Audio publicado por Jose Ignacio BW

Las Mil y Una Noches (1) - HISTORIA DEL REY SCHAHRIAR Y DE SU HERMANO EL REY SCHAHZAMAN

Música de fondo SCHEHERAZADE N Rimsky Korsakov Las Mil Y Una Noches.
Autor anónimo
Si bien decimos que la obra es una serie de cuentos e historias hindúes, persas, abisinios, egipcios, todo tiene una estructura que le da unidad a esta extensa obra, mediante quien relata, la hija del visir, Schehrazada, la narradora que debe mantener siempre vivo el interés del cruel sultán, y así con su creatividad, astucia, sabiduría, lograr salvar su vida un día más.

Las Mil y Una Noches es una célebre recopilación de cuentos árabes del Oriente Medio medieval que utiliza la técnica del relato enmarcado o mise en abyme. El núcleo de estas historias está formado por un antiguo libro persa llamado Hazâr Afsâna (los Mil Mitos) El compilador y traductor de estas historias al árabe es, supuestamente, el cuentista Abu abd-Allah Muhammed el-Gahshigar, que vivió en el siglo IX. La historia principal sobre Scheherazada, que sirve de marco a los demás relatos, parece haber sido agregada en el siglo XIV. La primera compilación arábiga moderna, elaborada con materiales egipcios, se publicó en El Cairo en 1835.
Causó gran impacto en Occidente en el siglo XIX, una época en que las metrópolis impulsaban las expediciones e investigaciones geográficas y de culturas exóticas. Aunque Las mil y una noches se tradujeron por primera vez en 1704, esa primera versión al francés, de Antoine Galland, era una adaptación, un texto expurgado de los adulterios y hechos de sangre que abundan en el libro. Una de las traducciones que alcanzó popularidad fue la de Richard Francis Burton, diplomático, militar, explorador y erudito de la cultura africana.
Compuesto por tres grupos de relatos, el libro describe de forma fantástica y algo distorsionada la India, Persia, Siria, China y Egipto. Hacia el año 800, los relatos, transmitidos oralmente, habían sido agrupados en ciclos. Se cree que muchas de las historias fueron recogidas originariamente de la tradición de Persia (hoy en día Irán), Iraq, Afganistán, Tajikistán y Uzbekistán y compiladas más adelante, incluyendo historias de otros autores.
El libro ha sido adaptado muchas veces para uso de niños y adolescentes en todos los países de Occidente. Generalmente, se eligen para su difusión los relatos en los que prevalecen las aventuras y la fantasía. Por otra parte, narradores occidentales impactados por el libro imitaron su estructura de relatos engarzados. El inglés Robert Louis Stevenson es autor de Las nuevas noches árabes, que en realidad son una colección de relatos extraños ubicados en Londres. Fuente http://www.ellibrototal.com/ltotal/ficha.jsp?idLibro=2346
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LAS MIL Y UNA NOCHES.-

Cuéntase -pero Alah es más sabio, mas prudente, más poderoso y más benéfico- que en lo que transcurrió
en la antigüedad del tiempo y en lo pasado de la edad, hubo un rey entre los reyes de Sassan, en las islas de
la India y de la China. Era dueño de ejércitos y señor de auxilliares de servidores y de un séquito numeroso.
Tenía dos hijos, y ambos eran heroicos jinetes, pero el mayor valía más aún que el menor. El mayor reinó
en los países, gobernó con justicia entre los hombres, y por eso le querían los habitantes del país y del reino.
Llamábase el rey Schahriar. Su hermano, llamado Schahzaman; era el rey de Samarcanda Al-Ajam.
Siguiendo-las cosas el mismo curso, residieron cada uno en su país, y gobernaron con justicia a sus ovejas
durante veinte años. Y llegaron ambos hasta el límite del desarrollo y el florecimiento.
No dejaron de ser así, hasta que el mayor sintió vehementes deseos de ver a su hermano. Entonces ordenó
a su visir que partiese y volviese con él. El visir contestó: “Escucho y obedezco.”
