Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El diario de Adán y Eva.

Mark Twain
El diario de Adán y Eva.
 
Diario de Adán:
Esta nueva criatura de pelo largo se entromete bastante. Siempre está merodeando y me sigue a todas partes. Eso no me gusta, no estoy habituado a la compañía.
Preferiría que se quedara con los otros animales. Hoy está nublado, hay viento del este, creo que tendremos lluvia… ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde saqué
esta palabra…? Ahora lo recuerdo: la usa la nueva criatura.
 
Diario de Eva:
Toda la semana lo seguí y traté de entablar relaciones con él. Yo soy la que tuvo que hablar, porque él es tímido, pero no me importa. Parecía complacido
de tenerme alrededor y usé el sociable nosotros varias veces, porque él parecía halagado de verse incluido.
 
I
Diario de Adán
(traducido del manuscrito original).
Traduje parte de este diario hará algunos años, y un amigo mío imprimió unos pocos ejemplares del mismo aún incompleto, pero que nunca llegaron al gran
público. Desde entonces he descifrado algunos jeroglíficos más de Adán y creo que se ha vuelto ahora un personaje lo suficientemente importante como para
justificarse su publicación.
Mark Twain.
 
 
Lunes
Esta nueva criatura con el pelo largo anda todo el día por medio. La tengo siempre alrededor mío y siguiéndome. Lo cual no me gusta, pues no estoy acostumbrado
a tener compañía. Preferiría que se quedara con el resto de animales… Hoy está nublado, sopla viento del Este; creo que nos va a llover… ¿Nos? Pero ¿de
dónde ha salido esta palabra? Ah, ya me acuerdo: la utiliza la nueva criatura.
Martes
He estado examinando la gran cascada. Creo que es lo más bonito de esta propiedad. La nueva criatura la llama las cataratas del Niágara… Pero no sé muy
bien por qué. Dice que la cascada se parece a las cataratas del Niágara. Esto no es una razón; es simple rebeldía y necedad. Yo no tengo oportunidad de
ponerles nombre a las cosas. La nueva criatura bautiza todo cuanto se le presenta por delante, antes de que yo pueda siquiera protestar. Y siempre con
la misma excusa: que si se parece a esto o aquello. Está el dodo[1], por ejemplo. Apenas verlo, dice que aquello «parece un dodo». No habrá más remedio
que dejarle ese nombre. Me harta tener que preocuparme del asunto y, por otra parte, no sirve de nada.
¡Dodo! Ese animal se parece tanto al dodo como yo.
Miércoles
Me he construido un refugio para guarecerme de la lluvia, pero no he podido disfrutarlo en paz. La nueva criatura no para de importunar. Cuando traté de
echarla, derramó agua por los orificios por los que mira y se la enjugó con el dorso de las patas, haciendo un ruido como el de otros animales cuando se
hallan en peligro. Me gustaría que no abriera la boca, pues habla por los codos. Esto puede parecer una forma vulgar de expresarse, una difamación, pero
no se trata de nada de eso. Hasta ahora nunca he oído la voz humana, y todo sonido nuevo y extraño que penetra en la solemne quietud de estas dormidas
soledades hiere mis oídos y me suena como una nota falsa. Y este nuevo sonido se percibe tan cerca de mí…, junto a mi hombro, a mi oído, primero a un lado
y luego al otro, cuando yo estaba acostumbrado hasta ahora a los sonidos más o menos lejanos.
Viernes
El poner nombres a las cosas sigue su curso inexorable pese a mis esfuerzos. Yo tenía un nombre muy adecuado para esta propiedad, un nombre musical y bonito:
JARDÍN DEL EDÉN. En privado, sigo llamándolo así, pero no ya en público. La nueva criatura dice que esto está formado exclusivamente por bosques, rocas
y paisajes y que, por consiguiente, no tiene la menor semejanza con un jardín. Por tanto, sin consultarme, lo ha rebautizado con el nombre de PARQUE DE
LAS CATARATAS DEL NIÁGARA. Algo bastante arbitrario, por cierto, en mi opinión. Y ha puesto un letrero:
NO PISAR
EL CÉSPED.
Mi vida no es tan feliz como solía.
La nueva criatura come demasiada fruta. Es probable que pronto nos empiece a faltar. De nuevo con el dichoso «nos». Es una palabra suya; pero ahora mía
también, después de tanto oírla. Esta mañana hay mucha niebla. Yo no salgo cuando la hay. La nueva criatura, sí. Sale haga el tiempo que haga y anda con
los pies todos embarrados. Y habla. ¡Qué agradable y tranquilo era esto, en otros tiempos…!
Domingo
He ido tirando. El día de hoy se está volviendo una pesadez. El pasado noviembre fue elegido día de descanso. Antes, tenía seis por semana. Esta mañana
he sorprendido a la nueva criatura tratando de coger unas manzanas del árbol prohibido.
Lunes
La nueva criatura dice llamarse Eva. Está bien; no tengo nada que objetar al respecto. Dice que es para llamarla cuando yo quiera que venga. Le he hecho
saber que, si es por eso, me parece innecesario. Esto, evidentemente, ha acrecentado su estima por mí; y, en realidad, es una palabra larga y acertada,
y tendré que repetirla. No se refiere a una cosa, sino a ella. Lo cual es probablemente dudoso: pero me da igual. Poco importa lo que sea, con tal de que
se las apañe ella sola y no abra el pico.
Martes
Eva ha llenado la propiedad entera de nombres detestables y de ofensivos letreros como los siguientes:
POR AQUÍ, EL REMOLINO
POR AQUÍ, A LA ISLA DE LA CABRA
PARA LA CAVERNA DE LOS VIENTOS, SIGA ESTE CAMINO
Ella dice que el parque sería un impecable lugar de veraneo si existiera la costumbre… Un lugar de veraneo… Otra de sus invenciones. Simples palabras,
carentes de sentido. ¿Qué es un lugar de veraneo? Pero será mejor no preguntárselo. ¡Muestra tal vehemencia a la hora de dar explicaciones!
Viernes
Se ha puesto a suplicarme que no fuera a las cataratas. ¿Qué tiene ello de malo para ella? Dice que le provoca estremecimientos. No sé por qué. Siempre
he ido allí; siempre me ha gustado darme un chapuzón y lo fresca que está el agua.
Suponía yo que para esto están las cataratas. No veo para qué han de servir si no, ya que para algo fueron creadas. Ella dice que fueron creadas nada más
que para servir de adorno al paisaje, igual que el rinoceronte y el mastodonte.
Sábado
Me escapé el martes pasado por la noche y estuve viajando durante dos días. Me construí otro refugio en un lugar apartado y, aunque borré lo mejor que
pude mis huellas, ella dio con mi paradero y, mediante una bestia que ha domesticado y a la que da el nombre de «lobo», llegó haciendo de nuevo ese ruido
lastimero y derramando esa agua por los orificios por los que mira. Me vi obligado a regresar con ella, pero emigraré dentro de no mucho, cuando tenga
una oportunidad para hacerlo. Ella se ocupa de muchas tonterías; entre otras, trata de investigar por qué los animales llamados leones y tigres se alimentan
de hierbas y flores, cuando, según ella, el tipo de dientes que tienen parece indicar que han nacido para devorarse unos a otros. Lo cual es una estupidez,
pues hacerlo significaría matarse, cosa que provocaría lo que, al parecer, recibe el nombre de «muerte»; y la muerte, por lo que se me alcanza, no ha entrado
todavía dentro del Jardín. Lo cual no deja de ser una lástima, en cierto sentido.
Domingo.
Voy tirando.
Lunes
Creo adivinar para qué sirve la semana; para permitirnos descansar de la pesadez del domingo. La idea no parece mala… Eva ha vuelto a trepar a ese árbol.
Yo la obligué a bajar. Ella me dijo que nadie la estaba viendo. Parece que considera esto justificación suficiente para intentar cualquier cosa que entrañe
un riesgo. Yo así se lo hice saber. La palabra «justificación» provocó su admiración… y también su envidia, creo. Es una buena palabra…
Martes
Me ha dicho que la hicieron con una costilla extraída de mi cuerpo. Cosa que, en el mejor de los casos, me parece dudosa. Yo no he echado a faltar ninguna
de mis costillas…
Le preocupa mucho el zopilote; dice que la hierba no resulta adecuada para él, teme no poder criarlo y cree que el alimento natural de este ave es la carne
podrida.
El zopilote tendrá que arreglárselas como pueda con lo que hay. No podemos ponerlo todo patas arriba por darle gusto al dichoso zopilote.
Sábado
Eva se cayó ayer dentro de la laguna mientras se estaba contemplando en ella, cosa que hace de continuo. Poco faltó para que se ahogara y dijo que había
pasado un mal trago. Esto la llevó a compadecer a los seres que viven dentro de ella, a los que llama peces, porque Eva sigue endilgándoles nombres a cosas
que no los necesitan para nada y que tampoco vienen cuando uno las llama con ellos, lo cual a ella le importa bien poco, pues, al fin y al cabo, es una
zoqueta; pues bien, sacó del agua un montón de peces y los trajo anoche, poniéndolos sobre mi cama para que estuvieran calentitos, pero yo los he estado
observando a ratos durante el día de hoy y no me ha parecido que estén más felices que antes, aunque sí más quietos. Cuando anochezca, los arrojaré fuera.
No volveré a dormir con ellos, porque los encuentro húmedos y resulta desagradable estar acostado entre ellos cuando no se lleva puesto nada encima.
Domingo.
Voy tirando.
Martes
Ahora ha entablado relación con una serpiente. Los demás animales están contentos, porque se pasaba todo el tiempo haciendo experimentos con ellos e incordiándoles;
y yo me alegro, porque la serpiente habla y ello me permite tomarme a mí un respiro.
Viernes
Dice que la serpiente le aconseja probar la fruta de aquel árbol y que ello tendrá como consecuencia que adquiramos una grande, refinada y noble educación.
Yo le he manifestado que hacer eso acarrearía también otro resultado, como es el de introducir la muerte en el mundo. Lo cual fue un error; mejor hubiera
hecho guardándome la observación para mí, pues para lo único que ha servido ha sido para sugerirle la idea de que podría salvar así al zopilote y proporcionarles
carne fresca a los abatidos leones y tigres. Yo le he aconsejado que se mantenga alejada del árbol, a lo cual ella me ha respondido que no piensa hacer
tal cosa.
Preveo problemas. Emigraré.
Miércoles
Las he pasado de todos los colores. Ayer escapé y cabalgué durante toda la noche a galope tendido, confiando salir del Jardín y buscar cobijo en algún
otro territorio antes de que empezaran los problemas: pero estaba escrito que no había de ser así. Una hora después de la salida del sol, mientras cabalgaba
por un llano florido donde había pastando, retozando o jugueteando, miles de animales, según su costumbre, estalló de repente una tempestad de espantosos
ruidos, y en cosa de un instante todo el llano fue un frenético revuelo y todas las bestias se pusieron a despedazarse unas a otras. Entonces comprendí
qué significaba aquello: Eva había comido de aquella fruta y la muerte había hecho aparición en el mundo… Los tigres se comieron a mi caballo, haciendo
caso omiso de mis palabras cuando yo les ordené que dejaran de hacerlo, y me habrían devorado incluso a mí de haber seguido allí un momento más…, cosa
que no hice, sino que me alejé a toda prisa… Encontré este sitio, fuera del Jardín, y he vivido con bastante comodidad durante unos pocos días, pero finalmente
Eva ha logrado dar conmigo.
Y no sólo ha dado conmigo, sino que ha llamado al paraje Tonawanda; dice que parece Tonawanda. De hecho, no lamento que haya venido, pues no hay mucho
que comer aquí, y ella se trajo algunas de sus manzanas. Me he visto obligado a comérmelas, de tanta hambre como tenía… Aunque he contravenido mis principios,
he podido comprobar que éstos sirven de bien poco cuando uno está hambriento. Eva llegó cubierta de ramas y un montón de hojas, y al preguntarle yo qué
era lo que se proponía con semejantes tonterías y con arrancárselas y arrojarlas al suelo, ella se rió entre dientes y se sonrojó. Yo nunca había visto
reír ni ruborizarse a nadie antes, y su actitud me pareció impropia y estúpida. Me dijo que no tardaría en comprenderlo. Y así fue. Pese al hambre que
sentía, dejé la manzana a medio comer —por cierto, la mejor que había probado nunca, dado lo tardío de la estación— y me cubrí con las ramas y hojas desechadas
y acto seguido le hablé no sin cierta severidad, ordenándole que fuera y consiguiera otras y no diera semejante espectáculo. Ella así lo hizo, tras lo
cual nos acercamos sigilosamente hasta donde había tenido lugar la lucha entre las bestias salvajes y recogimos varias pieles. Yo le dije a Eva que uniera
varias de ellas, para confeccionarnos así un par de trajes adecuados para presentarnos en los actos públicos. Es cierto que una indumentaria semejante
resulta incómoda, pero es elegante, lo cual es lo principal en cuestión de vestimenta… Advierto que Eva resulta muy buena compañera. Comprendo que me sentiría
solo y deprimido sin ella ahora que he perdido todos mis bienes. Otra cosa: Eva dice que ha sido dispuesto que, a partir de ahora, trabajemos para ganamos
nuestro sustento. Eva resultará útil. Yo supervisaré el trabajo.
Diez días después
¡Ella me acusa de ser el motivo de nuestro desastre! Dice, con aparente sinceridad y verdad, que la serpiente le aseguró que la fruta prohibida no eran
las manzanas, sino las castañas. Yo le he dicho que, en tal caso, yo sería inocente, porque no he probado ni una de ellas. Ella ha dicho que la serpiente
le había informado de que «castaña» era un término figurado que significaba un viejo y archisabido chiste[2].
Al oír lo cual me he quedado pálido, ya que he hecho un buen número de chistes para pasar el rato y alguno ha podido ser de este tenor, si bien yo suponía
honestamente que eran nuevos al hacerlos. Ella me ha preguntado si había hecho alguno justo en el momento de la catástrofe. He tenido que admitir que sí
lo hice para mí, aunque no en voz alta. La cosa ocurrió así: mientras estaba pensando en las Cataratas, me dije: «¡Qué maravilla ver caer toda esta masa
de agua!».
Entonces, de pronto, tuve una brillante idea, a la que di rienda suelta diciendo: «Pero ¡cuánto más maravilloso sería verla precipitarse hacia arriba!».
Y estaba a punto de partirme de risa cuando la naturaleza desencadenó sus elementos de guerra y de muerte y no me quedó más remedio que poner mi vida a
salvo. «Eso es exactamente —dijo ella en señal de triunfo—, eso es. La serpiente hizo precisamente el mismo chiste, llamándolo el Primer Chiste, y dijo
que era tan vieja como la misma Creación». ¡Ay!, toda la culpa es mía. Ojalá que no fuera tan ingenioso, ojalá que nunca hubiera tenido tan brillante idea…
 
