Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Relatos fantásticos del delta: Primavera en el Paraná.

Primavera en el Paraná 

Lucas Sosa  

Mediodía, el sol resplandeciente de un sábado primaveral brilla en las aguas del río Luján. Retiro mi kayak del galpón, lo subo a la zorra y lo llevo hacia
la rampa. La agradable temperatura invita a remar bien liviano de ropa, mejor diría, con el torso al aire. Me pongo el cubre, el chaleco y ya estoy listo
para remar. Deslizo el bote hacia el agua, dejo pasar una ola y me embarco para comenzar a disfrutar. En unos segundos cruzo el movido Luján e ingreso
al canal Gambado, portal de ese mundo fantástico llamado Delta. 

Avanzo con ganas, por mi lado derecho paso los veleros amarrados y por mi izquierda el astillero del Sailing Club, donde observo las viejas embarcaciones
que esperan su reparación. 

La historia se repite como todos los findes y me cruzo con los botes de club, los kayakistas conocidos, las lanchas taxis y las mismas casitas de siempre. 
 

Salgo al Sarmiento el cual se encuentra bajando debido al viento norte que está soplando. Los catamaranes y las colectivas navegan por el, algunos   paseando
turistas y otras repartiendo a sus pasajeros por los muelles de las islas. Llego a Cabo Blanco, parada obligada para almorzar. Botes y kayaks ya ocupan
su amplia playa. Que lindo panorama, familias y amigos compartiendo una tarde de puro sol, unos durmiendo y otros jugando al vóley. 

Luego de comer un exquisito sándwich de pollo, de tomar sol, de charlar con un colega kayakista y de unas excelentes surfeadas de lanchas colectivas, me
apronto para poner rumbo hacia el Paraná. Allí, en el parador Los Pinos, me encontraría con mi querido amigo Guiyo y un divertidisimo grupo de remeros
de bote del Club La Marina y Hacoaj. 

A las cuatro de la tarde abandono Cabo y comienzo a remar nuevamente. Hago un par de Kilómetros por el Sarmiento, donde saludo a Adriana y Sandra que venían
remando, hasta que tomo por el arroyo Espera, camino elegido para salir al Paraná. Voy tranquilo, paleando pausadamente, y el sol me pega en el rostro
de manera formidable. A medida que me adentro por este pintoresco arroyo el bullicio se va silenciando. El paisaje va cambiando, se torna más agradable
y colorido. Curvas y contra curvas me muestran todo tipo de colores, amarillos, blancos, violetas, verdes, y los que mas me llama la atención es el rosa
vivo de las azaleas que crecen por doquier. 

Casitas de fin de semana  se mezclan con ranchitos de isleños, algunas grandes, otras chiquitas. Algunas viejas y abandonadas y otras nuevas como recién
pintadas en un cuadro. Opto por las  sencillas. Algunas lanchas pasan por mi lado interrumpiendo la quietud del agua. Cada dos por tres decido parar, solo
para escuchar el sonido de las aves que con su canto endulzan el oído.  

El aire trae consigo ráfagas de perfume, respiro hondo y lleno mis pulmones de aire puro. Sin dudas que la primavera es la mejor estación para remar. El
largo Espera se transforma en el Cruz Colorada donde los verdes sauces se reflejan en las espejadas aguas. El sol se va escondiendo y apuro el paso para
verlo caer.  

Llego a la última curva y de pronto se abre un paisaje majestuoso. Estoy en el Paraná y exploto de felicidad. Me quedo unos instantes para ver su grandeza  
y empiezo a cruzar. Lo hago en el mejor momento, justo cuando el sol se está poniendo. Vuelvo la cabeza varias veces hacia atrás, para observar como el
anaranjado y redondo sol se esconde lentamente sobre el horizonte. 

Me vuelvo a concentrar en el cruce, lo hago con tranquilidad y apunto hacia el recreo que ya lo tengo en vista.  

El río está manso, me transmite paz.. Hay un leve viento y alguna que otra ola mece la embarcación. La corriente me va llevando a mi destino, comienzo
a divisar gente, era el grupo que se movía por el lugar, entre ellos Guiyo que ya me había divisado. Le grito de lejos y recibo su respuesta. Luego de
tres horas de remo en solitarío, toco tierra.  

Guiyo me recibe con alegría, me bajo y empiezo a saludar a uno por uno. Ellos eran Ana, Stella, Laura, Jimena, May, Florencia, Adrián, Javier, Daniel.
Todos pertenecientes a la Marina y Ernesto (BUZO) del Hacoaj, ha!! como me puedo olvidar de los amigos caninos Simba y Braulio. 

La última claridad dio paso al anochecer, el Paraná se fue calmando y solo escuchábamos el leve sonido de las olitas que pegaban en la orilla. Enormes
y silenciosos buques remontaban sus aguas, no parábamos de asombrarnos cada vez que pasaba uno. Aparecieron las primeras estrellas y también las luciérnagas
que por momentos nos confundían pensando que eran estrellas fugaces. 

