¡Eso sería poco inteligente e irrazonable e Irracional!. Ella perdería y la matarían. ¡Pero me gusta así! Y lucharé contra usted y toda la creación cuando me obliguen o Intenten obligarme a hacer algo que vaya en contra de mí naturaleza. Será estúpido e irrazonable e Irracional —sonrió por encima del hombro—. Lo mismo haría usted. Sólo que no se da cuenta todavía. Volvió a su tarea. Al cabo de un momento colocó un control manual sobre un eje de su conjunto recién montado. —¿Qué es lo que alguien intentó obligarle a hacer —preguntó Bordman con intención—. ¿Qué se le pidió a usted que le convirtió en un criminal? ¿Contra quién se revela usted? Huyghens dio al conmutador. Empezó a girar el mando que controlaba una serie de circuitos sintonizantes de su receptor artesano. —¡Oh! —exclamó—, cuando yo era joven la gente en mi entorno trató de hacerme un ciudadano consciente y leal y una personalidad bien ajustada. Trataron de convertirme en un animal racional de alta inteligencia y en nada más. La diferencia entre nosotros, Bordman, es que yo lo descubrí. Naturalmente, yo... Se interrumpió. Débiles, crujientes, sonidos de fritura salieron del altavoz del teléfono espacial ahora modificado para recibir lo que antaño se llamaron ondas cortas. Huyghens escuchaba. Inclinó la cabeza con atención. Giró el mando muy despacio. Bordman hizo un gesto como para llamar la atención hacia algo del sibilante sonido. Huyghens asintió. Volvió a ojear el mando, con movimientos infinitesimales. Del fondo sonoro vino un rítmico musitar. Mientras Huyghens giraba el mando del tono, éste se hizo más alto. Llegó a un volumen en donde se hizo inconfundible. Era una secuencia de señales como un zumbar discordante. Habían tres pitidos de medio segundo cada uno, con pausas entre ellos también del mismo espacio de tiempo. Un silencio de dos segundos. Tres pitidos de un segundo completo de largura con pausas también de medio segundo. Otra pausa de dos segundos y de nuevo tres pitidos de medio segundo con las pausas reglamentarias. Después silencio durante cinco segundos. Y vuelta a repetir el sistema. —¡Diablos! —exclamó Huyghens—. ¡Es una señal humana! Además, hecha mecánicamente. En realidad, parece ser la llamada internacional de Socorro. Se representa por las letras S. O. S., aunque no tengo idea del significado. De cualquier manera, alguien debe haber leído las antiguas novelas de aventuras para así poderse socorrer. «¡Y si hay alguna persona viva en su autorizada pero destrozada colonia robo!, ésta es la prueba evidente. Además, piden socorro. Yo diría que parecen necesitarlo con suma urgencia. Miró a Bordman. —Lo más prudente es sentarse y esperar que venga un navío, suyo o de mis amigos. —Un navío podría ayudar a los supervivientes náufragos mucho mejor que nosotros. Incluso encontrarles con mayor facilidad. —Pero quizás para los pobres diablos el tiempo sea algo importantísimo. Por tanto voy a coger los osos y ver si puedo llegar hasta allí. Espéreme en el puesto, si prefiere, ¿qué le parece? Bordman respondió furioso: —¡No sea loco! ¡Pues claro que voy! ¿Por qué me ha tomado? ¡Y dos de nosotros tendremos cuatro veces la posibilidad de sobrevivir más que uno sólo! Huyghens sonrió. —No del todo. Se olvida a Sitka Pete y a Sourdough Charley y a Faro Nell. Seremos cinco si usted viene, en vez de cuatro. Y, claro, Nugget tiene que venir... aunque no sirva de gran cosa, pero Semper hará lo que el cachorro no haga. Usted no tendrá que cuadruplicar nuestras posibilidades, Bordman, pero me alegraré de que venga usted si es lo bastante estúpido e irrazonable y no del todo racional para decidirse a acompañarme. *** III Había allí un espolón de piedra formando un precipicio por encima del valle de un río. A cuatrocientos metros por debajo el ancho arroyo torrencial corría hacia el mar en dirección Oeste. Veinte o treinta kilómetros a levante, una pared de montañas se alzaba perpendicular contra el firmamento, sus picachos parecían alcanzar alturas inigualables. Todo cuanto divisaba el ojo humano era terreno desgarrado, irregular, accidentado. Un puntito del cielo comenzó a descender con suma celeridad. Enormes alas batían y batían y ojos glaciales recorrían el rocoso paraje. Con aletazos todavía más vigorosos, Semper, el águila, se posó en el suelo. Plegó las grandes alas y volvió la cabeza briosamente a un lado y otro, sin parpadear. Un pequeño arnés mantenía una cámara miniatura apretada contra su pecho. El animal se colocó en el punto más alto y se quedó allí, formando una solitaria y arrogante figura en medio de la escabrosa vastedad. Chasquidos, zumbidos y olísqueos y Sitka Pete apareció bamboleándose en el claro. Llevaba también arnés, pero con carga. El arnés era complicado porque la carga tenía que quedar sujeta no sólo cuando el animal caminara normalmente, sino cuando también se sentara o se Incorporara sobre sus cuartos traseros, y tampoco debía estorbarle el uso de sus zarpas durante el combate. Cansino, el oso recorrió la zona despejada. Atisbó por el lado opuesto y miró hacia abajo. Una vez que se acercó a Semper, el águila abrió el curvado pico y murmuró unos chirridos de indignación. Sitka no le hizo caso. Se relajó, satisfecho. Se sentó al desgaire, con las patas traseras extendidas. Adoptaba un aire de benevolencia mientras paseaba sus ojuelos por el panorama que le rodeaba. Más rezongos y olisqueos. Sourdough Charley apareció a la vista con Huyghens y Bordman a sus talones. Sourdough también iba cargado. Un rumor más y Nugget surgió de la retaguardia, impulsado por un zarpazo de su madre. Faro Nell apareció a su vez con el cadáver de un animal parecido al ciervo sujeto a su arnés. —Elegí este lugar por una foto espacial con el fin de hacer una marcación direccional desde usted. Prepararé el equipo. Dejó caer su mochila de los hombros al suelo y extrajo un aparato de manifiesta construcción casera. Lo instaló, enchufó una considerable extensión de cable de antena, improvisando una antena direccional, con un amplificador miniatura en su base. Bordman se alivió del peso de su mochila y contempló lo que hacia su compañero. Huyghens se encasquetó unos auriculares. Alzó la vista y dijo con vivacidad: —Vigile a los osos, Bordman. El viento sopla de donde venimos. SI algo nos sigue, los osos captarán su olor anticipadamente. Se atareó manejando los instrumentos. Percibió el ruido de frituras del fondo parásito atmosférico y luego el ruido que sólo podía ser humano, una señal emitida por el hombre. Hizo girar la antena direccional. Zumbidos cortos y largos se percibieron, primero débiles y luego con fuerza. Aquel receptor, sin embargo, había sido construido para aquella determinada longitud de onda. Era mucho más eficiente que el espacio-fono. Recogió tres breves zumbidos, luego otros tres largos y de nuevo tres cortos. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Una y otra vez. S. O. S., S. O. S., S. O. S. Huyghens efectuó una lectura y trasladó la antena direccional hasta una distancia cuidadosamente medida. Efectuó una segunda lectura, realizó un nuevo traslado y otro, y otro, y otro, tomando lecturas cada vez del cuadro del instrumento. Cuando terminó, comprobó la dirección de la señal no sólo por su potencia, sino también por su fase e hizo una marcación lo más exacta que pudo con los aparatos portátiles. Sourdough gruñía por lo bajo. Sitka Pete olfateaba el aire y se levantaba. Faro Nell dio un golpetazo a Nugget que lo mandó al rincón mas distante del espacio abierto. La hembra se puso en pie briosamente, mirando colina abajo en la dirección por la que habían venido. —¡Maldición —exclamó Huyghens. Hizo un gesto con la mano a Semper, que tenía los ojos fijos en donde los osos gruñían. Semper aleteó y remontó el vuelo saliendo de la zona del espolón e inmediatamente se le vio luchar contra la corriente de aire descendente. Mientras Huyghens preparaba su arma el águila volvió pasando por encima de su cabeza. Volaba majestuosa a treinta metros de altura, planeando y aleteando para sortear las engañosas corrientes de aire. Bruscamente gritó una y otra vez. Huyghens conectó una pantallita de televisión que llevaba en su correaje y en un lugar donde podía verla sin dificultad. Vio, claro, lo que la pequeña cámara del pecho de Semper enfocaba... un terreno descendente, irregular, oscilante, como Semper veía, aunque, naturalmente, con menor campo de enfoque. Había allí objetos móviles que marchaban por entre los árboles. Su colorido era inconfundible. —Esfexas —dijo Huyghens sombrío—. Ocho. No espere que vengan siguiendo exactamente nuestros pasos, Bordman. Corren paralelas a ambos lados de nuestro rastro. Así atacan desplegadas e inmediatamente alcanzan a su objetivo. ¡Y escuche! Los osos pueden dar buena cuenta de los enemigos con quienes