Partió, pues, y llegó felizmente par la gracia de Alah; entró en casa de Schahzaman, le transmitió la paz,
le dijo que el rey Schahriar deseaba ardientemente verle, y que el objeto de su viaje era invitarle a visitar a
su hermano. El rey Schahzaman contesto: “Escucho y obedezco.” Dispuso los preparativos de la partida,
mandando sacar sus tiendas, sus camellos y sus mulos, y que saliesen sus servidores y sus auxiliares. Nombró
a su visir gobernador del reino y salió en demanda de las comarcas de su hermano.
Pero a media noche recordó una cosa que había olvidado; volvió a su palacio secretamente y se encaminó
a los aposentos de su esposa a quien pensaba encontrar triste y llorando por su ausencia. Grande fue, pues,
su sorpresa al hallarla departiendo con gran familiaridad con un negro, esclavo entre los esclavos. Al ver tal
desacato, el mundo se obscureció ante sus ojos. Y se dijo: “Si ha sobrevenido ésto cuando apenas acabo de
dejar la ciudad. ¿Cuán sería la conducta de esta esposa si me ausentase algún tiempo para estar con mi
hermano?” Desenvainó inmediatamente el alfanje, y acometiendo a ambos, los dejó muertos sobre los tapices
del lecho. Volvió a salir, sin perder una hora ni un instante, y ordenó la marcha de la comitiva. Y viajó
de noche hasta avistar la ciudad de su hermano.
Entonces éste se alegró de su proximidad, salió a su encuentro, y al recibirlo, le deseó la paz. Se regocijó
hasta los mayores límites del contento, mandó adornar en honor suyo la ciudad y se puso a hablarle lleno de
efusión. Pero el rey Schahzaman recordaba la fragilidad de su esposa, y una nube de tristeza le velaba la
faz. Su tez se había puesto pálida y su cuerpo se había debilitado. Al verle de tal modo, el rey Schahriar
creyó en su alma que aquello se debía a haberse alejado de su reino y de su país, lo dejaba estar sin preguntarle
nada. Al fin, un día, le dijo: “Hermano, tu cuerpo enflaquece y su cara amarillea.” Y el otro respondió:
“¡Ay, hermano, tengo en mi interior como una llaga en carne viva-!” Pero no le reveló lo que le había
ocurrido con su esposa. El rey Schahriar le dijo: “Quisiera que me acompañase a cazar a pie y a caballo,
pues así tal vez se esparciera tu espíritu.” El rey Schalizaman no quiso aceptar y su hermano se fue solo a la
cacería.
Había en el palacio unas ventanas que daban al jardín, y habiéndose asomado a una de ellas el rey Schahzaman,
vio corno se abría una puerta secreta para dar salida a veinte esclavas y veinte esclavos, entre los
cuales, avanzaba la mujer del rey Schahciar en todo el esplendor de su belleza, y ocultándose para observar
lo que hacían, pudo convencerse de que la misma desgracia de que él había sido víctima, la misma o mayor,
cabía a su hermano el sultán.
Al ver aquello, pensó el hermano del rey: “¡Por Alah! Más ligera es mi calamidad que esta otra.” Inmediatamente,
dejando que se desvaneciese su aflicción, se dijo: “¡En verdad, esto es más enorme que cuanto
me ocurrió a mí!” Y desde aquel momento volvió a comer y beber cuanto pudo.
A todo esto, el rey, su hermano, volvió de su excursión y ambos se desearon la paz íntimamente. Luego
el rey Schahriar observó que su hermano el rey Schalizaman acababa de recobrar el buen color, pues su
semblante había adquirido nueva vida, y advirtió también que comía con toda su alma después de haberse
alimentada parcamente en las primeros días. Se asombró de ello, y dijo: -”Hermano, poco ha te veía amarillo
de tez v ahora has recuperado los colores. Cuéntame qué te pasa.” El rey le dijo: “Te contaré la causa de
mi anterior palidez, pero dispénsame de reterirte el motivo de haber recobrado los colores.” El rey replicó:
“Para entendernos, relata primeramente la causa de tu pérdida de color y tu debilidad.” Y se explicó de este
modo: “Sabrás, hermano, que cuando enviaste tu visir para requerir mi presencia, hice mis preparativos de
marcha, y salí de la ciudad. Pero después me acordé de la joya que te destinaba y que te di al llegar a tu
palacio. Volví, pues, y encontré a mi mujer y a un esclavo negro departiendo con gran familiaridad. Los
maté a los dos, y vine hacia ti, muy atormentado por el recuerdo de tal aventura. Este fue el motivo de mi
primera palidez y de mi enflaquecimiento. En cuanto a la causa de haber recobrada mi buen color, dispénsame
de mencionarla.”
