Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Las asañas de Jurunela y Cambalache.

LAS HAZAÑAS DE JURUNELA Y CAMBALACHE
Ñor Garúa cuenta a un grupo de campesinos las incomparables hazañas de sus perros Jurunela y Cambalache, nunca bien afamadas en sus correrías por las montañas de Pájaro Triste, el cerro del Azahar y los montes de San Carlos.
—Pa yo —decía el viejo, en tanto que mascaba una gran cuecha y lanzaba de cuando en cuando una gran lluvia de saliva con tabaco, que le salpicaba de canelo la pechera de la camisa— no hay perros en el mundo como Jurunela y Cambalache. Lo mesmo son pa'l tigre que pa'l lión, pa la danta, pa'l venao, pa'l tepezcuinte. Los apuesto con los de cualquier otro montiador y a que los echemos a la montea, pa ver cuáles juellan más alimales.
Calculen ustedes que anoche, al punto de las doces, oyí por el lado de Pájaro Triste un jau, jau, jau, jau... Cada rato se sentía más cerca el latir de los perros; y más cerca y más cerca. Como a las cuatro de la mañana no se volvió a oír nada. Me despabilé y no volví a dormir de media noche pal día, pensando si los perros habían encuevao un sajino o andaban siguiendo un lión o corriendo un venao. Cuando rayó el lucero quise salir por la puert'e la cocina para hacer aguas y cuándo que pude abrirla. Del lado adentro’e la gotera estaba un venao de siete horquetas, con las patas p’arriba. Los perros lo habían matao y lo trujeron de rastra hasta la cocina.
DE COMO LOS PERROS PERDIERON EL OLFATO
Existe entre algunos monteadores la creencia de que cuando una mujer va a ser madre por primera vez y come carne de los animales que cazan, se tuerce el cañón de la escopeta y Ios perros pierden el olfato. Es así como Ñor Garúa cuenta que una vez se echaron a perder Jurunela y Cambalache, al comer una primeriza carne de una cacería por las montañas de Pájaro Triste.
—Yo no creyía que se jodieran los perros por ese motivo; pero con lo que me pasó el verano pasao, que Rafela le dio de comer a una mujer de esas un pedazo de tepezcuinte y los perros se echaron a perder, no me quedó ninguna duda. Esos alimales, tan jochaos pal monte, después que esa primeriza comió carne ya no servían pa nada. Cuando iban corriendo algún alimal en la montaña, en lugar de seguirle las juellas, s'iban p'atrás en una gran latidera y los dos atarantaos.
El compadre Manuel Anchía me dijo que la única manera para curarlos era darles tres cabos de rabo de alacrán de siete ñudos. Yo me jui a buscar por todos laos un alacrán de ese tamaño y después que anduve testariando por aquí y por allá, m'encontré uno en el bagazal de Pedro Carvajal en el Llano de Piedades Sur. Era azulitico y tenía com’una cuart'e rabo. Le estripé bien la cabeza y las tenazas y me truje el rabo pa la casa. Al momento que llegué les di a los perros los tres ñudos. Apenas se bebieron la medecina se pusieron desaforaos esos alimales y hasta que bailaban en una pata de contentos.
Otro día me jui a probarlos pa ver qué tal habían quedado pa’l monte. Cuando llegaron a la orilla de un yurro, alzaron carrera detrás de un tepezcuinte. Yo me les puse atrás por si lo encuevaban tapale el usú. Pero, ¡vieran ustedes la vaina que me pasó! Cuando el tepezcuinte llegó a la cueva, ya los perros se habían metido. En lugar de seguirle la juella, iban más bien alante. Entonces me di cuenta que me había equivocao y en vez de darles tres, les había dado cuatro ñudos y quedaron pasaos de juego.
(Eliseo Gamboa)