Texto publicado por Paris N. Salguero

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 8 años. Antes se titulaba Promesas de no prometer, de gris a azul y visceversa....

Promesas de no prometer, de gris a azul y viscebersa...

Me gusta el aroma de la lluvia, esa forma en que invade todo el aire y parece salir de la nada para apoderarse de mis sentidos, su forma sutil y suave de colarse hasta en el más lejano rincón y despertar tantas emociones en mi, como la siento junto a mi, a mi alrededor, para donde volteé ese aroma me mira de frente. Despierta instintos sonrisantes hasta en los momentos de tormenta, cuando caen los rayos y los truenos golpean con temblores mi pecho ahí está ese aroma, metiendose en mi ser, la siento en mi piel, en mis movimientos, en mi respiración, en mi aliento, en mis labios...
Esa mañana fresca con toque de lluvia, estaba nublado y el viento arrastraba hasta nosotros un frescor que se sentía genial sobre la piel, preparándonos para cruzar fronteras que flotan sobre el agua, midiendo distancias y guardando los centímetros que nos separaban para estar un poco más cerca.
Sensaciones conocidas que desconocen la espera de volver a cambiar para seguir siendo conocidas de formas distintas, de formas nuevas y desconocidas, espera infinita de tener lo que se conoce de forma diferente, esa manera nueva de sentir como sale el sol día tras día que, aunque sea el mismo sol, sus rayos siempre traen aromas nuevos, calores de otros esquemas y luz que alumbra diferentes caminos, otras formas, nuevos lugares y nos permite verlo todo con enfoques ajenos a nosotros que hacemos nuestros. Solo que ahora el sol miraba a un solo lugar, sin distracción y atento a ver lo viejo convertirse en nuevo...
Estaba distraido y nada en especial pasaba por mi mente, aromas diferentes me rodeaban y fuera de la costumbre me dejaba llevar por todo esto que representaba cosas ajenas a mi pero que me hacían sentir familiar.
Un ligero aroma a carbón y asado, viento que traía sonidos de la calle como si fueran rocío, apenas perceptibles, apenas interesantes.
Con ansiedad por parte de mi estómago, teniendo la parrilla a pocos metros de mi, sentado en una escalera pequeña que llevaba a donde yo no sabía, el sol de testigo curioso calentando mi piel y tostando la sensación de compañía, sin nada más que hacer que emocionarme por esas cosas que estaba viviendo.
Risas, el sonido de la televisión, la Luna curioseando por la casa en busca de Jugo de Lugma, voces susurradas en distancia, viento, carbón tronando al rojo vivo intentando igualar al sol, pasos, pasos cercanos e inesperados. Espero en mi inesperés que se acerquen y que se alejen, cercanía, tortuosa cercanía.
De la nada todo se apartó, las risas, las voces, los ruidos de calle y de tele, el humo, todos menos el sol y la Luna curiosos y juguetones con las posibilidades de lo que sucedería, se apartaban para dar paso a algo nuevo, algo que aún siendo conocido para mi siempre me resultaba nuevo con cada día, diferente y fresco.
Los pasos se detuvieron, mi pulso se movió más rápido, el calor ahora era diferente, ya no era el sol quien me calentaba de a poco, no era el sol quien recorría mi piel encendiendo líneas por donde pasaban sus rayos. Mi cuerpo tembló, mi respiración aceleró intentando hacerse de lo más posible de ese aroma nuevo, tranquilizante pero tan desenfrenante.
Tomaste mi mano tal como lo hacías siempre, pero para mi era distinto, siempre fué distinto, porque en cada roce, cada vez que te acercabas y me tomabas de la mano, que me tomabas entre tus brazos, todos y cada uno de ellos traían cosas nuevas, sensaciones mezcladas de diferente forma, tranquilidad o deseo, miedo o misterio, alegría o secretos, siempre cosas nuevas escondidas dentro de lo que parecía algo casual, algo igual a lo de ayer y lo de anteayer y un día antes de eso.
Sin decir una sola palabra te acercaste sin soltar mi mano, recargaste tu cabeza en mi hombro y entonces yo ya estaba perdido en la admiración del sol y lo juguetona de la Luna alrededor nuestro descifrando tu mensaje dado entre alientos, enviado directamente de tu cuerpo al mío escondido debajo de lo que parecía ser simplemente un poco más de lo mismo, nadie se dió cuenta y eso lo volvía algo completamente nuestro, algo solo de dos que entendían lo que no estaba hecho para entenderse.
Entonces recordé algo que estaba en tus recuerdos, un día anterior que lluvioso llevó hasta nosotros el calor de tenerte cerca, tus risas vibrando en mis oídos, huellas que marcaban caminos que nunca fueron recorridos, uniones intangibles que se volvían tangibles y temblores de calor, no de frío...
Me gusta la lluvia, imponente, tranquilizadora, agitada, agresiva, suave, fresca, sutil, caótica más sin embargo me llena...

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