Texto publicado por Ricardo Moreno

muy crudo y para saber que esto no es de ahorita y que es real.

El Ebola: Ignacio Carreòn (Artìculo)

Recuperamos un artìculo sobre uno de los primeros casos de un nuevo brote del ébola leído originalmente en Los Cuernos de la Luna (Iñaki Manero) y que gracias a Oscar Serrano pudimos tener la grabación original y la transcripciòn para ser leìda en Hexen (01.03.2012)
Artìculo publicado en El Pais el 2 Octubre 1994

La mañana del 1 de enero poco después del desayuno, una mañana fría, la temperatura del aire por debajo de los cinco grados, la hierba mojada. Monet y su amiga ascendieron por la mañana en el coche, siguiendo un camino embarrado y aparcaron en un pequeño valle situado debajo de la cueva de Kitum.

La mujer desapareció durante varios años tras aquel viaje al Monte Elgon con Charles Monet, luego de improviso reapareció en un bar de Mombasa donde trabajaba de prostituta, un médico keniano que había investigado el caso Monet fue casualmente a tomar una cerveza al bar, pegó la ebra (ligó) con ella y mencionó el nombre de Monet. Se pasmo cuando ella dijo: “Estoy enterada de eso, soy de Kenya, soy la mujer que iba con Charles Monet”. Él no le creyó, pero la mujer le contó la historia con tanto detalle, que quedó convencido que decía la verdad. Después de este encuentro en el bar, la mujer se desvaneció en los populosos barrios de Mombasa y a estas alturas es probable que haya muerto de SIDA.

Los dos se abrieron paso por la maleza, valle arriba en dirección a la cueva de Kitum, siguiendo las sendas de los elefantes que serpenteaban junto al arroyuelo, estuvieron atentos a los búfalos del cabo que de cerca son animales peligrosos, la cueva se abría en el extremo superior del valle y el arroyo, formaba una cascada que cubría la puerta, el sendero de elefantes llegaba hasta la entrada y seguía hasta el interior. Monet y su amiga procedieron a entrar y pasaron ahí toda el día de año nuevo, probablemente llovería, con lo que se sentarían durante horas en la entrada, mirando el otro lado del valle, contemplarían los búfalos del cabo y los lobos y verían a los iraks de las rocas, un animal peludo del tamaño de una marmota americana, corrriendo arriba y abajo por los peñascales próximos, también verían elefantes. Hay manadas de elefantes que entran por la noche en la cueva de Kitum, para hacerse con minerales y sales. En las llanuras a los elefantes no les cuesta encontrar sal en el subsuelo y en los agujeros de agua secos, pero en la selva húmeda la sal es un bien preciso.

La cueva es lo bastante grande para acoger hasta setenta elefantes a la vez, estos pasan la noche dentro de la cueva, adormecidos de pie o excavando la roca con sus colmillos, pinchan y arrancan piedras de las paredes, que reducen a fragmentos entre los dientes y se tragan los trocitos de piedra machacados. Los excrementos de elefante que hay alrededor de la cueva, están salpicados de roca desmenuzada. Monet y su amiga llevaban linternas y penetraron en la cueva para ver a donde conducía, la boca de la cueva es enorme, cincuenta metros de anchura y aún se ensancha más adentro, cruzaron un terreno llano con excrementos secos de elefante, tropezando al andar con los montes de polvo, la luz disminuía y el suelo de la cueva se elevaba formando una serie de cornizas cubiertas de sieno verde.

El sieno era guano de murciélago, la materia vegetal digerida y excretada por la colonia de murciélagos de la fruta que había en el techo. Los murciélagos aleteaban al salir de los agujeros y fluctuaban intermitentes a la luz de las linternas, rodeando y eludiendo sus cabezas, lanzando chillidos agudos, la luz de las linternas molestaba a los murciélagos y cada vez se despertaban más animales, cientos de ojos de murciélagos, semejantes a rubíes, los miraban desde el techo, oleadas de gritos recorrían el techo y resonaban de un lado a otro, un ruido seco, una especie de graznido, como de muchas puertecillas de voces chirriantes, vieron lo más hermoso de la cueva de Kitum. La cueva es un bosque húmedo petrificado, en las paredes y en el techo sobresalen los troncos fosilisados, una erupción del Monte Elgón ocurrida hace siete millones de años, enterró el bosque húmedo bajo las cenizas y los troncos se habían transformado en ópalo y cuarzo, los troncos estaban rodeados de cristales, agujas blancas de mineral que sobresalían de la piedra, los cristales eran tan puntiagudos, como agujas hipodérmicas y brillaban ala luz de las linternas.