se enzarzan... nuestra tarea es matar a los que se desperdiguen. ¡Y apunte al cuerpo! Son balas explosivas. Quitó el seguro de su arma. Faro Nell, emitiendo atronadores gruñidos, fue a colocarse entre Sitka Pete y Sourdough. Sitka la miró y emitió un resoplido como si despreciara los gruñidos bélicos y fanfarrones de la hembra. Sourdough rezongaba. El y Sitka se alejaron de Nell, colocándose en otro lado. Arribos cubrirían un frente más amplio. No había otro signo de vida que los gritos agudos de las increíblemente diminutas criaturas, que en aquel planeta eran pájaros y los gruñidos de bajo de Faro Nell y luego el click del seguro del arma de Bordman, cuando éste se preparó para el combate que se avecinaba. Semper volvió a gritar, aleteando bajo por encima apenas de las copas de los árboles, siguiendo a las formas coloreadas de las esfexas que entre ellos corrían. Ocho diablos azules y pardos salieron veloces de la maleza. Tenían franjas espinosas, y cuernos y ojos fulgurantes, y parecían salidas directamente del infierno. Nada más aparecieron, saltaron emitiendo entrecortados alaridos como los gritos de combate de los gatos salvajes, sólo que millares de veces amplificados. El rifle de Huyghens restalló y su detonación quedó borrada por la explosión de la bala dentro de la carne de una esfexa. Un monstruo pardo-azulado cayó gritando. Faro Nell cargó, era la perfecta personificación de una furia al rojo blanco. Bordman disparó y su bala estalló con el tronco de un árbol. Sitka Pete llevó sus garras anteriores en un movimiento masivo como de doble bofetada de rudimentario boxeador. Una esfexa murió. Entonces Bordman volvió a disparar. Sourdough Charley bufaba. Se lanzó contra un diablo bicolor, rodó por encima de él y le golpeó con las zarpas traseras. La piel del vientre de la esfexa era mas tierna que el resto. La infernal criatura se alejó rodando sobre sí misma, mordiendo sus propias heridas. Otra esfexa se halló libre del tumulto organizado en torno a Sitka Pete. Giró para saltarle al oso por detrás y Huyghens disparó. Dos bichos más cayeron sobre Faro Nell y Bordman destruyó a uno de ellos mientras que Faro Nell daba cuenta del otro con una furia incontenible. Después Sitka Pete se alzó —parecía gotear esfexas— y Sourdough acercósele, le arrebató una, la mató, la arrojó lejos y volvió a por otra... Entonces ambos rifles detonaron juntos y ya no quedó enemigo contra quien pelear. Los osos olfatearon uno y otro todos los cadáveres. Sitka Pete alzó una cabeza muerta. ¡Crash!, con sus zarpas la hizo pulpa. Luego repitió con otra la misma operación. De nuevo efectuó la misma operación en el resto, mostraran o no señales de vida. Cuando hubo terminado todas las ocho esfexas estaban completamente inmóviles. Semper bajó planeando del cielo. Había estado revoloteando y gritando durante la pelea. Ahora se posó en el suelo con precipitación. Huyghens fue de un oso a otro musitando palabras tranquilizadoras, calmándoles con su voz. Costó bastante tranquilizar a Faro Nell, que lamía con apasionada solicitud a Nugget mientras emitía horrendos gruñidos. —Vamos ya —dijo Huyghens cuando Sitka empezó a dar señales de querer volverse a sentar—. Tira esos cadáveres por el acantilado. ¡Vamos!..¡Sitka!. ¡Sourdough!. ¡hale! Guió a los grandes machos cuando recogieron los cuerpos inertes y los arrojaron por el precipicio donde no atrajera a sus semejantes y les pusieran en la pista de los viajeros. Los cuerpos destrozados cayeron al abismo rebotando en las rocas salientes y quedando en el valle inferior. —Así sus congéneres se reunirán allá abajo para aullar tristemente y no les será posible encontrar nuestro rastro y tratar de vengar a sus compañeros muertos. Si hubiéramos estado más cerca del río las habría echado al agua para que la corriente los arrastrara y atrajeran a otros diablos como ellos, allá donde quedasen varadas en la orilla. De estar cerca de la estación habría incinerado los cuerpos. Si tuviera que dejarlas en el sitio donde cayeran, tendría la precaución de colocar rastros falsos. Caminar setenta kilómetros a favor del viento sería una buena idea. Abrió el paquete de la carga que portaba Sourdough y extrajo unos estropajos gigantes y varias latas de antiséptico. Hizo que se tendieran por turno los tres Kodiaks y lavó no sólo los cortes y arañazos que tenían, sino que empapó sus cuerpos allá donde presumía podía haber caído una gota de sangre de esfexa. —Este antiséptico es también desodorizante —dijo a Bordman—. De otro modo cualquier esfexa que pasara a sotavento nuestro nos olfatearía. Cuando reanudemos la marcha, fregaré también y por la misma razón las pisadas de los osos. Bordman estaba muy callado. Falló su primer disparo, pero en los últimos segundos de la refriega disparó con cuidado y cada bala dio en el blanco. Ahora dijo con amargura: —Dudo que valga la pena que me dé instrucciones para comportarme, en caso de que usted muera durante el viaje... Huyghens sacó de su mochila las ampliaciones hechas de las fotos espaciales de aquella zona del planeta Cuidadosamente orientó el mapa con arreglo a los puntos sobresalientes del paisaje y trazó una línea en una de las fotos. La llamada de socorro, el S. O. S. viene de algún lugar cercano a la colonia robot —informó—. Creo que un poco hacia el sur. Probablemente de una mina que abrirían en el lado lejano del Sere Plateau. ¿Ve cómo he marcado este mapa? Dos marcaciones, una de la estación y otra desde aquí. Me alejé del rumbo para hacer estas observaciones que efectué hace unos instantes y así poder tener dos líneas que converjan en el transmisor. Claro es que la señal podría haber venido de la otra parte del planeta, pero no ha sido así. —Los otros posibles refugiados tienen muchas probabilidades en contra —protestó Bordman. —No —dijo Huyghens—. Han estado viniendo aquí diversos navíos. Todos destinados a la colonia robot. Bien ha podido estrellarse uno de ellos. Además, están mis amigos también. Volvió a guardar sus aparatos e hizo un gesto a los osos. Les guió más allá de la escena del combate y cuidadosamente roció de antiséptico desodorante las huellas que dejaban sus acolchadas patas. Con un ademán hizo una señal a Semper, el águila. —Vámonos —dijo a los Kodiaks—. ¡Hale! ¡Adelante! El grupo se encaminó colina abajo y volvió a la jungla. Ahora le tocaba el turno a Sourdough de marchar en vanguardia y Sitka Pete caminó oscilando a ambos lados tras su compañero. Faro Nell seguía después de los hombres, vigilante atenta al cachorro. Era muy pequeño todavía; Nugget sólo pesaba doscientos setenta y cinco kilos. En el aire, Semper planeaba y volaba describiendo círculos gigantes y espirales, pero sin alearse nunca demasiado. Huyghens consultaba constantemente la pantalla en donde se reflejaba lo que captaba la cámara aérea. La imagen oscilaba y sufría sacudidas, se ennegrecía y se aclaraba. No había medio de organizar mejor un reconocimiento que aquél y, pese a sus deficiencias, constituía un sistema de gran utilidad. Al poco Huyghens dijo: —Nos desviaremos hacía la derecha aquí mismo. El camino derecho tiene bastante mal aspecto, hasta parece que un rebaño de esfexas ha matado algo y está devorando los despojos. Bordman exclamó: —¡No es lógico que los carnívoros abunden tanto como usted parece creer! Por cada bestia carnicera tiene que haber una cierta cantidad de otra vida animal. Muchos carnívoros juntos devorarían toda la caza y luego morirían de hambre. —Se fueron durante el invierno —explicó Huyghens—. Las esfexas estuvieron ausentes durante el invierno, que, por cierto, aquí no es tan duro como usted parece pensar. Y después de que las esfexas van al sur, en estas tierras se multiplican muchas otras especies de animales. Además, las esfexas no se quedan aquí durante toda la estación cálida. Hay una especie de punto máximo y luego durante semanas y semanas no se ve ni rastro de ninguna de ellas hasta que de súbito la jungla hierve otra vez llena de esa clase de diablos. Después se encaminan hacia el sur. En apariencia realizan alguna especie de migración, pero que nadie sabe con certeza en qué consiste o por qué leyes se rige. Hay que tener en cuenta que los naturalistas no se han destacado por su abundancia en este planeta. La vida animal es hostil. Bordman se estremeció. Estaba acostumbrado a llegar a un puesto colonial parcial o completamente acabado y examinar y aprobar o rechazar el grado de desarrollo alcanzado en la instalación con arreglo a los planes previstos. Ahora se veía en un medio intolerablemente hostil, dependiendo su vida de un colono ilegal, comprometido en una empresa indefinidamente desmoralizadora —porque la señal mecánica podía seguir sonando mucho después de la muerte de su constructor— y sus ideas acerca de un sinfín de asuntos se veían