Al año siguiente
Le hemos puesto por nombre Caín. Ella lo atrapó mientras yo estaba poniendo unas trampas en la ribera norte del Erie; y lo atrapó entre los árboles a un
par de millas de nuestro refugio, o tal vez fueran cuatro, no está segura de ello. Se parece a nosotros en algunos aspectos, y es posible que exista algún
parentesco. La diferencia de tamaño avala la deducción de que es diferente, y un nuevo tipo de animal, quizá un pez, aunque cuando lo metí en el agua para
comprobarlo se hundió, y ella se lanzó al agua y lo sacó antes de que el experimento hubiera podido aclarar la cuestión. Sigo pensando que se trata de
un pez, pero esto a ella le trae sin cuidado y no me dejará comprobarlo. No lo entiendo. La llegada de esta criatura parece haber producido un cambio radical
en su naturaleza y la ha vuelto una insensata en lo que a experimentos se refiere. Piensa más en la dichosa criatura que en ningún otro animal, pero es
incapaz de darle una explicación a ello. Su mente está trastornada, y todo viene a demostrar que es así. A veces coge en brazos al pez durante media noche
cuando éste se pone a quejarse, deseoso de ir al agua. En tales ocasiones le brota agua de los orificios de la cara por los que mira, ella le da unas palmaditas
en el lomo y emite por su boca unos suaves sonidos con el propósito de calmarlo, dando muestras de pena y solicitud de mil maneras. Nunca la he visto hacer
eso con ningún otro pez, cosa que me preocupa enormemente. Acostumbraba a llevar a los jóvenes tigres por ahí, y jugaba con ellos, antes de que perdiéramos
todos nuestros bienes; pero ello no pasaba de ser un simple juego; nunca adoptaba esa misma actitud con ellos cuando la comida les sentaba mal.
Domingo
Eva los domingos no trabaja, sino que se tumba de cansada que está, y le gusta que el pez se revuelque por encima de ella; y hace tontos ruidos con el
fin de divertirle, y también como que le va a comer las garras, lo cual le hace reír. Nunca antes había visto que un pez pudiera reír. Esto hace que me
entren dudas… También yo he empezado a tomarle gusto al domingo. El tener que estar vigilante toda la semana le deja a uno agotadísimo. Debería haber más
domingos. En los viejos tiempos eran difícilmente soportables, pero ahora vienen muy bien.
Miércoles
No es un pez. Pero no consigo averiguar del todo de qué se puede tratar. Emite unos curiosos y endiablados ruidos cuando no está satisfecho y dice «gugú»
cuando sí lo está. No es como nosotros, porque no anda; no es un pájaro, porque no vuela; no es una rana, porque no salta; no es una serpiente, porque
no se arrastra: Estoy seguro de que no es un pez, aunque no he tenido ocasión de comprobar si sabe nadar o no. Se limita a permanecer tumbado, y la mayoría
de las veces de espaldas, con los pies en alto. Nunca he visto a ningún otro animal hacer algo parecido. Le dije que creía que era un enigma, pero ella
se limitó a admirar la palabra sin entenderla. En mi opinión se trata de eso, o de alguna especie de insecto. Si se muere, le despedazaré para ver cómo
está compuesto. Nunca nada me ha dejado tan perplejo.
Tres meses después
La perplejidad va en aumento en vez de disminuir. Duerme, pero poco. Ha dejado de estar ya tumbado y ahora anda a cuatro patas. Sin embargo, difiere de
los demás animales cuadrúpedos en que sus patas delanteras son extraordinariamente cortas, y por consiguiente la parte principal de su persona sobresale
hasta una altura incómoda, y no resulta atractivo. Su constitución se asemeja enormemente a la nuestra, pero su modo de desplazarse muestra que no es de
nuestra raza. Sus patas delanteras demasiado cortas y las traseras demasiado largas indican que pertenece a la familia de los canguros, aunque a una variante
notable de la especie, puesto que el verdadero canguro salta, mientras que éste nunca lo hace. Sin embargo, no deja de ser una variedad curiosa e interesante,
no catalogada con anterioridad. Como su descubridor he sido yo, me considero con derecho a atribuirme el mérito del descubrimiento, y por tanto le he llamado
Canguro adamiensis… Debía de ser joven a su llegada aquí, pues ha crecido una enormidad desde entonces. Debe de ser cinco veces mayor de lo que era antes,
y cuando está descontento es capaz de hacer de veintidós a treinta y ocho veces el ruido que hacía al principio. De nada sirve coaccionarlo, puesto que
ello no produce sino el efecto contrario. Por esta razón he dejado de aplicar el sistema. Ella lo apacigua mediante la persuasión y dándole cosas que previamente
me había dicho que no le daría. Como he dicho, yo no estaba en casa cuando vino por primera vez, y ella me dijo que se lo había encontrado en el bosque.
Me parece raro que sea el único, y sin embargo así debe de ser, puesto que llevo varias semanas tratando de encontrar otro para añadirlo a la colección
y para que tenga con quien jugar, porque entonces se estaría mucho más quieto, y podríamos amansarlo más fácilmente. Pero no encuentro ninguno, ni rastro
siquiera; y, lo más extraño de todo, ninguna huella. Tiene que vivir en tierra, pues no puede valerse solo. Y, si es así, ¿cómo se las ingenia para andar
sin dejar huellas? He puesto una docena de trampas, pero en vano. He cazado toda clase de animales de pequeño tamaño, a excepción de éste, animales que
se introducen en la trampa por simple curiosidad, creo yo, para ver por qué se ha puesto leche allí. Pues nunca se la beben.
 
