Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

No abras esa puerta: Juliana Amavet.

No abras esa Puerta
Tenía insomnio, mi mirada apuntaba al techo mientras trataba de recordar lo bueno, olvidando lo malo, haciendo paces con mi vida, lo hecho, lo no hecho y lo hecho mal.

Siempre sucede así, cuando debería descansar, hago balances y sin notarlo ni desearlo el tic tac sigue su curso, la noche avanza. Luego me desespero, veo con angustia el pasar de las horas, pienso en mi malhumorado despertar, mis ojeras, inconfundibles compañeras de una noche sin sueño, la jornada laboral, un suceder de hechos que me van a dejar sin dormir otra noche más, pues en esta nada resolví, solo agregué aflicción a mi alma atormentada.

Creía dormir cuando una luz en la puerta de mi habitación acaparó mi atención, lentamente descorrí las sábanas, apoyé mis pies en el tibio piso de madera, sin hacer ruido para no despertar a Alejandro que dormía a mi lado.

Llegué al umbral de mi puerta, la luz era más fuerte, invitante, me seducía, los colores se alternaban, azules, rojos, amarillos, violetas, verdes, se entremezclaban confundiéndose, cada uno me indicaba una puerta diferente, una de noble y robusta madera trabajada, otra con bajos relieves en los que flores y pájaros se alternaban, otra sencilla, blanca, más atrás una llamó mi atención, de madera lisa con un poema colgando en la misma, un poema de Kahlil Gibrán que rezaba: "Tus hijos no son tus hijos.." sin pensarlo recordé, mis manos temblando en el pomo de la puerta la abrieron, ya no podía volver atrás. Dos bellas camas, una mesita de luz con un teléfono blanco, una lámpara de noche, un gran placard empotrado en la pared, una cómoda, una silla de época, pósters profusos encima de una de las camas, uno solo encima de la otra, un balcón, Julieta alargando sus brazos para alcanzar a un Romeo perdidamente enamorado, esas paredes guardaban suspiros, llantos, risas, confidencias, llamadas de eterna duración, silencios, libros, orden de un lado, desorden del otro, el inacabable problema de compartir una habitación con una hermana desordenada, sin desearlo sonreí. Las peleas, discusiones, ayudas, llamadas telefónicas a sottovoce, para no despertar suspicacias en los demás integrantes de la casa. Lentamente cerré la puerta para volverla a abrir instantes después, dos amigas entre libros y secretos reían tiradas en las camas con las piernas apoyadas sobre la pared. Los pósters habían desaparecido, un empapelado de grandes flores rosáceas había transformado la habitación, desde la ventana llegaba el fuerte aroma de rosas , lentamente me dirigí al ventanal, cuán grande era ese rosal de rosas rococó rosadas, sus ramas se asomaban perfumando el cuarto, era primavera.

Bajé la mirada, para no importunar a esas jóvenes que reían mientras proyectaban su futuro, cerré lentamente la puerta, mi corazón latía con fuerza.

Desanduve mis pasos pero, no pude evitar ver hacia atrás, observé otra puerta, igual a la anterior, lisa con múltiples pósters de hombres practicando deportes. Creí recordarla, giré el pomo. Un hombre de rostro enjuto, abundante barba, de gran altura sostenía entre sus manos un cochecito de juguete, la mirada fija en el mismo, los labios cerrados, mis ojos se posaron por unos instantes en la cama pulcra, tendida con su acolchado de flores verdes y blancas, encima un pantalón gris y una campera negra, algunas manchas rojas teñían sus solapas, el hombre acariciaba las manchas como tratando de recuperar lo irrecuperable, su hijo, llorado por todo el resto de su vida. Ví los surcos debajo de los ojos del padre, su boca balbuceaba una sola palabra, "perdón", recordé lo que mi padre no se cansó en repetir hasta sus últimos días después de morir mi hermano, "un padre jamás debe sobrevivir a un hijo, es un pecado mortal". Lo dejé con su dolor, mientras me iba con el mío pensando, "ya nada fue igual, todo cambió".

