Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos y leyendas:El herrero miseria.

Esta es una adaptación de un cuento de Ricardo Güiraldes

El herrero Miseria.

Hace mucho, pero lo que se dice muchísimo tiempo, hubo un herrero que
tenía su fragua junto a un camino, en un lugar medio perdido en el
campo. El hombre ya era bastante viejo, pero siempre se ponía a trabajar
apenas le llegaban clientes, aunque no eran muchos en la zona, donde
pasaba poca gente y vivían unos pocos, aparte de él.
Como el hierro para trabajar le salía muy caro y el herrero nunca tenía
plata para comprarlo, se la pasaba juntando cualquier pedazo de metal
que encontraba tirado por ahí.
-¡Es por si algún día me sirve! -explicaba.
Tres o cuatro clavos oxidados, una manija rajada, un cuchillo partido,
un martillo sin mango, una argolla torcida, un bollo de alambre
enredado, todo le venía bien y todo lo echaba en un montón que tenía en
un rincón del taller.
Por eso, y porque era tan pobre, los pocos vecinos que tenía le habían
puesto un apodo que a él no le molestaba: herrero Miseria.
Una tardecita, cuando caía el Sol, el herrero oyó los pasos de un animal
que se acercaba. Salió a mirar y vio que, derecho para el taller, venía
una mula flaca que traía montados a dos viejitos barbudos: uno, flaco y
de pelo largo; el otro, más bien gordito, bajo y bien pelado.
-¡Buenas tardes, amigo! -lo saludaron.
-Que sean buenas -contestó él. y enseguida, como era un hombre muy
educado, les ofreció:
-Desmonten, nomás, ¿gustan tomar unos mates?
-No, hijo, gracias -dijo el flaquito-. lo que andamos precisando es
ayuda. Porque la mula perdió una herradura y nos han dicho que podés
hacerle una nueva.
-¡Cómo no! -dijo el herrero-. En un momento.
-Pero el problema, hijo -siguió el recién llegado-, es que no tenemos
dinero para pagar.
El herrero los miró, pensó que eran mucho más pobres que él y les contestó:
-Lo importante es que puedan seguir viaje. ya me pagarán alguna vez y si
no, no importa.
Y ahí nomás empezó a rebuscar en el montón de hierro viejo y sacó una
varilla. le dio fuerza al fuego de la fragua echándole aire con el
fuelle, calentó el metal al rojo, lo puso sobre el yunque y empezó a
pegarle con el martillo para darle forma. En un momento, tenía la
herradura lista. le agarró la pata a la mula y se la puso.
-¡Qué bien! -dijo el viejito flaco-. ¡Qué buen trabajo! Pero lo más
importante es que te has puesto a ayudar a dos desconocidos que no te
iban a pagar.
Entonces, habló el peladito:
-Nos presentamos: él es dios y yo, San Pedro, que andamos de recorrida
por el mundo.
-Y por tu generosidad -siguió dios-, te vamos a recompensar con tres
cosas que pidas.

Tres regalos del Señor.
A espaldas de dios, San Pedro empezó a hacer gestos señalando hacia
arriba, para que el herrero pidiera como premio ir al Cielo.
Pero Miseria no le llevaba el apunte. Pensaba y pensaba, y al fin, dijo:
-Lo primero que me gustaría es que el que se siente en esa silla no se
pueda parar sin mi permiso.
-¡Concedido el deseo! -dijo dios.
San Pedro daba saltitos, apuntando para arriba. Pero el herrero no le
hizo caso y agregó:
-Lo segundo que quiero es que el que se suba a esa planta de nogal, no
se pueda bajar si yo no lo dejo.
-Bueno, si es tu deseo... está bien -contestó dios.
Y San Pedro, por atrás del hombro de dios, le decía con los labios:
“¡Pedí el Cielo!”. Pero el otro quiso ahora:
-Y lo tercero es que el que se meta en esa bolsa que está colgada del
gancho en la pared, no pueda salir si yo no quiero.