Tres meses después
El canguro sigue creciendo, cosa de lo más extraña y desconcertante. Nunca he visto a ningún animal que tardara tanto en alcanzar su pleno desarrollo.
Ahora tiene pelo en la cabeza; pero no como el pelaje del canguro, sino que es mucho más fino y suave, y en vez de ser negro es rojizo. Me parece que el
caprichoso y torturante desarrollo de este inclasificable monstruo zoológico me va a hacer perder la cabeza. Si pudiera atrapar otro…, pero no hay ninguna
esperanza de que pueda hacerlo; se trata de una nueva variedad, y de un ejemplar único, eso está claro. Pero cacé un verdadero canguro y se lo traje, pensando
que, al sentirse solo, preferiría tener la compañía de éste a no tener a ningún familiar o a cualquier animal del que sentirse cerca o en quien encontrar
comprensión en su actual estado de desamparo aquí entre extraños, que desconocen su modo de vivir y sus costumbres, o que no saben qué hacer para que se
sienta entre amigos; pero fue una equivocación, ya que sólo de ver al canguro le dio un tal ataque que me convencí de que nunca había visto a ninguno antes.
Lo siento por el pobre y ruidoso animalito, pero no puedo hacer nada para que se sienta feliz. Si pudiera domesticarlo…, pero es algo impensable. Cuanto
más lo intento, peor es el resultado. Se me encoge el corazón al ver sus pequeños arrebatos de furia y de exaltación. Me hubiera gustado dejarle que se
fuera, pero Eva no quiso ni oír hablar del asunto. Le pareció una crueldad y algo impropio de ella; y es posible que no le falte razón.
Quizás esté más solo que nunca, porque, dado que no puedo encontrar otro ejemplar, ¿cómo puede ser de otro modo?
 
Cinco meses después
No es un canguro. No, porque se sostiene agarrándose al dedo de ella, y así da algunos pasitos sobre sus patas traseras hasta que se cae. Probablemente
se trate de algún tipo de oso; y sin embargo no tiene cola, por el momento, ni tampoco pelaje, excepto en la cabeza. Sigue creciendo, cosa curiosa, pues
los osos alcanzan su pleno desarrollo antes que «esto». Los osos resultan peligrosos —desde nuestra catástrofe— y no me hace ninguna gracia que ande merodeando
por aquí sin un bozal. Le he propuesto a ella conseguirle un canguro sin dejar marcharse a éste, pero ha sido inútil: está decidida a hacernos correr toda
clase de estúpidos riesgos, creo. No era así antes de haber perdido el juicio.
 
Quince días después
He examinado su boca. No hay peligro, pues no tiene más que un diente. Tampoco tiene cola aún. Hace más ruido ahora del que hacía antes, y sobre todo por
las noches. Me he mudado. Pero me pasaré por allí por las mañanas para ver si le salen más dientes. Cuando tenga un buen número de ellos, será el momento
de echarlo, tenga o no cola, pues no es preciso que un oso tenga cola para resultar peligroso.
 
Cuatro meses después
He estado fuera un mes cazando y pescando, en la región que ella llama Búfalo; ignoro por qué, a no ser que sea porque no hay ni un solo búfalo por ninguna
parte. Entretanto el oso ha aprendido a ir a chapotear a la orilla sobre sus patas traseras y dice «papá» y «mamá». Sin duda es una especie nueva. La semejanza
en las palabras puede ser puramente casual y puede que no tenga ninguna finalidad ni significado; pero aun así no dejaría de ser una cosa extraordinaria
y es algo que ningún otro oso es capaz de hacer. Esta imitación del habla, unida a la falta de pelaje y de la mínima cola, bastan para indicar que se trata
de una nueva clase de oso. Pero un estudio más detenido resultará de sumo interés. Mientras tanto emprenderé una expedición por los bosques del Norte y
una búsqueda exhaustiva. Tiene que haber algún otro en alguna parte y éste será menos peligroso cuando cuente con la compañía de alguien de su propia especie.
Marcharé inmediatamente, pero antes le pondré a éste un bozal.
 
Tres meses después
Ha sido una cacería agotadora, muy agotadora, y sin embargo no he tenido éxito. ¡En el ínterin, sin siquiera moverse de nuestro estado natal, ella ha atrapado
a otro! Nunca he visto a nadie con tan buena suerte. Aunque hubiera estado yo cien años cazando por estos bosques, no me hubiera encontrado con una cosa
parecida.
 
Al día siguiente
He estado comparando al nuevo con el viejo y salta a la vista que son de la misma raza. Iba a disecar a uno de ellos para mi colección, pero, por un motivo
u otro, ella no lo acepta, razón por la cual he desechado la idea, aunque pienso que es un error. Sería una pérdida irreparable para la ciencia si se escaparan.
El más viejo está más manso que antes y puede reír y hablar como una cotorra, cosa que ha aprendido, sin duda, tanto de haber estado con la cotorra como
de tener una capacidad de imitación altamente desarrollada. Me extraña que fuera un nuevo tipo de loro, y sin embargo tampoco debería extrañarme tanto,
puesto que ha sido toda clase de cosas imaginables desde sus primeros tiempos de pez. El nuevo es tan feo ahora como lo era el viejo al principio; tiene
la misma tez del color del azufre y de la carne cruda y la misma cabeza sin un solo pelo. Ella le llama Abel.
 
