Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Fábula de tío conejo y el gran león.

FABULA DE TIO CONEJO Y EL GRAN LEON
En el bosque todos los animales vivían en continuo susto, porque don León, cuando salía de cacería hacía grandes descalabros entre las diferentes familias: un día mataba un conejo, el otro a un zorro, más adelante a todos los patos y otras veces acababa con familias enteras de ardillas.
Para ver qué se hacía, y poder vivir sin miedos y sobresaltos, se reunieron un día todos los animales con don León y le dijeron a una sola voz:
¿Qué necesidad tiene Ud., don León, de andar buscando entre el bosque su alimento? Si le parece bien nosotros mismos le aseguramos su alimento diario.
A don León le pareció muy bien el trato y desde ese día los animales se reunían en la madrugada, jugaban naipes y el que perdía era la presa prometida a don León, la cual se obligaba a ir hasta la cueva para que el animal la devorara. Así se evitaron los animales el que don León anduviera haciendo desastres y tuvieron así una vida más calmada, para dedicarse a sus diferentes oficios.
Pero resulta que un día Tío Conejo perdió la partida de naipes y, ni corto ni perezoso, empezó a refunfuñar, a hacer morisquetas, a decir: Yo no juego, para qué jugué, no me gustan estos juegos, y muchas otras cosas más. Pero resulta que nadie lo dejó quieto hasta que a empujones lo fueron llevando hasta la cueva del león. De camino, ya casi llegando, Tío Conejo, que iba muy pensativo, le dijo a su escolta:
Hagamos un trato: si me dejan aquí, yo mismo voy hasta la cueva y les libro de la obligación de estarse muriendo por darle comida al león. Ya es mucha alcahuetería. Sólo porque es el más fuerte! Ydiay: ¿para qué tenemos la cabeza?
Los otros animales no aceptaron de buenas a primeras la nueva idea de Tío Conejo, sino que consultaron entre ellos, muertos del susto, pero al fin dijeron: Nada se pierde Tío Conejo: de todas maneras si salís mal de tu empresa, el león te come. Andá a ver que hacés.
Despacito se fue acercando Tío Conejo hasta la cueva del león, rascándose la cabeza y no llamándolo hasta que el sol estuvo en la mitad del cielo.
A las doce en punto se llegó Tío Conejo a la puerta de la cueva donde ya estaba esperándolo el león, furioso y dando grandes rugidos:
¿Por qué te demoraste tanto. Tío Conejo. Es que ya se les olvidó el trato que hicimos?
Tío Conejo haciéndose el agitado le contestó: Perdóname don León. Es que venía con un regalito para vos: un rico panal de miel para que te sirviera de postre, pero en el camino me lo arrebató un gran león y cuando le dije que el panal era para vos me dijo: Decile a ese tal por cual que yo soy el señor de esta tierra y que se vaya de este bosque porque si no lo voy a sacar cuando menos lo piense. ¡Que se vaya rápido si no quiere morirse en menos de lo que canta un gallo!
Y don León, furioso, se puso a rugir como nunca, diciendo: Movéte rápido, que quiero que me enseñés a ese entrometido ahora mismo.
Tío Conejo, combinando una risilla con un gran susto le respondió: Lo que vos ordenés te lo cumplo de inmediato. Y haciéndole una seña le decía: Sígame, sígame. Y don León le seguía, rugiendo, enfurecido cada vez más, pensando en el rival que le había salido sin darse cuenta.
Al llegar al borde de un río, Tío Conejo, que tenía tembladera en todo el cuerpo le dijo: Asómese don León, ahí lo tiene. Mírelo qué furioso está.
Y don León, sin mucho pensarlo, se tiró contra su rival, ahogándose de inmediato.
Tío Conejo, muerto de risa, muerto de miedo, llamó a todos los animales y en medio de grandes aplausos se perdió por el bosque, para ir a jugar otra partidita de naipes, antes de que cerrara la noche.
(Alfonso Chase)