Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Los 3 lobitos y el cerdo feroz: cuento.

        LOS TRES LOBITOS Y EL CERDO FEROZ 

En un pueblito muy tranquilo al sur de la frontera nigeriana, vivían tres lindos lobitos, hijos de un lobo de la sabana. Les gustaba cantar ópera... 

Así comienza esta historia que no tiene nada de particular, tres lobitos que hacían sus pinitos cantores en un paraje de la sabana africana. Como querían
parecerse a los tres tenores, uno se puso por nombre Pálido Don Bingo, otro Vulcano Palizoti y el tercero Bebé Paperas. Cada sábado, después del partido
de las nueve, se reunían todos los animalitos del bosque para oírles cantar. En realidad iban con desgana, pues cuando ellos daban el aullido de pecho,
hasta las rocas querían salir corriendo del espanto. Pero la alternativa si no iban eran las fauces de los depredadores que acechaban para comérselos,
pese a que se había declarado día de mandíbulas caídas los días de concierto. 

Un día, se reunieron todos los animales y decidieron organizar un concierto en el que participaran más animales, aparte de los lobitos. De esa manera,
podrían disimular el horror que les producían los cánidos. 

El día señalado se dispuso todo para celebrar el gran concierto: un escenario a base de troncos apilados, una serie de asientos delante con piedras y rocas,
e hicieron una hendidura en el terreno para que se desviara un tramo del río para beber agua. El primero en participar fue el gallo Quirico, que dio todo
lo mejor de sí. A continuación, subió al escenario el burro flautista, ese que se encontró la flauta por casualidad cerca de unos prados que hay en el
lugar. Y llegó el turno a los lobitos. Bebé Paperas estaba con las ídem, Pálido Don Bingo estaba también ídem, y Palizoti tenía una palizoti encima que
no podía con su cuerpo. ¡Se superaron! ¡La ejecución fue la peor que se recuerda por aquellos parajes! Llovieron cocos, piñas, manzanas y todo lo que los
animalitos espectadores pudieron encontrar en las cercanías. 

Pero nadie se fijó que entre el público se encontraba un cerdo, con su traje y su corbata, observando todo con gran interés.

Cuando acabó el concierto, se acercó a los lobitos y les dijo que era representante de artistas y que quería llevarles de gira por todos los parques y
bosques del planeta. Sus emonumentos no serían muy altos, porque costear el viaje de tres lobos era muy elevado (huir de furtivos y labradores indignados,
y sobornar a los patrones de las pateras que llegaban a Europa...), pero que les compensaría la aventura. Los lobitos no se hicieron de rogar, pues creían
que cantaban igual de bien que Shakira y Enrique Iglesias juntos. 

En el momento de la partida, la ovación fue atronadora. Todos los animalitos se habían congregado allí para darle su efusiva despedida. Sacaban la lengua
para burlarse de ellos y exhibían una pancarta en la que podía leerse: ¡“Por fin se van ‘Los tres peores’”! Los únicos que estaban tristes eran los cinco
lobitos que tenía la loba detrás de la escoba. 

El primer concierto lo dieron en España, en el Parque de Doñana. Como invitado especial asistió el endémico lince ibérico, que de silencioso que era no
se oyó nada de lo que cantó. Seguidamente actuó el oso pardo, cuya Fantasía en rugido bemol mayor espantaron a todas las aves que estaban presentes, tales
como buitres negros, cigüeñas negras, águilas negras... (aquí cuenta el cronista que las águilas estaban negras del susto que se habían llevado). Y por
último, los tres lobitos entonaron su pieza mejor: Sinfonía caótica en aullido menor. ¡Y menor debía haber sido el abucheo que le brindaron, porque fue
atronador! Los tres lobitos tuvieron que huir a toda prisa para escapar de aquella marabunta animal. Cuando se recuperaron, les alcanzó el cerdo feroz
que les dijo que como había ido tan mal el concierto, ese no lo cobrarían, y que les iba a descontar un cincuenta por ciento del siguiente. 

