Texto publicado por Mili

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El legado Lancaster: La comunión del lich - Prólogo. (Escrito por Moisés Level)

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Título
El legado Lamcaster
Fin de Título

miércoles, 6 de mayo de 2015
La comunión del lich - Prólogo.
La comunión del lich.
 
Dedicatoria.
 
Esta saga va dedicada a dos personas especiales. Milagros Rosales, y Sussan Rey, quienes me empujan a seguir, y disfrutan tanto, o más que yo mis relatos.
 
 
Prólogo.
 
Una nueva explosión y otra torre de la muralla se vino abajo, nuevas tropas oscuras chocaron con las del reino, en un combate sin cuartel. El denso humo
del fracaso cubría el azul del cielo, al tiempo que los alaridos de dolor y muerte sustituían el cantar de las aves. Era el aciago día que marcaría un
nuevo tiempo para muchos reinos, y principalmente, para el que caía bajo el peso de los magos sin escrúpulos, de los magos que ansiaban poder y destrucción,
títeres de los reinos oscuros.
 
-¡Retirada! ¡Retrocedan, idiotas, retrocedan! –Chilló a todo pulmón el capitán cuando más de un centenar de sus hombres fueron barridos sin miramientos
por dos de los magos oscuros que le hicieron frente.
 
Aunque con lágrimas en los ojos, el orgullo herido y su castillo tomado por las fuerzas enemigas, el batallón comenzó a volverse, no sin dejar de dar batalla
a los demonios que seguían emergiendo de distintos portales. Seres infernales, llenos de espinos, magia negra, fuego, y sobre todo, un terrible deseo de
matar.
 
Los cabecillas de aquel ejército invasor, hombres con antiguos y grandes conocimientos de la magia oscura poco a poco habían hecho caer pueblos, ciudades,
y ahora, el último baluarte de los poderosos que un año atrás había sido su lugar de estudios, su cuna del conocimiento, su hogar. Los líderes de aquel
respetado, y ahora destruido reino se dieron cuenta de ello no por los rumores, sino cuando ese día, sin ambages cinco se presentaron a las puertas de
la fortaleza, sonriendo ampliamente, y luego desatando lo que mejor habían sabido hacer en el último año. Muerte y desolación.
 
-¿Cómo nos pudieron hacer esto? –Preguntó entre sollozos una joven princesa, con varias heridas superficiales y un ahora huérfano hijo en brazos, pues
su padre había sido aniquilado en la batalla.
 
-Poder. maldad –respondió su madre, apenas evitando por poco caer en una crisis.
 
-¡No tenían motivos para hacernos esto! –Gritó indignada la joven, comenzando a formar un conjuro que su madre rápidamente interrumpió.
 
-El mal no necesita motivos para ser. Solo necesita oportunidades –respondió sabiamente la reina Kinian, sus ojos verdes fijos en los color zafiro de su
hija.
 
Con un gesto de asentimiento, Lizerin apretó con fuerza el bebé, contemplando como a la distancia las tropas de su ahora destruido reino se retiraban del
área de combate, sufriendo pérdidas a puñados, y aún así, presentando breves y sangrientos combates. Sabía el carácter patriótico del ejército de su padre,
el amor que los ciudadanos le tenían a sus tierras, a su reino. El nombre de la gran familia Lamcaster era respetado, querido y amado, y sabía que cada
hombre y mujer vendía cara su vida.
 
-Malditos magos –murmuró su madre con el sucio y ensangrentado rostro cubierto de lágrimas-. Malditos oscuros.
 
-Pagarán por esto, mi reina –y aunque lo dijo de manera desenfadada, el joven escudero pronunció aquellas palabras como un juramento-. Por usted, mi amada
reina, por nuestra princesa, por nuestro rey, y sobre todo, por la justicia.
 
Para sorpresa de los presentes, la reina asintió, sonriendo a pesar del dolor que podía verse en su rostro, y no por las múltiples heridas.
 
-Así será. Nuestro reino está acabado, mi esposo muerto… pero los Lamcaster seguimos con vida, y lo seguiremos estando. Acabaron no nuestro castillo y
riquezas. aquí, hoy mataron a nuestra gente, mataron nuestra confianza y lo que una vez fue su propio hogar, y juro que esto no quedará así.
 