Cuando su hermano oyó estas palabras, le dijo: “Por Alah te conjuro a que me cuentes la causa de haber
recobrado tus colores.” Entonces el rey Schalizaman le refirió cuanto había visto. Y el rey Schaliriar dijo:
“Ante todo, es necesario que mis ojos vean semejante cosa.” Su hermano le respondió: “Finge que vas de
caza, pera escóndete en mis aposentos, y serás testigo del espectáculo: tus ojos lo comprobarán.”
Inmediatamente, el rey mandó que el pregonero divulgase la orden de -marcha. Los soldados salieron con
sus tiendas fuera de la ciudad. El rey marchó también, se ocultó en su tienda y dijo a sus jóvenes esclavos:
“¡Que nadie entre!” Luego se disfrazó, salió a hurtadillas y se dirigió al palacio. Llegó a los aposentos de su
hermano, y se asomó a la ventana que daba al jardín. Apenas había pasado una hora, cuando salieron las
esclavas, rodeando a su señora, y tras ellas los esclavos. E hicieron cuanto había contado Schahzaman.
Cuando vio estas cosas el rey Schahriar, la razón se ausentó, de su cabeza, y dijo a su hermano: “Marchemos
para saber cuál es nuestro destino en el camino de Alah, porque nada de común debemos tener con
la realeza hasta encontrar a alguien que haya sufrido una aventura semejante a la nuestra. Si no, la muerte
sería preferible a nuestra vida.” Su hermano le contestó lo que era apropiado, y ambos salieron por una
puerta secreta del palacio. Y no cesaron de caminar día y noche, hasta que por fin llegaron a un árbol, en
medio de una solitaria pradera, junto al mar salado. En aquella pradera había un manantial de agua dulce.
Bebieron de ella y se sentaron a descansar.
Apenas había transcurrido una hora del día, cuando el mar empezó a agitarse. De pronto brotó de él una
negra columna de humo, que llegó hasta el cielo y se dirigió después hacia la pradera. Los reyes, asustados,
se subieron a la cima del árbol, que era muy alto, y se pusieron a mirar lo que tal cosa pudiera ser. Y he
aquí que la columna de humo se convirtió en un efrit de elevada estatura, poderoso de hombros y robusto
de pecho. Llevaba un arca sobre la cabeza. Puso el pie en el suelo, y se dirigió hacia el árbol y se sentó debajo
de él. Levantó entonces la tapa del arca, sacó de ella una caja, la abrió, y apareció en seguida una encantadora
joven, de espléndida hermosura, luminosa lo mismo que el sol, como dijo el poeta:
¡Antorcha en las tinieblas, ella aparece y es el día! ¡Ella aparece y con su luz se iluminan las auroras!
¡Los soles irradiar con su claridad y las lunas con las sonrisas de sus ojos! ¡Que los velos de su misterio
se rasguen, e inmediatamente las criaturas se prosternan encantadas a sus pies!
¡Y ante los dulces relámpagos de su mirada, el rocío de las lágrimas de pasion humedece todos los párpados!
Después que el efrit hubo contemplado a. la hermosa joven, le dijo: “¡Oh soberana de las sederías! ¡Oh
tú, a quien rapté el mismo día de tu boda! Quisiera dormir un poco.” Y el efrit colocó la cabeza en las rodillas
de la joven y se durmió.
Entonces la joven levantó la cabeza hacia la copa del árbol y vio ocultos en las ramas a los dos reyes. En
seguida apartó de sus rodillas la cabeza del efrit, la puso en el suelo, y les dijo por señas: “Bajad, y no tengáis
miedo de este efrit.” Por señas, le respondieron: “¡Por Alah sobre ti! ¡Dispénsanos de lance tan peligroso!”
