Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Flores del corazón.

Francisco González Bocanegra.
Flores del corazón.
 
¡Siempre mis ojos húmedos del llanto
 
Que arranca al corazón el desconsuelo!
 
¡Un eco siempre de mortal quebranto,
 
Siempre un gemido de dolor y duelo!
 
 
 
 
Grito es que lanza el corazón herido
 
Por la mano cruel de los dolores;
 
Llanto que sin cesar ha humedecido
 
De mi esperanza las marchitas flores.
 
 
 
 
¡Flores del corazón! ¡flores queridas!
 
Aquí en mi pecho con amor guardadas,
 
Con el amor de una mujer nacidas,
 
Y con su amor también alimentadas!
 
 
 
 
¿En dónde estáis que no os encuentro? ¿en dónde?
 
No fueron ¡ay! mis ilusiones ciertas,
 
Y acá en mi pecho á mi clamor responde
 
Una voz que me dice que estáis muertas.
 
 
 
 
¿No os volverá de nuevo á la existencia
 
El abundante lloro que derramo?
 
¿No creceréis de nuevo á la influencia
 
De la mujer que en mis delirios amo?
 
 
 
 
Como flores del valle que galanas
 
Se abren bebiendo gotas de rocío,
 
¡Flores del corazón! así lozanas,
 
Creced vosotras con el llanto mío:
 
 
 
 
Que me embriague de nuevo vuestro aroma,
 
Que contemple otra vez vuestros colores,
 
Y cual canta en el valle la paloma,
 
Os cantaré también, ¡benditas flores!
 
 
 
 
Que mi lira con lágrimas regada
 
Recobre por vosotras su armonía;
 
Y el alma á sus delirios entregada,
 
Torne á gozar, como gozar solía
 
 
 
 
Como único consuelo á mi tormento
 
Yo he cantado mis íntimos pesares;
 
Y alivio á mi dolor con triste acento,
 
Pedí llorando al pie de los altares.
 
 
 
 
Mis cantos son la postrimera ofrenda
 
Que he consagrado á la mujer que adoro;
 
Ellas han sido de mi amor la prenda,
 
Prenda regada con mi amargo lloro.
 
 
 
 
Yo he vagado á merced de mi destino
 
Abandonado y triste por el mundo,
 
Y no he encontrado en mi infeliz camino
 
Quien comprendiera mi dolor profundo.
 
 
 
 
Y era á mi pecho bálsamo suave
 
Gemir, cantar mis íntimos dolores,
 
Como en el bosque solitaria el ave
 
Llora al perder sus cándidos amores.
 
 
 
 
Si en mis eternas horas de martirio
 
He cantado, mi Elisa, nuestra historia,
 
Es que siempre acompaña á mi delirio
 
De nuestro amor perdido la memoria.
 
 
 
 
He querido, mi bien, que mis acentos,
 
Que en el espacio azul se habrán perdido,
 
Fueran llevados por los raudos vientos
 
A resonar como antes en tu oído.
 
 
 
 
Imaginaba la ardorosa mente
 
Que al escuchar mi cántiga sencilla,
 
Una lágrima acaso tristemente
 
Rodara por la cándida mejilla.
 
 
 
 
Ella hubiera aliviado mis dolores, 
 
Y al realizarse mi ilusión querida,
 
Del corazón las agostadas flores
 
Hubieran vuelto á recibir la vida.
 
 
 
 
A ti sola dijera mis pesares
 
Si te tuviera a ti, dulce amor mío;
 
Y tú sola escucharas los cantares
 
Que sin cesar en mi dolor te envío.
 
 
 
 
Te dijera en secreto mis amores
 
Sin más testigo de mi amor que el cielo,
 
Y al confiarte mis íntimos dolores,
 
Te pidiera en secreto mi consuelo.
 
 
 
 
Y unidas nuestras almas por los lazos
 
Que no pudiera desatar la suerte,
 
Me sorprendiera alegre entre tus brazos
 
Amor soñando la temida muerte.
 
 
 
 
Atrevida la mente ora se lanza
 
En pos de una ilusión; la ve risueña
 
Cual un tiempo brillar en lontananza…
 
¡Cual un tiempo también la mente sueña!
 
 
 
 
Tras densa nube mi ilusión se esconde,
 
Do quier la busca mi mirada incierta,
 
Y una voz si la llamo me responde:
 
“Esta la flor de tu esperanza muerta.”
 
 
 
 
Entonces el corazón lanza un gemido,
 
Vuelvo a pulsar mi desacorde lira,
 
Y al compás de su acento dolorido
 
De nuevo el alma de dolor suspira:
 
 
 
 
Y sin tener á quien confiar mis penas,
 
Elisa, á ti mis cántigas envío;
 
A ti, mi bien, que en horas más serenas
 
Sensible fuistes al acento mío.
 
 
 
 
Si llegaren á ti, si se estremece
 
Al escucharlas con recuerdos tu alma,
 
Piensa que al pecho que por ti padece
 
Solo tu amor le volverá la calma.
 
 
 
 
Mas de mi lira romperé las cuerdas
 
Si su vibrar tristísimo te enoja,
 
Cual destrozaste, Elisa, ¿lo recuerdas?
 
La flor del corazón, hoja por hoja.
 
 
 
 
Pronto cual ella acabará mi vida;
 
No quiero, no, que ante mi tumba llores;
 
Pero al verme espirar, compadecida
 
 
Vuélveme al pobre corazón sus flores.
 
 
Flores del corazón.
Francisco González Bocanegra.