Y éste fue en la Bois de Boulogn. Y no lo tuvieron nada fácil. Aunque les estaban esperando con mucho interés (ya se sabe que en París no quedan lobos),
el ridículo fue notable. El “Concertus lúpidus” resultó un fracaso total: Vulcano Palizoti llevaba una palizoti encima que le había dado el cerdo feroz
por comerse una oveja en Burgos, con lo que sus solos fueron de los que hacen época. La algarabía que montaron los animales fue tal, que los hombres llegaron
de todos sitios con pistolas de agua y silbatos de árbitros de fútbol, con lo que hubo desbandada general. 

Creemos que fue por no extenderse mucho, pero el cronista de esta historia no nos da detalle del resto de conciertos que dieron los tres lobitos, aunque
sí nos hizo una reseña de algunos de los lugares por los que fueron dejando su terrorífico legado: las montañas de Los Alpes, la taiga siberiana, el desierto
del Gobi, la isla de Tasmania, el Parque Yellowstone, el alto Orinoco o el Parque Nacional Nehuel Huapi, entre otros. Incluso, se acercaron a la Antártida
para amenizar la siesta a los pingüinos. Y también nos menciona algunas inolvidables arias y recitativos que ejecutaron: “Madame Loberflai”, “La flauta
lobánica”, “Aúlla a Elisa”, “A mi lobera”, “Será porque te lamo”, la marcha nupcial de “El lobezno en un porche de fulano” y la preferida del cerdo feroz:
“Cabalgata de las encinas”. 

Continúa relatando el cronista de esta historia que tras el lamentable concierto en la Antártida, los pingüinos quisieron echarles a picotazos de allí.
Los tres lobitos estaban cabizbajos. Aproximándose a la orilla del mar, comenzaron a maldecir su suerte con grandes aullidos lastimeros: Pálido Don Bingo
era la imagen viva de un perro salchicha; Vulcano Palizoti se afanaba en no parecerse a un chihuahua pulgoso; y Bebé Paperas luchaba por no convertirse
en un chouchou. 

Estando en estos lamentos, observaron que en el hielo se hacía un agujero y surgía un bulto que se acercaba a ellos. Quisieron huir, pero no tuvieron fuerzas
para moverse de allí. Vieron pasar toda su vida ante ellos en lo que creían que era su muerte segura. Quien se les puso delante fue la sirenita, que les
preguntó que qué les ocurría. Tras oír atentamente su historia, les comunicó que sabía quién podía ayudarles. Cerca de allí tenía su despacho la liberada
sindical del AUPA, Asociación Unificada para la Protección Animal, que estaría encantada de recibirles. 

Y hacia allí se encaminaron. A la entrada de una madriguera se encontraba sentado un secretario muy bien puesto, con su escritorio, su ordenador portátil
con conexión WiFi, una impresora láser que a su vez hacía las funciones de escáner, fax y fotocopiadora, un deshinibidor de frecuencias y una televisión
de 60 pulgadas con alimentación solar, en la que estaba viendo “Las eróticas aventuras de Blancanitos con los siete Enanieves”. Mientras se acercaban los
tres lobitos, se incorporó sobre sus patas traseras y les saludó diciendo que era el gato con botas, y que no se asustaran de su aspecto, ya que cuando
fue a la zapatería no pudieron darle botas de su talla y tenía que llevar unas que le llegaban por los sobacos. Además, como el sastrecillo valiente estaba
jugando a engañar a gigantes, tuvo que fabricarse él la corbata y la chaquetilla con unos retales que encontró a los pies de una rueca que estaba junto
a un pibón que no paraba de roncar como una locomotora. Tras darle la bienvenida, se dispuso a anotar lo que querían en una base de datos. Hecho esto,
les dijo que le esperaran allí y que iría a dar parte de su llegada a la liberada sindical. Tras unos pocos minutos, les hizo pasar a la sala de espera.
Se fijaron en un cuadro que colgaba de una de las paredes, en las que se veían a miles de ratas siguiendo a un príncipe azul tocando una gaita gallega,
cuyo título rezaba “El genocida de Hamelín” y que estaba firmado por Aladino el lamparista. 

