Texto publicado por Primavera

La boda

Los preparativos de la boda de la nena nos tuvieron muy ocupados durante un par de semanas, según recuerdo. Había una gran ilusión, con mi mujer estábamos muy contentos. La nena había conocido a un buen partido por internet y aunque no se habían visto en persona, la relación llevaba ya seis meses. El muchacho hablaba conmigo por chat y nos enviaba fotos de sus viajes y peripecias. Nacido en Londres, vivía en Madrid. Era de buena familia y tenía buena posición económica. Quién iba a decir que de la alegría total pasaríamos a la decepción en un dos por tres.
Recuerdo la primera noche que vi a la nena conectada al chat hasta la madrugada. Reía a carcajadas, era feliz. Recuerdo nítidamente su sonrisa transfigurada por el reflejo del monitor. Tuvimos que decirle que disminuyera un poco, que nos parecía un vicio. Nos hizo caso. Poco después nos contó que tenía novio por internet. Nena, le dije, por favor no te ilusionés mucho; amor de lejos, amor de pendejos. Ella sonrió con la suficiencia propia de la juventud. Dijo que sentía en el corazón que era real y eso bastaba. Supimos entonces que el enamorado cibernético se llamaba Andy.
Después de que nos contara lo del romance por internet, el propio Andy pidió hablar conmigo. Accedí con desconfianza, pero el muchacho parecía sincero y además era buen mozo. Nos hablamos incluso por skype, yo con mi inglés imperfecto y él con su español chapuceado. Con la nena chateaba también por video y en algunas ocasiones lo saludé en pantalla. Nos encontrábamos por facebook y ahí veía yo fotos y comentarios de sus aventuras por España. Incluso teníamos un número de España al que la nena se comunicaba para hablar con Andy.
Yo había escuchado sobre las estafas nigerianas, y al saber que el muchacho efectivamente era británico y también efectivamente estaba en España como decía, me tranquilicé. El que siempre desconfió fue mi hijo Javier, hermano de la nena. Pero Javier y la nena siempre estaban peleando, así que no lo tomé en serio. Por ese tiempo en la empresa me encargaron un proyecto muy absorbente; llegaba a casa tarde y me iba temprano. A veces al llegar a la casa encontraba a la nena chateando en el estudio, le daba un beso en la frente y me iba directo a dormir.
Ahora al ver en perspectiva creo que pasé por alto muchas cosas. La nena a veces andaba por la casa como zombie, como sin vida. Sólo se le iluminaba su rostro cuando chateaba con Andy. Javier la molestaba y se reía de ella, pero también estaba preocupado. Yo no le di mayor importancia, supuse que un amor juvenil por internet no pasaría de ahí.
Cuando finalicé el proyecto y pude descansar, me vine a enterar que el tal Andy le había propuesto matrimonio a la nena y que ella había aceptado ilusionada. Mi mujer estaba de acuerdo y también estaba ilusionada. Javier no quería hablar del asunto, siempre que hablábamos sobre ello en la cena se iba a su cuarto a oír música. Entonces hablé de nuevo por el chat con el tal Andy, y me dijo que sí, que se quería casar con mi hija. Pero que quería casarse aquí, en Guatemala. Él vendría dos semanas antes y toda su familia vendría en un jet privado para la boda.
A mí me pareció una locura, pero la nena y mi mujer estaban tan ilusionadas y convencidas que no pude luchar contra ellas. Me les uní. Empezamos a preparar la boda. Como una medida de precaución hice que hubiera un matrimonio civil discreto, con pocos invitados. Les dije que sólo así lo haríamos. Una vez efectuado el matrimonio civil, y con el dinero del novio, haríamos una gran fiesta. Me dejé llevar por la alegría y la ilusión de la nena. Hasta Javier se terminó sumando, aunque con algo de dudas también entró en la jugada de buena gana. Le mandamos a hacer un vestido precioso a la nena. Se miraba linda. Concertamos el salón e invitamos unas treinta personas.
Pero mi ilusión se vino abajo cuando una noche conversamos con mi mujer sobre el dinero de la fiesta y de lo que vendría después. Ella había enviado cuatro mil dólares al muchacho, porque él hizo un viaje a Italia y se quedó varado después de un desafortunado asalto. No me había contado porque yo estaba trabajando mucho y no quería molestarme. Luego había enviado otros cuatro mil dólares para reservar unas vacaciones en Europa. Supuestamente Andy pondría las otras dos terceras partes y había pedido ese dinero como muestra de nuestra confianza. En un email había enviado los supuestos tickets de avión y reservas de hotel en línea. Los vi y supe entonces que habíamos sido estafados y que el desenlace iba a ser doloroso.
Me dolió haber perdido ese dinero. Pero me dolió más la ingenuidad de mi mujer y de la nena. Me dolió no haber impedido todo eso por no estar presente. No dormí en varias noches. No me atreví a decirles que no habría nada. Yo ya lo sabía viejo, me dijo Javier cuando se lo conté. Yo ya lo sabía. Una semana antes de que supuestamente viniera Andy hubo un último desembolso que mi mujer hizo a escondidas. Le envió otros dos mil dólares por unas supuestas maletas que se habían ido a otro país.
Cuando se llegó el día de ir a traer a Andy al aeropuerto, me rompió el corazón ver a la nena tan ilusionada. Por supuesto Andy nunca apareció. La llamó diciéndole que no podría venir sino hasta el día de la boda. La nena se entristeció, pero lo perdonó. Yo había bloqueado ya las cuentas de banco, así que mi mujer no pudo enviarle el dinero que pidió el tal Andy por no se qué problemas migratorios.
El día anterior a la boda yo llamé a todos los invitados y les dije que no habría boda, que se había pospuesto. No le dije nada a la nena ni a mi mujer. Cuando nos vestimos para ir a la ceremonia, más parecía que nos estuviésemos vistiendo para ir a un funeral. Andy le envió un mensaje de texto todavía antes de que nos fuéramos al salón. Él llegaría puntual, como había prometido. Ya estaba en Guatemala, decía. Pero la nena no se alegró, respondió como autómata.
Fuimos entonces al salón donde se iba a celebrar la boda. Las mesas puestas, el sonido y la comida listos. Estuvimos ahí, en silencio, por largo rato. La nena no lloró sino hasta que fue la hora en punto de la ceremonia. La abracé. Mi mujer no sabía qué hacer, se miraba más avergonzada que triste. Javier se quedaba mirando fijamente a la nada. En un momento decidí levantarme y abrir una botella de champaña. La agité y tiré el contenido a todos encima. Javier entonces agarró también otra botella y respondió. La nena dejó de llorar y tomó otra e hizo lo mismo. Finalmente se sumó mi mujer. Parecíamos equipo de béisbol celebrando entre risas. Después de mojarnos en champaña abrimos la botella que quedaba e hicimos un brindis. Por la tonta enamorada, dijo la nena.
En el camino de regreso a casa todos íbamos en silencio, todavía mojados en champaña. Era de noche. La nena miraba por la ventanilla con la mirada perdida. Todo parecía tan real, papi, me dijo de repente. Tan real. Seguimos en silencio durante todo el camino hasta llegar a casa. Hacía un poco de frío.