Ella les dijo: “¡Por Alah sobre vosotros! Bajad en seguida si no queréis que avise al efrit; que os
dará la peor muerte.” Entonces, asustados, bajaron hasta donde estaba ella, la joven los tomó de las manos,
se internó con ellos en el bosque y les exigió algo que no pudieron negarle. Una vez estuvieron cumplidos
sus deseos sacó del bolsillo un saquito y del saquito un collar compuesto de quinientas setenta sortijas con
sellos, y les pregunto “¿Sabéis lo que es esto?” Ellos contestaron: “No lo sabemos.” Entonces les explicó la
joven: “Los dueños de estos anillos hicieron lo mismo que vosotros junto a los cuernos insensibles de este
efrit. De suerte que me vais a dar vuestros anillos.” Lo hicieron así, sacándoselos de los dedos, y ella entonces
les dijo: “Sabed que este efrit me robó la noche de mi boda; me encerró en esa caja, metió la caja en el
arca, le echó siete candados y la arrastró al fondo del mar, allí donde se combaten las olas. Pero no sabía
que cuando desea alguna cosa una mujer no hay quien la venza.” Ya lo dijo el poeta:
¡Amigo: no te fíes de la mujer; ríete de sus promesas! ¡Su buen o mal humor depende de sus caprichos!
¡Prodigan amor falso cuando la perfidia-las llena y forma como la trama de sus vestidos!
¡Recuerda respetuosamente las palabras de Yusuf! ¡Y no olvides que Eblis hizo que expulsaran a Adán
por causa de la mujer!
¡No te confíes, amigo! ¡Es inútil! ¡Mañana, en aquella que creas más segura, sucederá al amor puro una
pasión loca!
Y no digas: “¡Si me enamoro, evitaré las locuras de los enamorados!” ¡No lo digas! ¡Sería verdaderamente
un prodigio único ver salir a un hombre sano y salvo de la seducción de las mujeres!
Los dos hermanos; al oír estas palabras, se maravillaron hasta mas no poder, y se dijeron uno a otro: “Si
éste es un efrit, y a pesar de su poderío le han ocurrido cosas más enormes que a nosotros, esta aventura debe
consolarnos.” Inmediatamente se despidieron de la joven y regresaron cada uno a su ciudad.
En cuanto el rey Schahriar entró en su palacio, mandó degollar a su esposa, así como a los esclavos y esclavas.
Después persuadido de que no existía mujer alguna de cuya fidelidad pudiese estar seguro, resolvió
desposarse cada noche con una y hacerla degollar apenas alborease el día, siguiente. Así estuvo haciendo
durante tres años, y todo eran lamentos y voces de horror. Los hombres huían con las hijas que les quedaban.
En esta situación, el rey mandó al visir que, como de costumbre, le trajese una joven. El visir, por más
que buscó, no pudo encontrar ninguna, y regresó muy triste a su casa, con el alma transida de miedo ante el
furor del rey. Pero este visir tenía dos hijas de gran hermosura-, que poseían todos los encantos, todas las
perfecciones y eran de una delicadeza exquisita. La mayor se llamaba Schathrazada, y el nombre de la menor
era Doniazada.
La mayor; Schaltrazada, había leído los libros, los anales, las leyendas de los reyes antiguos y las historias
de los pueblos pasados. Dicen que poseía también mil libros de crónicas referentes a los pueblos de las
edades remotas, a los reyes de la antigüedad y sus poetas. Y era muy elocuente v daba gusto oírla.
Al ver a su padre, le habló así: “Por qué te veo tan cambiado, soportando un peso abrumador de pesadumbres
y aflicciones?... Sabe, padre, que el poeta dice: “¡Oh tú, que te apenas, consuélate! Nada es duradero,
toda alegría se desvanece y todo pesar se olvida.”
Cuando oyó estas palabras el visir; contó a su hija cuanto había ocurrido desde el principio al fin, concerniente
al rey. Entonces le dijo Schahrazada: “Por Alah, padre, cásame con el rey, porque si no me mata seré
la causa del rescate de las hijas de los musulmanes y podré salvarlas de entre las manos del rey.” Entonces
el visir contestó: “¡Por Alah sobre ti! No te expongas nunca a tal peligro.” Pero Schahrazada repuso: “Es
imprescindible que así lo haga.” Entonces le dijo su padre: “Cuidado no te ocurra lo que les ocurrió al asno
y al buey con el labrador. Escucha su historia:

FÁBULA DEL ASNO, EL BUEY Y EL LABRADOR.-

“Has de saber, hija mía, que hubo un comerciante dueño de grandes riquezas y de mucho ganado. Estaba
casado y con hijos. Alah, el Altísimo, le dio igualmente el conocimiento de los lenguajes de los animales y
el canto de los pájaros. . Habitaba este comerciante en un país fértil, a orillas de un río. En su morada había
un asno y un buey.
