Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos y leyendas: El gran incendio.

El gran incendio.

Entre los wichis del Chaco, Formosa y el monte salteño siempre hubo
muchísimas historias sobre los más diversos temas. Hablan de cosas que
les pasaron a los animales, o explican por qué las estrellas están en el
cielo, o desde cuándo corren los ríos. otras cuentan lo que hicieron
algunos personajes y también cómo se creó el mundo. y hablando de esto,
dicen ellos que la tierra no se formó de una sola vez y para siempre,
sino que se hizo, se deshizo y se volvió a formar varias veces. una, fue
por culpa de una carcajada inoportuna.
Según parece, hace tiempo, muchísimo tiempo, la gente era bastante
ignorante. Por ejemplo, no sabía cómo conseguir comida por su cuenta, ni
cómo encender fuego. ¡Qué problema, si no hubiera sido porque contaban
con una gran ayuda! Era la de Jualá, el Sol, que vivía encima de una
montaña y cocinaba para todos. desde abajo se lo veía brillar todo el
día, pero cuando uno se acercaba, notaba que era un hombre muy gordo, de
cara redonda y colorada, con los pelos largos, revueltos y rojizos.

El poder de Jualá.
Jualá era generoso y a sus visitantes les convidaba cosas buenas para
comer. de su chacra sacaba zapallos gordos y ajíes lustrosos, choclos de
granos dulzones y porotos tiernos, y también tenía carne. Pero cuando
decimos que preparaba la comida para los demás, no es porque fuera una
especie de mamá cariñosa –o de papá hacendoso, ya que era hombre– que
cocinaba y después llamaba “¡a comer!”. nada de eso.
Por empezar, era un tipo muy serio y malhumorado, que no quería oír una
sola palabra y no soportaba ruidos. ¡ni pensar en que alguien se fuera a
reír! Había que esperar en el silencio más absoluto a que él terminara
de cocinar.
Jualá no usaba cocina ni fogón en el suelo para preparar la comida, sino
nada más que una olla enorme de barro.
¿Cómo la calentaba, entonces? Muy simple y muy raro también: se sentaba
sobre el cacharro y largaba llamaradas por el trasero.
Todas las mañanas, una fila de personas bien calladitas subía la
montaña, cada una con su plato bajo el brazo. los que no podían llegar
porque eran muy chicos o demasiado viejos, o estaban enfermos, se
quedaban abajo y los demás les llevaban su parte.
Arriba de todo encontraban a Jualá, siempre serio, y a medida que
pasaban de a uno delante de él, lo saludaban inclinando la cabeza, él
les contestaba igual y echaba en la olla con agua algo para el
visitante. después, los recién llegados se iban sentando en el suelo,
muy silenciosos, a esperar. no se oía más que el arrastrar de los pies
de la gente y el ¡plop! de las cosas que caían en el cacharro.
Cuando se acababa la fila, el Sol se levantaba el taparrabos y se
sentaba sobre la olla. ¡Bien tapada quedaba! Hacía fuerza, se ponía más
colorado que nunca y empezaba a soltar llamas, que iban a parar sobre la
comida. después de un momento, Jualá se paraba, se acomodaba la ropa y
agarraba un cucharón de madera. Entonces los otros formaban una hilera
otra vez e iban desfilando de nuevo uno por uno frente a él; así, les
llenaba el plato con un guiso que tenía un poco de todo. Ellos le
agradecían inclinando la cabeza y empezaban a bajar la montaña, con
mucho cuidado para no volcar nada.

Las tentaciones de Taachij.

