Texto publicado por Amín el argelino

Escrito propio

Su espíritu brioso, curtido en mil lides, le había forjado un arrojo de acero y una fuerza de voluntad tal, que nunca hincaba las rodillas ante ninguna mohína de la vida; si no que, desenvainaba su espada, moldeada al son de la paciencia y afilada al compás del optimismo; y con ella, mataba, de un solo zarpazo, a sus enemigos más endiablados: el miedo, la falta de voluntad, el desánimo y la congoja. Armado como estaba de su infalible adminículo, avanzaba por la vida, airoso y feliz.
Nuestro caballero aprendió, entre otras cosas, que no hay mejor amigo del hombre que su palabra, su recato y su decoro; y que, para ganarse el respeto y la admiración de la gente, basta con ser HOMBRE de buen corazón e infinita paciencia. Aprendió, también, que no hay que esperar mucho de los demás, porque, nuestro caballero se dio cuenta que, al fin y al cabo, amor, amistad y vida perfectos sólo existen en las novelas; y que hay que aceptar la voluntad del creador, sonriendo a la vida e intentando ser feliz y hacer que los demás lo sean.