Monet y su amiga anduvieron en la cueva enfocando el bosque petrificado con las linternas. Pasaría Monet la mano por los arboles de piedra y se pincharía en los dedos con algún cristal? Encontraros huesos petrificados que sobresalian del techo y de las paredes, huesos de cocodrilo, huesos de antiguos hipopótamos y de antepasados de los elefantes, había arañas que colgaban de sus telas entre los troncos. Llegaron a una suave cuesta donde la cámara principal se abría hasta superar los cien metros de anchura, una longitud mayor que la de un campo de futbol, encontraron una grieta y apuntaron las linternas hacia el fondo, había algo raro abajo, un amasijo de materia gris y pardosca, eran cadáveres momificados de pequeños elefantes, cuando los elefantes recorrían la cueva de noche, se orientaban con el sentido del tacto, palpando el suelo que tenián con la punta dela trompa, a veces los pequeños caían en la grieta.

Monet y su amiga siguiendo ahondando en la cueva, bajando una pendiente hasta llegar a un pilar que parecía sostener el techo, el pilar estaba cubierto de acanaladuras, los elefantes habían rascado la piedra con los colmillos, para extraer la sal, al fondo de la cueva encontraron otro pilar, este estaba roto, encima colgaba una aterciopelada masa de murciélagos. Los murciélagos habían cubierto el pilar de guano negro, un guano distinto del sieno verde que había en la boca de la cueva. Estos murciélagos eran insectívoros y el guano consistía en insectos digeridos. Metío Monet la mano en el limo? Los investigadores que han estudiado el caso, consideraron la posibilidad de que Monet y su amiga, se desnudaran y copulasen de pie o acostados. Si Monet se quitó la ropa dentro de la cueva, habría dejado al aire libre, una gran cantidad de piel.

Charles Monet regresó a la casa de la bomba de la azucarera. Iba todos los días a su trabajo recorriendo a pie los quemados campos de caña, admirando sin duda la vista del Monte Elgón, y cuando la montaña quedaba oculta por las nubes, tal vez sintiera su influencia como la fuerza de gravedad de un planeta invisible. Mientras tanto, algo se estaba multiplicando dentro de Monet. Una forma parasitaria de vida había colonizado el organismo de Charles Monet y comenzaba a reproducirse o, como se dice en bioquímica, a replicarse.

El dolor de cabeza comenzó, como es característico, el séptimo día después de haber quedado expuesto al agente. El séptimo día después de la visita a la Cueva de Kitum es decir, el 8 de enero de 1980, Monet sintió un dolor palpitante detrás de los globos oculares. Decidió quedarse en casa, en lugar de ir al trabajo, y se acostó en la cabaña. El dolor de cabeza empeoró. Le dolían los ojos y más tarde comenzaron a dolerle las sienes, dándole la sensación de que el dolor rotaba dentro de su cabeza. No se lo quitaría una aspirina y más tarde tuvo un fuerte dolor de espalda. La mujer que le hacía las faenas, Johnnie, seguía de vacaciones y Monet había contratado provisionalmente a otra. Ésta procuró cuidarlo, pero la verdad es que no sabía qué hacer. Luego, al tercer día de haberse iniciado el dolor de cabeza, tuvo náuseas, se le declaró una intensa fiebre y se puso a vomitar. Los vómitos fueron copiosos al principio, pero luego fueron arcadas secas. Al mismo tiempo, se volvió extrañamente pasivo. El rostro perdió toda apariencia de vida y adoptó una inexpresividad total. Tenía los ojos saltones, la mirada fija y los párpados algo caídos, lo que le daba un aspecto extraño. Los globos oculares casi parecían estar congelados en las cuencas y se pusieron de color rojo intenso. La piel del rostro se le fue poniendo amarilla y comenzaron a salirle manchas rojas y brillantes. Comenzaba a tener aspecto de zombie. Eso asustó a la asistenta provisional. La mujer no comprendía la transformación de aquel hombre. Monet cambió de personalidad. Se volvió hosco, resentido, colérico, parecía haber perdido la memoria. No deliraba. Respondía a las preguntas, aunque no parecía saber dónde estaba exactamente. Se comportaba como si hubiera tenido un ataque de apoplejía benigno.

