Texto publicado por Miguel de Portugalete

un canto de sirenas en el fondo del mar

Un canto de sirena en el fondo del mar.
 
Un canto de sirenas en el fondo del mar   

Por Víctor Hugo Ghitta    

Jacques, el buceador que pese a su juventud conoce todos los secretos del mar, le pregunta a la hermosísima Johanna si ella sabe cómo encontrar a una sirena
en las profundidades del océano. Ella no lo sabe, de modo que el buzo, quien desde años se sumerge en las profundidades marinas sin más auxilio que el
de sus pulmones, le devela el misterio: "Bajas hasta el fondo del océano, en donde el agua ya no es siquiera azul, allí donde el cielo es apenas un recuerdo,
y te quedás flotando en silencio. Te quedas ahí, y tomas la decisión de si serías capaz de morir por ellas. Sólo entonces empiezan a aparecer. Vienen y
te saludan, y juzgan el amor que sentís por ellas. Si ese amor es sincero, si ese amor es puro, se quedarán con vos y te llevarán para siempre." 

En el desenlace de Azul profundo, film del francés Luc Besson al que pertenece esta escena, es el veterano Enzo quien desciende al fondo del mar. Pero algo
falla, como a veces sucede entre quienes practican la apnea, que es el arte de descender a las profundidades conteniendo la respiración. Cuando Enzo emerge
a la superficie, le queda apenas un resto de oxígeno para despedirse. Jacques lo sostiene con sus manos, llora, y apenas su maestro perece se hunde con
él en el abismo azul: cuando lo suelta, mira con ojos enrojecidos cómo el cuerpo inerte se hunde para siempre en su sepulcro. 

Es difícil no conmoverse con el recuerdo de esta extraordinaria secuencia ahora que la rusa Natalia Molchanova, una de las más destacadas figuras de la
especialidad, acaba de desaparecer en las costas de la isla de Formentera, a la altura de la playa de Ses Illetes, al sur de las Baleares. Ni la búsqueda
por mar y tierra realizada en las primeras horas, ni los helicópteros que sobrevolaron la zona, ni el robot que se hundió en el Mediterráneo resolvieron
el enigma. Molchanova había ido a divertirse con dos colegas e instruir a un millonario. Nada para ella, que se adueñó de todos los récords en las últimas
décadas: hundiéndose más de cien metros con peso fijo y aletas, contenido la respiración bajo el agua nueve minutos y dos segundos, nadando 182 metros
sin respirar en una piscina. Ninguna especialidad de la apnea guardaba secretos para ella. 

A una semana de la tragedia, el cuerpo aún no ha aparecido. Los expertos presumen que una fuerte corriente submarina la desestabilizó o que pudo haber sido
víctima de un síndrome hipóxico, una fuerte pérdida de oxígeno. Su familia ya no mantiene las esperanzas. "Fue una muerte dulce", dijo un especialista
en buceo submarino, presumiendo que Natalia se desvaneció lentamente sin tener conciencia de lo que ocurría. 

Desde el fondo de los tiempos el hombre bucea en aguas profundas sin el auxilio de tanques de oxígeno. Los griegos enviaban a sus hombres al agua para que
saboteasen los barcos enemigos durante las contiendas marítimas; los pescadores utilizaron esa técnica para recoger perlas, estrellas de mar y otras piezas
valiosas. 

Cada tanto sucede: el océano se devora a sus amantes. En octubre de 2002, otra estrella de la apnea murió en las costas de República Dominicana. Una tragedia,
pero también una historia de amor. Su protagonista fue la francesa Audrey Mestre, quien no soportó el descenso a 171 metros de profundidad. La historia
la cuenta su marido, el cubano Francisco Ferraras, otro buzo extraordinario durante años dedicado a la pesca de la langosta y a acompañar a los turistas
al fondo del mar, en The Dive: A Story of Love and Obsession. En esa autobiografía, Pipín cuenta que aquella mañana, mientras desayunaban, le dijo a su
compañera que desconfiaba del estado del clima. Ella lo besó en los labios para tranquilizarlo y le prometió que todo estaría bien. Pipín se quedó mirando
el vacío, en silencio. Ella quiso saber en qué pensaba. "En lo hermosa que eres", le respondió. Se besaron segundos antes de que un trineo la llevase al
fondo del océano. "Cuando regreses volveré a besarte", le prometió Pipín. Audrey debía regresar a la superficie en tres minutos. Cuando pasaron cinco,
él descendió a buscarla. A los ocho, un buzo trajo el cuerpo a la superficie: había muerto. 

Molchanova está allí adonde pertenece. En la negrura del océano, donde pasó los mejores momentos de su vida, le confió a una sirena que sentía un amor profundo
por todas ellas. No más decirlo, la sirena sintió que la mujer con aletas en los pies que la miraba enamorada era una más entre ellas, y entonces se la
llevó para siempre..