Texto publicado por Lucio Javier

comparto dos cuentos de mi autoría, se titulan hacia el fondo del tiempo y la importancia del enlace, espero algún comentario, por favor....

Lucio Javier Ramírez Fraga

Hacia el fondo del tiempo.

David acopla un motor eléctrico a la maquinaria de un roto y viejo reloj de pared.
El motor gira y las agujas lo hacen en contra. Se suceden en un instante muchos claro oscuros que se dejan ver por cada ventanal.
El motor se quema debido a algún engranaje trabado.
Deja atrás el horror de los bombardeos vividos en su juventud, los estragos del hambre. Se aleja de un futuro gris.
El muchacho penetra con el rostro feliz en un claustro, tibio y blando.
Sus carnes comienzan a separarse hasta que siente como sale de aquel lugar.
En una habitación, una mujer joven danza de forma horizontal encima de un apuesto varón.
Vuelve a sentirse preso de sus carnes.
El relojero toca la puerta, y el pequeño salta fuera del saco ad miótico.
Disculpe, señor, tengo que llevarla al hospital, explica el joven.
Del interior del claustro brotan unas aguas tibias. Siente miedo. Recuerda aquella vez en la que casi se ahoga.
No temas mi dulcísimo bebé, estas aguas no son homicidas, dijo la joven para si. Además, te voy a esculpir con esmero, tengo listo un cincel anestésico que emerge de mi útero.
David ve todo el exterior, como a través de un cristal translúcido, aunque distorsionado.
La muchacha pasea por el parque, para disfrutar del atardecer.
Las flores se muestran con sus corolas abiertas muy cerca de su vientre.
Me acercaré para olerlas, se dice.
David siente como el crepúsculo se unta en el néctar floral y hasta se imagina cómo ha de ser la miel que fabriquen las abejas. Se ve tomando una cucharadita en una habitación en penumbras donde emerge un
rayo de atardecer.
La lluvia cae. El muchacho percibe un suave
olor a vainilla.
Ve en las gotas miles de octavillas, y
hasta se lee en cada una: muera el alma de todo obús.
Escampa y la mujer se pone a contemplar la luna reflejada en un
estanque.
Del fondo uterino entra y sale un cincel cuya punta está embadurnada de una miel clara y densa. Los rayos del cuarto creciente quedan presos en su viscosidad.
El cincel regresa y le esculpe una vena grande próxima al corazón. Toda la luz se derrama en su sangre. En cada latido surge un destello lunar.
David esquiva cada movimiento magistral del cincel, y la joven siente tallar su propio interior.
Puede ver frente a si su propia cara en bajo relieve que toma forma.
La muchacha decide ir al puerto, es verano y el clima, tórrido.
Un marinero desembarca y le toma de la mano. Gracias a ti hemos podido arribar, sabes, esto es como un sueño. Desde mar adentro veíamos los destellos de los siete colores del arco iris. Incluso hasta pensamos que el faro de La Habana había sido sustituido por otro más moderno, pero estoy asombrado porque las autoridades me informaron que el de acá está roto. He decidido no hacerme a la mar para contemplar esos hermosos destellos, explica el marinero.
Varios estibadores extraen sacos de carbón y pasan delante de la joven.
David los ve de color blanco. Se pregunta qué espectáculo visual tendría ante sus ojos, si ella se sentara en un estanque para contemplar el reflejo de la tarde.
Tantas preguntas le abruman.
Hasta hace poco era un chico de baja estatura, siempre había dicho que el peso implacable de la vida le había comprimido los discos vertebrales. Se siente muy feliz, porque el relojero está ocupado y no ha ido más por casa.
Al día siguiente, la joven va a comprar unas verduras en un agropónico, donde el hortelano cava la tierra.
El niño ve a un duendecillo que introduce una pala en el tórax de una persona.
Le quito el pecado, explica la figurilla.
Luego toma aquella materia ocre y la esparce sobre los canteros.