No les hicieron esperar mucho. A su izquierda se abrió una trampilla y salió una ratita muy bien vestida, con peineta, pendientes de lazo y mantón de manila.
Les dijo que ella era la ratita feliz, pero que por envidia todos la conocían como la ratita presumida. Tras acomodarse ricamente sobre un caparazón de
tortuga, les instó a que le contaran lo que les motivaba a visitarla. Y fue precisamente Bebé Paperas quien le narró todas sus peripecias: 

En un pueblito muy tranquilo al sur de la frontera nigeriana, vivían tres lindos lobitos, hijos de un lobo de la sabana. Les gustaba cantar ópera, y al
quererse parecer a los tres tenores, se hacían llamar Pálido Don Bingo, Vulcano Palizoti y Bebé Paperas. Dando un concierto para sus convecinos, apareció
el Cerdo feroz y les propuso llevarles de gira por los principales parques y parajes del planeta, pero que les pagaría poco al tener que llevarles por
carreteras secundarias y sobornar a muchos estorsionadores. Ya en el primer concierto les pagó menos de lo acordado y fue reduciendo su sueldo cada vez
más, negándoles los manjares con los que les recibían y pegándoles a discreción cuando lo creía oportuno. En el concierto que dieron en los Alpes, se presentó
la loba de Roma y se enamoró de Vulcano Palizoti, pero el Cerdo feroz le dio una palizoti a Vulcano, se disfrazó de lobito y sedujo a la loba de Roma junto
a la casita del abuelito de Heidi. En el Parque Nacional del Iguazú les amenazó con echarles a los pumas si no accedían a cantar el Ajra Majuma mientras
que él bailaba la danza del vientre con Pocahontas, y en el Alto Orinoco les hizo ponerse la inyección del sapo para cantar el Tokuanto Tekero, mientras
que la llorona le tocaba la quena. Allí, en la Antártida, se dedicaba a beber tequila con limón y sal y sangría, y se pasaba todo el tiempo tumbado, contando
el dinero que había ganado y durmiendo plácidamente. 

En aquel punto, al pobre lobito se le quebró la voz y no pudo continuar, aunque no quedaba ya nada más que contar. La ratita presumida tomó aire, y reflexionó
unos minutos, al cabo de los cuales, habló así: 

- Muy duro es lo que me habéis contado, y me temo que no voy a poder hacer mucho por vosotros. La patronal está siendo dirigida por el abominable Hombre
de las Nieves, y ha amenazado al sindicato con quitarle las subvenciones si sacamos a los animalitos a los bosques. En las revueltas que organizamos para
solidarizarnos con Cenicienta, Dumbo movió las orejas y salió volando la casita de chocolate, y posteriormente, a Pinocho le creció tanto la nariz por
los nervios, que el castillo de Barbazul se convirtió en escombros. Dejadme pensar. Haber, haber... ¡Ya lo tengo! ¿La comida preferida de los cerdos son
las bellotas, verdad? 

Ellos le dijeron que ese cerdo comía todo lo que se encontraba. Incluso, en España, ¡se comió de una sentada un jamón ibérico, dos lomos embuchados, dos
patateras, tres kilos de tencas en escabeche y nueve docenas de langostinos! 

- Bueno. Pero lo que más le gustan son las bellotas. Precisamente tengo aquí algunas que nos podrán servir para nuestros propósitos. Mirad. Cuando se despierte
le vais a decir que le estais tan agradecidos de la oportunidad que os ha dado, que le regalais unas bellotas coreanas. Como muy probablemente no las conocerá,
se las comerá de inmediato. ¡Y ahí habréis ganado la batalla! Estas bellotas contienen una sustancia alucinógena que le hará ver cosas extrañas y se comportará
de una forma muy rara, por lo que le entrará miedo y se pondrá a vuestro servicio. En pago por todo lo que habéis sufrido, vais a llevarlo a vuestro pueblo,
contaréis a los animalitos todo lo que os ha hecho, y os lo comeréis allí mismo. 

