Texto publicado por Amín el argelino

De cómo percibo la amistad

Que tire la primera piedra quien, en ningún momento de su vida, nunca se sintió frustrado por una perspectiva incumplida, fuera ésta en un ámbito laboral, fuera en un ámbito, digamos, más personal. Y es que el desenfrenado ritmo de nuestra vida moderna no deja de acosarnos de prototipos que hay que alcanzar, sí o sí. He aquí un ejemplo de esa frustración, completamente injustificada, por cierto:
Vale, todos estamos de acuerdo en que la amistad es algo primordial en la vida de cada ser humano, que es necesaria para alcanzar la plenitud personal; vamos, que no se puede vivir sin un entorno social, que le brinde a uno seguridad y compañía. Pero, lo que pasa es que, a día de hoy, hemos idealizado tanto esa relación, que, en cierto modo, la hemos pervertido, por no decir materializado. Porque, estaréis de acuerdo en que, la amistad, tal y como vienen vehiculando el cine y la literatura, se ha convertido en una relación puramente materialista, desprendida de su auténtico valor, que es, ni más ni menos, el de compartir vivencias (buenas y malas). Hoy día, si le preguntaras a la mayoría de los jóvenes cómo desearían que fuera su mejor amigo, la casi totalidad de las respuestas girarían alrededor de temas estrictamente materialistas: que tenga coche, que tenga dinero, que pueda viajar conmigo, que me apoye a capa y a espada, que su dinero sea el mío; vamos, que seamos uno. Pero resulta que esa visión de la amistad es, por fortuna, completamente errónea; porque, por ejemplo, en nuestra cultura argelina, el que una persona sea tu amigo, no significa para nada que esté todo el tiempo pegado a tu espalda, como si fuera tu sombra, vamos. Por aquí, solemos decir que el verdadero amigo es aquel que te apoye en las malas, porque claro, en las buenas, uno no necesita ningún tipo de apoyo. Y es que, vamos a ver: todo el mundo estaría encantado de tomar un café contigo, de salir de compras o de ir a pasear contigo al parque; pero, ¿cuántas personas estarían dispuestas a escucharte, a apoyarte incondicionalmente en los momentos más fuscos de tu vida, a corregirte cuando te equivocas, a decirte la verdad aunque te duele, a sonreírte cuando todo el mundo te ha tornado la espalda? Seguramente, pocos; y son, justamente, esas personas las que se merecen todo nuestro cariño y confianza, simplemente, porque son ellos nuestros auténticos amigos.
En conclusión, la amistad se demuestra con hechos, y no con palabras bacillas y “sacrificios” fútiles.