Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Tres hormigas, Khalil Gibran.

TRES HORMIGAS

Tres hormigas se encontraron en la nariz de un hombre que estaba
tendido, durmiendo al sol. Y después de saludarse cada hormiga a la
manera y usanza de su propia tribu, se detuvieron allí, a conversar.
-Estas colinas y estas llanuras -dijo la primera hormiga- son las más
áridas que he visto en mi vida; he buscado todo el día algún grano, y no
he encontrado nada.
-Yo tampoco he encontrado nada -comentó la segunda hormiga- aunque he
visitado todos los escondrijos. Esta es, supongo, la que llama mi gente
la blanda tierra móvil donde no crece nada.
-Amigas mías -dijo la tercera hormiga, alzando la cabeza-, estamos
paradas ahora en la nariz de la Suprema Hormiga, la poderosa e infinita
Hormiga, cuyo cuerpo es tan grande que no podemos verlo, cuya sombra es
tan vasta que no podemos abarcar, cuya voz es tan potente que no podemos
oírla; y esta Hormiga es omnipresente.
Al terminar la tercera hormiga de decir esto, las otras dos se miraron,
y rieron.
En ese momento el hombre se movió, y en su sueño alzó la mano para
rascarse la nariz, y aplastó a las tres hormigas.

EL SEPULTURERO

Una vez, mientras yo estaba enterrando a uno de mis egos, se acercó a mí
el sepulturero, para decirme:
-De todos los que vienen aquí a enterrar a sus egos muertos, sólo tú me
eres simpático.
-Me halagas mucho -le repliqué-; pero, ¿por qué te inspiro tanta simpatía?
-Porque todos llegan aquí llorando -me contestó el sepulturero-, y se
van llorando; sólo tú llegas riendo, y te marchas riendo, cada vez.

EN LA ESCALINATA DEL TEMPLO

Ayer tarde, en la escalinata de mármol del templo vi a una mujer sentada
entre dos hombres. Una de las mejillas de la mujer estaba pálida, y la
otra, sonrojada.

LA CIUDAD BENDITA

Era yo muy joven cuando me dijeron que en cierta ciudad todos sus
habitantes vivían con apego a las Escrituras.
Y me dije: "Buscaré esa ciudad y la santidad que en ella se encuentra".
Y aquella ciudad quedaba muy lejos de mi patria. Reuní gran cantidad de
provisiones para el viaje, y emprendí el camino. Tras cuarenta días de
andar divisé a lo lejos la ciudad, y al día siguiente entré en ella.
Pero, ¡oh sorpresa! vi que todos los habitantes de esa ciudad sólo
tenían un ojo y una mano. Me asombró mucho aquello, y me dije: "¿Por qué
tendrán los habitantes de esta santa ciudad sólo un ojo, y sólo una mano?"
Luego, vi que también ellos se asombraban, pues les maravillaba que yo
tuviera dos manos y dos ojos. Y como hablaban entre sí y comentaban mi
aspecto, les pregunté:
-¿Es esta la Ciudad Bendita, en la que todos viven con apego a las
Escrituras?
-Sí, esta es la Ciudad, Bendita -me contestaron. Y añadí-; ¿Qué
desgracia os ha ocurrido, y qué sucedió a vuestros ojos derechos y a
vuestras manos derechas?
Toda la gente parecía conmovida.
-Ven; y observa por ti mismo -me dijeron.
Me llevaron al templo, que estaba en el corazón de la ciudad. Y en el
templo vi una gran cantidad de manos y ojos, todos secos.
-¡Dios mío! -pregunté-, ¿qué inhumano conquistador ha cometido esta
crueldad con vosotros?
Y hubo un murmullo entre los habitantes. Uno de los más ancianos dio un
paso al frente, y me dijo:
-Esto lo hicimos nosotros mismos: Dios nos ha convertido en
conquistadores del mal que había en nosotros.
Y me condujo hasta un altar enorme; todos nos siguieron. Y aquel anciano
me mostró una inscripción grabada encima del altar. Leí: "Si tu ojo
derecho peca, arráncalo y apártalo de ti; porque es preferible que uno
de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno.
Y si tu mano derecha peca, córtatela y apártala de ti, porque es
preferible que uno de tus miembros perezca, a que todo tu cuerpo sea
arrojado al infierno".
Entonces comprendí: Y me volví hacia el pueblo congregado, y grité: "¿No
hay entre vosotros ningún hombre, ninguna mujer con dos ojos y dos manos?"
Me contestaron: "No; nadie; sólo quienes son aún demasiado jóvenes para
leer las Escrituras y comprender su mandamiento".
Y al salir del templo inmediatamente abandoné aquella Ciudad Bendita,
pues no era yo demasiado joven, y sí sabía leer las Escrituras.