-¡Hecho! -dijo dios. y como se dio vuelta y vio que su compañero fruncía
las cejas y ponía mala cara, le dijo:
-Pedro, él tiene derecho a elegir lo que quiera.
Los visitantes se despidieron, montaron en la mula y se fueron al pasito
tranquilo. El hombre se quedó mirando cómo se alejaban y cuando los
perdió de vista al doblar una curva del camino, hizo una prueba. Sentó
en la silla a un perrito que tenía y esperó. al rato, el animal se quiso
tirar al suelo, pero parecía pegado a la madera. lloriqueaba y hacía
fuerza, pero no podía dejar el asiento. El hombre se rió, le dijo que le
daba permiso para bajar y el perro se fue apurado, con la cola entre las
patas. Miseria se reía:
-¡Bueno, mirá vos lo que conseguí a cambio de una herradura!
¡Lindas bromas puedo hacerle ahora a cualquiera!
Pero pensó un poco y al rato dijo:
-La verdad es que he estado hecho un zonzo. ¡Podría haberles pedido ser
rico!
Se puso de muy mal humor y se pasó la semana protestando.
-¡Rico tendría que ser ahora!
¡Cualquier cosa daría por ser rico!
¡Ah, si tuviera de nuevo la oportunidad, no sería tan pavote!
Hasta que una tardecita oyó el paso tranquilo de un animal.
-¡Volvieron! -gritó el herrero.
Pero no eran ellos. ahora, montado en un caballo renegrido y con ojos de
loco, venía un hombre de barbita puntiaguda, con sombrero negro, botas
negras y poncho negro. Saludó, desmontó y en ese momento Miseria vio que
por abajo del poncho le salía una cola larga.
-¡El diablo! -se le escapó, y retrocedió asustado.
-El mismo, para servirte -contestó el otro, sacándose el sombrero y
dejando ver unos cuernitos-. Para servirte y hacer negocios.
-Yo... yo no vendo nada... Soy un pobre herrero nomás -dijo Miseria, con
la boca seca por el miedo y temblando.
-Pero mi amigo, siempre hay algo para vender -se rió el diablo-. ¿no
andás hace días diciendo que darías cualquier cosa por ser rico? Mirá lo
que te ofrezco: un baúl lleno de oro y un año entero para gastarlo.
-¿Y después?
-Después, te paso la cuenta: tu alma. En un año justo, mando a uno de
mis empleados para buscarte y te venís para siempre conmigo. no hay
mucho que pensar: ¡todo un año para disfrutar tanta riqueza!
-No me convence -dijo Miseria.
-Mirá, vamos a hacer una cosa: te doy dos baúles llenos de oro.
-Tres.
-Bueno, tres.
-Y tres años para gastarlos.
-Dos o nada.
-Acepto -dijo el herrero.
-Muy bien, entonces, acá está el oro.
Miseria se dio vuelta y vio que en el lugar de la pila de hierro viejo
había tres baúles abiertos, llenos de oro tan brillante que iluminaba
todo el taller.
-Y ahora, vamos a hacer el contrato. lo traje preparado -dijo
el diablo. de la manga, sacó un rollo de papel, y de un bolsillo, una
pluma y un tintero. Se los alcanzó al hombre.
-Firmá acá, por favor -dijo.
Apenas Miseria firmó, el visitante desapareció en el aire, con caballo y
todo, y él se quedó solo con su riqueza.
Al día siguiente ya estaba gastando. Se dio todos los gustos, comió de
lo mejor, se vistió como un príncipe y se hizo construir una casa lujosa.
Claro, a medida que pasaban los dos años, se iba poniendo tristón. ¡ni
quería mirar el almanaque! ¿Qué iba a hacer cuando el diablo mandara a
buscarlo?, se rompía la cabeza pensando. y al fin llegó el día. Se
oyeron unos golpes en la puerta y Miseria se hizo el zonzo. no abrió.
Pero de afuera le gritaron:
-¡Salí, ya sé que estás adentro!