Juntamos las mesas y  se armó la previa del asado, se cortaron unos salamines, panes, quesos y se destaparon unas cervezas heladas, entre charla y anécdotas
levantamos las copas y brindamos por el buen momento que estábamos pasando. Algunos empezaron a abrigarse por que ya comenzaba a refrescar, otros enfilaron
hacia las duchas, los que se encargaban de cocinar encendieron el fuego, algunos se tiraron en la playita y otros conversaron sin parar. Simba y Braulio
jugaban al trencito loco con los perros del lugar. 

Al fin llegó la hora de  cenar, el asado ya estaba listo. Se repartieron chorizos, morcillas, vacíos, estaba espectacular. Un aplauso para el asador. Obviamente
que no faltaron los tintos que sumados a un whisky Chivas Regal no tardaron mucho en hacer efecto sobre algunos comensales. Más de un bocado fue robado
por los simpáticos Simba y Braulio que después de tanta actividad se les habría abierto el apetito. 

El postre un exquisito y explosivo Habanett echo por Jime. Luego vino el turno del rincón literarío donde Laura, Daniel y Adrián, habano en mano, nos narraron
un par de  historias. Mmm que fiaca, que sueño, no doy mas se empezó a escuchar, hasta que uno cantó la hora. Eran la una de la mañana, hora de ir a descansar.
Nos fuimos dirigiendo a las habitaciones, las cuales cuentan con baño privado y cómodas camas. Se durmió muy bien, placenteramente y bajo el sonido de
las gotas de lluvia que mas tarde empezaron a caer. 

El cantar de los gallos anuncia la primera claridad y comienza a amanecer en el Paraná. Da mucha pero mucha fiaca abandonar la cama, el día parece estar
nublado, me asomo por la ventana y el cielo de un gris plomizo me confirma que es así.   

Comparto el desayuno acompañado por Florencia y Ernesto, charlando de diversos temas. Carmencita, dueña del lugar, nos deleita con café con leche y con
tostadas con manteca, dulce de leche y mermelada. Desayunamos como duques. Nos dirigimos hacia fuera donde algunos remeros ya se encontraban mateando.
Como moscas fue cayendo el resto y se fue formando una linda ronda de mates, donde no faltaron las caras de recién despiertos... Con suma calma y bajo
un cielo cada vez mas encapotado, nos fuimos preparando para partir, cada uno fue acomodando sus pertenencias y sus botes hasta que ya estuvimos listos. 

Los pares fueron Guiyo (el cual estaba remando y se encontraba mas feliz que nunca), con Daniel, Jime y Simba. Adrian, Florencia y Laura, Ana con Stella
y Braulio, Ernesto con su anaico y yo arriba de mi querido Franki. Bajo una leve lluvia, comenzamos a descender por el río Paraná, soplaba viento del sur
haciendo que la temperatura esté un poco fresca.  

Remé junto a Ernesto, contándole de las aventuras vividas en una travesía que había realizado meses atrás. Junto a nosotros venían nuestros colegas con
sus botes, tomando mates y sacando fotografías. Sin darnos cuenta y navegando con  la suave corriente del Paraná, ingresamos al río Capitán. Por la derecha
observamos la enorme barcaza encallada, donde aledaña a ella se encuentra un lindo terrenito para acampar.   

Ibamos a buen ritmo, el río se encontraba planchado, solo era interrumpido por las gotas de lluvia y por nuestro andar. Justo cuando paramos a  almorzar
se largó un aguacero. Lo hicimos sobre un almacén y allí se picó las sobras del asado, se pidieron unas hamburguesas, empanadas, un epa de postre y hasta
un te.  

Después de casi dos horas de parada continuamos viaje, seguía lloviendo pero con menos intensidad. Pasamos Pehuén, El toro, hasta que abandonamos el Capitán
para ingresar al Rama Negra. Unos minutos por este hasta que doblamos en una cerrada curva, para tomar el Gaviotas. 

Que hermoso arroyo, creo que unos de los mas bellos del delta. La frondosidad, la quietud, la humedad y el goteo de los árboles, no paraban de asombrar
a un par de remeros que pasaban por él por primera vez.    

El angosto arroyo nos sacó al Espera, continuaba lloviendo pero era un placer remar así. Turno del río Sarmiento, alguna que otra corrida de lancha, doblamos
en el Gambado, nos faltan pocos metros para ser devueltos a la realidad, remo con lentitud, no quiero llegar, la lluvia crece, el agua me pega en la cara
con frescura.  

Aparece el Luján, la costanera, los edificios, el grupo se despide, cada uno a su club y bajo un manto de divina lluvia este inolvidable viaje llega a
su fin.