Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

La casa de Monte Grande: cuento.

La casa de Monte Grande. 

Todos divagábamos con la “casa”, soñábamos con la “casa”, el pueblo hablaba de la “casa” “tenía magia”.

Unos de los paseos dominicales era dar vuelta por la casa y contemplarla desde el frente que según la hora la casa les ofrecía a sus admiradores diversas
sensaciones.

De mañana, los árboles y el césped amanecían bañados de rocío, sonriendo al sol. Los pájaros  bebían de las flores.

La fuente que por la noche brillaban con luces de colores dormía. La casa se despertaba lentamente.

La gente comentaba ¡“Hoy, pasé al mediodía por la “casa” y me agarró un dolor de cabeza! El  techo brillaba como nunca soltando chispitas rojas y las paredes
me hicieron pestañar de puro blanca”…

“Para mí que está embrujada”.

¿Y por la tarde? ¿Usted nunca pasó al caer la tarde? ¡Vea! El sol se esconde entre los árboles y la dama de noche larga a vagabundear una fragancia extraña,
tan dulce que el estómago se te revuelve y te dan ganas…

“Yo tengo una dama de noche en mi casa pero la voy a arrancar”

“Yo pasé por la noche…” ¡No me cuente que después sueño! Estupideces”

Y así, se movía el pueblo de Monte Grande siempre alrededor de la “casa”

La verdad que la casa cobró fama después del asesinato de Elena La Fontaine.

Elena La Fontaine era una mujer alta y fuerte, no bella; pero sí atractiva.

Había algo en ella que, conquistaba.

Era viuda y tenía una hija de veinte años Eugenia La Fontaine, además de madre e hija habitaban la casa cuatro empleados: Elisita, la mucama, Emilia, cocinera,
Don Joaquín (Mayordomo, chofer, hombre de confianza) y Antonino, el jardinero.

Personas simples pero con gran respeto y devoción por la familia. 

Malena y Yo, nos escapamos dispuestos a develar el misterio de la casa. Malena no le tenía miedo a nada, según decía; “Hay que ver las cosas para saber
sí es verdad”. Y se trepó a la reja saltando al jardín y yo tras de ella.

Había una quietud, un silencio que empecé a sentir miedo y arrepentimiento de secundar a Malena en todas sus locuras.

Me, pisé el cordón de la zapatilla y caí. Malena me llevaba ventaja, se había internado en el parque del fondo y me llamaba, no alcancé a atarme el cordón
cuando escuché el gritó de Malena: “Corré tito que nos matan”

Emprendí una vertiginosa carrera- ni yo sabía que podía correr tan rápido-

Salté la reja y me quedé mirando a Malena que frenó la carrera gritándole a su perseguidor ¡Enano! ¡Horrible! Y era de verdad un duende, con cara de malo
y frente arrugada …-     

Don Toribio Garmendia, comisario del pueblo, no podía disimular la atracción que sentía por Doña Elena La Fontaine. La visitaba todas las noches con cualquier
pretexto.

Quería organizar una fiesta en la casa y así presentar en sociedad a su apuesto hijo y flamante abogado, en realidad lo que pretendía Don Toribio Garmendia
era que Eugenia  lo conociera y a lo mejor …, con gran entusiasmo empezaron los preparativos de la fiesta, cada cual en su puesto y el mayordomo controlando
todo.

Eugenia se encargaría de la parte musical y le pidió a Antonino que entonara las “Liders” de Brahms.

Antonino era un hombrecillo  impenetrable; no amaba a nadie y despreciaba a todos. Sabía que tenía una voz profunda y estaba orgulloso. Muy pocas personas
de su condición la poseían. Eugenia lo inició en el canto y la vida de Antonino cambió.

Era un petulante que la gente de la casa sentía antipatía por él pero en cierto modo se justificaba su vanidad: todo lo hacía bien.- 

El parque de la casa de Monte Grande, era el más hermoso y exótico del lugar.

Interpretaba shaherpeare como un actor experimentado.

Las visitas lo admiraban y él los despreciaba. (No amaba a nadie solo Eugenia despertaba cierta ternura en ese corazón duro, llenos de rencores).-  

La casa se llenó de luces, flores, de señoras elegantes, de jóvenes  con audaces escotes y faldas ajustadas.

De caballeros apuestos como el hijo de Don Toribio Garmendia que no le sacaba los ojos de encima a Eugenia La Fontaine.

