Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos y leyendas: Flor de Lipa.

Flor de Lipa.

Fue una noche de invierno en neuquén, en un caserío de la Cordillera
donde yo viví hace tiempo, cuando me contaron lo que había pasado con
esa chica. afuera estaba oscuro y todo calladito, porque la nieve
apagaba cualquier ruido; adentro zumbaba la estufa de leña. y entonces
aquel viejo de cara arrugada, cejas peludas y bigote blanco y grueso le
dio una chupada larga al mate y dijo de repente, sin sacar los ojos de
las llamas:
–Lo que fue interesante, ahora que me acuerdo, fue ese asunto de Flor de
lipa... Pasó, vamos a ver, como hace muchísimos años, y es cosa cierta,
aunque no parezca. Pero vamos en orden.
El hombre empezó a contar cómo un muchacho que se llamaba Antonio se fue
un día de la casa para ver si encontraba trabajo en otra parte. Caminó,
caminó y caminó, y en cada campo que pasaba paraba a preguntar si
necesitaban peones, pero nunca tenía suerte. días enteros se le fueron
así, y llegó a lugares que no conocía y nunca había oído nombrar. Hasta
que una tarde, cuando se venía la noche, vio luz a lo lejos y enfiló
hacia ahí. Era un ranchito medio destartalado, donde encontró a una
viejita que vivía sola. Ella lo invitó a pasar y le preguntó si quería
comer algo. El otro aceptó, porque no había echado nada al buche en todo
el día; en ese momento ella le hizo una pregunta.
–Qué hacemos primero: ¿comemos o rezamos?
–Y... comamos –dijo el muchacho, que estaba muerto de hambre–. después,
habrá tiempo para rezar tranquilos.
–Ajá –comentó nada más la viejita, y trajo queso y unas galletas.
Después quiso saber qué hacía el muchacho por esos lados y cuando se
enteró de que buscaba trabajo, le dijo que a la mañana siguiera por un
camino que empezaba ahí cerca; que en un par de horas iba a encontrar el
palacio del Rey. Que pidiera hablar con él y se ofreciera.

Las caminatas de la princesa.
Al otro día, Antonio se despidió y se fue por donde había dicho la
mujer. después de un rato largo aparecieron unas torres y, cuando se
acercó, vio que era el palacio, nomás. ¡Paredones altos, tenía, y un
portón bien grande! Enseguida salió uno que vigilaba y le preguntó qué
quería.
–Me manda una señora que vive en un ranchito por allá, siguiendo ese
camino. Quería ver al Rey porque ando buscando empleo.
–Pase, venga por acá –le contestó el otro, y lo llevó a una pieza grande
donde estaba sentado un hombre bajito y gordo, con una corona en la
cabeza. después de que el muchacho se presentó, el otro dijo: –Vea,
jovencito, si es buen vigilante le voy a dar un premio bien importante.
Pero si me falla, como otros, va preso.
–¿Y qué hay que hacer?