Diez años después
Son niños; lo descubrimos hace ya tiempo. Lo que nos desconcertó fue que se presentaran bajo esa forma pequeña e inmadura; no estábamos acostumbrados.
Ahora hay algunas niñas. Abel es un buen chico, pero si Caín hubiera seguido siendo un oso, la verdad es que habría salido ganando.
Después de todos estos años, veo que estaba equivocado al principio con respecto a Eva; es mejor vivir fuera del Jardín con ella que dentro sin ella. Al
comienzo pensé que hablaba en exceso, pero ahora lamentaría que esa voz dejara de oírse y desapareciera de mi vida. ¡Bendita sea la castaña que nos aproximó
y me enseñó conocer su bondad de corazón y su dulzura de espíritu!
 
 
II
Diario de Eva
Sábado
Ahora tengo casi un día de edad. Llegué ayer. Eso al menos es lo que a mí me parece. Y así debe de ser, puesto que si hubo un anteayer, yo no estaba allí
cuando sucedía, pues me acordaría. Claro que es posible que ello sucediera, y que yo no me enterara. Bien, estaré atenta a partir de ahora, y si se produce
algún otro anteayer, tomaré buena nota. Lo mejor será empezar ahora mismo y no permitir que se me queden grabadas las cosas de forma confusa, pues mi instinto
me dice que estos detalles serán importantes algún día para los historiadores. Pues me siento como si fuera un experimento, exactamente un experimento.
Sería imposible que nadie se pudiera sentir más como un experimento que yo, y por tanto estoy casi convencida de que eso es lo que soy: un experimento;
un experimento, y nada más.
Entonces, si soy un experimento, ¿soy eso y nada más que eso? No, no lo creo; pienso que todo lo demás es asimismo parte integrante de él. Yo soy la parte
principal, pero creo que el resto tiene también su papel en el asunto. ¿Es segura mi posición, o debo vigilarla y cuidarla? Esto último, seguramente. Algún
instinto me dice que la eterna vigilancia es el precio a pagar por la supremacía. (Una buena frase, me parece a mí, para alguien tan joven).
Todo tiene mejor aspecto hoy que ayer. Ayer, con las prisas por terminar, las montañas quedaron hechas un asco, y algunas de las praderas con tantos montones
de basura y restos, que daba pena verlas. Las obras de arte nobles y bellas no deberían estar sujetas a la prisa; y este majestuoso nuevo mundo es realmente
una obra de lo más noble y hermosa. Y sin duda se aproxima maravillosamente a la perfección, a pesar de la brevedad del tiempo transcurrido.
En algunas partes hay demasiadas estrellas y, en otras, un número insuficiente, pero esto podrá remediarse posteriormente, sin duda. Anoche la luna se
desprendió, y fue resbalando hasta salirse del firmamento, cosa que constituye una verdadera pérdida; se me encoge el corazón sólo de pensarlo. Ningún
otro de los ornamentos y decoraciones puede comparársele en belleza y acabado. Hubieran tenido que fijarla mejor. Si se pudiera recuperar…
Pero, por supuesto, es imposible saber dónde ha ido a parar. Y, además, el que la encuentre seguro que la esconde; lo sé, porque yo haría lo mismo. Creo
que sería honrada en otras cosas, pero comienzo ya a darme cuenta de que el punto central de mi naturaleza es el amor por lo bello, una auténtica pasión
por lo bello y, dadas las circunstancias, sería peligroso que se me confiara una luna perteneciente a otra persona, si esta persona no supiera que está
en mi poder. Y podría devolver una luna que hubiera encontrado a plena luz del día, por temor a que alguien hubiera podido verme. Pero, de encontrármela
en la oscuridad, estoy segura de que ya se me ocurriría algún tipo de excusa para no decir ni pío sobre ello. Porque adoro las lunas, ya que son tan hermosas
y románticas… Me gustaría que tuviéramos cinco o seis; no me iría nunca a la cama; no me cansaría nunca de estar tendida en la orilla cubierta de musgo
y de contemplarlas.
Las estrellas son hermosas. Me gustaría coger algunas de ellas para ponérmelas entre el pelo. Pero supongo que nunca lo podré hacer. Sorprendería saber
lo lejos que están, porque la verdad no lo parece. Cuando anoche empezaron a hacer aparición, traté de golpear algunas con un palo, pero fue imposible
alcanzarlas, cosa que me extrañó; luego intenté lanzarles terrones de tierra, pero no le di a ninguna. Y ello porque soy zurda y no puedo lanzar como es
debido. Incluso cuando apuntaba a la que no quería, no conseguía darle a la otra, aunque a punto estuve de alcanzarlas, pues vi la mancha negra del terrón
dirigirse hacia los dorados grupos de estrellas unas cuarenta o cincuenta veces y no acertar por poco, y si hubiera aguantado un poco más probablemente
hubiera hecho caer alguna de ellas.
Así que lloré un poco, lo cual supongo es algo natural para alguien de mi edad y, tras tomarme un descanso, cogí una cesta y me fui a un lugar situado
en el borde extremo del círculo, donde las estrellas se hallan más cerca del suelo y podía cogerlas con las manos, lo que hubiera preferido, en cualquier
caso, porque así podría cogerlas con suavidad y sin romperlas. Pero estaban más lejos de lo que me imaginaba y, al final, tuve que renunciar a mi propósito.
Estaba tan cansada que no podía dar un paso ni a rastras, y, además, tenía los pies muy doloridos y lastimados.
No pude volver a casa; estaba demasiado lejos y empezaba a refrescar; pero encontré algunos tigres y me acurruqué entre ellos, sintiéndome de lo más cómoda,
y su aliento era dulce y agradable, porque se alimentan de fresas. Nunca antes había visto un tigre, pero los reconocí al instante por sus rayas. Si pudiera
conseguir una piel de ésas, me haría un elegante traje.
Actualmente consigo hacerme una idea más exacta de las distancias. Estaba tan ansiosa por hacerme con todas las cosas que me lanzaba atolondradamente a
cogerlas, a veces estando demasiado lejos y otras teniéndolas a tan sólo seis pulgadas, aunque parecían estar a un pie y, ¡ay!, con espinas de por medio.
Aprendí la lección y la acuñé en un axioma, salido de mi propia cabeza, y que fue el primero de los míos: El espinoso Experimento rehúye las espinas.
Ayer por la tarde seguí otro experimento, a distancia, para ver, a ser posible, de qué podía servir. Pero no conseguí saberlo. Creo que se trata de un
hombre. No he visto nunca a ningún hombre, pero éste lo parecía, y estoy segura de que éste lo es. Me doy cuenta de que siento más curiosidad por él que
por cualquier otro de los reptiles. Si es que es un reptil, y supongo que sí, porque lleva el pelo desaliñado y tiene los ojos azules y se diría un reptil.
No tiene caderas; se va estrechando hacia abajo como una zanahoria. Cuando se pone en pie se alza como una torre. De modo que yo creo que se trata de un
reptil, aunque puede ser que su aspecto me confunda.
Al principio le tenía miedo y me echaba a correr cada vez que se volvía, pensando que me daría caza; pero poco a poco me fui dando cuenta de que lo único
que quería era alejarse de mí, por lo que perdí la timidez y seguí sus huellas durante varias horas, a unas veinte yardas de distancia, lo que le ponía
nervioso y parecía desagradarle. Al final se le veía bastante preocupado y trepó a un árbol. Esperé un buen rato, pero luego lo dejé por imposible y volví
a casa.
Hoy ha vuelto a suceder lo mismo. De nuevo le he hecho subirse al árbol.
Domingo
Adán sigue ahí arriba. Descansando, al parecer. Pero ello no es sino un subterfugio; el domingo no es día de descanso, ya que el día asignado para tal
fin es el sábado. Me parece que la criatura está más interesada en descansar que en ninguna otra cosa. A mí me cansaría descansar tanto. Ya me cansa el
solo hecho de estar mirando el árbol… Me pregunto por qué lo hará; nunca le veo hacer nada.
¡Anoche devolvieron la luna! ¡Estoy contentísima! Creo que es muy honesto de su parte. La luna volvió a resbalar y a caerse, pero ahora ya no me aflijo
por ello; no hay motivo para preocuparse cuando uno tiene semejantes vecinos: la devolverán. ¡Ojalá que tenga oportunidad de expresarles mi agradecimiento!
Me gustaría mandarles algunas estrellas, porque tenemos más de las que realmente necesitamos. Quiero decir yo, no nosotros, pues advierto que el reptil
no se preocupa por estas cosas.
Tiene gustos rastreros y no es una buena persona. Cuando ayer fui allí al anochecer, había bajado del árbol y estaba tratando de coger a los pececillos
moteados que juegan en la laguna y tuve que tirarle unos terrones para hacerle subir de nuevo al árbol y que dejara en paz a los pobres peces. Me pregunto
si es para eso para lo que sirve.
¿Es que no tiene corazón? ¿No siente la menor compasión por esas pequeñas criaturas? ¿Habrá sido hecho y destinado para esta innoble tarea? Eso parece.
Uno de los terrones le dio detrás de una oreja y sólo se decidió a hacer uso del lenguaje. Me emocionó, pues era la primera vez que oía hablar, excepto
a mí misma. Aunque no comprendí sus palabras, me parecieron expresivas.
Cuando descubrí que podía hablar sentí un nuevo interés, porque me encanta hablar. Hablo durante todo el día y también en sueños, y soy muy interesante,
pero si tuviera a otro con quien hablar sería el doble de interesante y no pararía nunca, si quisiera.
Si este reptil es un hombre, entonces no es «eso» ¿no es cierto? No sería gramaticalmente correcto, ¿no? Creo que hay que hablar de él. En dicho caso,
se declinaría así: nominativo, él; dativo, a él; posesivo, de él. Bien, lo consideraré un hombre y lo llamaré, mientras no resulte ser otra cosa. Será
más práctico que tener tantas incertidumbres.
Domingo de la semana siguiente
Le he estado siguiendo durante toda la semana y he tratado de entablar amistad con él. He tenido que encargarme yo de llevar la conversación, pues él es
tan tímido, pero eso no me importó. Parecía agradarle el tenerme cerca, y he utilizado el plural «nosotros» y, por lo que parece, se sentía halagado de
verse incluido.
Miércoles
Ahora nos llevamos estupendamente y nos conocemos cada vez mejor. Él no trata ya de rehuirme, lo que es una buena señal y demuestra que le gusta tenerme
a su lado. Lo cual me agrada, y me esfuerzo por serle de utilidad en todo cuanto puedo, para aumentar así su estima hacia mí. Durante estos dos últimos
días le he liberado del trabajo de dar nombre a las cosas, lo que le ha supuesto un gran alivio, puesto que no está dotado para ello, y está a todas luces
agradecido. Nunca se le ocurre ningún nombre razonable, pero no he dejado entrever que he reparado en este defecto. En cuanto aparece una nueva criatura,
le doy nombre antes de que él se exponga a un embarazoso silencio. De esta forma le he evitado muchas situaciones de apuro. Yo no tengo este defecto. Tan
pronto como veo un animal sé lo que es. No necesito reflexionar ni un momento; se me ocurre al instante el nombre apropiado, como si fuera una inspiración,
y sin duda que lo es, porque estoy segura de que no lo conocí medio minuto antes. Me parece saber de qué animal se trata sólo por la forma de la criatura
y su modo de actuar.
Al aparecer el dodo, él creyó que era un gato montés: lo pude leer en sus ojos. Pero le evité el aprieto. Y tuve buen cuidado de no hacerlo de manera que
pudiera herir su orgullo. Simplemente le hablé con la mayor naturalidad y gratamente sorprendida, y no como si estuviera proporcionándole una información
que únicamente conocía yo, y dijo: «¡Válgame Dios, si esto no es un dodo!». Yo le expliqué, sin parecer estar haciéndolo, cómo había logrado saber que
se trataba de un dodo, y aunque es posible que se picara un poco viendo que yo sabía de qué animal se trataba y él no, fue evidente que ello provocó su
admiración por mí. Esto fue sumamente agradable, y he pensado en ello más de una vez con complacencia antes de dormirme.