El comisario y la dueña de la casa, cambiaban miradas de asentimiento y   simpatía, Antonino, sentía que iba a estallar en odio, pero la señorita La Fontaine
atacó los primeros acordes de Brahms y el enano cantó…

Llenos de cumplidos y lizonjas se despidieron del comisario y su hijo prometiendo visita para el día siguiente.

La señora La Fontaine tomó un libro y se encaminó hacia su dormitorio al llegar a la escalera se volvió mirando a Eugenia intensamente, Antonino le hizo
una fría reverencia y continuaron cantando hasta al amanecer.-  

Con los primeros rayos del sol, Antonino comenzó su trabajo en el jardín.

La manguera cantaba una canción de lluvia y el rosal bostezaba un rojo té y amarillo.

Eugenia, desayunó cerca de la piscina rodeada de las flores que Antonino había cortado para ella.

Elisa retiró la bandeja y al rato regresó junto a  Eugenia sin poder disimular la preocupación que sentía “¿Qué pasa Elisa?” “¿Estás nerviosa?”

“Señorita…la señora Elena…”

“¿Qué pasa con mamá?”

“No responde… le llevé el desayuno y no me abrió. La puerta está con llave.

Regresé a la media hora y lo mismo, entonces la llamé por teléfono y no atendió”; la verdad es que me asusta tanto silencio.

Eugenia se incorporó diciendo: “vamos a ver que sucede, seguro que quedó cautiva en las burbujas del champague.

Golpearon la puerta, la llamaron por teléfono, probaron todas las llaves y al fin llamaron a Don Toribio Garmendia que se hizo presente con un grupo de
agentes y derribaron la puerta.

Doña Elena La Fontaine, colgaba del grueso barral del cortinado, con su camisón marfil, los ojos desorbitados y  el oscuro cabello cubriéndole el rostro.

El pánico corrió por la casa, sumiendo a sus habitantes en la pena y el horror.

“¿¡Cómo Doña Elena había hecho eso!?”

“¿Por qué? Si lo tenía todo” “¡Bendito sea Dios!” 

El comisario reunió al personal en la sala tomándole declaración con cierto pudor: “¿Cómo iba a desconfiar de Doña Emilia?” La vieja cocinera de la casa
La Fontaine que tantas veces había preparado platos exquisitos para él y que amaba a Elena como una hija ya que la había criado, pero le formuló las preguntas
de rutina: A Elisa tan frágil, A Don Joaquín tan serio y consternado, a Antonino… ¿Qué podía preguntarle a un enano? ¿Y a Eugenia? Si era la imagen del
dolor: “¿Que hizo usted después de la fiesta?” “Música con Antonino”

Se citaron a todas las personas que concurrieron a la fiesta, que llegaron horrorizadas y sin cargo de conciencia.

Un hombre alto y rubio con mirada fría y sonrisa cínica despertó cierta desconfianza en el comisario Garmendia al oficial que la investigara.

¿Pero, que quería investigar? Si era evidente que Elena La Fontaine se había suicidado. La puerta estaba cerrada y las llaves sobre el tocador. Las ventanas
estaban protegidas con fuertes barrotes y tupidos mosquiteros. ¡NO! Todo indicaba que era un suicidio. La sábana anudada al barral del cortinado, el tabourete
derribado a los pies de Elena… no se encontraron huellas digitales, la investigación llegaba a su fin; pero había algo turbio, lo iba a aclarar como que
se llamaba Toribio Garmendia: “Comisario de Monte Grande”. 

(…) Sí, el juez caratuló suicidio y cerró el caso La Fantaine.

Después de estos sucesos tan lamentables el pueblo llenó de misterio, de leyenda esta  casa y aunque han pasado quince años sigue la superstición rodando
entre la gente de Monte Grande y sus alrededores.-  

Por eso no me sorprende que ustedes tengan interés en escribir un artículo sobre la casa embrujada y la hechicera que toca el piano por las noches para
que, dance sapos y ranas diabólicos ritmos.

Si los fantasmas se lo permitan están en su casa por el tiempo que deseen y así fue, que tito Mendizábal y Malena Lagotti  (periodistas) se instalaron
en la casa que quince años atrás no pudieron conocerla porque un enano feroz los amenazó con un garrote.

Y ahora estaban ahí, en la casa mágica para correr el velo del misterio para destruir la superstición “Te compuso”,-dijo Malena- que estoy un poco inquieta
una sensación de desagrado ha comenzado a invadirme.

“¿No será que sentís miedo?” nunca has confesado algo semejante”.

“¡No seas tonto!” lo que pasa es que nos no has visto lo que he visto yo”.