alteradas. Se encontraba con vida, por ejemplo, porque habían luchado a su lado los tres osos gigantescos Kodiak y un águila calva. Si a él y a Huyghens les hubieran rodeado diez mil robots para defenderles, ahora ambos estarían muertos. Las esfexas y los robots se habrían ignorado mutuamente y así los fieros animales carniceros se habrían lanzado directamente contra los hombres, quienes habrían tenido apenas cuatro segundos para descubrir por sí mismos que se les atacaba, prepararse al combate y matar a las ocho esfexas. Las convicciones de Bordman como hombre civilizado estaban hechas jirones. Los robots eran aparatos maravillosos para hacer lo esperado, cumplir con lo planeado, copiar lo prescrito. Pero también tenían defectos. Los robots sólo podían seguir instrucciones. Si ocurre esto, haz lo otro; sí sucede tal cosa, haz aquélla. Pero ante otra alternativa imprevista los robots quedan desamparados, desvalidos, inermes. Por eso una civilización robótica funcionaba tan sólo cuando no se esperaba que se produjera lo insólito. Bordman estaba abrumado. Halló a Nugget, el cachorro, husmeando intranquilo, a sus talones. El osito tenía bajas las orejas con tristeza cuando Bordman le miró. Le pareció al hombre que Nugget recibía demasiados mamporros disciplinarios por parte de su madre Faro Nell. Estaba casi derrumbado psicológicamente. La falta de información del cachorro y su incapacidad para sobrevivir independientemente en aquel medio ambiente le martilleaba en su interior. —Hola, Nugget —dijo Bordman con tristeza—. ¡Siento exactamente lo mismo que tú!. Nugget pareció alegrarse. Dio unos saltitos. Trató de juguetear mirando esperanzado el rostro de Bordman. El hombre extendió la mano y acarició la cabezota de Nugget. Era la primera vez que acariciaba a un animal. Oyó un resoplido tras él. Con la piel de la nuca erizada giró en redondo. Faro Nell le miraba... más de ochocientos kilos de hembra de oso sólo a tres metros de distancia y mirándole a los ojos. Durante un instante Bordman sintió pánico y notó que un frío le calaba hasta los huesos. Entonces se dio cuenta de que los ojos de Faro Nell no despedían llamas. No estaba gruñendo, ni emitía los escalofriantes sonidos que el desnudo peligro que corría Nugget le había hecho emitir en el espolón rocoso. Le miraba con suavidad. En efecto, al cabo de un momento, se dio la vuelta para efectuar alguna investigación independiente de no importa qué cosa que había despertado su curiosidad. El grupo siguió adelante, Nugget triscaba junto a Bordman y tendía a tropezar con él a causa de su torpeza de cachorro. De vez en cuando miraba al hombre con adoración, expresando en sus ojillos un profundo afecto, propio de las criaturas más jóvenes. Bordman siguió adelante. Al poco volvió a mirar atrás. Faro Nell iba ahora cubriendo la retaguardia de manera más amplia. Parecía hallarse satisfecha de tener a Nugget al cuidado inmediato de un hombre. Poco a poco se sintió sereno. Un rato más tarde Bordman llamó a la cabeza. —¡Huyghens! ¡Mire! ¡Parece que he sido nombrado niñera oficial de Nugget! Huyghens se volvió a mirar atrás. —¡Oh!, dele de cuando en cuando un azote y volverá con su madre. —¡Y un cuerno! —dijo Bordman belicoso—. ¡Le gusto al cachorro! El grupo continuó la marcha. Cuando cayó la noche, acamparon. No podían encender fuego, claro, porque todas las cosas diminutas de los alrededores vendrían a bailar al resplandor. Pero tampoco podía haber oscuridad a causa de que los noctívagos cazaban en las sombras. Así que Huyghens colocó lámparas barrera que hicieron un muro de luz crepuscular cerca de su campamento y la bestia parecida al ciervo, que Faro Nell transportó en sus lomos, se convirtió en el plato principal de la cena. Después durmieron —por lo menos lo hicieron los hombres— y los osos dormitaron y rezongaron y se despertaron y volvieron a dormirse. Semper permaneció posado inmóvil y con la cabeza bajo el ala y sobre la rama de un árbol. Al pasar las horas se produjo un víentecillo fresco y agradable y todo aquel mundo pareció renacer a la luz de la mañana, difundida por entre la jungla por su sol recién salido. Entonces se levantaron y se pusieron en marcha. Aquel día permanecieron inmóviles durante dos horas mientras las esfexas husmeaban la pista dejada por los osos. Huyghens descartó la necesidad de un antiodorífero para ser usado en las botas de los hombres y en las patas de los osos, que hiciese que el seguir su rastro fuese algo desagradable para las esfexas. Bordman aceptó la idea y sugirió que podría fabricarse un olor repelente a dichos carnívoros, que hiciese que la esfexa que lo percibiera sintiera sus tripas removerse. Si se conseguía tal cosa, los seres humanos podrían ir por doquier libremente, sin ser molestados. —¡Como mofetas! —contestó Huyghens sardónico—. ¡Una idea muy inteligente! ¡Muy racional! ¡Puede sentirse orgulloso! Y de pronto Bordman no se sintió en absoluto orgulloso de tal idea. Volvieron a acampar. La tercera noche estaban en la base de aquella notable formación, el Sere Plateau, que en la distancia parecía una cordillera pero que actualmente y visto de cerca era una desierta meseta. No es razonable que un desierto tenga altura, mientras que las tierras bajas posean lluvia, pero a la cuarta mañana encontraron la razón del porqué. Vieron, lejos, muy lejos, una verdaderamente monstruosa masa montañosa al fin de la larga extensión de la plataforma. Era como la proa de un navío. Yacía, según observó Huyghens, directamente en línea con los vientos dominantes y los dividía como la proa de un barco divide las aguas. Las corrientes de aire húmedo fluían junto a la plataforma, no por encima de ella y su interior estaba desierto y quedaba sin protección alguna bajo el sol de las grandes altitudes. Les costó todo un día llegar hasta la mitad de la ladera. Y aquí, dos veces, mientras trepaban, Semper voló gritando por encima de conglomerados de esfexas, a un lado y otro de los viajeros. Eran grupos mucho más numerosos de los que Huyghens había visto antes, de cincuenta a cien monstruosidades juntas, en donde ya una docena era un rebaño considerable y temible. Miró en la pantalla que mostraba que Semper veía, cuatro o cinco kilómetros lejos. Las esfexas subían colina arriba hacia el Sere Plateau en una larga fila. Cincuenta, sesenta... setenta bestias salidas del infierno con sus colores azul y pardo. —No me gustaría nada que ese rebaño se tropezase con nosotros —dijo cándidamente Bordman. No creo que tuviésemos ninguna probabilidad de salir con vida. —Aquí es donde un tanque robot sería útil— observó Bordman. —Cualquier cosa blindada —admitió Huyghens—. Un hombre en una estación blindada como la mía estaría a salvo. Pero si mataba a una esfexa se vería sitiado. Tendría que estar allí, respirando el olor de la esfexa muerta hasta que éste se hubiera despejado. Y no podría matar a ninguna más o el sitio se prolongarla hasta que viniera el invierno. Bordman no sugirió las ventajas de los robots en otros asuntos. En aquel momento, por ejemplo, estaban subiendo una ladera cuya inclinación media pasaba de los cincuenta grados. Los osos trepaban sin esfuerzo a pesar de sus cargas. Para los hombres era un tormento infinito. Semper, el águila, se manifestaba impaciente con los osos y los hombres, que subían tan despacio por una inclinación facilísima para el ave. Se adelantó por la ladera y osciló en el aire al recibir las corrientes del borde de la plataforma. Huyghens vio las imágenes que desde el aire enviaba a la pantallita portátil. —¿Cómo diablos adiestra usted así a los osos? —preguntó Bordman jadeando. Se habían detenido para un respiro y los Kodiak les esperaban impacientemente—. Puedo entender a Semper, pero... —Yo no les adiestré —dijo Huyghens mirando a la pantalla—, son mutantes. Heredaron como cosa corriente el conjunto sexual de las características físicas. También se ha trabajado bastante en los genes correspondientes a los factores psicológicos. Había necesidad, en mí planeta natal, de un animal que pudiese pelear como una fiera, vivir de lo que produjese la tierra, llevar carga y tolerar a los hombres por lo menos tan bien como los perros. En los viejos días intentaron inculcar estas deseadas propiedades físicas a un animal que ya tenía la personalidad que querían. Algo así como un perro gigantesco, digamos. Pero allá en mi patria siguieron otro camino. Escogieron las características físicas deseadas y fomentaron la personalidad, la psicología. El trabajo se logró hace un siglo. El oso Kodiak llamado Kodius Champion fue el primer verdadero éxito, pues tenía todo cuanto se deseaba. Estos que usted ve aquí, son sus descendientes. —Parecen normales —comentó Bordman. —¡Lo son —contestó acalorado Huyghens—. ¡Tan normales como un buen perro. No estarán