Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Nota: esta publicación fue revisada por su autor hace 8 años. Antes se titulaba Vidas..

Vidas: Marie Díaz.

Vidas.

En aquel pequeño pueblo, donde todos se conocían, donde los secretos eran a voces, voces, si, pero en murmullos. Donde se repetían y recreaban las mismas historias, donde cada uno le agregaba lo que según decía era algo que nunca se había dicho; allí crecía Gladis, aquella niña al cuidado de su abuela, su única familia.

El mundo de Gladis con su abuela era muy distinto, la niña crecía bajo la tutela de aquella señora de mirada triste y voluntad inquebrantable.

Los valores morales eran lo más importante, la pulcritud, el dominio de las tareas domésticas, su destreza en las manualidades, hacían de aquella niña algo muy diferente de las demás niñas de ese pueblo.

Sus grandes ojos verdes, sombreados de espesas y largas pestañas, su rostro oval de pequeña sonrisa, discreta y callada, siempre acompañando a su abuela, hacía crecer más y más las murmuraciones de las vecinas.

-Que se habrá creído?

-Talvez se cree más que nosotras!

-Si, claro, y nada de juntarse con nuestras hijas, tanto que pretende.como si no supiéramos.

-Doña Flora tiene la culpa! Parece que ni ella se acuerda.. Si sabremos nosotras!

-Cualquier día se repite la historia.porque vean como se le nota en la blusa.

Esos comentarios inconclusos eran cosa de todos los días.

Cada día, al llegar Gladis de la escuela leía para su abuela y al amparo del hogar el mundo era dulce, tibio y con calidez de nido.

Cuando la abuela falleció Gladis tenía trece años. Todos lloraron. Todos prometieron cuidar de la huérfana, y así comenzó la nueva vida de Gladis.

Primero fue en lo de los Pereira, luego en casa de los Rosales, los Domínguez...pero nadie parecía dar valor al trabajo de Gladis, que muy temprano comenzaba la tarea doméstica, trabajando todo el día sin casi nada de tiempo para sus tareas personales.

Luego de dos meses que fueron muy largos, sus benefactores de turno le dijeron:

_Eres un peso muerto, todo lo que haces es gastar, es inútil todo esto pues no aportas para la comida diaria.

Nosotros somos pobres y no tenemos las pretensiones que tenía la pobre Doña Flora, que en paz descanse, pero que te crió equivocada.

Ya eres una mujer, lo que se te nota debajo de la ropa, llama el instinto de los hombres no es cosa de quedarse quieta, para que cualquiera te deje como ya se sabe.

Ahí está Don Nicasio, hombre con plata, que no tiene familia y que falta le hace una mujer como vos.

Gladis bajaba la cabeza y gruesas lágrimas caían por su rostro.

_No, con llorar no haces nada!

Ya nos dijo que el compra todo y hasta muebles nuevos para llevarte con él.

Nada mejor que eso en lugar de llorar debías estar agradecida!

Gladis lloraba y un enorme sentimiento de repulsión le asaltaba cuando veía a don Nicasio, que con su mirada libidinosa, su vientre prominente, sus piernas flacas, su boca con pocos dientes y un hilo de baba colgando de la comisura de sus feos labios... Acariciando con sus manos nudosas y de dudosa higiene aquella gruesa cadena de oro, que cruzaba su pecho del que haciendo gala de poder, sacaba un reloj también de oro, que luego de mirar y acariciar guardaba nuevamente.

Una y otra vez conminaron a Gladis para dar la respuesta a lo que ellos llamaban un gran hombre, y como la respuesta siempre fue el llanto silencioso, en una noche, perdida ya la paciencia, le dijeron:

_ O te vas con Don Nicasio, o te esperan las monjas del Buen Pastor, donde van todas las que como vos no tienen cabeza y les gusta ser solo sirvientas sin sueldo!

Al otro día, muy temprano Gladis tenía en sus manos su pequeño paquete con sus muy pobres pertenencias, porque en el correr de ese tiempo había dado a las hijas de sus benefactores de turno las ropitas que su abuela con amor le había hecho.

-Donde vas _ le preguntó la dueña de casa_ quiero ir con las monjas del Buen Pastor, dijo con voz segura.

Inútil fue tratar de disuadirla.

Comenzó entonces su nueva vida, el cabello trenzado, ropa limpia, austeridad y buenas costumbres.

Una semana mas tarde viajaba a la capital donde en la casa madre le brindarían todo para hacer de ella una persona útil y con profesión.

Su vida había cambiado, sin duda su abuela la protegía desde el cielo.

Su madrina fue la señorita Ethel, persona de muy buena educación y altos valores morales.

Por ella conoció la vida social, bibliotecas, teatros y los grandes autores fueron su alimento diario.