¡Poca cosa basta para hacernos felices cuando sentimos que nos lo merecemos!
Jueves
Mi primera pena. Ayer me rehuyó y parecía que no quisiera que le hablara. No podía creerlo, y pensé que debía de haber algún equívoco, porque a mí me gustaba
estar con él así como oírle hablar, y ¿cómo podía, por tanto, mostrarse desagradable conmigo cuando yo no había hecho nada malo? Pero al final me convencí
de que era así, por lo que me largué y me senté sola en el lugar donde le vi por primera vez la mañana en que fuimos creados y cuando yo ignoraba aún qué
era él y me resultaba indiferente; pero en ese momento aquél era un lugar lúgubre, y hasta las más pequeñas cosas me hablaban de él, y mi corazón estaba
muy afligido. Yo no sabía a ciencia cierta por qué, ya que se trataba de un sentimiento nuevo; no lo había experimentado con anterioridad, y todo ello
era un misterio indescifrable para mí.
Pero al caer la noche me fue imposible soportar la soledad y me fui al nuevo refugio que se ha construido con el fin de preguntarle qué había hecho yo
de malo y cómo podría repararlo y hacer que volviera a ser amable conmigo; pero él me echó mandándome salir afuera en plena lluvia, lo cual fue causa de
mi primer pesar.
Domingo
Todo vuelve a ser agradable y me siento dichosa; pero los pasados días resultaron tristes y procuro no pensar en ellos.
He tratado de conseguirle algunas manzanas, pero no consigo lanzar recto. Fallé, pero creo que mis buenos propósitos fueron de su agrado. Las manzanas
están prohibidas, y él dice que me harán daño; pero puesto que se trata de sufrir un daño con el fin de complacerle, ¿qué puede importarme eso a mí?
Lunes
Esta mañana le he dicho mi nombre, confiando que sería de su interés. Pero no le ha importado. Es extraño. Si él me dijera el suyo, a mí me interesaría.
Creo que sería más grato a mis oídos que cualquier otro sonido.
Habla muy poco. Acaso sea debido a que no es muy inteligente, y, suspicaz como es, quiera disimularlo. Es una lástima que piense así, pues la inteligencia
no vale gran cosa; es en el corazón donde reside todo lo valioso. Me gustaría hacerle comprender que un corazón bueno y cariñoso es un verdadero tesoro,
y que basta con él, y que sin él el intelecto es una pobre cosa.
Aunque habla con parquedad, posee un vocabulario bastante considerable. Esta misma mañana ha utilizado sorprendentemente un buen vocablo. Por lo visto
él mismo se ha dado cuenta de que era bueno, ya que lo ha usado más tarde en un par de ocasiones, como quien no quiere la cosa. Aunque no se trata más
que de un don casual, demostró no obstante poseer una cierta capacidad perceptiva. Sin duda que si cultiva esta semilla, puede crecer.
¿De dónde ha sacado esa palabra? Yo no creo haberla utilizado nunca.
No, él no mostró ningún interés por saber mi nombre. Yo traté de disimular mi desencanto, pero supongo que sin resultado. Me largué y me senté en la orilla
musgosa con los pies metidos en el agua. Es allí adonde me dirijo siempre cuando ansío tener compañía, alguien a quien mirar, alguien con quien hablar.
No me basta con ese bonito cuerpo pintado allí en la laguna, pero algo es algo, y siempre es mejor esto que una completa soledad. Habla cuando yo hablo;
está triste cuando yo lo estoy; me consuela con su compasión. Dice: «Vamos, que no decaigan esos ánimos, pobre muchacha sin amigos; yo seré amiga». Y es
cierto que es una buena amiga, y la única; es mi hermana.
¡No olvidaré nunca, nunca, nunca, la primera vez que me abandonó! ¡Mi corazón me pesaba en el cuerpo como plomo! Me dije: «Es todo lo que tenía, y ahora
ya no está». En mi desesperación exclamé: «¡Rómpete, corazón mío, no puedo seguir soportando esta vida!». Y oculté mi rostro entre mis manos, completamente
desconsolada. Y cuando, al cabo de un poco, las retiré, estaba de nuevo ella, blanca, resplandeciente y bella, ¡y me arrojé a sus brazos!
Esto es la felicidad perfecta; yo ya había conocido antes la felicidad, pero no una como ésta, que es un verdadero éxtasis. Nunca he vuelto a dudar de
ella con posterioridad. A veces se alejaba, ya una hora, o casi un día entero, pero yo esperaba y no me invadían las dudas. Me decía: «Está ocupada, o
se ha ido de viaje, pero volverá». Y así era: siempre volvía. De noche no vuelve si reina la oscuridad, porque es una criatura tímida; pero si hay luna,
sí viene. Yo no le temo a la oscuridad, pero ella es más joven que yo; nació después que yo lo hiciera. Son muchas las visitas que le he hecho; ella es
mi consuelo y mi refugio cuando mi vida es dura, y casi siempre lo es.
Martes
Durante toda la mañana he estado trabajando en la mejora de la propiedad; y me he mantenido alejada expresamente de él, confiando que se sintiera solo
y viniera a mí. Pero no lo ha hecho.
A mediodía he decidido dar por terminada la jornada y tomarme un momento de esparcimiento siguiendo los revoloteos de las abejas y mariposas y deleitándome
entre las flores, ¡esas hermosas criaturas que son el reflejo de la sonrisa de Dios fuera de los cielos y que la preservan! He cogido unas cuantas flores
y he hecho con ellas coronas y guirnaldas y he confeccionado un vestido mientras comía, manzanas, por supuesto. Luego me he sentado a la sombra, esperando
ansiosamente. Pero no ha venido.
No importa. Da lo mismo, porque no siente interés por las flores. Las considera una tontería, y no sabe distinguir una de otra, y se cree superior por
pensar así precisamente. No siente interés por mí, no le importan las flores, no le interesa el cielo pintado de la hora del crepúsculo… ¿Acaso hay algo
que sea de su interés, salvo construir chozas para guarecerse de la buena y limpia lluvia, y apretar los melones, probar la uva y toquetear la fruta en
los árboles para ver cómo marchan sus propiedades?
Puse un palo seco en el suelo y traté de hacer con otro un agujero en él, a fin de poner en práctica una idea que había tenido, y no tardé en llevarme
un susto tremendo. Del agujero brotó como una fina y transparente cinta azulada ¡y yo lo dejé caer todo y eché a correr! ¡Pensé que sería un espíritu,
y sentí mucho miedo! Pero, al volverme, vi que no me seguía, de modo que me apoyé contra una roca, me tomé un respiro y recobré el aliento, dejando que
mis miembros temblaran hasta calmarse de nuevo; luego volví sobre mis pasos sigilosamente, alerta, al acecho, y dispuesta a emprender la huida si era preciso
y, cuando estaba cerca, aparté las ramas de un rosal para poder atisbar por entre ellas —deseando que el hombre estuviera allí, pues estaba yo muy atractiva
y bonita—, pero el espíritu se había ido. Me acerqué hasta el lugar y vi que había una pizca de un delicado polvillo de color rosado en el agujero. Introduje
mi dedo para tocarlo y exclamé: «¡Ay!», y lo volví a sacar. Sentí un terrible dolor. Me metí el dedo en la boca; y sosteniéndome primero sobre un pie y
luego sobre el otro, gruñendo, al cabo de un rato se me fue calmando el dolor; a continuación sentí un vivo interés y me puse a examinarlo.
Sentía curiosidad por saber qué era aquel polvo rosa. De repente se me ocurrió un nombre para aquello, aunque no lo había oído nunca antes. ¡Era fuego!
Estaba tan segura de ello como pueda estarlo alguien de algo en este mundo. De modo que, sin vacilar, le llamé así: «fuego».
Había creado algo antes inexistente; había dado una nueva cosa a las innumerables cosas del mundo. Consciente de ello, me sentía orgullosa de mi logro,
e iba a ir corriendo a su encuentro para contárselo, creyendo que su estima por mí se acrecentaría, pero, tras pensármelo dos veces, no lo hice. No, no
le hubiera interesado. Me hubiera preguntado para qué servía aquello, y, ¿qué hubiera podido responder yo? Porque el fuego no servía para nada, sino que
era sólo bonito, simplemente bonito…
Así que me limité a soltar un suspiro y me fui. Porque no servía para nada; no servía para construir una choza, ni para conseguir mejores melones, ni iba
a adelantar la recogida de la fruta, carecía de utilidad, era una tontería y algo inútil. Pero para mí no era despreciable. Dije: «¡Oh, fuego, te amo,
delicada criatura rosada, porque eres hermosa, y eso me basta!», y a punto estuve de acercarlo a mi pecho. Pero me contuve. Entonces acuñé otra máxima
sacada de mi propia cabeza, aunque se parecía tanto a la primera que me temí que se tratara nada más que de un plagio: «El Experimento ardiente rehúye
el fuego».
Volví de nuevo al trabajo; y una vez que hube hecho una buena cantidad de polvo de fuego, lo derramé sobre un montón de parda hojarasca, con la intención
de llevarlo a la choza, conservarlo siempre y poder jugar con él; pero al soplar el viento sobre él, lo extendió y lanzó violentamente contra mi cara,
por lo que yo lo dejé caer y salí corriendo. Al volver la vista atrás, el espíritu azul se estaba elevando y estirando y ondulando igual que una nube,
y al instante pensé en ponerle el nombre de «humo», aunque, palabra de honor, que nunca antes había oído mencionar este término.
No tardaron en surgir de entre el fuego unos resplandores amarillos y rojizos, a los que puse al instante el nombre de «llamas» y no me equivoco si digo
que fueron las primeras llamas que se vieron en el mundo. Éstas alcanzaron a los árboles, lanzaron unos destellos tan espléndidos dentro y fuera de la
amplia y creciente masa de humo que se iba expandiendo, que no pude dejar de ponerme a aplaudir, a reír y a bailar en medio de mi explosión de entusiasmo,
de tan nuevo, extraño y maravilloso como era aquello.
Él acudió corriendo, se detuvo y se quedó mirando, sin decir ni una palabra durante unos largos minutos. Luego me preguntó qué era aquello. Fue una lástima
que me hiciera una pregunta tan directa. Tenía yo que responderle, por supuesto, y así lo hice. Le hice saber que era fuego. Si se molestó de que yo lo
supiera y él tuviera que preguntármelo a mí, no es culpa mía; no era mi intención molestarle. Al cabo de una pausa, preguntó: «¿De dónde ha salido esto?».
Otra pregunta directa, y no tuve más remedio que responderle también yo directamente:
—Lo he hecho yo.
El fuego se estaba extendiendo cada vez más lejos. Él se acercó hasta el límite del lugar que ardía y se quedó examinándolo, y luego dijo:
—¿Qué es esto?
—Carbones encendidos.
Cogió uno para examinarlo, pero cambió de idea y volvió a dejarlo en su sitio. Entonces se marchó. Nada le interesaba.
Pero a mí sí que me interesaba. Había cenizas, grises, suaves, delicadas y hermosas; enseguida supe lo que eran. Y las ascuas; también las ascuas. Encontré
mis manzanas, las saqué arrastrándolas con un palo, cosa que me encantó hacer, pues soy muy joven y tengo buen apetito. Pero me llevé una desilusión, pues
estaban reventadas y estropeadas. Estropeadas aparentemente, aunque en realidad no. Eran más sabrosas que crudas. El fuego es una cosa hermosa, y creo
que resultará de utilidad.
Viernes
Fui a verle un momento el lunes pasado a eso del atardecer, pero sólo por un momento. Esperaba recibir algún elogio suyo por tratar de mejorar la propiedad,
porque me movía un buen propósito y había trabajado duramente. Pero a él eso no le gustó, por lo que se dio la vuelta y me dejó. Estaba también disgustado
por otro motivo: traté una vez más de convencerle de que dejara de ir a las Cataratas. Y era porque el fuego me había revelado una nueva pasión, ésta totalmente
nueva, y muy distinta del amor, del dolor y de todo lo demás que había ya descubierto: el miedo. ¡Y era horrible! Hubiera preferido no descubrirlo nunca;
me hizo pasar unos momentos difíciles, arruinó mi felicidad, me hizo sentir escalofríos, temblar y estremecerme. Pero me fue imposible convencerle, porque
él todavía no había descubierto el miedo y no podía, por tanto, comprenderme.
 