adiestrados, como Semper. ¡Se adiestran a si mismo!. —miró la pantalla de sus manos, que mostraba el suelo a dos mil o dos mil quinientos metros de altura—. Semper, ahora, es un pájaro domesticado sin demasiado cerebro. Es un halcón educado y en cierto modo glorificado. Pero los osos quieren llevarse bien con los hombres. Emocionalmente dependen de nosotros. Como los perros. Semper es un criado, pero ellos son compañeros y amigos. Semper esta domesticado, pero ellos son leales. Semper está acondicionado. Ellos nos aman. Semper me habría abandonado si se hubiese dado cuenta que podía hacerlo; piensa que sólo puede comer lo que el hombre le da. Pero los osos no querrían hacerlo. Les gustamos nosotros. Admito que yo les quiero, quizás porque ellos me quieren a mí. Bordman dijo con deliberación: —¿No es usted un poco charlatán, Huyghens? Usted me acaba de decir algo que servirá para localizar y condenar a las personas que le mandaron aquí. No es difícil descubrir en dónde se produjeron las mutaciones psicológicas de los osos y dónde también dejó descendientes un oso llamado Kodius Champion. ¡Yo mismo puedo descubrir de donde vino usted ahora, Huyghens! Huyghens alzó la vista de la pantalla que mostraba aquella imagen temblorosa. —No importa —dijo amistoso—. Allí también soy criminal. Está oficialmente archivado que rapté a estos osos y me escapé con ellos. Lo que, en mi planeta natal, es un crimen tan odioso como el mayor que pueda cometer el hombre. Es peor que ser cuatrero o ladrón de caballos en los antiguos tiempos terrestres. Los parientes y primos de mis osos están muy bien considerados. En mi casa, soy todo un criminal. Bordman le miró fijamente. —¿Lo robó usted? —preguntó. —Confidencialmente —contestó Huyghens—, no. ¡Pero hay que demostrarlo! —Luego, al cabo de unos segundos, dijo—: Eche una mirada a la pantalla. Vea lo que Semper puede ver sobre el borde de la plataforma. Bordman miró; el águila planeaba en grandes idas y venidas. Por la experiencia de los pasados días, Bordman sabía que Semper gritaba con furia al volar. El pajarraco surcaba el cielo hacia el borde de la plataforma. Bordman estudió la Imagen transmitida. Tenía sólo diez por quince centímetros, pero carecía de grano y su color era exacto. Se movía y giraba al mismo tiempo que lo hacía la cámara que portaba el águila. Por un instante, en la pantalla apareció la empinada ladera de la montaña y, a un borde, como puntos, se podían distinguir los hombres y los osos. Luego esta imagen desapareció para que se viera lo alto de la plataforma. Allí habían esfexas. Una manada de doscientas trotaba hacia el desierto interior. Marchaban al descubierto, ramoneando. La cámara vaciló y mostró más animales de aquellos. Mientras Bordman miraba y al ascender más alto el pájaro, pudo ver aún otras esfexas subiendo por el borde de la plataforma desde una serie de brechas producidas por la erosión. El Sere Plateau estaba infestado de infernales criaturas. Era inconcebible que allí hubiese caza suficiente para tantas esfexas. Se las veía tan bien como podrían verse las manadas de ganado en los planetas ricos en pastos. El fenómeno era simplemente imposible. —Emigrando —observó Huyghens—. Le dije que lo hacían. Se encaminan a alguna parte. ¿Sabe una cosa? ¡Dudo que fuera saludable para nosotros tratar de cruzar el Plateau atravesando un enjambre de esfexas! Bordman masculló un juramento, cambiando bruscamente de humor. —Pero se sigue recibiendo la señal. Alguien está vivo en la colonia robot. ¿Tenemos que esperar hasta que haya terminado la migración? —No sabemos —apuntó Huyghens—, que haya alguien vivo, con plena certeza. Puede que necesiten ayuda con urgencia, por lo que tenemos que llegar hasta ellos. Pero al mismo tiempo... Miró a Sourdough Charley y a Sitka Pete, trepando pacientes por la ladera y esperando mientras los hombres hablaban y descansaban. Sitka había logrado hallar un sitio y se había sentado. Una Impresionante zarpa le mantenía sujeto e impedía que se deslizara pendiente abajo. Huyghens agitó el brazo señalando en una nueva dirección. —¡Vamos! —gritó vivaz—. ¡Vamos! ¡Hacía allá! ¡Hale! Siguieron por las laderas del Sere Plateau, ni ascendiendo hasta la planicie de su cumbre —donde se congregaban las esfexas— ni descendiendo hasta el pie de la colina, donde pululaban, también, las esfexas. Avanzaron a lo largo de las laderas y de los flancos montañosos, con pendientes que oscilaban entre treinta y sesenta grados y no cubrieron mucho territorio. Prácticamente llegaron a olvidar cómo se camina por el terreno llano. Al término del sexto día acamparon en la cima de un Ingente peñasco que sobresalía del muro pétreo de una montaña. Apenas había sitio en la peña para todo el grupo. Faro Nell Insistió con sus refunfuños en que Nugget debería quedarse en la parte más segura, es decir, en la más próxima al flanco del monte. La osa habría obligado a los hombres a colocarse en la parte exterior, pero Nugget gimoteó solicitando a Bordman. Por tanto, cuando Bordman se cambió de sitio para confortar al osito, Faro Nell gruñó a Sitka y a Sourdough quienes se apretujaron dejándola libre un lugar próximo al borde. Se pasó hambre en el campamento. De camino se habían tropezado ocasionalmente con manantiales que fluían de las laderas de las montañas. Los osos bebieron en ellos con frecuencia y los hombres llenaron sus cantimploras. Pero aquélla era la tercera noche que pasaban en la ladera y allí no había caza en absoluto. Huyghens no hizo el menor movimiento para sacar víveres para Bordman y él. Bordman, por su parte, no hizo el menor comentario. Estaba empezando a participar en la relación íntima entre osos y hombres, que no era esclavitud por parte de los animales, sino algo más. Era un sentimiento mutuo. De ello se daba cuenta. —Uno pensarla —dijo—, que puesto que las esfexas no parecen cazar mientras van de camino a la cima, allí arriba deberá haber caza en abundancia. Esos bichos lo ignoran todo cuando están subiendo. Era verdad. La normal formación de combate de las esfexas era una línea amplia que automáticamente rodeaba a cuanto tendiese a huir, desbordándole por los flancos y atacando por detrás si ese algo era capaz de pelear. Pero ahora ascendían la montaña en largas filas, una tras otra, en apariencia siguiendo senderos establecidos hacia mucho tiempo. El viento soplaba a lo largo de las laderas y llevaba suspendidos los diversos olores lateralmente. Pero las esfexas no se desviaban de su camino. Las largas procesiones de odiosas criaturas pardo-azuladas —era difícil considerarlas bestias naturales, machos y hembras y poniendo huevos como los reptiles de otros planetas— las largas procesiones se limitaban simplemente a trepar. —Delante de ellas deben haber otros cuantos miles de bestias de su especie —comentó Huyghens—. Han debido estar acudiendo a este lugar durante días o semanas. La cámara de Semper nos ha hecho ver miles ya. Tienen que formar una cantidad incontable. Las que llegaron primero se comieron toda la caza que había y los últimos en llegar tendrán un problema en sus satánicos cerebros: el de alimentarse. Bordman protestó: —¡Pero tantos carnívoros reunidos en el mismo lugar es imposible! ¡Sé que están ahí, pero reconozco que no puede ser! —Su sangre es fría —observó Huyghens—. No queman alimento para mantener la temperatura del cuerpo. Después de todo, muchas criaturas pasan largos períodos de tiempo sin comer. Hasta los mismos osos hibernan. Pero esto no es hibernación... ni tampoco estiación. Estaba instalando su receptor de onda corta en plena oscuridad. Era inútil tratar de hacer una marcación desde allí. El transmisor se hallaba al otro lado del Sere Plateau que ahora se veía infestado de esfexas. Al poco se produjeron los susurros y frituras del fondo y en seguida oyose la señal. Tres puntos, tres rayas, tres puntos. Huyghens apagó el aparato. Bordman dijo: —¿Y no podríamos haber respondido a esa señal antes de salir de la estación? ¿Aunque sólo fuera para darles ánimos? —Dudo que tengan receptor —contestó Huyghens—. De todas maneras, no esperan respuesta hasta dentro de muchos meses. No se pasarán a la escucha día y noche en servicio permanente y si están viviendo en el túnel de la mina y tratan de salir furtivamente al exterior para conseguir víveres y prolongar el alimento que puedan tener consigo, estarán con demasiado trabajo para entretenerse preparando grabadores o reles. Bordman permaneció en silencio unos instantes. —Tenemos que conseguir comida para los osos —dijo al fin— Nugget es una criatura y tiene hambre. —Lo haremos —prometió Huyghens—. Quizás me equivoque, pero me parece que el número de esfexas trepando por las laderas que vemos hoy es inferior al que vimos ayer o al de anteayer. Puede que estemos a punto de cruzar el