Decidió ser enfermera universitaria, se graduó y aquella vida de antes le parecía una pesadilla lejana.

Mas tarde en su vida apareció el amor, y luego la noticia: estaba feliz cuando le comunicó a Alfredo que llevaba el amor en su vientre.

La felicidad no fue compartida, él le dijo que no era oportuno, que dentro de poco podían ir juntos muy lejos para hacer buenas obras en la organización Médicos sin fronteras..

Nuevamente las lágrimas, y su abuela en su recuerdo.prefirió al fruto de su amor.

En aquella casita del barrio jardín, vivían Gladis y su pequeña Laura.

Su vida transcurría feliz. Laura ya era una hermosa joven cercana a los 15 años. Sus vidas eran comunes, vida sana, deportes en el colegio, domingos de familia, visitas de compañeros y amigas todo era ameno y cordial.

Al regresar Laura de sus actividades, en más de una oportunidad se encontraba con un grupo de muchachotes que le decían a su paso piropos de muy mal gusto, donde la grosería y los términos soeces eran todos dirigidos a su anatomía.

Esos cambios sociales que lamentablemente se dan en más de un sitio en la ciudad no eran ignorados por Laura ni por su madre.

La falta de ocupación, o de incentivos las drogas, la muy corriente pasta base hacía lo suyo en aquellas mentes.

Sucedió aquella tarde a fines de otoño. los antisociales atacaron al conductor de un ómnibus, la reacción social, la interrupción de la normal circulación del transporte hicieron que Laura regresara más tarde.

Allí estaban, con todos los efectos de la droga en sus mentes quemadas.

Uno rompió el foco con los proyectiles de que se munían, y la horda se lanzó sobre ella.

La arrastraron hasta un espacio verde y entre arbustos, dieron rienda suelta a sus peores instintos el más grande de todos, dijo:

_ Yo soy el primero, pero hay para todos porque este pastelito no se gasta!

Sucia, lastimada, rota su ropa y destruida su alma, como una autómata Laura llegó a su casa, cerró tras de sí la puerta.

No podía pensar sino en la suciedad y el asco, el dolor, la vergüenza, todo se había roto en esos momentos infernales que había vivido.

Vió la luz intermitente de la contestadora telefónica y oyó la voz de su madre:

_Laura, cumplo el turno de 18 a 24, hay problemas con la locomoción, cierra todo y quédate tranquila que yo regreso ya que me acercan desde aquí.

Se vió en el espejo de la sala, esa que el espejo le mostraba era una desconocida, se sentía muerta, basura, toda la inmundicia se le había quedado encima, sentía los jadeos y alientos pútridos, los sonidos guturales, el sudor, los fluidos, sus propios vómitos.

Miró la fotografía que mostraba a su madre con ella, y se prometió no darle a su único afecto familiar semejante disgusto.

Se miró nuevamente, decidida se dijo: nunca le daré este disgusto.

En ese momento moría la Laura de siempre para dar nacimiento a la nueva Laura.

Un enorme sentimiento de tristeza que se mezclaba con su impotencia, con el deseo de justicia, con su firme decisión de no hacer pública aquella vergüenza, lejos de deprimirla y demostrarse apocada, le daba ánimos para seguir su vida.

Ante todo se aseguró que su salud no estaba comprometida, que milagrosamente estaba sana, que las consecuencias no tendrían ninguna repercusión visible.

Su voluntad y esfuerzo la centraron en mejorar en sus estudios y en mejorar sus marcas en sus prácticas de atletismo. Decidió junto a otras compañeras unirse al grupo defensa personal.

En otra parte de la sociedad, aquellos que por las razones que sean han optado por la droga, entre ellos aquellos que protagonizaron el repudiable acto siempre liderados por aquel que siendo mas fuerte y más grande ejercía la mayor influencia entre sus seguidores. Ahora se consideraba mas líder que antes; había progresado, tenía contactos nuevos, gente importante como decía él al referirse a aquellos que solo el conocía.

Vestía con ropas de marca, tenía el futuro en sus manos y lo compartiría con sus fieles seguidores...

Ese fue el comienzo del gran fin.

Harían una gran fiesta, a lo grande, tales eran las expresiones del líder.

La mezcla fue muy pesada, la euforia, los bajos instintos y todo fue como una gran bola de nieve cayendo desde la cima.

Ahí los encontró la brigada de narcóticos, fue un verdadero triunfo para la castigada sociedad, que sin comerla ni beberla soporta las consecuencias del gran flagelo.

Los excesos fueron muchos, los resultados a la vista.

Varios muertos, a los restantes les espera la reclusión en la cárcel, algunos con tratamientos para recuperar en lo posible su salud, y a los que trafican con la vida sin duda una larga condena.