Cierto día llegó el buey al lugar ocupado por el asno y vio aquel sitio barrido y regado. En el pesebre había
cebada y paja bien cribadas, y el jumento estaba echado, descansando. Cuando el amo lo montaba, era
sólo para algún trayecto corto y por asunto urgente, y el asno volvía pronto a descansar. Ese día el comerciante
oyó que el buey decía al pollino: “Come a gusto y que te sea sano, de provecho y de buena digestión.
¡Yo estoy rendido y tú descansando, después de comer cebada bien cribada! Si el amo, te monta alguna que
otra vez, pronto vuelve a traerte. En cambio yo me reviento arando y con el trabajo del molino.” El asno le
aconsejo: “Cuando salgas al campo y te echen el yugo, túmbate y no te menees aunque te den de palos. Y si
te levantan, vuélvete a echar otra vez. Y si entonces te vuelven al establo y te ponen habas, no las comas,
fíngete enfermo. Haz por no comer ni beber en unos días, y de ese modo descansarás de la fatiga del trabajo.”
Pero el comerciante seguía presente, oyendo todo lo que hablaban.
Se acercó el mayoral al buey para darle forraje y le vio comer muy poca cosa. Por la mañana, al llevarlo
al trabajo, lo encontró enfermo. Entonces el amo dijo al mayoral: “Coge al asno y que are todo el día en lugar
del buey.” Y el hombre unció al asno en vez del buey y le hizo arar todo el día.
Al anochecer, cuando el asno regresó al establo, el buey le dio las gracias por sus bondades, que le habían
proporcionado el descanso de todo el día; pero el asno no le contestó. Estaba muy arrepentido.
Al otro día el asno estuvo arando también durante toda la jornada y regresó con el pescuezo desollado,
rendido de fatiga. El buey, al verle en tal estado, le dio las gracias de nuevo y lo colmó de alabanzas. El asno
le dijo: “Bien tranquilo estaba yo antes. Ya ves cómo me ha perjudicado el hacer beneficio a los demás.”
Y en seguida añadió: “Voy a darte un buen consejo de todos modos. He oído decir al amo que te entregarán
al matarife si no te levantas, y harán una cubierta para la mesa con tu piel. Te lo digo para que te salves,
pues sentiría que te ocurriese algo.”
El buey, cuando oyó estas palabras del asno, le dio las gracias nuevamente, y le dijo: “Mañana reanudaré
mi trabajo.” Y se puso a comer, se tragó todo el forraje y hasta lamio el recipiente con su lengua.
Pero el amo les había oído hablar. En cuanto amaneció fue con su esposa hacia el establo de los bueyes y
las vacas, y se sentaron a la puerta.Vino el mayoral y sacó al buey, que en cuanto vio a su amo empezó a
menear la cola, y a galopar en todas direcciones como si estuviese loco. Entonces le entró tal risa al comerciante,
que se cayó de espaldas. Su mujer le preguntó: “¿De qué te ríes?” Y él dijo: “De una cosa que he
visto y oído; pero no la puedo descubrir porque me va en ello la vida.” La mujer insistió: “Pues has de
contármela, aunque te cueste morir.” Y él dijo: “Me callo, porque temo a la muerte.” Ella repuso: “Entonces
es que te ríes de mí.” Y desde aquel día no dejó de hostigarle tenazmente, hasta que le puso en una gran
perplejidad. Entonces el comerciante mandó llamar a sus hijos, así como al kadí y a unos testigos. Quiso
hacer testamento antes de revelar el secreto a su mujer, pues amaba a su esposa entrañablemente porque era
la hija de su tío paterno, madre de sus hijos, y había vivido con ella ciento veinte años de su edad. Hizo
llamar también a todos los parientes de su esposa y a los habitantes del barrio y refirió a todos lo ocurrido,
diciendo que moriría en cuanto revelase el secreto. Entonces toda la gente dijo a la mujer: “¡Por Alah sobre
ti! No te ocupes más del asunto; pues va a perecer tu marido, el padre de tus hijos.” Pera ella replico:
“Aunque le cueste la vida no le dejaré en paz hasta que me haya dicho su secreto.” Entonces ya no le rogaron
más. El comerciante se apartó de ellos y se dirigió al estanque de la huerta para hacer sus abluciones y
volver inmediatamente a revelar su secreto y morir.