 
Extractos del Diario de Adán
Tal vez no debería olvidar que ella es muy joven, una simple muchacha, y ser más tolerante. Ella es todo interés, entusiasmo, viveza, el mundo es para
ella un encanto, una maravilla, un misterio, un motivo de alegría; se queda muda de placer cuando encuentra una nueva flor, tiene que mimarla, acariciarla,
olería, hablarle y darle toda clase de nombres cariñosos. Y la vuelven loca los colores: el pardo de las rocas, el amarillo de la arena, el gris del musgo,
el verde del follaje, el azul del cielo, el color perla del alba, las sombras purpúreas de las montañas, las islas doradas que flotan en mares carmesíes
a la puesta del sol, la pálida luna surcando los jirones de nubes, las estrellas que brillan cual joyas en la inmensidad del espacio, nada de todo ello
tiene la menor utilidad, que yo sepa, pero a ella le basta que tenga color y majestuosidad, y pierde la cabeza por ello. Si fuera capaz de ser más sosegada
y estarse callada un par de minutos, sería un espectáculo lleno de serenidad. En ese caso, creo que podría disfrutar contemplándola o, mejor dicho, estoy
seguro de que podría hacerlo, porque me voy dando cuenta de que es una criatura de un notable atractivo, ágil, esbelta, elegante, aseada, redondita, bien
formada, despierta, graciosa; y en cierta ocasión en que estaba de pie sobre una roca, con su blancura marmórea y bañada por el sol, con su joven cabellera
echada hacia atrás y protegiéndose los ojos con una mano, no pude dejar de reconocer que era bella.
Lunes a mediodía
Si hay algo en nuestro planeta que no sea de su interés, yo no lo tengo en la lista. Hay animales que a mí me son indiferentes, pero no sucede eso con
ella. Ella no discrimina, le gustan todos, a todos considera un verdadero tesoro, todos son bienvenidos para ella.
Cuando apareció el enorme brontosaurio, dando grandes zancadas, ella lo consideró como una adquisición, mientras que yo como una calamidad, lo cual es
una buena prueba de la falta de armonía que reina entre nuestros respectivos pareceres. Ella quiso domesticarlo, mientras que mi deseo no era otro que
regalarle la granja y poner pies en polvorosa. Ella creía que podía ser domesticado simplemente a base de un buen trato y que sería un buen animal de compañía;
yo le dije que un buen animal de compaña de veintiún pies de alto y ochenta y cuatro de largo no era lo que se dice algo muy adecuado para nuestro lugar,
porque, aun con la mejor intención del mundo, y sin querer causar ningún daño, bien podía sentarse sobre la casa y aplastarla, pues bastaba con mirarle
para ver que era distraído.
Sin embargo, su corazón estaba decidido a quedarse con aquel monstruo, y yo era incapaz de negárselo. Pensó que podíamos abrir una lechería con él, y quiso
que yo le ayudara a ordeñarlo, cosa de la que yo no quise saber nada, ya que era algo demasiado arriesgado. No era del sexo adecuado y, en cualquier caso,
nos faltaba una escalera de mano. Entonces quiso montar sobre el brontosaurio y otear el paisaje. Unos treinta o cuarenta metros de cola descansaban sobre
el suelo, igual que un árbol caído, por lo que pensó que podía trepar por ella, pero no fue sino una equivocación; cuando apenas había llegado al punto
más empinado, éste estaba demasiado resbaladizo y se cayó, y de no ser por mí se habría hecho daño.
¿Había quedado satisfecha con esto? Pues no. Nada la deja satisfecha, salvo poder comprobar una cosa por sí misma; las teorías no probadas no van con ella,
y no las acepta. Admito que es lo correcto; es algo que me atrae, siento su influencia. Si estuviera más tiempo con ella, seguiría este método. Bueno,
tenía otra teoría sobre el coloso: pensaba que si lo domesticábamos y nos ganábamos su amistad, podríamos colocarlo en el río y utilizarlo a modo de puente.
Resultó que el animal era bastante manso —al menos con ella—, por lo que intentó poner en práctica su teoría, pero fue un fracaso: cada vez que lo colocaba
debidamente en el río, y luego se dirigía a la orilla para cruzar por encima de él, el animal se salía del río y la seguía como una montaña amaestrada.
Igual que el resto de los animales. Todos hacen lo mismo.
 