¿Y que has visto?

-Al enano

“¡No, No Malena! Empezamos mal te digo que lo vi. cerca del rosal amarillo y creo que nos reconoció.

“Han pasado quince años Malena y es casi seguro que hemos cambiado ¿O no?” 

Eugenia los invitó a recorrer el parque y en una de las vueltas encontraron a Antonino limpiando de hojas el camino de los tilos. Antonino, dijo Eugenia:
“Ellos son mis huéspedes, espero que complazcas a Malena con las flores que sean de su agrado.

El jardinero les hizo una reverencia y continuó con su trabajo.

Las sombras de lanoche    comenzaron a envolver la casa. La luz de la luna caía con burla sobre los árboles y la fuente lloraba una canción de cuna.

Tito y Eugenia discutían animadamente sobre la revolución de Cuba del Che Guevara, de sus grandes artistas y la última novela de Zoé Valdez.

Malena, no podía apartar la mirada del parque, esa oscuridad tan profunda había comenzado a inquietarla y los rayos de la luna asomándose entre las hojas
de los árboles y los ojos de Antonino contemplando a Eugenia con la misma pasión que la serpiente contempla a su victima.

Tito está en peligro y no se da cuenta, pensaba y levantándose nerviosamente le pidió a Eugenia que encendiera las luces del jardín así podía tomar unas
fotografías y comenzar a trabajar esa misma noche.

Tito la alcanzó cerca de la fuente visiblemente disgustado:-Lo vas a echar todo a perder Malena, te estás conduciendo como una malcriada-.

-Y vos, como un descerebrado… ¿no te das cuenta del peligro?

-¿Qué peligro?

-¿¡Antonino!? “Sí, Antonino, está enamorado de Eugenia y no acepta que nadie se le acerque demasiado, en todos ve un rival”- “¡Hay Malena. Estamos aquí,
para realizar una investigación no para escribir una tonta novela de amor!”

Elisa, les mostró las  habitaciones y les comentó que la puerta marrón correspondía al dormitorio de doña Elena pero que nunca se abría.

Malena se tiró en la cama vestida, analizando la historia que les había contado Eugenia acerca de la muerta de doña Elena La Fontaine. Algo no cerraba.

Una débil luz se filtró por debajo de la puerta del cuarto de Malena.

La casa estaba en silencio.

La muchacha se incorporó lenta mente tratando de no hacer  ruido, abrió la puerta y escuchó el sonido de pasos que iban y venían. Descubrió la tenue luz
que salía del cuarto de la puerta marrón atravesando el pasillo como una alfombra desteñida.

Caminó descalza hasta la habitación de Tito empujó la puerta y entró.

“Despertate, no grites que soy yo”

“¡Qué emoción Malena!”

“No seas estúpido y escuchame”… ¿Qué oís?

“¿Cómo que caminan?”

“Hay alguien en el cuarto de doña Elena”

“Elisa dijo que nunca se abre…”

“¿Qué podemos hacer?”

“Esperá, apronta la cámara”

“¡No pienso ir a buscar la cámara”

“Tomá la mía mientras me visto”

Se extinguió la luz y una sombra cruzó por el pasillo, tito intentó seguirla; pero se deslizó por la escalera hundiéndose en la noche.

El joven, le pidió a Malena que tratara de descansar. El recorrería la casa con el pretexto de tomar fotografías y vigilaría los movimientos de Antonino
y el mayordomo.

Se reunieron al mediodía para comer y al pasar junto a Malena le dijo en voz baja.

“Sin novedades”.

Los días transcurrían iguales, monótonos.

No tenía una sola pista para continuar en esa casa con personajes tan extraños, con sombras que se movían por la noche, con cuartos que se cerraron hacía
ya quince años.

Pero a pesar del tiempo resonaban pasos en su interior…y el sueño de Eugenia.

“¿Qué pasaba con Eugenia?”

¿Por qué se quedaba dormida después del desayuno? Antonino la despertaba con jugo de naranja antes de comer…

Tito decidió terminar con los misterios esa misma noche, se quedó de guardia en el cuarto de Malena.

Ella, no había podido bajar durante el día ya que un fuerte dolor de cabeza la derribó en la cama, se tendió en el suelo pegado a la pared cuando escuchó
que algo se  arrastraba… la puerta se entornóy  un olor, frío, acre, saturó la habitación. Malena comenzó a toser.  Tito abrió la ventana tratando de no
hacer ruido y advirtió que en su habitación hacían lo mismo tiró del picaporte despacito conteniendo la respiración la puerta cedió y vio que una sombra
se movía, que la puerta del dormitorio de Elena La Fontaine se abría y antes que se cerrara cayó sobre la sombra rompiendo el velo del misterio.

