Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Justicia de Don Frutos: Velmiro Ayala Gauna.

JUSTICIA DE DON FRUTOS
El administrador de la estancia The Green Land,' más conocida en Capibara-Cué por L 'es-tansia 'e loj inglese, se golpeó con la fusta la brillante caña
de charol de la bota, de su piernaizquierda y dijo: —El caso es muy delicado, don Frutos. . . Desde hace algún tiempo vienen desapareciendocosas del poder
de nuestros huéspedes. —¿Qué cosas, por ejemplo? —Una cigarrera de oro de la señora López Arango, un anillo con un topacio de la señoraSchinck, la cartera
con $ 200 al señor Da Souza y, ayer, un prendedor de la señorita Morgan. Al principio pensé que serían pérdidas o extravíos, pero la repetición de los
mismos es sospechosa. —¿Por qué no denunció al principió? —deslizó el oficial Arzásola. —Nuestros huéspedes son todas personas de dinero y no quieren escándalo.
—¿Podría ser alguno de la servidumbre? —prosiguió el sumariante. —Así lo creíamos al comienzo, pero los criados son de toda confianza y hace años vienendesempeñando
las mismas funciones, sin que nunca ocurriera nada. Por otra parte, registramossus ropas y pertenencias sin hallar los objetos perdidos. —¿Y cómo pa jue
lo 'e ayer? —preguntó el comisario. —La señorita Morgan dice que, cuando despidió a la mucama, a las 10 de la noche, todavíatenía el broche. Después estuvo
jugando al bridge con las otras damas y que, luego, al ir a sudormitorio, lo dejó sobre el "toilette" para darse primeramente una ducha, porque la noche
eracalurosa. Cuando salió del baño fue a la cama, directamente, y esta mañana, al despertarse,recordó que no había guardado la joya y al intentar hacerlo
ya no la encontró. —¿La mucama pudo haber vuelto? —No, señor. La servidumbre se retira a las 10 de la noche y está alojada enotra sección completamente
separada. Los huéspedes viven en un ala del chalet, con una sola puerta de acceso cuya llave está siempre en mi poder. —Tonses, pa mi ver, tiene que ser
algún güespe nomá —sentenció don Frutos. —Es absurdo, señor comisario —protestó el administrador—. Todos son gente de alcurnia eintachables antecedentes
. . . —Pu acá solemos decir: Tuitos somo onraos, pero el poncho no aparece. —¿Y qué desea de nosotros? —interrumpió el oficial, viendo al visitante un
poco molesto por lacrudeza de las sugerencias de su superior. —Me gustaría que uno de ustedes fuese a la estancia como invitado y tratase de aclarar elasunto,
pero sin hacer preguntas enojosas y con mucho tacto ya que son gente de sociedad ymuy puntillosa. —¿Loj hombre tamién? —preguntó don Frutos.
—Los hombres más, todavía. —Cha digo, yo creí que sólo las mujeres tenían puntillas. —No, quiere decir que se enojan fácilmente —aclaró Arzásola. —Güeno
—accedió don Frutos—, esta tarde lo vua mandar al ofisial que sabe andar entre esaclase 'e personas y comer con tuito ese cubierterío que le ponen. Yo
apenas si sé usar elcuchillo, la cuchara y el tenedor y hasta me bastan los dedos y el cuchillo cuando es asao . . .Desde que los visitantes de la estancia
eran completamente ajenos a la zona convinieron en presentar a Arzásola como al hijo de un estanciero de las vecindades y fijaron la hora en queiría, por
la tarde, tras lo cual el administrador se retiró:Luego el comisario dijo al cabo Leiva: —Agarra '1 máuser y te cruzas pa l'isla. Vas y matas un yacaré
a loj grahdote y ... —Ta güeno, mi comesario —dijo el aludido y salió a cumplir su diligencia. —Vo Ojeda —mandó al agente— toma esto $ 50 y decile *1 almacenero
que te la cambee por plata paraguaya que abulta mucho.Enseguida, dirigiéndose a su ayudante, le dijo: —En cuanto a vo m'hijo, escúchame bien. . . .Le dio
una serie de instrucciones y finalizó: —Tonse, te acercas a la ventana y hasé una señal con la linterna que yo vua dir.Míster Henry Williams, uno de los
dueños de la estancia fue el encargado de introducir aloficial en el círculo selecto de sus amistades. —El señor Luis Arzásola . . . La señora Schinck,alta,
flaca y seca, apenas si movió la cabeza en un esbozo de saludo. En cambio sus dossobrinas, las señoritas Isabelle Morgan y Elsie Best le sonrieron complacidas.
