Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Manos vacías.

Manos vacías Por Naty Vozzi

La historia de mi pueblo es una historia triste... La conozco poco, mi abuela me ha dicho que antiguamente éramos dueños de la tierra y de nuestra vida,
ahora no,  ahora tenemos las manos vacías, no entiendo muy bien por qué, casi siempre vacías. Estas manos, ajadas de trabajar el campo, de limpiar, de
cocinar y de servir a mi señora... Estas manos tuvieron que aprender a estar vacías, o al menos a parecerlo, aprendieron a esconder.

Nací en una hacienda del sur de Santa Fe, tenía casi la misma edad que la niña de la casa, me llevaba unos años, pero casi que nos criamos juntas y en
cierta forma ella me quería. Mi madre me mandaba a servirle unos dulces caceros después del almuerzo y ella siempre me daba alguno, lo tiraba al aire para
que lo atrapara y reía. Yo lo tomaba con mis manos y me lo comía de inmediato, nadie tenía que  verme para no armar lío con el Don.  Alguna que otra vez
lo guardé en el bolsillo del delantal y él se dio cuenta de que algo escondía, no le gustaba que yo tocara nada de lo de ellos. "Tenés lo tuyo en la cocina",
me decía cuando se enojaba, "no te quiero ver agarrar nada que no sea tuyo", me retaba. Pero era mío, la niña me lo había dado, pero se vé que a él no
le parecía.

Antes de sus quince a la niña la casaron con mi señor, y a mí me mandaron con ella. Solo dos veces volví a ver a mi madre en unas visitas que hizo la doña
a la niña y nunca más vi a mi abuela. Recuerdo que antes de irme me entregó una piedra blanca que tenía una mancha en el medio con forma de estrella. Cuentan
que cuando hubo que dejar la tierra alguien se la llevo de recuerdo y desde entonces ha pasado de generación en generación y que su propia abuela se la
dio la última vez que la vio. "Que siempre sepas quién sos", me dijo. Mucho no entendí pero la tenía entre las manos siempre que podía. Cuando el Don de
la casa revisó mis cosas antes de que nos mudáramos a la casa del marido de la niña y descubrió que tenía una piedra en la mano, me grito:"¿Y esto?", "Una
piedra que me dio mi abuela", respondí con seguridad, porque eso sí que era mío, pero no le importó, me apretóla muñeca muy fuerte hasta que abrí la mano,
agarró la piedra y la tiró por la ventana. "De acá no te llevas ni una piedra, ni una pluma,ni el aire" me retó. Cuando se fue, salí a buscarla, tardé
unas horas pero la encontré. La guardé en mi caja con mis trapos y por suerte no me la volvieron a encontrar en la vida.

En la nueva casa la niña era mi señora, y en esa casa todo fue de mal en peor. Mi tarea era acompañar a la niña, pero mucho no me dejaban. Me mandaban
a hacer de todo para que no estuviera dentro de la casa.  Pero yo cuando podía me escabullía un rato, y mi señora, agreadecida me regalaba alguna cosita,
pero yo no la podía aceptar, que si el señor me la encontraba me mataba a palos, a mí por suerte nunca me pasó, pero ví como le daban de latigazos a la
Juana por tomar una fruta.

Si amanecía de mal humor, o si pasaba algo raro en la casa o en el campo, él entraba de improvisto a los cuartos y lo daba vuelta todo, no sabía lo que
buscaba pero algo quería encontrar. "Vení vos para acá", me gritaba, "abrí las manos, ¿qué escondés?". "Nada" decía yo y se las mostraba con miedo. "¡No
puede ser!" reclamaba "ustedes siempre esconden algo", y ahí tiraba un cachetazo, algunas veces lograba cubrirme con las manos. Estas manos, estas manos
que aprendieron a apurarse y esconder, estas manos que supieron ser escudo y refugio, estas manos siguen vacías.

Pasó el tiempo y nada cambió. La niña se hizo mujer, madre y abuela. Y yo con ella, pero mi hombre no fue mi marido sino el hermano del señor en una noche
de furia que llegó borracho de una fiesta; y mi niño no fue mi hijo, pronto lo enviaron a ayudar al campo y nunca volvió.Antes de irse logré darle la piedra
con el mismo mensaje "Nunca olvides quién sos" y se vé que él sí lo entendió porque años más tarde supe que se escapó y formó familia en alguna parte.

Pasó el tiempo y mi señora murió, y aquí quedé varada sin señora, sin tarea y sin  sentido esperando que me toque partir a su lado. Creo que soy de las
últimas de mi pueblo, el resto se ha perdido, solo tengo mis recuerdos, que esos nadie los me podrá quitar. Y me iré de este mundo como llegué, con las
manos vacías.