Como Monet no apareciese en el lugar de trabajo, los compañeros comenzaron a hacer preguntas y al final fueron a su cabaña a ver si estaba bien. El cuervo blanco y negro estaba posado en el tejado y los contempló mientras entraban. Cuando vieron a Monet, pensaron que necesitaba ir al hospital. Dado que no podía conducir, un compañero lo llevó al hospital privado de la ciudad de Kisumu, a orillas del lago Victoria. Los médicos del hospital examinaron a Monet sin encontrar ninguna explicación para lo que estaba ocurriéndole en los ojos, en el rostro y en la cabeza. Pensando que debía de tener alguna clase de infección bacteriana, le dieron unas inyecciones de antibióticos, pero los antibióticos no surtieron el menor efecto.

Los médicos aconsejaron trasladarle al hospital de Nairobi, que es el mejor hospital privado de África Oriental. El sistema telefónico apenas funcionaba y no parecía que mereciese la pena el esfuerzo de hablar con los médicos para avisar que lo enviaban. Monet todavía podía andar y parecía valerse para viajar solo. Tenía dinero; entendió que debía ir a Nairobi. Lo enviaron en taxi alaeropuerto y embarcó en un vuelo de Kenya Airways. Un virus caliente» procedente del bosque húmedo sobrevive a las veinticuatro horas de vuelo que tarda un avión en llegar a cualquier ciudad del planeta. Todas las ciudades de la Tierra están conectadas por una maraña de rutas aéreas. La maraña es una red articulada. Una vez que un virus entra en esta red, puede llegar a cualquier parte en un día: a París, a Tokio, a Nueva York, a Los Ángeles, adondequiera que vayan los aviones. Charles Monet y la forma de vida que llevaba en su interior había entrado en la red.

El avión era un Fokker Friendship con motores de hélice, un aparato para vuelos interiores con cabida para treinta y cinco pasajeros. Despego sobre el lago Victoria, azul y resplandeciente,punteado por las piraguas de los pescadores.

Los vuelos interiores que atraviesan África suelen ir atestados de viajeros y probablemente este vuelo iría lleno. El avión pasó por encima de las zonas de selva, de los agrupamientos de chozas circulares y de las aldeas de tejados de hojalata. De repente la tierra se hundió, se perdió en lechos rocosos y barrancos, pasando del color verde al pardo. El avión estaba atravesando la gran fosa del Rift-Valley. Los pasajeros contemplaban por las ventanillas el lugar donde había surgido la especie humana. Vieron chozas arracimadas dentro de círculos de maleza, con los senderos de ganado irradiando desde el centro. Los motores gemían, el Friendship atravesó un cúmulo de nubes, las algodonosas nubes del Rift, y comenzó a dar saltos y a balancearse. Monet sufrió un mareo.

Los asientos son estrechos y están apretados en estos aviones de vuelo interior, y uno se da cuenta de todo lo que ocurre alrededor. La cabina de los pasajeros es hermética y el aire circula por un circuito cerrado. Si hay olores en el aire, uno los percibe. No se puede ignorar a la persona que se marea. Esta se encorva en la butaca. Algo malo le pasa, pero no sabe uno exactamente que le ocurre. Pega a la boca la bolsa para el vómito. Tose con una tos profunda y regurgita algo en la bolsa. La bolsa se hincha. Tal vez mire la persona mareada en derredor y entonces vemos que tiene los labios manchados de algo viscoso y rojo, con motas negras, como si estuviera masticando café molido. Tiene los ojos del color de los rubíes y el rostro es una inexpresiva masa de moraduras. Los puntos rojos, que se iniciaron hace varios días como manchas estrelladas, se han extendido y se unen formando grandes sombras de color morado: toda la cabeza se le está poniendo negra y azul. Los músculos de la cara se le han aflojado. El tejido del rostro se esta disolviendo y la cara parece colgar de los huesos que hay debajo, como si el rostro se estuviera separando de la calavera.