Anduve lentamente por el pasillo, temía desenpolvar recuerdos pues esas imágenes me eran tan cercanas cuanto lejanas, me habían seducido, hechizado, obligándome a recordar. Sin desearlo me encontré delante de otra puerta, en ella una bella mujer se miraba al espejo, mientras se inclinaba para levantar en brazos a su hijo de pocos meses, lo acunaba, le sonreía era feliz. El empapelado que adornaba las paredes encuadraba la imagen, acompañándola, grandes flores color chocolate rodeadas de otras color marfil, la cama, esa cama me recordó la que usé apenas casada, la cómoda, las mesas de luz, pausadamente sin querer incomodarlos abrí uno de los cajones y ví poemas, cientos de poemas guardados sin criterio ni orden, así escribía mi mamá, donde podía, donde se inspiraba podía ser un cuaderno, cuanto una hoja perdida o una servilleta nueva, poemas solo poemas. Cerré el cajón cuidadosamente y salí.

Unas grandes puertas vaivén me esperaban, la parte de arriba era de vidrio, la de abajo de madera, gastada, estropeada por el paso del tiempo, las manos que la abrieron con emoción, suspiros, lágrimas, apoyé mis manos en ellas mientras entraba, era un Aula Magna, estaba repleta de gente divididos por una línea imaginaria, los de adelante expectantes esperaban ser nombrados, en el escenario central una joven en trajecito negro juraba por Dios, por los Santos Evangelios y por la Patria, pequeñas y juguetonas lágrimas empañaron mi vista, giré la mirada, al tiempo que escuchaba SI JURO, ví a una familia feliz saltando, aplaudiendo, alzando la voz en largos vítores.

Salí henchida de emoción, me arrimé a la puerta, mientras cerraba mis ojos, me encontré nuevamente frente a la habitación de espartana puerta de madera lisa, habían transcurrido los años, tumbada en su lecho, estaba la bella mujer con los ojos entornados, lloraba en silencio, su mano derecha descansaba en el espacio vacío a su lado, solo unas palabras susurraba en la oscuridad de la noche, de esa noche de invierno, fría como pocas, "¿porqué me dejaste?". Bajé mi mirada y lloré, saladas lágrimas surcaban mis mejillas, pensé, "jamás lloró delante nuestro".

Me sentí acorralada, ese pasillo era una trampa, los recuerdos se agolpaban por acaparar un rol protagónico, no podía permitirlo, no quería recordar, no podía hacerlo. No sabía como volver al calor de mi lecho al lado de Alejandro, debía volver, entre tropiezos desanduve el corredor reencontrándome delante de la primer puerta. Esa puerta me invitaba, susurrando mi nombre, con mano temblorosa la abrí, ví una novia, entre sonrisas y saltos, con la maquilladora y la modista, esta ajustaba el vestido de larga cola, pronunciado escote, un encaje italiano de enormes flores brillaba debido al resplandor que emanaba de todas las perlas diminutas bordadas en sus imaginarios pistilos, la novia estaba radiante, reía mientras se observaba en el espejo, un adorno floral en vivos colores blancos y lilas adornaba su cabello. Mi rostro se iluminó, la felicidad es contagiosa, reí. Decidí cerrar esa puerta, aunque la volviera a abrir, ya no sería lo mismo, ya no.

Dos enormes puertas labradas con bajorrelieves evocando pasajes Bíblicos me invitaron a presenciar una ceremonia, un matrimonio, en donde las emociones se agolpaban, lo nuevo, lo invitante, lo pasado, las presencias y ausencias, un SI ACEPTO puso en pie a toda una iglesia, los aplausos se confundían con las risas, los besos, con los abrazos.

Al compás de una marcha nupcial salí por una de las puertas laterales. Me encontré en un bosque, estaba confusa, los árboles altos amenazantes me atemorizaron, corrí, no sabía adonde, hasta que ví una luz que me cautivó, la seguí. Me encontré frente a una puerta blindada, tomé el pomo con temor, toda ella imponía respeto, sin embargo sin prestar resistencia se dejó abrir, un gran desorden reinaba en ese enorme espacio, entre cajas y tablones una pareja acurrucada en un único y gran sillón de cuero verde reía mientras, entre arrumacos y besos se profesaban amor eterno. Sin saber cómo ni porqué giré mi vista encontrándome frente a una puerta de vidrio, con un pomo particular, era toda ella de cristal de murano, exquisita, conducía a una cocina, la misma pareja estaba delante de un modular, él lo lustraba, mientras ella desde la única silla lo animaba con la mirada, lo seducía con la boca, lo invitaba con el cuerpo. Cerré la puerta, los recién casados estaban construyendo una nueva vida llena de esperanzas, de goces, de proyectos.