Pero había alguien a quien no podían llevar a donde vivía el Sol. Se
llamaba taachij y era un muchachito que tenía la risa demasiado fácil.
Por cualquier cosa se tentaba y, para colmo, le salían unas carcajadas
estridentes y largas, que se oían desde lejos. Por eso, los demás le
traían la comida, pero no querían que taachij subiera la montaña, aunque
él insistía en que quería ir con ellos.
–¡Déjenme ir! ¡yo tengo que ver! –se ponía cargoso.
–¡No, que te vas a reír y Jualá se va a enojar! –le contestaban.
–Pero ¿cómo se les ocurre? –protestaba taachij–. Me voy a portar bien.
–No, te vas a tentar –le decían–. Sos un imprudente.
Y él que no y que no, y que iba a estar callado, y que quería subir para
conocer al Sol. al fin, tanto porfió que para no escucharlo más, un día
lo dejaron ir. Pero le hicieron prometer que iba a estar serio todo el
tiempo.
A la mañana siguiente, él también se puso en la fila, con su plato, y
acompañó a los demás. Cuando ya casi estaban llegando al lugar del Sol,
varios agarraron a taachij y le recomendaron:
–¡Portate bien!
–¡No hagas líos!
–¡Cerrá la boca!
–¡No te vayas a reír!
–¡Sobre todo, no te rías!
Tanto decirle eso, en realidad resultó peor, porque empezó a darle risa.
Pero se aguantó. Cuando le tocó pasar junto al Sol, lo vio tan serio que
casi le largó una carcajada en la cara. Pero el que venía detrás en la
fila le pegó en un brazo y lo hizo seguir rápido.
Después, taachij se sentó en el suelo a esperar. Con disimulo, todos le
hacían señas de que fuera juicioso. y se portó bien, nomás... hasta que
el Sol se sentó en la olla. apenas lo vio, el chico apretó los labios,
se tapó la nariz con una mano y se pellizcó una pierna hasta lagrimear
de dolor, para sacarse la risa. Pero no sirvió de nada. no pudo más y se
le escapó una carcajada cantarina, larga y fuerte.

La furia de Jualá.

Jualá se paró, volcó la olla de una patada, se arrancó un mechón de la
cabeza y se lo tiró a las visitas. En el aire, los pelos se hicieron
llamas. todos salieron corriendo, con el otro que los perseguía
tirándoles más manojos de fuego. así bajaron la montaña, medio
chamuscados y gritando de miedo.
El Sol se quedó arriba, pero abajo sus llamaradas encendieron el pasto,
los árboles, las casas, todo. la gente corría de un lado para otro entre
esa quemazón, y muchos quedaron hechos carbón. Hasta que alguien vio un
agujero en el piso y ahí se metió de cabeza para escapar del fuego. los
demás lo siguieron y, como el hoyo se ensanchaba en una cueva, entraron
todos.
Así pasaron tres días, apretujados, viendo por el agujero de arriba el
resplandor del fuego y el hollín que llevaba el viento. a cada rato
tenían que soplar para que el humo no entrara donde ellos estaban. al
cuarto día, se dieron cuenta de que el fuego había terminado. Entonces,
un hombrecito menudo que se llamaba tapiatzol trepó hasta arriba. apenas
pisó el suelo, notó que el cuerpo se le llenaba de plumas y que se
convertía en un pajarito jaspeado de negro, con el pecho blanco, un tipo
de golondrina que hay en el Chaco.
Lo siguió otro hombre y enseguida quedó hecho suri o ñandú, el primero
que hubo en el mundo. después salió una muchacha y fue la primera
perdiz. y así fue pasando con los demás, que se hicieron animales y
fueron los antepasados de todos los animales que hay ahora. taachij fue
el hornero, un pájaro que cuando canta parece que carcajeara; es de
color tostado, por las llamas del Sol.
Todos se habían salvado, pero ¡qué desastre! no había más que cenizas.
ni la montaña de Jualá quedaba y él se había ido al cielo para siempre.
los animales hurgaban la tierra quemada buscando algo para comer. Pero
no había nada. Entonces, tapiatzol sacó un tamborcito mágico que tenía y
empezó a tocar despacio, pero sin parar, hasta que eso hizo que se
nublara y empezó a llover. Enseguida, entre el gris de la ceniza
apareció algo verde. Era un brote, que a cada golpe de tambor crecía un
poco más. El pájaro siguió tocando y al día siguiente ya había un árbol.
Era un algarrobo, el primero que hubo, y tenía vainas buenas para comer.
después, alrededor empezó a crecer pasto, que tapó el suelo, y más allá
salieron otras plantas nuevas. En unos días, la tierra fue verde otra
vez y de a poco se fue llenando con los hijos y los nietos de los
animales que se formaron al salir del pozo, después del incendio.