–Quedarse despierto una noche.
–¡Cosa de nada! ¿y para qué?
–Para averiguar el secreto de mi hija, Flor de lipa. no sabemos qué le
pasa, cada noche se va a dormir lo más bien, pero a la mañana amanece
medio embarrada y junto a la cama hay siete pares de zapatos rotos, como
si hubiera estado caminando sin parar no sé cuánto tiempo.
–¿Y ella qué dice?
–Que no se acuerda.
–¿Y nadie la espió?
–¡Medio mundo! Siempre alguno se queda en la puerta de la pieza, pero
todos se duermen. yo mismo, sin ir más lejos... Pero si usted acepta,
coma con nosotros esta noche y después puede vigilar.
Así fue. Esa noche, cenó con el Rey, la Reina, la princesa Flor de lipa
y unos señorones más, que vaya a saber quiénes eran. Gente del gobierno
de ese lugar, seguramente. Ella era muy simpática, linda y nada
estirada, porque se apuraba a atender a todos y a pasarles la comida.
Lo que nadie sabía –ni ella– era que estaba embrujada y que cuando caía
el Sol empezaba a hacer macanas. Por empezar, con disimulo fue echando
pizcas de un polvito en los platos y en los vasos. al rato a todos les
dio sueño, Flor de lipa se fue a su pieza y Antonio la siguió y se
acomodó en el pasillo.
¡Un minuto después, estaba dormido como un tronco igual que todos, por
culpa de esa porquería que ella les había puesto en la comida!
A la mañana, cuando la muchacha amaneció sucia de barro y rodeada de
zapatos con las suelas gastadas y algunos hasta sin taco, el Rey se puso
furioso con Antonio y lo mandó a encerrar en el sótano, encadenado.
Como pasaron meses sin novedades del muchacho, otro hermano, que se
llamaba Paulo, se fue a averiguar qué le había pasado. Preguntando a uno
y a otro, hizo el mismo recorrido y llegó a casa de la viejita, que
también lo invitó a pasar. Cuando él le comentó que buscaba a Antonio,
ella le dijo que lo mejor era que fuera hasta el palacio y se ofreciera
para trabajar. así se iba a enterar de qué había sido de él. le ofreció
comida y le hizo la misma pregunta que le había hecho a Antonio:
–¿Qué hacemos primero: comemos o rezamos?
–Comamos –dijo él, que estaba hambriento.
–Ajá –contestó la viejita.
Al otro día, Paulo caminó hasta el palacio y dijo que, si lo aceptaban,
podía trabajar. lo llevaron a ver al Rey, que le hizo la misma oferta
que al hermano y le comentó: –Vino un caradura que aseguró que no se iba
a dormir y se quedó frito. ¡lo metí preso!
–Bueno, majestad –dijo Paulo–, conmigo eso no le va a pasar. y cuando
averigüemos el secreto de la chica, además del premio, suelte al
muchacho, ¿quiere?

El hermano menor
El Rey aceptó y esa noche Paulo se preparó para no pegar un ojo.
–Ni me voy a sentar –dijo, pero al minuto se durmió parado. a la mañana,
le hacía compañía al hermano en el sótano.
Pasó el tiempo y, como no se sabía nada de ellos, el hermano menor salió
a ver qué les había pasado. Se llamaba Alipio y, preguntando a uno y a
otro, llegó un día al rancho de la viejita. Ella lo invitó a descansar,
él le contó lo que andaba buscando; la mujer le ofreció comer y cuando
llegó el momento, le preguntó:
–¿Qué hacemos primero: comemos o rezamos?
–Recemos –contestó Alipio. aunque la panza le chiflaba de hambre, él era
religioso y además vio varias estampas de santos en las paredes, por lo
que pensó que la señora era muy creyente.
–¡Muy, pero muy bien! –dijo ella.
Rezaron un poco y después, mientras comían el pan y el queso de la
viejita, ella le explicó:
–Tus hermanos están presos en el palacio del Rey. Para salvarlos,
ofrecele tus servicios, pero no comas ni tomes nada de lo que te den.
llevate de acá pan y queso, y una botella de agua, haceme caso.
Así fue como al otro día Alipio habló con el Rey y quedó contratado. a
la noche no comió nada en la mesa y después se acomodó en el pasillo
para vigilar.
Sentado en el suelo, en un momento comenzó a escuchar ronquidos que
sonaban en todas partes, menos en la pieza de Flor de lipa. de repente,
se abrió la puerta y apareció la chica, con una bolsa abultada en la
mano. Alipio se hizo el dormido, cerró los ojos, respiró resoplando
fuerte y ella le pasó por delante, muy tranquila. Él se paró, la siguió
en puntitas de pies y la vio recorrer todo el palacio hasta el portón,
salir y caminar hasta un charco. ahí se echó y se empezó a revolcar. al
tercer revolcón, se convirtió en pato, agarró la bolsa con el pico y
salió volando.
¿Qué iba a hacer Alipio? lo mismo que ella, y así fue como se transformó
también en pato y la siguió por el cielo, a una buena distancia. Volaron
mucho y al fin ella bajó junto a un cerro. un poco más allá aterrizó
Alipio y, picoteando el pastito para disimular, siguió al pato Flor de
lipa, que fue derechito hasta un charco igual al que había usado antes.
Puso la bolsa a un costado, se echó de panza en el agua barrosa, se
revolcó tres veces y se convirtió de nuevo en mujer. Se arregló un poco
el pelo, juntó la bolsa y se fue al tranco largo hasta una cueva que
estaba ahí cerca.