estiaje de su migración. Cada vez se ven menos. Cuando atravesemos su sendero, tendremos que tener cuidado de los noctívagos y similares. Pero pienso que las esfexas habrían barrido toda la vida animal que hallaron en su ruta emigratoria. No tenía razón del todo. El sonido de golpes y el gruñir de los osos le despertó en la oscuridad. Ráfagas ligeras de brisa le azotaron el rostro. Encendió bruscamente la lámpara de su cinturón y el mundo pareció verse rodeado por una película blancuzca que se alejó. Algo aleteó. Entonces vio las estrellas y el infinito espacio desde el borde de la peña en que acampaban. Las grandes cosas blancas aletearon hacia él. Sitka Pete resopló con potencia y gruñó. Faro Nell se balanceó rugiendo a la vez. Entre sus zarpas capturó algo. —¡Cuidado con eso! —exclamó Huyghens. Más cosas de forma extraña y pálidas como la piel humana, retrocedieron y aletearon locamente hacia él. Una zarpa peluda y enorme se extendió dentro del rayo de luz de la linterna y apresó una cosa voladora. Otra gran zarpa apareció. Los tres gigantescos Kodiaks estaban sentados sobre sus cuartos traseros, despanzurrando criaturas que revoloteaban febriles, incapaces de resistir a la fascinación que les producía el fulgor dc la linterna. A causa de sus giros alocados era imposible verlas con detalle, pero eran aquellos seres nocturnos desagradables que parecían monos emplumados voladores, pero que eran bichos diferentes de medio a medio. Los osos no se precipitaban. Rezongaban por lo bajo con notable aire de indiferencia, capacidad e intención. Montoncitos de cosas rotas se iban formando a sus pies. De pronto no quedaron ya más. Huyghens apagó la luz. Los osos carraspearon y se pusieron afanosamente a comer en la oscuridad. —Esas bestias eran carnívoras y chupadores de sangre, Bordman —dijo Huyghens con calma—. Extraen a sus victimas toda su sangre como vampiros... no sé qué triquiñuela emplean para no despertarles... sólo he averiguado que cuando las infortunadas victimas mueren por falta de sangre, la tribu de vampiros se pone a comerse los cadáveres. Pero los osos tienen la piel muy gruesa y se despiertan apenas los roza algo Y son omnívoros. Se lo comen todo menos las esfexas, Uno podría decir que esos animales nocturnos vinieron para la cena. Y no deja de ser verdad porque gracias a ellos los osos están cenando... como siempre, los Kodiak viven de lo que produce el terreno. Bordman murmuró una súbita exclamación. Hizo una luz débil y vio como la sangre le manaba por la mano. Huyghens le pasó su botiquín de bolsillo con desinfectantes y vendas. Bordman contuvo la hemorragia y se vendó la mano. Entonces se dio cuenta de que Nugget masticaba algo. Le enfocó con la luz. Nugget tragó convulsivo. Parecía evidente que el osito había cazado y devoraba la criatura que chupó sangre de Bordman. Pero eso era imposible saberlo, puesto que el cachorro no iba a dar explicaciones ni referencias. Por la mañana reanudaron la marcha a lo largo de la escarpada ladera. Después de caminar largo rato en silencio, Bordman dijo. —Los robots tampoco habrían podido hacer nada contra esos vampiros, Huyghens. —Oh, podían ser fabricados para vigilar y advertir al hombre de la presencia de esas bestias —dijo Huyghens tolerante—. Pero juzgue usted por si mismo. Con robots tendría el hombre que luchar solo una vez que recibiera el aviso de la proximidad de vampiros detectados por la máquina. Para mi gusto, prefiero los osos. Señaló el camino. Por dos veces Huyghens se detuvo para examinar el suelo de la base de las montañas con sus binoculares. Parecía más animado al reanudar la marcha. El monstruoso picacho que era como la proa de un navío al extremo del Sere Plateau se veía mucho más cerca. Hacia el mediodía se cernía ingente por encima del horizonte a menos de veinticinco kilómetros de donde se hallaban. Y fue entonces cuando Huyghens ordenó el alto definitivo. —No se ven más congregaciones de esfexas allá abajo —dijo animoso—, y no hemos visto ninguna fila de ellas trepando desde hace muchos kilómetros. Cruzar un sendero de esfexas significaba simplemente esperar hasta que un grupo hubiera pasado y atravesar antes de que otro grupo apareciera a la vista. —Tengo el presentimiento —dijo Huyghens—, de que dejamos atrás la ruta migratoria. ¡Veamos lo que nos dice Semper! Hizo un gesto al águila para que volara. Como todos los seres que no sean humanos, los pájaros normalmente sólo actúan para satisfacer su apetito y luego tienden a la holganza y al sueño. Semper había viajado los últimos kilómetros posado en el bulto de carga de Sitka Pete. Ahora se remontó por los aires y Huyghens se puso a mirar las imágenes que aparecieron en la pantalla. Semper volaba raudo. La pantallita mostraba una imagen oscilante y difícil de mantener fija, pero al cabo de pocos minutos el ave volaba ya por encima del borde de la plataforma. Allí se distinguían algunos matorrales y el terreno quedaba algo ondulado. Pero al subir aún más Semper, apareció el desierto interior. Las proximidades estaban limpias de bestias. Sólo de vez en cuando, sí el águila escoraba mucho y la cámara enfocaba hasta la vastedad de la plataforma, veía Huyghens alguna señal que indicara la presencia de las feroces bestias pardo-azuladas. Pero luego pudo percibir masas enormes como rebaños ultra gigantescos. Algo increíble, porque los carnívoros no se reúnen nunca en cantidades tan exorbitantes. —Vamos a subir recto —dijo Huyghens satisfecho—. Cruzaremos el Plateau por aquí y sesgaremos un poco a sotavento incluso. Me parece que hallaremos algo interesante camino de la colonia. Dio la señal a los osos de que iniciaran la ascensión. Llegaron a la cumbre horas después, apenas antes de la puesta del sol. Y vieron caza. No mucha, pero caza en los herbazales y breñales del borde del desierto. Huyghens derribó un rumiante peludo. Cuando cayó la noche el aire se hizo cortante. Hacía mucho mas frío allí que durante la noche en las laderas. El aire era fino. Bordman no tardó en imaginarse la causa. Al abrigo de la proa montañosa del peñasco, el viento estaba en calma. No habían nubes. El suelo irradiaba su calor al espacio vacío. A la madrugada el frío sería muy crudo con toda seguridad. —Y hará calor de día —asintió Huyghens cuando Bordman le mencionó lo que sospechaba—. Los rayos de sol son terriblemente calcinantes allá donde el aire es muy fino, pero en la mayoría de las montañas reina el viento. Durante el día, aquí, el suelo tenderá a calentarse como la superficie de un planeta sin atmósfera. Puede que en la arena a mediodía, el termómetro llegue a marcar 60 ó 70 grados centígrados. Pero por la noche el frío será igualmente exagerado. Lo era. Antes de medianoche Huyghens encendió una hoguera. No podía temerse nada de los noctívagos puesto que la temperatura descendía por debajo del punto de congelación. Por la mañana los hombres estaban envarados por el frío, pero los osos rezongaban y se movían con viveza. Parecían gozar del fresco matutino. Sitka y Sourdough, en efecto, estaban juguetones hasta el punto de que se enzarzaron en una pelea de mentirijillas, rugiéndose mutuamente y lanzándose golpes que eran fingidos, pero que hubieran podido destrozar el cráneo de un hombre. Nugget parloteaba excitado al verles. Faro Nell los contemplaba con una mirada femenina de desaprobación. Iniciaron la marcha. Semper parecía perezoso. Tras un sólo y breve vuelo descendió para posarse en la carga de Sitka, como el día anterior. Allí permaneció contemplando el panorama que a medida que avanzaban se iba convirtiendo de semiárido en un puro desierto. No tenía intención de volar. A las grandes aves no les gusta el vuelo cuando no hay vientos ni corrientes de las que puedan aprovecharse. Una vez Huyghens hizo alto y señaló a Bordman dónde estaban exactamente en la ampliada foto-mapa tomada desde el aire y el lugar preciso del que provenía la señal de socorro. —Lo hace usted por si acaso le ocurriera algo,—dijo Bordman—. Reconozco que es sensato, pero... ¿pero qué podría yo hacer en ayuda de esos supervivientes, si es que llegaba hasta ellos, sin la ayuda de usted? —Lo que ha aprendido acerca de las esfexas le ayudaría —repuso Huyghens—. Los osos también le ayudarían. Además, dejamos una nota en mi estación. Quien quiera que aterrice en el campo de aterrizaje, ya que el rayo faro está en marcha, hallaría Instrucciones para llegar hasta el sitio que nosotros pretendemos alcanzar. Volvieron a caminar. El estrecho sendero de la orilla no desértica del Sere Plateau quedaba detrás de ellos y marchaban por tanto cruzando la polvorienta arena del desierto. Mire aquí —dijo Bordman—. Quiero saber algo. Usted me dijo que está fichado en su planeta natal como ladrón de osos. Eso es una mentira que me dijo usted para proteger a sus amigos