Me recliné en una pared, estaba cansada deseaba volver a mi lecho y dormir, no quería abrir más puertas, solo deseaba volver al lado de Alejandro. Lentamente me dejé caer, sentada, apoyada mi espalda contra la pared, dormité. Un tic tac me recordó el tiempo, las horas que pasaban, la noche que seguía su curso. Entorné los ojos, sin tiempo siquiera dos puertas se abrieron ante mí, esta vez ambas llevaban impresos dos números, uno y dos. Decidí seguir el orden impuesto. La primera era de vidrio, me condujo a un pasillo frío, lúgubre, a sus lados varias puertas se abrían, no sé porqué entré en la primera de la izquierda. Tres matrimonios, dos adolescentes velaban el cuerpo sin vida de una mujer, no la reconocí, me acerqué a ella pero no pude recordarla no sé quien era, tampoco que hacía yo ahí. La abarqué con la mirada hasta que llegué a sus manos, eran perfectas, la enfermedad no había osado tocarlas, era ella, la que alzaba a su hijo en brazos, la que escribía poemas, la que lloraba en silencio la muerte de su marido. Me tapé el rostro con ambas manos no quería ver más, ya no. Eternos minutos quedé ensimismada en mis pensamientos, en mis sentimientos. No sé cuanto tiempo pasó, quizás segundos, quizás una eternidad, cuando decidí abrirlos nuevamente me encontré delante de una puerta de madera sencillamente trabajada, toda ella inspiraba dolor, entré el cajón estaba en el centro, un sacerdote hablaba, el silencio era audible y doloroso como ninguno. El cajón pasó a mi lado, el pequeño cortejo, en silencio también, nadie me vio, yo no estaba ahí; mi mirada se perdió en el horizonte en ese interminable camino que conducía el cajón hacia el crematorio, se veía tan solo, tan indefenso, tan impotente. Caí de rodillas, no podía más estaba exhausta, las lágrimas se agolpaban para salir, no podía contenerlas, no debía hacerlo ya.

Cuando los reabrí una pequeña puerta de avión me esperaba, subí, ví a la pareja preparándose para partir. Cuánto había quedado de los sueños, los deseos, los proyectos, no lo pude saber, se veían cansados, tristes, agobiados, doloridos.

Decidí salir de esa puerta y gozar del aire libre, no hice lo que las puertas me imponían hice lo que desée, descansé, caminé, respiré. El tic tac seguía sonando, acompasando mis pasos, pocas horas de sueño me quedarían. Estaba extenuada, deseaba volver.

Me tiré en el pasto, lo toqué, lo sentí. Una sensación placentera inundó mi ser, cuando abrí los ojos, el corredor de mi casa estaba a oscuras, sigilosamente, con temor lo caminé, llegué a mi cama, Alejandro dormía, su suave respirar me indicaba que nada había cambiado desde que me había ido, me metí en la cama, lo abracé, me acurruqué en su espalda mientras lo besaba en la oreja susurrándole;

- "estoy agotada",

medio dormido me respondió,

- "¿qué hiciste?, ¿estás con insomnio?",

- "viajé" le respondí.

El abrió los ojos, con desconcierto me preguntó ;

- "¿adónde fuiste?",

- "viajé por los laberintos de la memoria, los vericuetos del recuerdo, abrí y cerré puertas, reí, sufrí, lloré, una sola puerta no abrí",

- "¿cuál?" me preguntó él,

- "la del futuro", le respondí

- "¿porqué no la abriste?",

Mientras observaba su mirada atónita pensé que cada puerta que había abierto era una experiencia vivida, ya pasada, feliz o triste pero, pasada, sin embargo esa gran puerta de noble madera que me incitaba, seducía, jugueteaba conmigo, mostrándose ilustre, fuerte, invencible, brillante, presentándose en cada recodo de mi camino, no logró que la abriera.

Mientras se incorporaba en el lecho, mirándome detenidamente, me tomó entre sus brazos murmurando;

- "cuando abras esa puerta, llévame contigo".

- "no podría abrir esa puerta sin vos a mi lado"

El tic tac seguía su curso, acurrucada entre los brazos de Alejandro, me dormí.