Tras una pausa que se tomó para intentar dejar a un lado la imagen de su esposo muerto, la destronada reina Kinian Lamcaster se dio la vuelta para contemplar
el pequeño ejército élite de magos, sacerdotes, arqueros y guerreros que habían logrado salvarlas, a pesar de que la reina dio un auténtico combate, puesto
que quería yacer junto a su esposo.
 
-Espero contar con ustedes cuando llegue ese día. Quizá no sea en un año, ni cinco… ni siquiera cien. Solo espero que el día en que debamos retomar nuestras
tierras, nuestra patria y justa venganza, todos y cada uno de nosotros, o quizá nuestros hijos o nietos, estén dispuestos a luchar, morir y retomar lo
que un día fue, y que sin duda alguna, será.
 
El disciplinado grupo solo asintió una vez. No necesitaban gritos de batalla, ni juramentos a viva voz, ni bravatas, y menos aún necesitaban tomar acciones
o medidas desesperadas. Adoraban a su reina, y la increíble marca que habían dejado los Lamcaster no solo en sus tierras, sino en los distintos reinos.
Seres que antiguamente se consideraban malignos, habían encontrado un nuevo camino, una nueva vida, gracias a unos reyes que creían en el poder del corazón,
las acciones y sobre todo, en la justicia.
 
En ese lejano reino, miles y miles de seres de distintas razas habían encontrado la paz para sí mismos, para sus familias, y mucho tiempo después, para
algunos reinos de sus razas. Orcos, goblins, troll, drow, eran algunos que habían dejado a un lado sus principios y naturalezas perversas para unirse en
un reino donde un humano y una elfa les abrían las puertas, dándoles la oportunidad de ser algo distinto. Mil doscientos años habían pasado desde el día
en que el reino Lamcaster tomó como hijos de su tierra a cientos, y después miles de estos seres, y más de quinientos años habían pasado desde aquel día
en que reinos enteros de orcos, trolls, goblins, e incluso drows habían declarado su apoyo total y absoluto al gran Lamcaster, jurando en consenso general
que desde ese día, segundo del mes del águila, año de el dragón plateado, sería el primero en su nuevo calendario, y el rimero donde sus reinos eran declarados
libres de sus principios malignos.
 
Como era de esperarse, nadie creyó una palabra de esto, menos cuando más de quinientos dragones con distintos poderes se unieron a los gran y bien llamados
“Reinos libres”. No obstante, como siempre aseguraron los Lamcaster, los actos, y no las firmas hablarían por sí solos. Cien años después, y por primera
vez en la larga historia de aquel lejano planeta, la paz pudo conocerse y disfrutarse. Una paz relativa, pues si bien muchos reinos seguían fieles a sus
principios salvajes, y naturalezas perversas, la unión de los reinos libres barrían con la amenaza tan pronto se presentaba.
 
¿Qué había ocurrido entonces? En las sombras, y escondidos bajo una auténtica máscara de bondad, los reinos oscuros habían entrenado desde su más tierna
infancia a distintos hombres y mujeres, dueños de gran capacidad mágica, y sobre todo, astucia. Nunca se habían tomado nada bien que hermanos de raza los
traicionaran, y luego se aliaran con una estúpida elfa y un estúpido humano, en un acuerdo que resultaba francamente repugnante. Por primera vez en la
historia, los líderes de los reinos oscuros se habían aliado en un pacto con el que esperaban destruir por completo su principal enemigo, a los causantes
de la división en sus razas, al reino Lamcaster. Ochenta años de preparación dieron sus frutos. En un año habían aplastado por completo al reino, y hoy
día, sus tierras, fortines y castillos estaban habitados por fuerzas oscuras.
 
Una nueva explosión hizo estremecer la tierra, y a pesar del coro de lamentos que se pudo oír a la distancia, la tropa que protegía a la reina y su hija,
se mantuvo imperturbable. Aún llorando silenciosamente, la reina paseó la mirada por última vez sobre el lejano castillo donde había vivido tantos años,
y donde había sido tan feliz. Se prometió que un día lo recuperaría, haciendo pagar en el camino a todos y cada uno de los que habían llevado a cavo la
aniquilación de su reino y su amada gente. Desde el más humilde de los campesinos, hasta su difunto esposo, todos verían levantarse nuevamente el reino
Lamcaster, en su honor y en el de los auténticos héroes, aquellos que habían muerto y morirían luchando con el corazón.
 