de la persecución y detención por parte de la Inspección Colonial. Le veo a usted solo, arriesgando la vida cada día. Corrió un gran riesgo al no disparar contra mí. Ahora se arriesga aún más por ayudar a hombres que serán testigos en su contra cuando se celebre el juicio. ¿Por qué lo hace? Huyghens sonrió. —Porque no me gustan los robots. No me gusta el hecho de que estén subordinando a los hombres, haciéndoles depender de ellos. —Siga —insistió Bordman—. ¡No veo por qué el sentir antipatía hacía los robots le convierta a usted en un criminal! Además los hombres no se están subordinando tampoco a los robots. —Pues si lo están. Soy un miserable, claro. Pero... me gusta vivir como un hombre en este planeta. Voy donde me place y hago lo que me viene e a gana. Mis ayudantes son mis amigos. ¿Si la colonia robot hubiera tenido éxito, habrían vivido como hombres los humanos de ella? Difícilmente. ¡Tendrían que vivir como les permitieran los robots! Habrían de quedarse en el interior de la cerca construida por los robots. Tendrían que consumir los alimentos que cultivaran los robots del suelo y no otros. ¡Oh, un hombre no podría siquiera trasladar su lecho más cerca de la ventana porque los robots del servicio doméstico no podrían trabajar! ¡Los robots les servirían del modo determinado por los propios robots... pero todo lo que ellos, los humanos, sacarían del caso sería estar al servicio de los robots! Bordman sacudió la cabeza. —Mientras el hombre necesite el servicio de los robots, tendrá que aceptar lo qué los robots tengan en pro y en contra. Si uno no necesita de esos servicios... —Yo quiero decidir por mí mismo qué es lo que quiero en vez de verme limitado a escoger lo que me ofrecen. En mi planeta natal nosotros tuvimos medio dominado el mundo con perros y armas. Después desarrollamos a los osos y con ellos terminamos el trabajo. Ahora hay exceso de población y falta de espacio para... ¡perros, osos, y hombres! Más y más personas se ven desposeídas de su derecho a la decisión, permitiéndoseles tan sólo escoger entre las cosas que los robots les ofrecen. Cuanto más se depende de los robots, más limitadas suelen ser las alternativas. ¡No queremos que nuestros hijos se limiten a querer lo que los robots les proporcionen. Preferimos verlos jugar con abandono allá donde los robots no puedan darles nada, limitarles en nada. Queremos que se conviertan en hombres y mujeres. No en malditos autómatas que viven empujando o oprimiendo controles robóticas para obtener lo necesario para seguir oprimiendo más controles. Si eso no es subordinación a los robots... —Lo que usted dice no es más que un argumento emotivo —protestó Bordman—. No todo el mundo siente de ese modo. —Pero yo sí. Y lo mismo pasa con una buena cantidad de otras personas. Esta es una galaxia condenadamente grande y apta para contener algunas sorpresas. Lo único seguro en un hombre y un robot que dependen entre sí, es que ninguno de ellos puede hacer frente a lo imprevisto. Va a venir un tiempo en el que necesitemos hombres que si puedan afrontar lo imprevisto. En mi planeta natal alguien solicitó Loren Dos para colonizarlo. Se le negó la autorización... demasiado peligroso. Pero los hombres, si son hombres, pueden colonizar cualquier parte. Así que vine a estudiar el planeta. Esencialmente a las esfexas. Eventualmente, teníamos intención de volver a solicitar la licencia, con pruebas de que éramos capaces de manejar esas bestias. Ya lo estoy haciendo en tono menor. Pero la Inspección autorizó una colonia robot... ¿y dónde está? Bordman adoptó una expresión sombría. —Ha escogido usted un medio erróneo de conseguir su fin, Huyghens. Es ilegal. Lo es. El espíritu de adelantado, cosa admirable, se ha visto mal encaminado. Después de todo fueron adelantados también quienes dejaron la Tierra y se lanzaron en busca de las estrellas. Pero... Sourdough se alzó sobre sus cuartos traseros y olisqueó el aire. Huyghens preparó su rifle. Bordman quitó el seguro del suyo, pero nada ocurrió. —En cierto modo —dijo Bordman—, habla usted de libertad y libre albedrío, que mucha gente considera cosas de la política. Usted afirma que puede ser algo más. En principio lo admito. Pero su manera de exponer estos conceptos los hacen sonar como principios de una supuesta religión engañosa. —Es autorespeto. —Puede que usted... Faro Nell gruñó. Empujó a Nugget con el hocico para arrimarlo más a Bordman. Le rezongó y trotó con rapidez hasta donde estaban Sitka y Sourdough encarados hacia la vasta planicie infestada de esfexas del Sere Plateau. Se instaló en posición de combate entre los dos machos. Huyghens miró con atención más allá de los osos y en su torno. —¡Esto puede ser malo! —dijo—. Pero por fortuna no hay viento. Hay aquí una especie de colina. ¡Venga, Bordman! Corrió delante, Bordman le seguía y Nugget iba pisándole los talones con su andadura pesada. Llegaron al punto elevado, un montículo de no más metro y medio por encima de la arena que les rodeaba, con un descoyuntado vegetal de apariencia de cactus sobresaliendo del suelo. Huyghens utilizó los binoculares para explorar los alrededores. —Una... Una esfexa —dijo con sequedad— ¡Sólo una! Y queda fuera de toda razón que haya una esfexa sola. ¡Pero tampoco es racional que se reúnan en cientos de miles! —humedeció el dedo y lo alzó—. Tampoco hay viento. Volvió a emplear los binoculares. —No sabe que estamos aquí —añadió—. Se aleja. No se ve otra a la vista... —dudó, mordiéndose los labios—. Mire aquí Bordman me gustaría matar a esa esfexa y averiguar algo. Hay un cincuenta por cien de probabilidades de que pudiera hallar algo realmente importante. Pero... podría tener que correr. Si tengo razón... Habrá que hacerlo rápidamente. Voy a montar a Faro Nell para ir de prisa. Dudo que Sitka y Sourdough quieran quedarse. Pero Nugget no puede correr muy de prisa aún. ¿Quiere quedarse a cuidarlo? —Supongo que usted sabe lo que se hace —contestó Bordman tras aspirar hondo. —Mantenga los ojos bien abiertos. Si ve algo, aunque sea lejos, dispare y ¡volveremos a la carrera! No espere a que esté lo bastante cerca para hacer blanco seguro. Dispare en cuanto le vea... si es que lo ve... Bordman asintió. Encontraba particularmente difícil hablar. Huyghens se acercó a los osos y trepó en Faro, agarrándose con fuerza a sus peludos lomos. —¡Vámonos! ¡Hacia allí! ¡Hale! Los tres Kodiaks se alejaron a toda velocidad. Huyghens oscilando y bamboleándose sobre Faro Nell. El súbito galope hizo que Semper casi perdiera el apoyo de sus patas. Aleteó frenético y alzó el vuelo. Siguió a su amo desde poca altura. Ocurrió todo muy de prisa Un oso Kodiak puede viajar tan veloz en ocasiones como un caballo de carreras. Los tres animales se encaminaron como flechas hacia un lugar a menos de un kilómetro en donde una forma pardo-azulada giró para hacerles frente. Se oyó la detonación del arma de Huyghens, que disparó desde lomos de Faro Nell, la explosión del proyectil y la del disparo sonaron casi juntas. El monstruo dio un salto y murió. Huyghens bajó de la osa. Pareció febrilmente atareado en algo del suelo. Semper describió unos círculos y tomó tierra. Contempló la escena con la calva cabeza ladeada. Bordman tenía la vista fija. Huyghens hacía algo a la esfexa muerta. Los dos osos machos olisqueaban por los alrededores, mientras que Faro Nell miraba su amo con gran curiosidad. En el montículo, Nugget bramó un poquito y Bordman le acarició. Nugget gruñó más fuerte. A lo lejos Huyghens se enderezó y montó a lomos de Faro Nell. Sitka miró atrás porque Sourdough se colocaba a su lado. Ambos miraron en dirección a Bordman. Los dos osos emprendieron el regreso al trote rápido. Semper alzó el vuelo, posándose en el hombro de Huyghens. Entonces Nugget ululó histéricamente y trató de trepar por Bordman como un osezno intenta trepar por el tronco de un árbol ante la presencia del peligro. Bordman cayó y con él el animal... y entonces se produjo el relampagueo de una piel a listas y espinosa y el aire se llenó de los gritos y aullidos de una esfexa en pleno salto de ataque. La bestia tenía a Bordman como meta. Cayó sobre el hombre y el osezno. Bordman no oía nada excepto los escalofriantes gritos de la esfexa, pero a cierta distancia Sitka y Sourdough acudían a la velocidad de un cohete. Faro Nell emitió un rugido que estalló nítido en el aire. Y mientras Bordman rodaba para ponerse en pie y empuñar su rifle, sintió algo que forcejeaba, que se agitaba, que daba coletazos. Su puro instinto le hizo reaccionar. La esfexa se agazapaba para saltar sobre el cachorro y Bordman, sin tiempo para más, utilizó el rifle tal y como lo había cogido, por el cañón, y golpeó con él como si fuera una maza. Pero la esfexa percibió su presencia y giró en redondo. Bordman se vio derribado. Un