—¿Juega al tenis,señor Arzásola? —preguntó la primera. —Un poco. —Muy bien, si quiere, mañana podemos practicar. —Complacido.La marquesa de Encinares lo
miró a través de sus impertinentes con aros de oro y preguntó: —¿Emparentado seguramente con los condes de Arzásola y Mendia de San Sebastián? —No, señora.
Mi familia, que yo sepa, ha sido siempre de la clase media.Y así fue conociendo al esposo de la marquesa, un buen hombre obeso y calvo, dueño de unahilandería,
al señor López Arango y señora y a varios otros invitados.Una joven llamada Arlette Dubois, novia del hijo de Mr. Williams, le preguntó: —¿Ha leído usted
a Mallarmé, señor Arzásola? —Sí, señorita, y también a Apollinaire, aunque prefiero a los poetas ingleses, Shelley, por ejemplo. —Igual que yo —intervino
Elsie Best, y, en seguida, prosiguieron hablando de literatura.Cumpliendo las instrucciones de don Frutos sacaba a cada instante su abultada cartera yrepartía
tarjetas como si fuera un provinciano ostentoso. Antes de la cena, dijo como al descuidoa la señorita Morgan, pero con voz suficientemente audible para
todos: —Bueno, voy a dejar esta pequeña maleta en mi pieza. No acostumbro a andar con tanta plataencima, pero, como vine a vender una tropa de novillos
. . . —Yo que usted, señor Arzásola . . . —empezó la señorita Morgan.Pero una fría mirada de la señora Schinck la detuvo. —¿Qué iba a decir, señorita?
—Nada, era algo sin importancia. —Con su permiso, entonces.Fue a su habitación, se colocó unos guantes y cambió los billetes de la cartera por otros que
lehabía dado don Frutos y estaban en una caja. Distribuyó los suyos en los bolsillos y, dejando la
cartera sobre la mesa de luz, salió cerrando solamente la puerta con tela metálica que impedía laentrada de insectos detrás de la cual se veían perfectamente
los objetos de la pieza.Luego fue a reunirse con los demás, bebió unos copetines, bailó con las jóvenes y durante lacena conversó animadamente con sus
compañeros ocasionales. Terminada ésta pasaron al salónde fumar a contar anécdotas y tomar café, mientras las damas se retiraban, por un momento, asus
alojamientos, para volver al rato al comedor ya arreglado para las partidas de naipes,ajedrez, damas o dominó según sus preferencias.Arzásola también fue
a su cuarto, vio que de la mesita de luz había desaparecido la cartera, pero no se afligió. Se acercó a la ventana y encendió y apagó tres veces la luz
de una linternaque guardaba entre sus ropas, luego de lo cual se fue a integrar una partida de poker.A las 10 de la noche se retiraron los sirvientes y
sólo quedaron los invitados, el bufetero y eladministrador.Después de un rato se oyeron unos golpes a la puerta y el último de los nombrados acudióa abrir.