 
Extractos del Diario de Eva
Viernes
Martes, miércoles, jueves… y hoy: todos estos días sin verle. Demasiado tiempo a solas; no obstante, más vale estar sola que mal acompañada.
Yo necesitaba compañía —creo haber nacido para esto—, por lo que he hecho amistad con los animales. Ellos son precisamente encantadores, y tienen la más
amable de las disposiciones y unas formas de lo más corteses, nunca ponen cara agria, nunca te hacen sentir que eres una intrusa, te sonríen y mueven la
cola, si es que la tienen, y están siempre dispuestos a retozar o a hacer una excursión a cualquier sitio que quieras proponerles. Pienso que son unos
perfectos caballeros. Durante todos estos días hemos pasado ratos estupendos y ni por un momento me he sentido sola.
¡Sola! No, debería decir que no. ¡Pero si tenía continuamente un montón de ellos alrededor, y algunas veces hasta ocupaban cuatro o cinco acres, resultando
incontables! Y cuando me subía a una roca del centro para contemplar toda aquella extensión de pelajes, ésta era tan abigarrada, estaba tan llena de manchas
y era tan alegre con sus colores y vivos brillos y centelleos, y tan llena de franjas que hubiérase dicho un lago, por más que uno sabe que no lo es. Y
también hay tempestades de pájaros que viven en comunidad y huracanes de zumbantes alas; y cuando el sol hiere toda aquella agitación de plumas, se produce
una explosión de todos los colores imaginables, hasta el punto de resultar cegadora.
Hemos hecho largas excursiones y he visto una gran parte del mundo; casi todo, creo; y por tanto soy el primer viajero, y el único. Cuando estamos de marcha,
la vista es impresionante: no hay nada parecido en ningún sitio. Por comodidad, yo me monto sobre un tigre o sobre un leopardo, porque son suaves y tienen
el lomo redondeado, que se adapta a mí, y porque son unos animales preciosos; pero para largas distancias o para poder ver el paisaje, monto sobre un elefante.
Éste me alza con su trompa, aunque para bajar puedo hacerlo yo sola; cuando nos disponemos a acampar, él se sienta y yo me deslizo lomo abajo.
Reina una buena amistad entre aves y bestias y no riñen por nada. Todos se hablan, y todos ellos lo hacen también conmigo, pero debe de tratarse de una
lengua extranjera, puesto que no entiendo una sola palabra; con todo, ellos a menudo me entienden a mí cuando les respondo. Sobre todo el perro y el elefante.
Esto me avergüenza. Pues demuestra que son más inteligentes que yo y, por consiguiente, superiores a mí. Lo cual me molesta, porque quiero ser el Experimento
principal y voy a tratar de serlo, además.
He aprendido muchas cosas, y ahora tengo cierta educación, pero al principio no. Al principio era ignorante. Y esto al principio me fastidiaba porque,
pese a estar muy alerta, nunca era lo suficientemente rápida para ver correr las aguas río arriba; pero ahora ello me trae sin cuidado. He realizado muchos
experimentos a fin de comprobar que no corren hacia arriba, salvo cuando está oscuro. Ahora sé que en la oscuridad sí lo hacen, porque la laguna nunca
está seca, cosa que, por supuesto, sucedería si las aguas no retornaran de noche. Es mejor probar las cosas por medio de verdaderos experimentos. Pues
es entonces cuando sabes, mientras que si nos basamos en simples adivinaciones, suposiciones y conjeturas, no llegaremos a tener nunca una educación.
Hay cosas que es imposible descubrirlas; pero nunca podrán saberse a base de simples adivinaciones y suposiciones: no, hay que ser paciente y seguir experimentando
hasta descubrir que no pueden ser descubiertas. Y es una delicia que así sea…, el mundo se vuelve tan interesante… Si no hubiera nada por descubrir, el
mundo se volvería aburrido. Incluso el simple hecho de tratar de descubrir sin encontrar nada es algo realmente igual de interesante que tratar de descubrir
y encontrar, y no sé si incluso no lo es más. El secreto de las aguas fue un verdadero tesoro hasta que lo descubrí; luego todo el entusiasmo que me provocaba
se esfumó y sentí que me faltaba algo.
Por medio del experimento pude saber que la madera flota, así como las hojas secas, las plumas y otras muchas cosas; por eso, gracias a todas las pruebas
acumuladas, sé que una roca flotará; pero uno tiene que conformarse simplemente con saberlo, pues no hay modo de probarlo…, por el momento. Pero ya encontraré
la manera, y entonces desaparecerá la emoción. Éstas son cosas que le ponen a una triste, porque poco a poco, cuando lo haya descubierto ya todo, dejará
de haber emoción ¡y me gusta tanto la emoción! La otra noche no pude dormir pensando en todo esto.
Al principio no conseguía comprender para qué había sido yo creada, pero pienso ahora que fue con el fin de desvelar los secretos de este maravilloso mundo,
ser feliz y dar gracias al Sumo Hacedor por todo lo creado. Creo que todavía me quedan muchas cosas que aprender, eso espero; y si sé administrarlas y
no voy demasiado deprisa, pienso que todavía me durarán varias semanas. Confío en que así sea. Cuando arrojas al aire una pluma, ésta flota hasta perdérsela
de vista; si lanzas un terrón de tierra no hace lo mismo. Cada vez se cae. Lo he intentado repetidas veces, siempre con el mismo resultado. Me pregunto
por qué es así… Por supuesto que no cae, pero ¿por qué habría que parecer que sí lo hace? Supongo que se trata de una ilusión óptica. Quiero decir, una
de las dos. Pero no sé cuál de ellas. Puede ser la pluma, puede que el terrón; me es imposible probarlo, lo único que puedo demostrar es que una u otra
es una falsedad, y dejar que sean los demás quienes decidan.
Después de haber estado observándolas, he sabido que las estrellas no durarán mucho. He visto fundirse a alguna de las mejores y precipitarse cielo abajo.
Puesto que una de ellas puede fundirse, pueden fundirse igualmente todas las demás, y es posible que lo hagan en una misma noche. Este infortunio sobrevendrá,
lo sé. Tengo intención de velar todas las noches y contemplarlas todo el tiempo que me sea posible aguantar despierta, y grabaré en mi memoria esos campos
centelleantes, para poder así, poco a poco, a medida que vayan desapareciendo, restaurar con mi imaginación esas hermosas miríadas en el negro cielo y
hacerlas relucir de nuevo, y duplicarlas por medio de la borrosa imagen de mis lágrimas.
 