monstruo de más de trescientos cincuenta kilos salido directamente del infierno —medio gato salvaje, medio venenosa cobra, con manía homicida e hidrofobia— es imposible de resistir cuando su impacto se recibe en mitad dcl pecho. Entonces fue cuando llegó Sitka, bramando. Se plantó sobre sus cuartos traseros, emitiendo rugidos atronadores, desafiando a la esfexa al combate. Se lanzó hacia adelante. Huyghens se aproximó, pero no podía disparar porque Bordman se hallaba dentro del radio de acción de la bala explosiva. Faro Nell gruñía y rezongaba, luchando entre el ansia de asegurarse de que Nugget no había sufrido el menor daño con la frenética furia de una madre cuyo hijito se ha visto en peligro. Montado en Faro Nell, con Semper posado estúpidamente en su hombro, Huyghens contempló impotente cómo la esfexa escupía y aullaba a Sitka, teniendo tan sólo que extender una zarpa para acabar con la vida de Bordman. *** IV Se alejaron de allí, aunque Sitka parecía querer alzar con los dientes el desmadejado cadáver de su victima y lanzarlo repetidamente al suelo. Parecía el doble de furioso porque un hombre —para quien todos los descendientes de Kodius Champion sentían un profundo y emocional respeto— hubiera sido atropellado. Pero Bordman no tenía ninguna herida grave. Juró y perjuró mientras los osos corrían hacia el horizonte. Huyghens le había instalado en el arnés de carga de Sourdough, atándole y dejándole una sujeción manual para que no cayera. Bordman gritó: —¡Maldita sea, Huyghens! ¡Esto no está bien! ¡Sitka recibió unos cuantos arañazos profundos! ¡Las zarpas de ese bicho del infierno pueden ser ponzoñosas. Pero Huyghens gritó a los osos: —¡Hale! ¡Hale! Y continuaron su carrera contra el tiempo. Llevaban cubiertos tres kilómetros, cuando Nugget gimió desesperadamente por causa de su cansancio y Faro Nell se detuvo firmemente para empujarle con el hocico. —Esto puede ser bastante bueno —dijo Huyghens—. Considerando que no hace viento y que la gran masa de las bestias esta abajo de la plataforma y que ahí hablan sólo dos ejemplares. Quizás están demasiado atareados en las honras fúnebres. De todas maneras... Saltó al suelo y sacó el antiséptico y las gasas. —Primero Sitka —le espetó Bordman—. ¡Yo estoy bien! Huyghens desinfectó las heridas del corpulento oso. Eran ligeras porque Sitka Pete tenía vasta experiencia en la lucha con las esfexas. Luego Bordman dejó que el producto de olor tan peculiar —rezumaba a ozono— le fuera aplicado en gasas a las rasgaduras de su pecho. Contuvo el aliento cuando sintió las punzadas del escozor. Luego, dijo: —Fue culpa mía, Huyghens. Le miraba a usted en vez de escrutar el panorama. No tenía idea de lo que estaba haciendo. —Efectuaba una rápida disección —le confesó Huyghens—. Por suerte, aquella primera esfexa era hembra, como me esperaba. Y estaba a punto de poner sus huevos. ¡Uf! Y ahora sé por qué y dónde emigran las esfexas y cómo es que no necesitan caza aquí arriba. Colocó un vendaje adhesivo a Bordman y abrió la marcha hacia levante, acrecentando la distancia entre el grupo y las esfexas muertas. —Antes les había hecho la disección —dijo Huyghens—. Nunca se ha sabido bastante acerca de ellas. Si el hombre ha de vivir aquí es preciso averiguar muchísimas cosas más. —¿Vivir aquí con osos? —preguntó irónico Bordman. —Oh, sí —dijo Huyghens—. Pero el caso es que las esfexas vienen al desierto para desovar, para emparejarse y para criar gracias al calor del sol reconfortante, en la incubación. Es un sitio bastante particular. Las focas regresan a un lugar especial para emparejarse... y los machos, por lo menos, pasan sin comer muchas semanas en la época de celo. El salmón vuelve a su arroyo nativo para desovar. No comen y mueren poco después. Y las anguilas —utilizo ejemplos terrestres, Bordman— viajan varios miles de kilómetros hasta el mar de los Sargazos para emparejarse y morir. Desgraciadamente, las esfexas no mueren, pero es evidente que tienen un lugar ancestral para procrear ¡y que vienen al Sere Plateau para poner sus huevos! Bordman continuó marchando. Estaba furioso; furioso consigo mismo por no haber tomado las mas elementales precauciones; porque se había sentido demasiado seguro, como es costumbre sentirse un hombre en una civilización de robots; furioso porque no había utilizado su cerebro cuando Nugget gimió, ya que incluso un cachorro de oso es capaz de olfatear la proximidad del peligro. —Y ahora —añadió Huyghens—. Necesito algo del equipo que posee esa colonia robot. Con él creo que podemos dar un paso firme hacia el proyecto de hacer que este planeta se convierta en habitable por los hombres. Bordman parpadeó. —¿Qué dice? —Equipo —repitió Huyghens con impaciencia—. Lo habrá en la colonia robot. Los robots eran inútiles porque no podían prestar atención a las esfexas. Aun tienen el mismo defecto. ¡Pero si se les modifica el control, esas maquinas servirán! ¡No creo que se hayan estropeado por permanecer unos meses a la intemperie! Bordman siguió adelante, caminando. Al poco, dijo: —¡Nunca me Imaginé, Huyghens, que usted quisiera algo procedente de la colonial. —¿Y por qué no? —preguntó impaciente Huyghens—. Cuando los hombres construyen maquinas que hacen lo que ellos quieren, no hay nada malo. Incluso los robots son buenos si están donde deben estar. Pero en el trabajo que quiero hacer los hombres tendrán que utilizar lanzallamas. En la colonia ha de haber chismes de esos, puesto que tuvieron que quemar la maleza de una buena zona de terreno para construir la colonia. Y esterilizadores del terreno, para matar los brotes de todas aquellas plantas que los robots no pudieran controlar. ¡Volveremos a subir aquí, Bordman, y cuando menos destruiremos los huevos de esas bestias infernales! Si no podemos hacer mas que eso, repitiéndolo cada año, llegara un momento en que habremos exterminado la raza. Probablemente hay otras hordas de esfexas con lugar de desove distinto. Pero también lo encontraremos. ¡Convertiremos este planeta en un lugar donde los hombres de mi planeta puedan venir y seguir siendo hombres! Bordman respondió sardónico: —Fueron las esfexas las que derrotaron a los robots. ¿Esta usted seguro de que no quiere convertir este mundo en algo que sea saludable para los robots? Huyghens soltó una carcajada. —Usted sólo ha visto a un noctívago —dijo— ¿Y qué le parecen esas cosas de la ladera que le habrían extraído hasta la última gota de su sangre? ¿Sería usted capaz de recorrer el planeta con un robot de guardaespaldas, Bordman? ¡Ni hablar! Los hombres no podrían vivir en este mundo con sólo la ayuda de los robots. ¡Ya lo vera! *** V Encontraron la colonia al cabo de sólo diez días mas de viaje y después de que muchas esfexas y mas de unos cuantos animales tipo ciervo y peludos rumiantes hubieran caído bajo sus armas o por causa de los osos. Y hallaron supervivientes. Eran tres, endurecidos, barbados y hondamente amargados. Cuando la cerca electrificada se derrumbó, dos de ellos estaban en el túnel de una mina, instalando un nuevo panel de control para que los robots trabajaran. El tercero era el encargado de la explotación minera. Se alarmaron al interrumpirse de súbito la comunicación con la colonia y volvieron en un camión-tanque para ver qué pasaba, salvándose tan sólo por el hecho de ir desarmados. Hallaron esfexas husmeando y lloriqueando en torno a la caída colonia en un numero que les parecía increíble. Las esfexas olfatearon a los hombres del Interior del vehículo, pero no pudieron romper el blindaje. A su vez los hombres no podían matarlas, ya que de haber aniquilado a alguno de aquellos monstruos, las demás esfexas les hubieran seguido hasta la mina sitiándoles allí. Los supervivientes suspendieron, claro, todo trabajo de minería e intentaron usar los robots controlados a distancia para sus propósitos de venganza y para obtener alimentos. Los robots mineros, sin embargo, no estaban diseñados para aquella tarea. Y no tenían armas. Improvisaron lanzallamas en miniatura que quemaban combustible de los cohetes y ocasionalmente hicieron que algunas esfexas huyeran gritando lastimeramente y con el pellejo chamuscado. Pero eso era inútil en cuanto no mataba a las bestias. Y representaba un gasto de combustible. Al fin se parapetaron tras unas barricadas bien construidas y usaron sólo el combustible para mantener una señal luminosa preparada para utilizarla el día que viniera otro navío a inspeccionar la colonia. Se hallaban en la mina como en una prisión, racionada la comida, sin esperanza alguna. Como única diversión tenían la contemplación de los robots mineros que no podían funcionar para no gastar combustible, pero que de todas maneras lo único que eran capaces de hacer era extraer minerales. Cuando Huyghens y Bordman llegaron hasta ellos, los infelices