No tuvo más remedio que abrir. Había un diablo parecido al otro, pero
más jovencito, con el contrato en la mano.
-Me manda el patrón a buscarte. Este papel dice que tenés que venir.
-Ya sé -contestó el herrero-. Bueno, ¡qué vamos a hacer! Voy a buscar el
poncho para el viaje. Sentate un momento, mientras me esperás -y le
ofreció la silla vieja que antes tenía en el taller.
El diablo joven se sentó y enseguida volvió Miseria, emponchado y con el
sombrero puesto.
-Bueno, vamos -dijo.
Pero cuando el otro se quiso parar, no pudo. Estaba pegado al asiento.
Forcejeó y se sacudió y bufó, pero no había caso.
-¿No podés pararte? Bueno, pero ojo que entonces no es culpa mía si no
vamos con tu jefe. y ¿sabés una cosa? yo tengo el poder de liberarte.
Pero negociemos. Firmá que el contrato sigue por tres años más y dame
otros cuatro baúles de oro.
El diablo joven no contestó y se pasó dos horas tironeando para zafarse
de la silla. al fin dijo, de mala gana:
-Está bien -y firmó.
Miseria estaba muy aliviado y siguió viviendo como un rey, con tanta
riqueza nueva. Pero el tiempo pasó más rápido de lo que esperaba y un
mal día sintió que golpeaban la puerta.
Abrió y era el primer diablo.
-Vine yo mismo para que no te aproveches de la falta de experiencia de
mis muchachos -le explicó.
-De acuerdo, ya vamos. ¿no querés sentarte mientras me preparo? -le
propuso Miseria.
-No gracias, estoy muy bien así.
-Bueno, entonces ya vengo. Mientras, si te gustan las nueces, sacá
algunas del nogal para comer en el viaje y llevarles a los tuyos.
-Esa no es mala idea, ¿ves? -contestó el diablo, que era muy goloso, y
se subió al árbol. las nueces estaban buenísimas. Comió ahí mismo unas
cuantas y después se llenó los bolsillos.
-Listo, vamos -le dijo Miseria. Pero cuando el otro quiso bajar, no
pudo. Estaba pegado a las ramas.
-¿Qué es esto? -protestó el diablo-. ¿Qué pasa?
-¡Ah!, ese árbol es muy mañoso -se rió el herrero-. agarra y no suelta.
Sólo me obedece a mí.
-¡Hacé que me largue! -gritó el otro.
-¡Como no! Si nos ponemos de acuerdo. Favor por favor. te suelta si
renovamos el contrato por cinco años y me das diez baúles de oro.
El diablo estaba indignado.
-¡Esto es una estafa! ¡Esto no es serio!
-¡Esto es un negocio! -contestó Miseria.
El demonio estaba emperrado y no quería aflojar, pero el herrero, muy
tranquilo, lo dejó en las ramas del nogal y se fue a dormir. a los dos
días, harto de hacer vida de pájaro que no puede volar, el otro tuvo que
aceptar. Firmó el agregado al contrato y se fue renegando.

Cincuenta diablos más uno.
El herrero siguió dándose la gran vida. Pero todo pasa, y los cinco años
también. una mañana, Miseria sintió voces afuera de la casa y cuando
salió encontró al diablo, que esta vez había traído a cincuenta
ayudantes, por las dudas.
-Te vengo a buscar y te aviso que ni estamos cansados como para
sentarnos, ni tenemos ganas de comer nueces.
-Bueno, me cambio y vamos.
-Nada de cambiarse, ¡basta de vueltas! Venís así como estás.
-Bueno, está bien, ¡qué malos modales! ni que fueras tan poderoso.
-Yo hago lo que quiero -contestó el otro, que era muy orgulloso.
-No creo -lo provocó Miseria.
-Es así.
-¿Ah, sí? a mí, por ejemplo, no me parece que puedan hacerse chiquitos
como para meterse todos juntos ahí adentro -dijo mostrando la bolsa vieja.
-Claro que podemos.