—¿Quién podrá ser a estas horas? —dijo míster Williams. —Alguna mucama que se olvidó de hacer algún encargo —sugirió la señora de Schinck.Pero todos callaron
cuando vieron al administrador avanzar seguido por la torpe figura de donFrutos, —Güeñas noches, señor Güilliams —dijo a modo de introito—; pasaba por
estas cercanías yquise dentrar a saludar a sus convidados. . . —El señor es don Frutos Gómez —explicó el dueño—, comisario de Capibara-Cué. —Antonio López
Arango —dijo el más próximo y le tendió la mano.Don Frutos se la estrechó y luego hizo el gesto característico en él de mesarse la barba. —Mi señora —volvió
a agregar el primero.Entonces, haciendo una reverencia al estilo palaciego, el comisario se inclinó sobre la manocomo si fuera a besarla, pero sin llegar
a ella. — ¡Qué versallesco! —dijo la impetuosa señorita Morgan—. Preséntemelo.El oficial así lo hizo y don Frutos repitió el gesto. Los invitados se esforzaban
por reprimir una sonrisa, pero don Frutos prosiguió saludando a todos en idéntica forma.Luego dijo: —Aura, don Güilliams, quiesiera haular con usté y l'alministrador
siempre que los demás medeán su lisensia. —Concedido —dijo la alegre Isabelle Morgan e imitó burlescamente la reverencia.Los tres hombres se retiraron
hacia una oficina y los demás continuaron comentando lasanticuadas maneras del funcionario lugareño.Al rato el administrador se acercó a Arzásola y le
dijo: —¿Podría venir conmigo un ratitó?El oficial lo siguió y la señorita Best preguntó a su prima, la señorita Morgan: —¿Para que lo querrán? —A lo mejor
para completar una mesita de poker, porque ya se le adelantó el marqués.Cuando el oficial entró en la oficina encontró a míster Williams visiblemente excitado,diciendo:
—No puedo aceptar tal cargo y responsabilizo a usted por las consecuencias. —Pero sí don Güilliams, yo me responsabilo. —¿Qué ocurre, señores? —interrogó
el marqués. —Es algo horrible, increíble . . . Pero yo me lavo las manos en este asunto.
—Deje nomá que yo le vua esplicar —continuó imperturbable don Frutos—. El caso es queaquí han andao perdiéndose cosas. —Hoy a mí me robaron la cartera
—agregó Arzásola. — ¡Y yo qué tengo que ver con ello! No pretenderá usted que . . . —se indignó elaristócrata. —Usté no, pero su mujer sí —dijo don Frutos.
— ¡Cómo se atreve a decir semejante insolencia! —Sencillo, porque le tendí una trampa y cayó. —Si usted no estuvo por acá . . . —Yo no, pero mi oficial
sí ... —El señor ... el señor . . . ¿no es hijo de un estanciero, entonces? —Apenas si oficial de policía —contestó el aludido. —Pero es absurdo . . .
—intervino el dueño—. Es una acusación monstruosa . . . ¿Cómo puede probarlo? —Registrando la pieza. Allí estarán las cosas robadas, pues . . . —Usted
no puede estar seguro de ello. —Y güeno, vamoj a ver. La plata que l'ofisial puso en la cartera estaba frotada con Pasmicle. —¿Qué es eso? —Almizcle. Una
substancia odorífera que tienen algunos saurios— explicó el oficial. —Exacto; es el tufo que echan los yacareses y que tienen n'unas bolsitas: dos en las
carretillas ydos en la cola; la catinga es juerte y dura pa salir. —Ño entiendo —siguió diciendo míster Williams mientras el marqués estaba pálido e inquieto.
— ¡Pero si está claro! Cuando yo le daba la mano a loj hombres y dispué me la pasaba por la barba era pa sentirle l'olor. Con las damas era más fásil porque
al inclinarme sobre la mano le podía ver si jedía a yacaré, y la de la marquesa tenía un olor que se sentía a pesar del perfume, ytonses me dije: Ésta
es la que sacó la plata. —¿Basta! No siga que tiene razón —concedió el marqués—. Pagaré lo que sea, pero que elasunto no se haga público. Mi pobre mujer
ha vuelto a las andadas, aunque ya la creía curada, porque la pobre es cleptómana . . . —Pa mí es robona. —expresó don Frutos—. Y pa la justicia igual
que todos, ansí qué me la vuallevar.Mas el dueño, el administrador y el marqués argüyeron tanto, prometiéndola llevar al otro día,y como no había, por
otra parte, una acusación formal, don Frutos accedió a no detenerla por elmomento.Pero en lugar de la inculpada, a la otra tarde, se apareció el diputado
del departamento conmíster Williams y el marqués. —Vea, comisario —le dijo el primero—, vengo de conversar con la señora y todo ha sido una broma. Aquí
tiene la cartera del oficial con el dinero. —Pero yo ya hice '1 sumario. —Archívelo, don Frutos, archívelo.Y como el comisario no ignoraba que el legislador
con una palabra podía dejarlo en la calle,cumplió con lo ordenado.En los tiempos de miseria que siguieron al año 1930, en las escuelas funcionaban "comedoresescolares"
donde los niños recibían la limosna del mendrugo que no podían ganar sus padres por la desocupación imperante en el país. El de Capibara-Cué pasaba por
momentos angustiosos, yel director, Osvaldo Bertelli, acudió al comisario en busca de ayuda y consejo.
