Texto publicado por Miguel de Portugalete

un estudio sobre protestas mundiales

Hernán Cortés, coautor de un estudio sobre protestas mundiales
Tengo 31 años. Nací en Barcelona y vivo entre Altafulla y Londres. Vivo con
Blanca, estoy enamorado. Licenciado en Ciencias Políticas, casi doctor, y
máster en Relaciones Internacionales. Otra política es posible. Yo creo,
pero no me representan. Me gusta el papa Francisco.

Hidalgos del XXI.

La fundación Friedrich Ebert Stiftung y la Universidad de Columbia reunieron
en Nueva York a cuatro investigadores para que realizaran un estudio sobre
las protestas mundiales entre el 2006 y el 2013. El estudio, Initiative for
policy dialogue, se puede consultar en la web de ambas entidades. Uno de sus
autores es Cortés, que trabajó durante cuatro años en Ubuntu (foro de redes
sociales civiles presidido por Mayor Zaragoza), con el que ha participado en
varios procesos de la ONU (financiación al desarrollo, cambio climático), y
es miembro activo de campañas internacionales como la Robin Hood (que pide
la aplicación de la tasa Tobin), o Stop a los Paraísos Fiscales.

Se ha dedicado usted a investigar por qué y de qué protesta la población
mundial.
Sí, una investigación organizada por el departamento Joseph Stiglitz
(Universidad de Columbia) y la Friedrich Ebert Stiftung, cuyas conclusiones
se han presentado en la ONU.

¿Cuántos países han analizado?
Entre 80 y 90 países desde el 2006 hasta el 2013 (el 80% de la población
mundial).

¿Y cuáles son sus conclusiones?
La gente cada vez protesta más, sale más a la calle porque el desapego hacia
el sistema político y económico no deja de aumentar.

Ya no sólo protestan los sindicalistas y los activistas de los derechos
humanos.
Hoy la mayoría: jóvenes, gente mayor y clases medias, son consciente de que
los políticos deben rendir más cuentas a los ciudadanos, y quieren
participar más. Ha nacido una nueva era de desobediencia civil.

Democracia real es el grito de guerra.
Esa es la mayor demanda en todo el mundo. Otra conclusión es la conciencia
de que lo local afecta a lo global y viceversa. Los planes de ajuste que se
aplican en España vienen de Bruselas y estos a su vez de Washington, y la
gente lo identifica. De la misma manera que los malienses saben que sus
problemas están provocados por la OMC y protestan contra ellos. La demanda
de justicia global es fortísima y va a más.

Con las empresas transnacionales, ¿ya sólo simpatizan los gobiernos?
Cada vez más gente en el mundo sufre sus consecuencias. Una misma empresa de
capital mundial está explotando minas en Canadá, Grecia, Indonesia, Asia. La
población de todo el mundo sabe cómo actúan.

Pero su poder sigue siendo aplastante.
Estados Unidos creó un Frankenstein (el sistema financiero internacional)
que se le ha ido de las manos. El reflejo claro son esas empresas
transnacionales que no responden a ningún parámetro, pueden eludir las leyes
fiscales, ambientales, sociales...

Los gobiernos les ponen alfombra roja.
Los estados bajan todos los niveles fiscales para atraer inversión, pero el
dinero no acaba en el país.

Regularlas es complicado.
Sí, pero es una demanda de la población en todo el mundo. Y esa tendencia de
ligar lo local con lo global nos lleva a movimientos globales. Por primera
vez en la historia de la humanidad hemos tenido días de acción global contra
empresas como Monsanto.

Por su influencia en la política agrícola.
Sí, que llevó a la calle a miles de ciudadanos en 400 ciudades. El FMI, el
Banco Mundial y grandes poderes occidentales obligan a aplicar planes a
países del sur que dan vía libre a la inversión de estas transnacionales que
acaban comprando miles de millones de hectáreas sin ningún tipo de
regulación.

Pero parece que los movimientos globales como Ocupar Wall Street han muerto.
Se han ido transformado. Hoy hay movimientos globales formados por diversos
grupos dispuestos a luchar por cambiar las reglas del juego.

¿Cree en su capacidad de influencia?
Es medible. La idea fundamental del nuevo alcalde de Nueva York es combatir
la desigualdad y nació de Ocupar Wall Street. Estos grupos, como los
indignados en España, han creado una nueva cultura política.

Entonces, ¿tiene sentido salir a la calle y protestar?
A nivel de números, en febrero del 2013 la huelga general en India sacó a la
calle a cien millones de personas.

No consiguieron nada.
Es otra de las conclusiones: los gobiernos no escuchan, rinden pleitesía a
unas élites y la ciudadanía no se siente representada y ya no confía en los
partidos tradicionales, ni de izquierdas ni de derechas. El estudio deja
claro que existe la necesidad de una nueva forma de gobernanza en el mundo.

¿Existen alternativas?
Sí, pero el poder actúa como si no las hubiera, lo ha dejado claro el
programa de austeridad, voces muy cualificadas proponían otras medidas pero
han sido desoídas.

¿La conclusión indirecta del estudio es que el sistema no funciona?
Así es, y que el contrato social está colgando de un hilo. Las
desigualdades, la corrupción, la impunidad..., ya no son un secreto.

Las redes sociales han hecho mucho daño a los poderes fácticos.
Tarde o temprano conseguirán cambiar el panorama político, por eso los
poderes fácticos están intentando controlar internet, existe esa gran
batalla para su regulación.

¿Es usted optimista?
No lo son los datos: crece la represión en todo el mundo. Los gobiernos
intentan reducir los espacios públicos de reunión (ley de seguridad
ciudadana), quieren controlar las masas, que estén tranquilas y que si
quieren salir a la calle se lo piensen dos veces.

Pero...
Sólo una anécdota que dice mucho: los estudiantes de Economía de Harvard se
han quejado al decano de que sólo se les explique una visión de la economía.
Es decir, protestan contra el discurso único, esa visión social hegemónica
petrificada.

Ima Sanchís.