-Estás macaneando. ¡Qué van a caber!
-¡Ahora vas a ver, atrevido, y después me voy a desquitar con vos en el
Infierno por esta insolencia! -y pegando un chiflido, ordenó-:
¡Muchachos, muéstrenle a este viejo lo que podemos hacer!
Pegó un salto y en el aire se hizo finito, finito, como una lombriz
larga, y se metió de cabeza en la bolsa. después lo siguió la fila de
diablos, uno a uno. todos se metieron y entonces se oyó la voz del demonio:
-¿Y? ¿Podíamos o no podíamos? ¡y si quiero, entramos más todavía!
-Tenías razón -dijo Miseria-.
Entrar, entraron... ahora, salir, lo veo difícil...
Ahí mismo empezó a revolverse la bolsa, que rodaba por el piso y daba
brincos. de adentro salían gruñidos como de quien hace esfuerzos,
resoplidos y voces que decían:
-¡Imposible!
-Probá vos.
-A ver, dejame a mí.
-No se puede.
-Empujá con el pie.
-Todos juntos, ¡ahora! Pero la bolsa no se abría.
Al fin, se oyó al diablo principal, que decía:
-¡Dejanos salir!
-Bueno, pero a cambio, quiero que rompamos el contrato.
-¡Ni loco! yo nunca me echo atrás.
-Habrá que ablandarte -contestó Miseria. agarró la bolsa, la puso sobre
el yunque que siempre había guardado, buscó el martillo más pesado que
tenía y empezó a golpear a los diablos encerrados con toda la fuerza.
dicen que los chillidos que daban se sentían como a diez cuadras. Cuando
le pareció que había hecho bastante, preguntó:
-¿Y? ¿Estamos de acuerdo?
-¡No! -porfió el diablo, con voz dolorida. Entonces Miseria siguió con
el martillo hasta cansarse y después volvió a preguntar:
-¿Qué hacemos? ¿Hasta cuándo vamos a seguir así? ¡Miren que yo tengo
mucha experiencia en martillar!
No le contestaron nada, pero de adentro salió un bollo de papel
aplastado. Era el contrato. Miseria prendió un fósforo y lo quemó.
después dijo:
-Bueno, cuando quieran, váyanse nomás.
Los diablos salieron volando, entre quejidos, con los pelos revueltos,
la ropa arrugada y llenos de chichones. no los volvió a ver nunca más.

Entre el Cielo y el Infierno.
Pasaron los años, el herrero se hizo viejísimo y un día se murió.
Entonces fue al Cielo. llamó a la puerta y le abrió San Pedro.
-Me parecés cara conocida -comentó-. ¡ah, sí! Vos sos Miseria. ¿Ves? Si
me hubieras hecho caso, ya estarías acá hace mucho tiempo, tranquilo.
Pero no, el señor quiso no sé qué pavadas... ¡Bué!, vamos a ver en el
libro de las almas qué pasa con la tuya.
El santo abrió un libraco gordo, se mojó el dedo y empezó a pasar las hojas.
-¡Mmm...! Miseria, Miseria... ¡acá está! ¡ah!, pero m'hijito, acá dice
que has vendido el alma al diablo. lo lamento mucho, pero entonces no
podés entrar. Y cerró la puerta, meneando la cabeza, muy triste.
El herrero se fue, bien compungido, al Infierno. llamó, un diablo
entreabrió el portón y asomó un ojo.
-¿Quién es?
-Miseria.
El demonio abrió grande la boca y gritó, asustadísimo:
-¡Jefe, muchachos! ¡Es el herrero!
Le dieron con la puerta en la cara. adentro hubo alaridos de terror y
enseguida dieron dos vueltas de llave en la cerradura y pusieron una
tranca de hierro.
-¡Fuera, fuera! -le dijeron-. no tenemos ninguna obligación de dejarte
entrar.
Así fue como Miseria volvió a la tierra. y dicen que por eso, desde
entonces, la miseria anda suelta por el mundo.