se echaron a llorar. Odiaban a los robots y a todas las cosas robóticas un poco menos que odiaban a las esfexas. Pero Huyghens les explicó y, armados con las armas que portaban los osos en sus paquetes de carga, marcharon a la colonia muerta con los machos Kodiak como vanguardia y con Faro Nell cubriendo la parte de atrás. Durante el camino mataron a seis esfexas. En el claro, ahora con la maleza crecida, habían cuatro más. En las habitaciones de la colonia sólo había desorden y fragmentos de lo que antes fueron hombres. Pero habían alimentos, no muchos, porque las esfexas mordieron todo cuanto olía a hombre y al hacerlo estropearon los paquetes plásticos de comestibles esterilizados por radiación. Pero hallaron algunas latas de alimentos en conserva que habían salido intactas de la destrucción general. Y también combustible, que los hombres podían usar cuando tuvieran arreglados los paneles de control del equipo. Había robots por doquier, brillantes y bruñidos y listos para funcionar, pero inmóviles, con las plantas creciendo en su torno y sobre ellos. Ignoraron aquellos robots y en su lugar colocaron combustible a los lanzallamas —después de adaptarlos al manejo humano, ya que estaban diseñados para que los robots los hicieran funcionar— y también reaprovisionaron al gigantesco esterilizador del suelo que había sido construido para destruir la vegetación que los robots no podían arrancar de los cultivos. Luego tomaron el rumbo hacia el Sere Plateau. Al pasar el tiempo Nugget se fue convirtiendo en un mimado cachorrillo de oso, puesto que los hombres libertados aprobaban apasionadamente cuanto pudiera crecer y convertirse en un aniquilador de esfexas. Cada vez que acampaban hacían objeto al osito de sus caricias, mimos y atenciones. Por último llegaron a la plataforma siguiendo un camino trazado por las esfexas hasta la cumbre y entonces un enjambre de tan mortíferos bichos se lanzó contra ellos aullando y mostrándose dispuestos a despedazarlos. Mientras Bordman y Huyghens disparaban sin cesar, las grandes maquinas enarbolaron sus armas especiales. El esterilizador del suelo, tal y como estaba diseñado, era tan mortífero contra la vida animal que contra las semillas, siempre y cuando se pudiera alzar y apuntar su rayo diatérmico. Los osos dejaron de ser necesarios al poco tiempo, porque los requemados cadáveres de las esfexas atraían a mas y mas ejemplares vivos de todos los confines de la plataforma, aun cuando no hubiera brisa alguna que transportara el hedor de la carne quemada. El asunto de las esfexas oficialmente podía darse por terminado, aunque vinieron a miles para lloriquear y tratar de vengar a sus compañeras muertas... cosa que no pudieron hacer. Al cabo de un tiempo, los supervivientes de la colonia robot condujeron sus maquinas en grandes círculos en torno al enorme montón de bestias asesinadas, destruyendo a las recién llegadas a medida que venían. Fue la mayor matanza que el hombre había hecho hasta la fecha en cualquier otro planeta y quedarían muy pocos individuos de la horda de esfexas que solía procrear en aquella zona del desierto. *** VI Ni tampoco nacerían mas, porque el esterilizador del suelo pasaría por encima de las arenas que contenían los huevos de la esfexa, allí depositados para la incubación solar. Y el sol no los incubaría después de esa pasada. Huyghens y Bordman, para entonces, estaban acampados al borde de la plataforma con los Kodiaks. En cierto modo era beneficioso para los hombres de la colonia manejar por sí solos la operación de matanza de crías y gérmenes. Después de todo, sus compañeros habían muerto victimas de aquellos horrendos e implacables animales cuya casta trataban ahora de aniquilar. Una noche Huyghens apartó bruscamente a Nugget de donde el cachorro estaba olisqueando la carne de un venado puesta a asar sobre la hoguera del campamento. Nugget, gimiendo apenado, corrió a refugiarse tras su amigo Bordman y allí se quedó, esperando que el Inspector Colonial le acariciara. —Huyghens —dijo Bordman—, ha llegado el momento de zanjar nuestros asuntos. Usted es un colono ilegal y mi deber es arrestarle. Huyghens le miró con Interés. —¿Me ofrecerá el indulto a cambio de que denuncie a mis socios? —preguntó—, ¿o habré de alegar que no se me puede pedir que testifique en ml contra? Bordman exclamó: —¡Esto es irritante! Toda la vida he sido un hombre honrado, pero... no creo en los robots, como antes creía, a no ser que estén en los lugares adecuados para ellos. ¡Y éste no es un lugar apropiado! Por lo menos no en el aspecto en que la colonia había sido planeada. Las esfexas por poco los barren a todos, en cambio los robots nada podían hacer contra esos animales. Aquí tendrán que vivir osos y hombres o las gentes habrán de pasarse la existencia tras cercas a prueba de esfexas, aceptando sólo lo que les traigan los robots. ¡Y este planeta tiene demasiadas cosas de valor para que la humanidad lo deje de lado! ¡Pero vivir en un medio ambiente de robots en un planeta como Loren Dos... no sería satisfactorio para el amor propio de las gentes! —No se me estará poniendo religioso, ¿verdad? —preguntó Huyghens con sequedad—. Recuerde que antes la palabra «religioso» era su vocablo favorito para expresar el autorespeto. —¡Déjeme terminar! —protestó Bordman—. Mi trabajo consiste en dar el visto bueno al trabajo que se ha hecho en un planeta antes de que los primeros colonos definitivos se instalen a vivir en él. Y, claro, ver si se han cumplido las especificaciones. Ahora, la colonia robot a la que me mandaron inspeccionar, está prácticamente destruida. Tal y como la diseñaron no podía funcionar. No le era posible sobrevivir. Huyghens gruñó. Caía la noche. Dio la vuelta a la carne del fuego. —En casos de emergencia —dijo Bordman—, los colonos tienen derecho a llamar a cualquier navío que pase por la vecindad en demanda de ayuda. ¡Naturalmente! Así que mi informe dirá que la colonia tal y como estaba planeada resultó impráctica y que se vio invadida y destruida, excepto los tres supervivientes que se fortificaron y emitieron la señal de socorro. ¡Bien sabe usted que lo hicieron! —Siga —gruñó Huyghens. —Y ocurrió que... ocurrió que... si no le importa... que una nave con usted, los osos y el águila, captó la llamada. Así que usted aterrizó para ayudar a los colonos. Esa es la historia. Por tanto no es ilegal que usted se encuentre aquí. Era ilegal que estuviera usted ya aquí cuando se necesitó ayuda. Pero fingiremos que entonces usted aún no había venido. Huyghens miró por encima del hombro a la noche que se consolidaba. Dijo: —Ni yo mismo lograría creerlo auque me lo contara mi padre. ¿Cree que lo creerá la Inspección? —No son tontos —dijo Bordman con sequedad—. ¡Claro que no lo creerán! Pero cuando mi informe diga que por causa de esta inverosímil serie de acontecimientos se ha hecho factible la Colonización de este planeta, cuando antes no lo era, y cuando mi informe demuestre que una colonia robot sola es una soberana tontería, pero que con osos y hombres de su mundo además podrían reducirse tantos miles de colonos al año... Y, como de todas maneras, la mayor parte de eso es verdad... Huyghens pareció estremecerse un poco al reflejo de las llamas. —Mis informes tienen peso —insistió Bordman—. ¡De todas maneras se ofrecerá el asunto tal y como le digo! los organizadores de la colonia robot tendrán que estar de acuerdo o se verán obligados a arriar velas. Y su gente de usted puede hacerles aceptar las condiciones que se les antojen... El temblor de Huyghens se hizo claramente perceptible. Se estaba carcajeando. —Es usted un miserable embustero, Bordman —dijo—. No es inteligente ni razonable echar por la borda toda una vida de honradez sólo para sacarme de un apuro, ¿verdad? No esta actuando como animal racional, Bordman. Pero ya me lo pensé que obraría así cuando llegara el momento. Bordman se agitó. —Es la única solución que veo factible —dijo—. De todos modos dará resultado. —La acepto —contestó Huyghens sonriendo—. Con mi agradecimiento. Si al menos puede significar que unas cuantas generaciones más de hombres puedan vivir como tales en un planeta que va a necesitar de muchos esfuerzos para poderlo domesticar. Y... si quiere saberlo... porque así se impedirá que maten a Sourdough, a Sitka, a Nell y a Nugget por haberlos traído yo aquí ilegalmente. Algo oprimió con fuerza la espalda de Bordman. Nugget, el osezno, se apretaba contra él en su deseo de acercarse más a la fragante y aromática carne asada. Avanzó. Bordman perdió el equilibrio en su asiento y cayó de espaldas al suelo. Quedó con las piernas abiertas. Nugget olisqueaba el aroma de la carne con deleite. —Dele un azote —dijo Huyghens—. Así se retirará. —¡No! —exclamó Bordman indignado desde donde estaba—. No lo haré. ¡Es mi amigo!