Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Los ladrones y las golondrinitas de nuestra señora.

LOS LADRONES Y LAS GOLONDRINITAS DE NUESTRA SEÑORA
Viajaba un peregrino de Abangares a Cartago, para cumplir una pro-mesa que le debía a Nuestra Señora de los Ángeles. Llevaba ya muchos días de camino, desde sus lejanas tierras, pero todavía le quedaba muy largo el sitio de llegada, cuando fue sorprendido, en medio de un bosque, por cuatro ladrones.
El peregrino les dijo: Qué pueden quitarle a un pobre viejo peregrino que sólo quiere llegar a Cartago a lavarse los ojos en las aguas de Nuestra Señora? Todo lo que tengo es mi ración de queso, una cajeta y esta botellita para traer el agua a unos vecinos que me dieron plata para hacer el viaje. Si quieren pueden dejarse mi ración pero no me quiten la botella.
Los cuatro ladrones empezaron a burlarse del peregrinito, y le tiraban de los cabellos y le hacían diabluras con sus cuchillos. No contentos con molestarlo le despojaron de sus escasas ropas, se comieron el queso y la cajeta y le quebraron la botella.
El peregrino alzó los ojos al cielo y en eso vio pasar dos golondrinas, que de seguro iban también a Cartago a sorber del agua de Nuestra Señora y dijo: Golondrinitas del aire, si ustedes son testigos de mi muerte, no se queden calladas.
Riéndose a grandes carcajadas los ladrones le dijeron: No seás tonto: Desde cuándo has sabido que las golondrinas hablan? Y le dieron muerte al instante.
La noticia de la muerte del peregrino llegó a la ciudad de manera rápida y todos se pusieron muy tristes porque era un hombre bondadoso y recto, de pocas palabras. Pero nadie sabía algo de quienes pudieron haberlo asesinado.
Pero un día de mercado en Alajuela, dos golondrinas bajaron del cielo y se pusieron a revolotear sobre las cabezas de cuatro forasteros que estaban haciendo sus compras.
Y uno de ellos, riéndose a carcajadas, dijo a sus compañeros: Ven amigos, tal vez hayan venido a decir algo sobre la muerte del viejo peregrino.
Las gentes que estaban en la plaza mercadeando sus cosas, lo oyeron y se preguntaron cómo aquel hombre podía saber sobre la muerte del peregrino, y llamaron a los guardias que los capturaron y metieron en la cárcel, hasta que confesaron su fechoría.
en las ventanas de la cárcel toda la gente del pueblo, pudo ver a dos alegres golondrinitas revoloteando sin cesar, sin duda las golondrinas de Nuestra Señora, que en las tardes neblinosas de Cartago recogen, una a una, las lágrimas que se deslizan por la mejilla morena de la Virgen, que sufre mucho por todos los hombres del mundo.
(Alfonso chase)