Encendió la linterna que Eugenia le había otorgado por si necesitaba salir de la casa o por cualquier emergencia y quedó frente a Antonino.

Antonino  que lo miraba con ojos brillantes de odio, de desprecio: “No me sorprendes periodista”

“Pero yo sí estoy sorprendido; ¿Qué significa todo esto?”

“No tengo por qué darte explicaciones”

“Pero al comisario Garmendia sí”  

Sobre la cama, con ropa amarillenta por el tiempo se destacaba un llamativo dibujo, una mujer dormida con dos manos apretándose su  garganta… del barral
del cortinado  la  misma mujer con un lienzo ajustando la garganta y el cabello cayendo sobre parte de su rostro y una imperfecta pintura de Eugenia con
dos manos sosteniéndole los pechos.

Ahora todo estaba claro: Antonino había estrangulado a Elena La Fontaine mientras dormía, como lo decía ese dibujo, luego la había colgado tratando de
tapar el crimen.

Empujó a Antonino tratando de ganar la puerta. Cayo abrazándose a sus pantorrillas, le hincó los dientes sin piedad, rodaron luchando con odio en una pelea
sin tregua.

Antonino conocía el lugar y se movía bien en la oscuridad colocándole obstáculos en el camino así su rival caía…

Tito había tropezado y Antonino con un rápido movimiento se ocultó tras  el grueso cortinado, gritándole que peleara que no se achicara, o tenía miedo…

El muchacho saltó guiado por la voz y se hundió en el abismo. “Requiescat in pace” le dijo Antonino corriendo la tapa del sótano y salió de la habitación.

Una fuerte tormenta sacudía la casa La Fontaine esa mañana; esa mañana, que el comisario Garmendia se hizo presente en busca de los periodistas.

No habían bajado a desayunar. Elisa regresó informándoles que Malena dormía como muerta y el señor Mendizábal no había dormido en su cuarto.

-“Que el personal se reúna en la sala y que nadie se mueva de la casa”- dijo el comisario.

-“¿Sucede algo Garmendia?”- preguntó Eugenia.

-“Sí, después te explico”-.

Le pidió a Antonino que llamara a un médico y que le dijera a Mendizábal que lo esperaba arriba.

Luego dirigiéndose a Eugenia, le comunicó que había venido con un grupo de policías y que necesitaba abrir el dormitorio de Elenita y que Tito Mendizábal
había desaparecido, tenía la certeza que lo había secuestrado.

Eugenia, no podía comprender que tenía que ver el cuarto de su madre, el médico, el personal reunido en la sala, con la supuesta desaparición de Tito Mendizábal.

Se encogió de hombros pensando que Garmendia estaba cada día más absurdo.

No encontraron las llaves del cuarto, según creían, hacía quince años que no se habría.

Antonino se sentía incómodo y solicitó autorización para retirarse, el comisario le respondió; “Denegado” y apretando el botón del intercomunicador cinco
policías entraron en la sala.

Falsearon la cerradura de la puerta marrón que cedió y quedaron frente a un espectáculo macabro, grosero; cabezas sin ojos, cabezas con la lengua colgando,
círculos, arabescos… y el dibujo de Elena La Fontaine…

Eugenia lanzó un grito y se desmayó en los brazos de Garmendia.

Descubrían el sótano.

Después de unos minutos de búsqueda hallaron la tapa y sacaron a tito en un estado lamentable… el golpe… la falta de oxígeno.

Quiso ver a Malena: Ella lo había metido en ese lío, como siempre, como cuando eran chicos; pero gracias a la tecnología había podido salvar su vida y
romper la leyenda la casa de La Fontaine.

A la tecnología y a Malena…

Ella le había colocado el celular en el bolsillo del Jean y le había pedido que atendiera sus llamadas porque tenía sueño y quería dormir. ¿Como no iba
a tener sueño después de los inalantes infames que Antonino le había arrojado?

Ahora no había misterio, ni sombras movedizas, ni duendes caminando por las noches en el jardín.

Tito y Malena despidieron a Eugenia en Eseiza que permanecería en Europa hasta su restablecimiento.

Mientras la casa de Monte Grande se dormía lentamente acunada por los yuyos que crecían protegiendo la  leyenda.  

Betty Capella.