Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El puma y la comida.

EL PUMA Y LA COMIDA

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Descripción de la imagen 2:

En esta imagen podemos observar a un hombre y una mujer en un cuarto, ambos están en una cama, el hombre duerme y la mujer se encuentra sentada en la cama
sosteniendo con sus manos una radio y escuchando música. También se puede observar una mesita de noche al lado derecho con objetos sobre ella los cuales
son un vaso, una botella y un libro y también hay un cuadro pegado al lado arriba de la cama el cual muestra la imagen de un santo y las sandalias de la
mujer cerca de la cama.

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María del Rosario, conocida como Chayo, sintió deseos de jalarse las mechas. Pelo por pelo, se decía. No por furia, porque por ahí no le daba con Moncho,
sino, digamos, congoja, elemento perenne de un tiempo a esta parte, y colerilla, a partir de ayer: se le había hecho tacaño y, también, un mucho desamorado.

En su habitual talante beatífico murmuró: Dios proveerá. Pero recordando lo de la noche anterior, adicionado por el malestar imborrable de lo sugerido
por la vecina, se pasó delicadamente la mano por la cabeza, sonrió maliciosamente y cambio su pobre beatífico por otro diabólico. Musitó, ahora cólera:
¡Qué coma ñisca!

Moncho, conocido también como Ramón, no tardaría en llegar. Eso no la preocupaba y menos ahora. Si bien el amor se le había venido destiñendo y estaba
alicaído, no por desacuerdos pues ella siempre mostraba asentimiento y él era pacífico y apático en la casa sufrible y convivible sino por la ya no recién
nacida pero sí creciente tacañería dicha, llegada esta mañana al exceso de lo absurdo: cien pesos. Si bien lo de la noche anterior lo calificaba Chayo
de soberbio, lo más lo puso ella o, mejor dicho El Puma, eso, en vez de tomarla más dócil y complaciente y hasta sacrificada,

Le dio alas, pues Moncho se emocionó y, al final, la apretó en un abrazo muy fuerte y le dio un beso, cosa no sucedida desde hacía muchos meses.

El encafinamiento que se traía ahora Chayo, en su rumiar de sacaclavos, no era por lo de la cama sino por lo de Moncho, pues seguro él desearía volver
a hacer el amor con El Puma, perdón, con Chayo, por una razón: la nueva ronda vale si la anterior ha convencido. Así es que tomó la decisión de asir la
sartén por el mango, de modo que Moncho entendiera que ella, si lo de la vecina tenía asidero, podía complacer, por una parte y, por otra, que el reprís
se condicionaba.

Eso le dio ánimo y coraje sobre todo coraje para jugársela con los cien pesos, pero, para joderlo, demostrándole que no se mamaba el dedo y, como adición,
que era la dueña de la bola y tenía armas poderosas joditivas pero poderosas para obligarlo a que se pusiera las pilas y soltara, si quería celeste, más
mosca y, si quería comer, a comer en casa.

El Puma era el amor de oreja de Chayo. La excitaba y sus buenas aventuras habían tenido con él cuando, desde la radio, la inducía a serle infiel a Moncho.
Durante sus interminables andurriales del trabajo casero le cantaba al oído. El Puma llegó a hacerse suyo y si bien Moncho no le creaba problemas, sin
pensarlo lo cambiaría, pues ya le estaba llegando a la coronilla su inapetencia en los dos frentes: la cama y la plata.

Moncho no tenía apuros de hogar: comida preparada, ropa y casa limpias, paz, sosiego. Había sido espléndido en todo, pero, últimamente, era escasón en
amores y más escasón y esto gradualmente hacia abajo— en el aporte económico, no para lujos desmedidos que Chayo era frugal, sino apenas, y muy apenas,
para la comprilla de la alimentación, jabones y otros.

La dotación diaria para el gasto se reducía. El último aporte fue de cien pesos. ¡Cien pesos para todo un día! El Puma en la radio la había preparado para
su respuesta de la noche anterior y si bien había sido el marido el que estuvo con ella, la luz apagada y la sublimación erótica deseada

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Crearon lo suyo. Quien la poseía, primero en la imaginación y luego vuelto realidad, era El Puma, y fue El Puma quien hizo el milagro  de su satisfacción
plena y de la respuesta, porque no de Moncho, hacía mucho tiempo no sentida en tal esplendidez. Si bien no lamentaba la poca apetencia de Moncho en las
noches pretéritas pues ya se había acostumbrado, cuando una vecina malintencionada y lengua larga, en el momento en que chayo le hacía el comentario del
dinero exiguo, le sugirió, en broma, desde luego, pero las bromas tienen algo cierto o por lo menos siembran la duda, que Moncho comía afuera, se indignó
en realidad. No con la vecina pues no podía dar  el brazo a torcer, sino con el propio Moncho, tal mal parado  ese día en lo económico, a pesar de lo bien
en lo otro.

De ahí su primer clavo sacado, aunque con intercesión de el puma, para demostrarle que componía; le seguiría el de los cien pesos, que se aprestaba, alicate
en mano, a extraerlo, precisamente ahora.

Preparo la mesa como si fuera un altar: el mejor mantel y la mejor vajilla esos de las grandes ocasiones que nunca llegaban. En el centro un florerito
con tres rosas cortadas en el jardín. No colocó candelabros porque no los tenía, ni música de fondo porque a Moncho sólo le gustaban los rockes bullistos.

Cuando Moncho llegó y pidió la comida le contestó: está lista. Después del lavamanos el hombre se sentó tranquilamente hasta que la sorpresa se le vino
encima: Pero, ¿qué es esto? ¿Qué hace ese billete de cien pesos en mi plato? ¿Dónde está la comida? En el plato, Moncho,  le respondió con cierto dejo
triunfalista de ironía. Y no podes quejarte. ¿No ves que lo adorne con hojita de lechuga y una tajada de tomate?.

(Francisco Zúñiga Díaz)

(nota)

Por ser un cuento con  términos muy costarricenses, me atrevo a aclarar:

El puma  creo que se refiere a José Luis rodríguez.

Encanfinarse es enojarse.

“comer a fuera” es de doble interpretación tanto  ingerir alimentos como tener relaciones sexuales extramatrimoniales.

Echar mosca es dar dinero.