Abre la boca y el vomito prosigue interminablemente. No se detendrá, sino que seguirá echando liquido mucho después de habérsele vaciado el estomago. La bolsa para el mareo está llena hasta el borde de una sustancia llamada vomito negro. El vomito negro no es en realidad negro, sino un líquido de dos colores, negro y rojo, una mezcolanza de gránulos alquitranados y sangre arterial. Es una hemorragia y huele a matadero. El vomito negro esta cargado de virus. Es sumamente infeccioso, mortalmente caliente, un líquido que asustaría a un especialista en biopeligros militares. El olor del vómito invade la cabina de pasajeros. La bolsa para el mareo rebosa vómito negro, así que Monet la cierra y dobla el borde. La bolsa esta hinchada, amenaza con desbordarse y Monet la entrega a una azafata.

Cuando un virus caliente se multiplica dentro de un organismo anfitrión, puede saturar el cuerpo de virus, desde el cerebro hasta la piel. Entonces los especialistas militares dicen que el virus ha sufrido una “amplificación extrema”. Cuando toca techo la amplificación extrema, las gotas de sangre de la victima pueden contener millones de unidades víricas. Durante este proceso parte del cuerpo se transforma en unidades viricas. En otras palabras, el organismo anfitrión esta poseído por una forma de vida que trata de convertirlo en un doble de si misma. La transformación no se consuma del todo, sin embargo, y el resultado final es una gran cantidad de carne licuada mezclada con virus, una especie de accidente biológico. La amplificación extrema ha ocurrido en el caso de Monet y el síntoma es el vomito negro.

Monet esta rígido, como si cualquier movimiento fuese a romper algo en su interior. La sangre se le esta coagulando: la circulación sanguínea va arrastrando coágulos y los coágulos se van alojando en todas partes. El hígado, los riñones, los pulmones, las manos, los pies y la cabeza comienzan a saturarse de coágulos de sangre. De hecho, esta sufriendo una apoplejía múltiple. Los coágulos se acumulan en los músculos intestinales, cortando el abastecimiento de sangre a los intestinos. Los músculos intestinales se mueren, los intestinos se relajan y se sueltan. Monet no parece ya darse cuenta del dolor porque los coágulos alojados en el cerebro le bloquean la circulación, provocando pequeños ataques apopléjicos. Las lesiones cerebrales borran su personalidad. La viveza y los detalles de su carácter desaparecen y el individuo se convierte en un autómata. Pequeñas parcelas del cerebro se están disolviendo. Las funciones superiores de la conciencia son las primeras en sucumbir quedando vivas y en funcionamiento las partes mas profundas del cerebro, el primitivo cerebro de rata, el cerebro de reptil. Podría decirse que quien era Charles Monet ha muerto, mientras que lo que fue sigue vivo.

El ataque de vómitos parece haber roto algunos vasos sanguíneos de la nariz. La sangre le mana por las ventanas nasales, un líquido arterial, brillante y sin coágulos que le chorrea por los dientes y el mentón. La sangre no se coagula y sigue manando. Una azafata le entrega unos pañuelos de papel, que Monet utiliza para obstruirse la nariz, pero la sangre sigue sin coagularse y las toallitas se empapan.