EL DIOS BUENO Y EL DIOS MALO

El Dios Bueno y el Dios Malo se entrevistaron en la cima de la montaña.
-Buenos días, hermano -dijo el Dios Bueno. El Dios Malo no contestó el
saludo.
Y el Dios Bueno prosiguió: -Estás hoy de mal humor.
-Si -dijo el Dios Malo-, porque últimamente me confunden contigo, me
llaman por tu nombre y me tratan como si fuera tú, y esto me desagrada
mucho.
--Pues has de saber que también a mi me han llamado por tu nombre -dijo
el Dios Bueno.
Al oir esto, el Dios Malo siguió su camino, y se fue maldiciendo la
estupidez de los hombres.

DERROTA

Derrota, mi derrota, mi soledad y mi aislamiento: Para mí eres más
valiosa que mil triunfos,
Y más dulce para mi corazón que toda la gloria mundanal.
Derrota, mi derrota, mi conocimiento de mi mismo y mi desafío.
Tú me has enseñado que soy joven aún y de pies ligeros y a no dejarme
engañar por laureles vanos.
Y en ti he encontrado la dicha de estar solo Y la alegría de ser alejado
y despreciado.
Derrota, mi derrota, mi fulgurante espada y mi escudo:
En tus ojos he leído que ser entronizado es ser esclavizado, y que ser
comprendido es ser derribado. Y que ser apresado es llegar a la propia
madurez Y como un fruto maduro, caer y ser objeto de consumo.
Derrota, mi derrota, mi audaz compañera:
Oirás mis cantos, mis gritos y silencios, y nadie mas que tú me hablará
del batir de las alas. De la impetuosidad de los mares. Y de montañas
que arden en la noche.
Y sólo tú escalarás mi inclinada y rocosa alma. Derrota, mi derrota, mi
valor indómito inmortal. Tú y yo reiremos juntos con la tormenta.
Y juntos cavaremos tumbas para todo lo que muere en nosotros. Y hemos de
erguirnos al sol, como una sola voluntad. Y seremos peligrosos.

LA NOCHE Y EL LOCO

Soy como tú, ¡oh Noche!, oscuro y desnudo; camino por la flameante senda
que está por encima de mis sueños diurnos, y siempre que mi planta toca
la tierra brota de ella un roble.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún te vuelves a ver cuán grande
es la huella de tus pasos en la arena.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, silente y profundo, y en el corazón de mi
soledad yace una diosa en trabajo de parto; y en el ser que de ella está
naciendo el Cielo toca al infierno.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues te estremeces aún antes de sentir
el dolor, y el canto del abismo te aterroriza.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, salvaje y terrible; pues mis oídos perciben
los gritos de naciones conquistadas y suspiros de olvidadas tierras.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún consideras a tu pequeño ego un
compañero, y no puedes ser amigo de tu monstruoso ego.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, cruel y terrible, pues mi pecho está alumbrado
por barcos que arden en el mar, y mis labios están húmedos de sangre de
guerreros degollados.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues aún está en tí el anhelo de
encontrar a tu alma gemela, y no has llegado a ser ley para ti mismo.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, gozoso y alegre; pues quien mora en mi sombra
está ahora ebrio de vino virgen, y quien me sigue va pecando con regocijo.
-No; no eres como yo, ¡oh Loco!, pues tu alma está envuelta en el velo
de los siete pliegues, y no llevas en la mano el corazón.
-Soy como tú, ¡oh Noche!, paciente y apasionado; pues en mi pecho están
enterrados mil amantes muertos, envueltos en sudarios de marchitos besos.
Loco, ¿de veras piensas que eres como yo? ¿Te pareces a mí? ¿Puedes
cabalgar en la tempestad como un potro salvaje, y asir el relámpago cual
si fuera una espada?
-Sí; como tú, ¡oh Noche!, como tú, soy poderoso y alto, y mi trono se
asienta sobre montañas de dioses caídos; y también ante mí desfilan los
días para besar la orla de mi veste, sin atreverse a mirarme al rostro.
-¿Piensas que eres como yo, tú, el hijo de mi más oscuro corazón?
¿Puedes pensar mis indómitos pensamientos y hablar mi vasto lenguaje?
-Sí; somos hermanos gemelos, ¡oh Noche!; pues tú revelas el espacio, y
yo revelo mi alma.