Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Cuentos y leyendas: Las choyon.

Las chóion.

Cuentan que una vez varias familias de tehuelches acamparon con sus
carpas en un lugar junto a una lagunita. Habían llegado buscando
guanacos, porque necesitaban cazarlos para obtener carne, y también
cueros para hacerse ropa.
El primer día tuvieron bastante suerte en la caza. a la noche hubo
asado, y les sobró mucha comida; antes de irse a dormir la guardaron
bien para desayunar a la mañana siguiente y después almorzar. El jefe
fue el primero en levantarse y, como hacían cada mañana todos los jefes
tehuelches, mientras los demás salían de sus carpas, él empezó un
discurso anunciando cómo se iban a organizar los trabajos de la jornada.
Pero esta vez no pudo hablar demasiado, porque escuchó a una mujer que
decía, indignada:
–¿Qué ha pasado acá?
El hombre carraspeó, fastidiado por la interrupción, y volvió a empezar,
pero en otra carpa se oyó:
–¿Dónde está la carne?
y después en otra, y en otra más y al fin de todas salían voces que
protestaban: ¡alguien les había sacado hasta el último poquito de comida!
Era un misterio, y no quedaba más remedio que salir de nuevo a cazar.
allá fueron los hombres, de malhumor y con las tripas sonando de hambre,
pero otra vez tuvieron suerte y al atardecer volvieron con un montón de
carne. todos comieron, guardaron en las carpas lo que sobró y se
durmieron. a la mañana, el jefe se levantó y empezó su discurso:
–Hoy, lo que tenemos que hacer primero es...
no pudo seguir, porque empezaron las protestas.
¡De nuevo los habían dejado sin nada para comer!
Hubo que volver a cazar y esa noche uno de ellos quedó de guardia. Pero
cuando amaneció estaba dormido y faltaba toda la comida. lo retaron por
haragán y a la noche siguiente pusieron a dos para vigilar. no sirvió
porque también se quedaron dormidos. después dejaron a tres, pero
siempre se dormían y les sacaban todo, así que al fin decidieron que
nadie durmiera. ¡todos iban a hacer guardia! lo decidieron, sí; pero,
sin saber en qué momento, algo los hizo dormir al mismo tiempo y los
volvieron a embromar.
Pero alguien se había salvado de dormirse. Era un chico que, por hacer
una travesura, se enteró de la verdad. Porque mientras los demás
vigilaban, él se había apartado del campamento para esconderse atrás de
unas piedras. Esperaba divertirse cuando lo buscaran, pero acabó
llevándose un buen susto. a la luz de la luna vio cómo le pasaban al
lado, agachadas y sin hacer el menor ruido, una, dos, tres, diez,
veinte, treinta mujeres que él no conocía. Eran raras, parecían muy
altas y flacas, y tenían el pelo larguísimo y los ojos muy grandes. de
pronto, la que iba adelante sacó una piedra negra y agujereada y sopló
por el hueco hacia la gente, que entonces se quedó inmediatamente
dormida. después se pararon tranquilas, fueron a las carpas, las
revolvieron bien y en un momento se llevaron toda la comida.
El chico estaba asustado y no abrió la boca, pero cuando las mujeres se
fueron, corrió a despertar a su familia. no pudo; hasta la mañana no
abrieron un ojo, por más que los zamarreó. Entonces les contó lo que
había visto.

El remedio del huámenk.
Los mayores se dieron cuenta de que aquellas no eran ladronas comunes y
pensaron pedir ayuda. Había que conseguir un buen huámenk, como se
llamaba al doctor tehuelche, que curaba pero también sabía adivinar,
peleaba con los diablos, ayudaba a las personas que habían sido
embrujadas y, por pedido de la gente o cuando se enojaba, hacía
maleficios. alguien se acordó de uno muy bueno, y lo fueron a buscar.
El huámenk escuchó la historia y dijo que iba a averiguar qué pasaba.
Entonces se apartó, se sentó solo en medio del campo y comenzó a cantar
unas palabras mágicas. al rato, cayó de espaldas, como desmayado, y se
le apareció un ser que nadie podía ver aparte de él, con su canto
mágico. Se llamaba oouken, tenía la forma de un hombre muy grandote, un
poco panzón, sonriente y unos ojos raros, de color verde muy claro, lechoso.
–¿Para qué me llamaste? –preguntó.
El otro, aunque seguía en el suelo como dormido, le contó.
–¡Ah, esas son las chóion! –dijo oouken, que sabía todo lo que pasaba–.
¡unas pícaras! Viven en una cueva que hay en ese cerro. Como no tienen
hombres que cacen para alimentarlas, le roban a la gente. la patrona de
ellas sopla por el agujerito de su piedra negra y con eso duerme a
todos. Juntan la comida y se vuelven a la cueva. después, la cierran con
magia y el que pasa, no la ve.
–¿Y qué hago para ayudar a la gente que me llamó? –preguntó el huámenk.
–Ahora yo me voy, y vos en un rato vas a abrir los ojos y te vas a
levantar. andá hasta las carpas y descansá todo el día. Cuando venga la
noche, andate solo hasta el pie del cerro donde viven las chóion y cantá
para llamarme, como hacés siempre. después, no hagas nada más. yo me voy
a ocupar de todo.
Y así fue. El huámenk abrió los ojos y se paró despacio, porque estos
encuentros con oouken lo dejaban cansado como si hubiera caminado todo
el día. Se fue con la gente, le dijo que se quedara tranquila y esperó.
Cuando se hizo de noche, el huámenk se despidió y se fue solo para el
cerro. llegó, se sentó, empezó a cantar las palabras mágicas y al rato
se cayó de espaldas. Enseguida apareció oouken, grande y sonriente bajo
la luna. le dijo:
–Bueno, vos ahora te tenés que quedar ahí quieto, pase lo que pasare.
Vas a servir de señuelo para las chóion.
Después hizo algo que le hubiera parecido muy raro a cualquiera que no
lo conociera: empezó a redondearse y hacerse cada vez más y más chico,
mientras se ponía todo del mismo color de los ojos. al fin, quedó hecho
una bola que cabía en una mano y parecía de vidrio verde lechoso.