Cuando nos da la impresión de que se esta muriendo una persona en el asiento contiguo de un avión, puede que nos dé apuro llamarle la atención sobre el problema. Nos hundimos en el asiento, el moribundo se hunde en el suyo el Friendship da bandazos y el codo del vecino se clava en el costado. Nos decimos que el hombre debe de estar perfectamente. Tal vez no se le dé bien viajar en avión. Esta mareado el pobre y la gente suele sangrar por la nariz en los aviones, dadas la sequedad y rarecimiento del aire. Y le preguntamos, en voz baja, si podemos ayudarle en algo. El otro no responde, o bien farfulla unas palabras que no alcanzamos a entender, de modo que procuramos no darnos por aludidos. El Friendship zumba entre las nubes, paralelo a la gran fosa del Rift-Valley, y Monet se hunde en el asiento y ahora parece estar dando una cabezadita. Santo Dios, ¿se habrá muerto? No, no se ha muerto. Se mueve. Tiene los ojos abiertos y los mueve poco.

Es la última hora de la tarde y el sol esta descendiendo entre las colinas que hay al oeste del Rift-Valley, lanzando cuchillos de luz en todas direcciones. El Friendship hace un viraje y atraviesa el acantilado oriental del Rift. Pocos minutos después, el avión pierde altura y toma tierra en el Aeropuerto Internacional Jomo Kanyatta. Monet se despierta solo. Puede andar todavía. Se pone de pie, empapado. Desciende tambaleándose por la pasarela hasta tocar la pista de aterrizaje. Su camisa es un guiñapo rojizo. No lleva equipaje. Su único equipaje es interior y va cargado de virus. Monet se ha transformado en una bomba vírica. Anda despacio hasta encontrar en la terminal del aeropuerto y prosigue, atravesando la salida de pasajeros y el edificio, hasta llegar a la curva de la carretera donde siempre hay taxis aparcados. Hospital… Nairobi…, murmura. El taxi sale a la autopista de Uhuru y enfila hacia Nairobi. Atraviesa tierras de pastos tachonados de acacias, pasa por delante de las fábricas, el taxi gira a la izquierda por Ngong Road, atraviesa un parque y entra en los jardines del hospital de Nairobi. Monet paga al taxista y se apea del taxi, abre la puerta de cristal, se dirige a la ventanilla de recepción y dice que se encuentra muy enfermo. Tiene dificultad para hablar.

El hombre esta sangrando y lo admiten al cabo de un momento. Debe esperar hasta que avisen al medico, pero este lo reconocerá en seguida, no se preocupe. Se sienta en la sala de espera. Es una habitación pequeña, rodeada de bancos acolchados. La luz antigua, límpida y fuerte de África entra por una fila de ventanas y cae sobre una mesa en la que se amontonan revistas desgastadas. La habitación huele ligeramente a humo de leña y a sudor, y esta atiborrada de gente de ojos hinchados, africanos y europeos, que se sientan codo con codo. La gente espera con paciencia, apretándose un trapo de polvo contra el hombro o un vendaje alrededor de un dedo en que se ve una mancha de sangre. Así que Charles Monet se sienta en un banco y no resulta muy distinto de los demás, salvo por el color violáceo del rostro sin expresión y los ojos enrojecidos.

Monet guarda silencio y espera a que se le llame. De pronto entra en la última fase. La bomba vírica explota. Los especialistas militares en biopeligros tienen fórmulas para describir este acontecimiento. Dicen que la víctima “revienta y se deshace en sangre”, o bien, más adecuadamente, dicen que la víctima “se desmorona”.

Monet se marea y se siente muy débil, la columna se le dobla y pierde por completo el sentido del equilibrio. La habitación le da vueltas y más vueltas. Está entrando en estado de shock. Está reventando. No puede impedirlo. Cae hacia delante, con la cabeza entre las rodillas, vomita una increíble cantidad de sangre y la desparrama por el suelo. El único ruido que se oye es el atasco de su garganta mientras sigue vomitando, ya inconsciente. Luego se oye un sonido como de una sábana que se rasgara, que es el que producen los intestinos al abrirse el esfínter y expulsar sangre por el ano. La sangre va mezclada con revestimiento intestinal. Se ha desprendido de las tripas. Monet ha reventado y se deshace en sangre.

Los demás pacientes de la sala se ponen en pie y se alejan del hombre tirado en el suelo. Los charcos de sangre se extienden alrededor de Monet. Una vez que ha destruido el organismo anfitrión, el agente sale por todos los orificios, en busca de otros organismos.