Pero había allí un gallo lleno de vigor, capaz de dejar satisfechas a cincuenta gallinas, y junto a él hallábase
un perro. Y el comerciante oyó que el perro increpaba al gallo de este modo: “ ¿No te avergüenza el
estar tan alegre cuando va a morir nuestro ama?” Y el gallo preguntó: “¿Por qué causa va a morir?”
Entonces el perro contó toda la historia, y el gallo repuso: “¡Por Alah! Poco talento tiene nuestro amo.
Cincuenta esposas tengo yo, y a todas sé manejármelas perfectamente, regañando a unas y contentando a
otras. ¡En cambio, él sólo tiene una y no sabe entenderse. con ella! El medio es bien sencillo: bastaría con
cortar unas cuantas varas de morera, entrar en el camarín de su esposa y darle hasta que sucumbiera o se
arrepintiese. No volvería a importunarle con preguntas.” Así dijo el gallo, y cuando el comerciante oyó sus
palabras se iluminó su razón, y resolvió dar una paliza a su mujer.
El visir interrumpió aquí su relato para decir a su hija, Schahrazada: “Acaso el rey haga contigo lo que el
comerciante con su mujer.” Y Schahrazada preguntó: “¿Pero qué hizo?” Entonces el visir prosiguió de este
modo:
“Entró el comerciante llevando ocultas las varas de morera, que ocababa de cortar, y llamó aparte a su
esposa: “Ven a nuestro, gabinete para que te diga mi secreto.” La mujer le siguió; el comerciante se encerró
con ella y empezó a sacudirla varazos, hasta que ella acabó por decir: “¡Me arrepiento, me arrepiento!” Y
besaba las manos y los pies de su marido. Estaba arrepentida de veras. Salieron entonces, y la concurrencia
se alegró muchísimo, regocijándose también los parientes. Y todos vivieron muy felices hasta la muerte.”
Dijo. Y cuando Schahrazada, hija del visir, hubo oído este relato, insistió nuevamente en su ruego: Padre,
de todos modos quiero que hagas lo que te he pedido.” Entonces el visir, sin replicar nada, mandó que preparasen
el ajuar de su hija, y marchó a comunicar la nueva al rey Schahrían
Mientras tanto, Schahrazada decía a su hermana Doniazada: “Te mandaré llamar cuando esté en el palacio,
y así que llegues y veas que el rey ha terminado de hablar conmigo, me dirás: “Hermana, cuenta alguna
historia maravillosa que nos haga pasar la noche.” Entonces yo narraré cuentos que, si quiere Alah, serán la
causa de la emancipación de las hijas de los musulmanes.”
Fue a buscarla después el visir, y se dirigió con ella hacia la morada del rey. El rey se alegró muchísimo
al ver a Schahrazada, y preguntó a su padre: “¿Es ésta lo que yo necesito?” Y el visir dijo respetuosamente:
“Sí, lo es.”
Pero cuando el rey quiso acercarse a la joven, ésta se echó a llorar. Y el rey le dijo: “¿Qué te pasa?” Y
ella contestó: “¡Oh rey poderoso, tengo una hermanita, de la cual quisiera despedirme!” El rey mandó buscar-
a la hermana, y vino Doniazada.
Después empezaron a conversar Doniazada dijo entonces a Schahrazada: “¡Hermana, por Alah sobre ti!
cuéntanos una historia que nos haga pasar la noche.” Y Schahrazada contestó: “De buena gana, y como un
debido homenaje, si es que me lo permite este rey tan generoso, dotado de tan buenas maneras.” El rey, al
oir estas palabras, como no tuviese ningún sueño, se prestó de buen grado a escuchar la narración de Schahrazada...