 
DESPUÉS DE LA CAIDA
Cuando miro atrás, el Jardín me parece un sueño. Era hermoso, sorprendentemente hermoso, encantadoramente hermoso; y ahora está perdido y no volveré a
verlo nunca más.
Se ha perdido el Jardín, pero le he encontrado a él; estoy contenta por ello. Él me ama todo lo que es capaz; yo le amo con toda la fuerza de mi naturaleza
apasionada, lo cual es propio de mi juventud y de mi sexo. Si me pregunto por qué le amo, entonces me doy cuenta de que no lo sé, y en realidad tampoco
me importa mucho saberlo; supongo, por tanto, que esta clase de amor no es fruto del raciocinio ni de la estadística, como el que se siente por otros reptiles
y animales. Y creo que así debe ser. Amo a ciertos pájaros por su canto, pero no como a Adán porque sepa cantar, no, no es eso, puesto que cuanto más canta,
menos me gusta. Y, sin embargo, le pedí que cantara, porque deseo aprender que me guste todo lo que es de su interés. Estoy segura de que puedo aprender,
porque al principio su modo de cantar me resultaba insoportable, pero ahora lo tolero. Es capaz de agriar la leche cantando, pero ello no importa, me acostumbraré
a este tipo de leche.
No es por su inteligencia por lo que le amo, no, no es eso. Tampoco es que haya que culparle por su inteligencia, tal como es, pues no fue él quien se
hizo a sí mismo; es como Dios le ha hecho, y eso basta. Había en ello un sabio propósito, que yo sepa. Se desarrollará con el tiempo, aunque no creo que
sea de forma repentina; y, además, no hay prisa, está bien tal como es.
No es por sus modales y delicadeza por lo que le amo. No, a este respecto hay que decir que tiene sus carencias, pero está bien así, y va mejorando.
No es por su laboriosidad por lo que le amo, no, no es eso. Pienso que la posee, y no sé por qué me lo oculta. Ésta es mi única pena. Por lo demás, ahora
es franco y abierto conmigo. Estoy segura de que no me oculta nada más que esto. Lamento que pueda tener algún secreto conmigo, y a veces me quita el sueño
pensar en ello, pero lo ahuyentaré de mi mente; no quisiera que turbara mi felicidad, que por lo demás es desbordante.
No es por su educación por lo que le amo, no, no es eso. Es un autodidacta, y sabe verdaderamente muchísimas cosas, aunque no sean como él se cree.
No es por su caballerosidad por lo que le amo, no, no es eso. Él me ha ofendido, pero no le culpo por ello; pienso que es una peculiaridad de su sexo,
y no fue él quien hizo a éste. Claro que yo no le hubiera ofendido, primero me muero; pero esto es también una peculiaridad de mi sexo, y no me atribuyo,
por lo tanto, ningún mérito, ya que no fui yo quien lo hizo.
Entonces, ¿por qué le amo? Simplemente porque es masculino, creo.
En el fondo es bueno, y le quiero por eso, pero podría amarle igualmente aunque no lo fuera. Si me pegara y abusara de mí, seguiría queriéndole. Ahora
lo sé. Es una cuestión de sexo, creo.
Es fuerte y apuesto, y le amo por eso, y le admiro y me enorgullezco de él, pero podría amarle aun sin poseer estas cualidades. Si careciera de atractivo,
le amaría; si fuera una ruina humana, le amaría; y trabajaría para él, y hasta me esclavizaría por él, y rezaría por él, y velaría por él al lado de la
cabecera de su cama hasta la muerte.
Sí, creo que le amo simplemente porque es mío y porque es masculino. Supongo que no existe otra razón. Y, por tanto, creo que, como dije al principio,
este tipo de amor no es fruto del raciocinio ni de la estadística. Viene solo y nadie sabe de dónde, y resulta algo inexplicable. Ni falta que hace.
Esto es lo que yo opino. Pero yo no soy más que una simple muchacha, y la primera en analizar este asunto, y es posible que mi ignorancia e inexperiencia
no me hayan permitido comprenderlo como es debido.
 
 
CUARENTA AÑOS DESPUÉS
Mi ruego y mi anhelo es que dejemos esta vida los dos juntos, un anhelo que jamás desaparecerá de la tierra, pero que encontrará un lugar en el corazón
de toda esposa que ame, hasta el final de los tiempos; y dicho anhelo llevará mi nombre.
Pero si uno de nosotros fallece primero, mi ruego es que no sea otro que yo; porque él es fuerte, y yo débil, yo no le soy tan necesaria a él como él lo
es para mí: una vida sin él no sería vida. ¿Cómo iba a poder soportarla? Este ruego es también inmortal y no dejará de ser siempre elevado mientras mi
raza siga sobre la faz de la tierra. Yo soy la primera esposa, y me seguiré repitiendo en la última de ellas.
 
 
EN LA TUMBA DE EVA
ADÁN: ALLÍ DONDE ESTABA ELLA,
ESTABA EL PARAÍSO.
 
 
 
MARK TWAIN (Florida, Misuri, 30 de noviembre de 1835 – Redding, Connecticut, 21 de abril de 1910). Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain,
fue un periodista, escritor y humorista estadounidense que nació en Florida, Missouri, el 30 de noviembre de 1835 y que falleció en Connecticut el 21 de
abril de 1910. Llamado por William Faulkner «el padre de la literatura americana», Twain escribió más de 500 obras, comenzando su carrera como tipógrafo,
y viajando de una ciudad a otra y de imprenta a otra. Poco a poco se desarrolló como periodista, época en la que adoptó el pseudónimo de Mark Twain, pero
sus visiones críticas contra el racismo, el esclavismo y otros temas sociales conflictivos truncaron esta vocación; fue mediante sus relatos y novelas
con las que finalmente obtuvo reconocimiento, siendo conocidas hoy en día sobre todo Las aventuras de Tom Sawyer (1876) y Las aventuras de Huckleberry
Finn (1894), considerada esta última por muchos como «la gran novela americana». A pesar de su inmenso éxito como escritor, varias malas inversiones y
el engaño de sus editores lo obligaron a sobrevivir a base de dar conferencias por todo el mundo. Se casó con su gran amor, a quien estuvo cortejando por
carta durante un año, y tuvo con ella cuatro hijos, aunque tres de ellos murieron antes que él, al igual que su esposa.
 
 
Notas
[1] N. del T.: El dodo, o dronte, era un ave del tamaño de un cisne, con cabeza y pico grandes, alas cortas, inadecuadas para el vuelo y patas robustas
con cuatro dedos. Se extinguió a fines del siglo XVII. <<
[2] N. del T: En efecto, chesnut (castaña) tiene la acepción de una historia muy vieja o pasada, o un chiste viejo. <<
 
 
El diario de Adán y Eva.
Mark Twain