—Ya no sé qué hacer, don Frutos. El almacenero me da maíz pisado para el locro, algunos padres mandan mandioca y porotos, pero los más de los días debo
darles solamente el maízsancochado. —Es que tuitos pu acá. andan de la cuarta al pértigo ... ¿Y los estancieros no dan carne? —Prometen, prometen . . .
pero se olvidan. —Güeno, ya veré lo que se puede hacer.Estuvo cavilando un rato y después preguntó al oficial: —¿Cómo pa era l'enfermedá 'e la marquesa?
—Cleptomanía. Es un caso psicopático por el cualalgunas personas sienten como una fuerza irresistible que las impulsa a cometer esosrobos. —Ya sé, es maj
o meno lo que pasa con l'alcool: el rico se divierte y el pogre seemborracha, aquí l'infelí es un ladrón y el copetudo padece de ... —Cleptomanía.Una luz
de astucia brilló en los ojos de don Frutos y luego de un rato llamó al cabo Leiva paradecirle: —Aura que me acuerdo, cuando lo tengas a tiro al Ánacleto
Vallejos, l'hijo 'e doña Abstinencia,le decís que lo quiero haular.Pasaron los días y una tarde Bertelli llegó contento a decir: —Vea, don Frutos, bien
dice el refrán: "Dios aprieta pero no ahoga". Resulta que enterado de lomal que andaba el comedor, Ánacleto Vallejos me ha dado unas gallinas, después
un cordero,más tarde otra vez gallinas y, ayer, me trajo un cuarto de res.El que vino furioso, en cambio, fue el administrador de la estancia a denunciar
que personasdesconocidas saqueaban los gallineros y los galpones. —Ta bien, vua dir a vigilar —contestó don Frutos.Pero el tiempo pasó y los hechos siguieron
repitiéndose, por lo que el afectado montó guardia por su cuenta y así consiguió apresar al culpable, a quien trajo una mañana, con las manosatadas a la
espalda y custodiado por dos peones. —Aquí tiene al delincuente y espero, don Frutos, que le haga sentir el rigor de la ley —dijo aldejarlo. —Ta güeno
—respondió el comisario—. Vua a estudiar l'asunto.Grande fue la cólera del administrador cuando supo que el ladrón, que no era otro queÁnacleto Vallejos,
andaba en libertad por el pueblo, a las pocas horas de haber sido dejado en lacomisaría.Fue furioso a interpelar a la autoridad exigiendo explicaciones.
—Vea, don —repuso don Frutos—, he descubierto que el pogre no es ladrón sino enfermo. Elotro quedó con la boca abierta y el comisario prosiguió: —Sí, padece
de anacletomanía . . . —¿Y eso qué es? —Una manía de Anacleto p'ayudar a loj niño 'e la escuela. Como naides lo hace . . . —Pido que se haga justicia.
—Bien, al sumario lo tengo listo, está en yunta con el de la marquesa, pero . . . ¿por qué no lehaula a don Güilliams? Si él lo esige vua mandar los dos
a la capital al juez, para que losexamine ya que si me hase que lo do sufren 'e la mesma cosa . . .Pero don Williams prefirió echar tierra sobre el asunto
y, después de hablar con don Frutos para retirar la denuncia, le dijo: —Y ahora, comisario, dígale al director de la escuela que desde mañana haga retirar
diez kilosde carne de la estancia para los niños. —Gracias, don Güilliams, y pierda cuidado que si alguno se quiere contagiar 'e laanacletomanía lo vua
curar a rebencazos.