Los tres lobitos le agradecieron la atención prestada, agarraron las bellotas y se dispusieron a salir. 

- ¡Ah! Y preguntadle que dónde se encuentra el rubí de la montaña... 

Eso último no lo entendieron, pero tampoco quisieron pedirle que se lo explicara. Se despidieron del gato con botas y de un pato feísimo que estaba con
él y se dirigieron hacia el cerdo feroz, que roncaba y pataleaba en sueños como un cantante de rock. Esperaron a que se despertase y le dijeron todo lo
que les había sugerido la sindicalista. Efectivamente, el cerdo feroz no había probado nunca aquellas bellotas tan grandes, y se comió de un bocado las
quince o veinte que le dieron. 

Enseguida comenzó a hacer unos bailes muy extraños y comenzó a reírse de una manera espeluznante. Miraba a los tres lobitos sin poder parar de reír y pareciera
que los ojos se le iban a salir de sus órbitas. Comenzó a dar piruetas en el aire, a apoyar todo el cuerpo sobre sus distintas patas y a rascarse la tripa
como si estuviese tocando una guitarra eléctrica. De pronto se detuvo en seco y fijó su mirada delante de sí, frente a un pingüino adulto hembra. El semblante
le cambió y puso una cara de terror que a los lobitos les heló la sangre. Comenzó a temblar y retrocedió unos pasos, iniciando a continuación una veloz
carrera en dirección contraria. Al cabo de unos minutos le vieron regresar pausadamente y mirando a todos lados. De la boca le salía una sustancia rojiza
y de vez en cuando se alzaba sobre sus patas traseras y daba puñetazos al aire. Cuando llegó a su altura, se frenó en seco delante de ellos y agachó la
cabeza. Le ataron una cuerda al cuello y se dispusieron a volver a casa. Con ayuda de Mobi-Dick llegaron hasta las costas africanas, y desde allí caminaron
hacia su pueblito. 

Las aves habían dado la alerta de que se acercaban, y todos los animalitos estaban a la entrada para recibirlos. Se sorprendieron mucho cuando contemplaron
a los tres lobitos llevando al cerdo feroz atado de una cuerda y en un estado lamentable. Como era sábado, después del partido de las nueve se reunieron
en el lugar donde se celebraban los conciertos y los tres lobitos relataron sus aventuras por el mundo. Luego les dijeron que la ratita presumida les había
dicho que se lo comieran, en pago por haber sufrido tanto. 

En ese momento oyeron un rugido tan tremendo que hasta los árboles temblaron. De detrás de los árboles, apareció un león melenudo con la boca abierta y
cara de pocos amigos que, acercándose al cerdo feroz, exclamó a grandes voces: 

- ¡Yo soy el rey de la selva, y yo seré quien se coma a este magnífico guarro! 

Y comenzó a devorar al puerco sin tregua siquiera para beber agua. 

A los pobres lobitos les entró tanta rabia que se lanzaron hacia el león y comenzaron a darle dentelladas por todo el cuerpo. El resto de animales, al
ver tal sangría, saltaron a su vez hacia el cuarteto y comenzaron a darse mordiscos unos a otros como una danza ritual: el león al cerdo, los lobos al
león, los linces a los lobos, las panteras a los linces, los elefantes daban trompazos a diestro y siniestro, los monos lanzaban nueces y plátanos desde
lo alto de los árboles, las jirafas pataleaban, las cebras y los ñúes gritaban y las serpientes disfrutaban del espectáculo desde sus rocas.  

La moraleja de este cuento, amiguitos, es que en el mundo animal, como entre los hombres, hay buenos, malos, tontos, necios, listos, estúpidos e imbéciles,
y que a los autores de los relatos no les entienden ni la madre que los parió.     

Fin.   

Isaac Mansaborino