A la espera de las chóion.
Pasó casi una hora de silencio, sin más ruido que el que hacía el viento
a cada rato cuando soplaba entre las plantas. de pronto se sintió un
crujido y en el costado del cerro apareció una mancha luminosa, que se
fue agrandando de a poco. Cuando se hizo tan alta como una persona, de
ella salió una figura larga y flaca, y después otra y otra y así hasta
que fueron como treinta, que iban en fila, calladas y sin hacer el menor
ruido cuando pisaban. Eran las chóion. Caminaron un poco y se
encontraron con el huámenk, tirado en el suelo, que las espió
disimuladamente a través de los párpados entrecerrados.
–¡Un hombre dormido! –dijo la patrona de todas, en un susurro.
Se acercaron en puntas de pie y lo miraron bien.
–¡Este no es de los otros! –se dio cuenta otra.
–¡A ver si tiene algo para comer! –dijo la jefa.
El huámenk llevaba una bolsita. la revisaron.

–¡Puaj! Porquerías... –comentaron–. una pipa... dos fósforos... tres
hojas secas de alguna planta...
Pero en ese momento, una de ellas descubrió la bola verde en el suelo.
–¿Y esto? –dijo–. ¡Qué lindo!
La agarró y la miró a la luz de la luna. la bola brillaba. le pasó los
dedos y era suave. y aunque parecía de vidrio, estaba un poco tibia.
–dejame ver –dijo otra de las chóion.
–No, la encontré yo, no la toques –le contestó la primera.
–¡Es de todas! –insistió la otra.
–¡Es mía sola!
–¡De todas!
–¡Mía!
Las demás se acercaron y empezaron a tironear para quedarse con la bola.
Pero entonces la patrona se abrió paso a empujones y la agarró de un
manotazo.
–Ahora es mía y se acabó. las otras la miraron con mala cara, pero le
tuvieron que hacer caso.
–De veras que es linda –dijo la jefa.
Y en ese momento, la bola empezó a cambiar. El color verde se juntó todo
en un lunar y alrededor se volvió blanca, como un ojo. después, el lunar
se separó y formó dos ojos juntos, y abajo apareció la sonrisa de
oouken. En medio, salió una nariz. y de costado, las orejas.
La bola era ya como una cabecita. Entonces, las orejas se transformaron
en manos, que se prendieron con mucha fuerza a los dedos de la patrona
de las chóion. En este momento ella se asustó y quiso tirarla, pero
estaba bien agarrada. Por más que sacudió las manos, no se soltaba. las
otras fueron a ayudarla, pero era imposible. y la bola empezó a crecer,
le salieron piernas, se apoyó en el piso y al final apareció todo
oouken, grande y fuerte.
Las demás chóion salieron corriendo, se zambulleron en su cueva y la
cerraron con un crujido.
–Soltame –pidió la patrona a oouken, pero él le dijo que no con la
cabeza. y por más que ella forcejeó y pataleó, no se pudo zafar.
Entonces oouken la apretó con las manos y ella se empezó a achicar.
después, le dio forma, como quien amasa, y la convirtió en una bola
parecida a la que antes había sido él, pero esta vez negra, como los
ojos de la chóion. Sólo le salían los pelos largos, pero él siguió
apretando y amasando, y al final la dejó bien lisa y la guardó en una
bolsita que llevaba.
El huámenk seguía con los ojos cerrados, en el piso. oouken le dijo que
se parara y fuera a decirle a la gente que todo estaba arreglado.
El hombre le hizo caso y llegó al campamento cuando amanecía. todos le
agradecieron el favor, le dieron a cambio dos lindas mantas de piel de
guanaco y lo invitaron a comer. después, se fue a su casa.
Oouken también volvió a la suya, llevando en la bolsa a la patrona
chóion hecha bola negra. así y todo, ella seguía pidiéndole desde ahí
adentro que la soltara; a veces lloraba y otras veces se enojaba y lo
amenazaba. después le pedía disculpas y hacía mil promesas de no volver
a molestar a nadie. Cuando lo cargoseaba demasiado, él envolvía la bola
en un trapo y casi no la oía.
Pasó el tiempo y oouken empezó a contestarle, porque vivía solo y a
veces se aburría, y así fue como un día los dos se encontraron charlando
contentos y riéndose, y se amigaron. al fin, él le volvió a dar su forma
de chóion y desde entonces vivieron juntos, ayudando al huámenk cuando
los llamaba.