-Tomaremos los cursos de acción que sean necesarios –dijo la reina observando a su fiel tropa-. Si debemos estudiar la magia negra, lo haremos. Si debemos
viajar al fondo de los mares, a las cavernas sombrías o luchar contra los dragones oscuros, lo haremos. No fuimos quienes declararon la guerra, y tampoco
la buscamos. Si bien buscamos la paz sobre cualquier cosa, como bien saben, tampoco somos estúpidos. El ladrón debe pagar por sus crímenes, y el justo
debe luchar para construir esa justicia. Hoy nos retiramos no como perdedores. Nos retiramos con una derrota, aprenderemos lo necesario y volveremos cuando
sea preciso, pero deben creer en que ese día llegará, y deben luchar para que ese día, la oscuridad sea vencida.
 
Una vez más, el pequeño ejército asintió una sola vez. No necesitaban nada más. Orgullosa de su gente, la reina contempló a la mayor muestra de que su
reino y propósito, era correcto. Su escudero era un hermoso drow, mientras el de su hija, era una joven elfa. Los guardias personales de ambas era un grupo
de siete temibles halflings, al tiempo que sus consejeros era un variopinto grupo de goglins, orcos, trolls, ogros, humanos, drows, elfos y aunque no estaba
presente, un viejo dragón representaba a los de su especie. Sin ir tan lejos, su doncella era una joven enana y una troll, mientras, la de su hija era
una coqueta goblin y una alegre orco. No necesitaba nada más para tener la esperanza y seguridad que tarde o temprano levantarían su reino. Tiempo al tiempo,
y por ahora, retirarse a sitio seguro para comenzar a hacer planes.
 
Un mes más tarde, el pequeño ejército junto a la reina y su hija, cruzó las fronteras del reino Klootuk , donde un enfadado rey junto a un contingente
de más de diez mil trolls estaban dispuestos a ir a derrocar a las fuerzas oscuras. Asimismo, de los reinos goblin, orco, elfo y enano, el doble de guerreros
esperaban la orden de la reina para ponerse en marcha, y ante su respuesta negativa, poco faltó para que aquellos reyes se arrancaran las barbas y las
orejas de la frustración. Sin embargo, y tras largas charlas, la reina les hizo entender que con solo fuerza bruta no podían derrocar a sus poderosos enemigos.
Así pues, un nuevo trato se hizo entre los reinos libres.
Los estudiosos se comieron bibliotecas enteras, los guerreros perfeccionaron sus técnicas, los sacerdotes y magos aprendieron mejores conjuros, estudiaron
y descubrieron muchos más. Una nueva orden de hechiceros nació con la intención de igualar a los enemigos, y aunque miles y miles de hombres y mujeres
seguían reconociendo como suyo el reino Lamcaster, a pesar de que este no existía y vivían en los reinos fronterizos, solo un grupo selecto comenzó a llevar
por apellido el Lamcaster, pues estos serían los encargados de conseguir las fuerzas mágicas, o de cualquier tipo que serviría para la reconquista de su
hogar.
 
Muchas historias se han escrito antes, y muchas otras se escribirán después, cuando los mismos recuerdos de este día en que el reino Lamcaster fue derrotado
no sean más que cenizas. Mil aventuras se han vivido, y seguirán viviendo, pero, ¿dónde comienza la nuestra? La nuestra comienza ahora, cuando una mujer,
o un hombre extiende frente a sí un pergamino, escoge la mejor pluma de fénix que posee, selecciona la tinta que perdurará por el mayor tiempo posible,
y comienza a escribir el momento en que el mito se vuelve leyenda, y la leyenda realidad.
 
 
Nota: Este libro forma parte de la saga "El legado Lamcaster", y es de libre distribución, por lo que cuentas con la libertad de compartirlo o guardarlo,
y de hecho, te invito a hacerlo para que crezca cada día más. Sin embargo, ten en cuenta que, siempre debes hacer mención de su escritor, puesto que él
es su creador, y no puedes, ni debes modificar su contenido bajo ningún concepto.
 
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Publicado por
Historias de un errante.

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