Se armó la fiesta.
El pato Alipio se apuró a darse tres revolcones en el charco, se levantó
con su forma de siempre y corrió a espiar. desde la boca de la cueva oyó
que adentro había música y mucha jarana. Se agazapó para que no lo
vieran y se metió un poco.
La entrada hacía una curva y apenas asomó la cabeza vio venir la luz de
un farol, porque alguien se acercaba para recibir a Flor de lipa. Era un
sapo, grande como una persona, verrugoso y de ojos saltones; le colgaba
la panza verdosa y caminaba en dos patas. le dio el brazo a la chica y
la llevó para adentro. Alipio los siguió por un corredor largo, por
donde la música y las voces se sentían cada vez más fuertes, hasta que
la cueva se hizo muy alta y muy grande.
Escondido atrás de una piedra, espió con cuidado y vio una fiesta. ¡Pero
qué fiesta era esa! Había hombres y mujeres, algunos jóvenes y otros
viejos. y muchos animales: arañas gigantes que marcaban el compás de la
música con las patas peludas, chivos barbudos que saltaban, y culebras
por todas partes. algunas eran chiquitas y, como gracia, se enrollaban y
después saltaban por el aire como si fueran serpentinas; otras eran
grandes y bailaban balanceándose y dando topetazos.
Un pajarraco negro tocaba la guitarra, un lagarto le daba al bombo y
otro sapo grandote, verdoso y manchado, hacía sonar el acordeón. no
había dudas, pensó Alipio, aguantando las ganas de salir corriendo: era
una salamanca, una reunión de brujos y diablos.
Flor de lipa, muy contenta, abrió la bolsa y fue sacando seis pares de
zapatos, que puso en fila contra una pared. En ese mismo momento, los
músicos tocaron más rápido y ella empezó a bailar en medio de todos.
daba vueltas y vueltas, y los pies ni se le veían de cómo los movía. al
rato nomás, corrió a sacarse los zapatos, que estaban a la miseria. los
metió en la bolsa y agarró otros nuevos, que no le duraron gran cosa con
tanto zarandeo. y así se los fue cambiando, uno tras otro, hasta que no
le quedó uno sano. Pero justo entonces, la víbora más grande de todas
dio un chiflido y la música paró. la fiesta había terminado.
Alipio corrió para afuera y vio que ya clareaba. Se escabulló detrás de
unas plantas y esperó. Salieron un par de culebras que se deslizaron
entre las piedras y se perdieron de vista, enseguida una vieja
despeinada, después un montón de arañas grandotas y atrás Flor de lipa
con su bolsa, que buscó el charco, se acostó, se revolcó, se hizo pato y
se fue volando como antes.
Cuando estuvo seguro de que no lo veían, Alipio corrió al charco y en un
momento también volaba para volver al palacio. al llegar, corrió a
espiar a Flor de lipa y la encontró dormida. al lado de la cama estaban
los siete pares de zapatos rotos. El muchacho fue enseguida a contarle
al rey las novedades. El hombre se agarró la cabeza, desesperado, pero
Alipio le dijo:
–Su hija no tiene culpa, la han embrujado. y yo sé quién nos puede ayudar.
Pidió un caballo y se fue al galope hasta lo de la viejita del rancho.
le contó todo y ella le explicó:
–Claro, yo ya sabía. Pero hacía falta la persona indicada para ver lo
que pasaba. y eras vos.
Después le dio cuatro estampitas de santos y le dijo que había que
ponérselas a la chica, apretadas con un pañuelo como vincha, una en la
frente, otra en la nuca y las demás, una a cada lado de la cabeza. Con
eso se le iba a pasar el embrujo. y así fue. Esa noche Flor de lipa
durmió tranquilamente en la cama.
El Rey estaba tan contento que llenó a Alipio de regalos y de plata, y
soltó a los dos hermanos que tenía presos.
Entonces, él vio una pieza llena de zapatos que la chica había
estropeado en noches y noches de salamanca, y se ofreció a arreglarlos.
y así fue como los tres hermanos se instalaron en el pueblo y se
hicieron famosos como zapateros.