Los aspersores giran y pronto cada uno de ellos es cubierto de un verde intenso. Surgen decenas de vacas con sus ubres repletas.
Los hortelanos aparecen ataviados de blanco y su labor es la de fabricar quesos.
Uno, enorme, en forma de mogote aparece en el centro, y en torno a sí, un lago de suero verde claro por donde navega una barca con tres hombres , que dicen querer pescar algún sueño.
La joven ve como llega un periodista para hacer su reportaje sobre la agricultura urbana y empieza a dialogar con los trabajadores.
David descubre un Dios de Cristal que propone cambiar el queso, el lago de suero, los pescadores y la barca, por la luz matinal que le atraviesa, con la promesa de que ahuyentará la pobreza de estas tierras.
Los queseros aceptan y el númen transparente se eleva.
Con un clavo de olor por gubia, esculpe el queso sobre el sur de la ciudad. Los habaneros acuden, organizados, a capturar los olorosos pedazos.
En el firmamento solo David puede ver una luna en cuarto creciente, hecha con leche fermentada, flotando en el lago de suero cual bloque de hielo.
Jovencita, este reloj se puede reparar, pero tiene trabada la cuerda. No se preocupe si ve girar las agujas muy rápido, dijo el relojero
De acuerdo, hágalo porque yo lo necesito, es un reloj suizo muy bueno, responde la muchacha.
La joven le paga y él se marcha.
Las paredes se estrechan y un frío intenso le anuncia la cruenta desconexión. Intenta no abandonar su mundo, abre los bracitos todo lo que puede en aras de trabarse en el canal del parto, pero el flujo de la vida le frustra la empresa. Siente como una daga helada le lacera el rostro. La soledad y el desamparo se acentúan aún más, cuando la enfermera corta el cordón umbilical.
Mami, ante tanta penuria, no sabes como me hubiera gustado que aquella agua de tu interior hubiese sido a mi lado como un cemento fraguado para no salir jamás, dice David.
¿Te acuerdas mami, cuando aquel ratoncito de juguete lo monté en mi cohete ruso?
Decía que aquel ratón tenía hambre.
un día un roedor me había deshilachado mi pijama y yo, en mi puerilidad, pensé que era el ratoncito de juguete.
Y es que hasta mucho tiempo después de nacido, pensé que la luna era un queso, y que las estrellas que le rodean son como un lago de suero inmenso. Ah, y pensaba también que el lucero del alba era una barca llena de pescadores navegando por el lago, explica el joven.
Sí, pero recuerda que necesitamos comprar otro reloj, el que tenemos es de los años 40 y en cualquier momento se rompe, dijo la madre.
Yo mismo lo voy a arreglar, dinero que te ahorro ¿no?
¿Desde cuando eres relojero, hijo?
estoy pasando un curso, responde.
La madre se retira y el adolescente rompe el cristal y mueve las agujas en sentido contrario, hasta sentir un invierno crudo. No para hasta notar la suave lumbre.
Tira con fuerza contra el piso el reloj y lo hace añicos; para quedarse por siempre varado en su mundo de ensueño.

La importancia del enlace

La policía llama a la puerta del séptimo piso del número veintinueve de la calle Silva, en el distrito madrileño de Chamberí.
Nadie responde. Rompen la cerradura blindada.
Se encuentran con una joven de unos 20 años tumbada en el suelo.
El detector de monóxido de carbono arroja una presencia del gas suficiente para provocar la muerte por asfixia.
El jefe abre las ventanas.
Llega el forense.
Dejar claro dónde se produce el diálogo entre los átomos.
Eres un asesino, maldito carbono. La puta madre que te parió, no te detecta ni el olfato humano, dijo un átomo de hidrógeno. Y la culpa no es del oxígeno, que se une a dos partículas de mi especie, y surge el agua, volvió a replicar.
Pero yo…. Tirar de decir el carbono.
Cállate, eres un elemento basura, interrumpe el hidrógeno- estás en la comida que provoca obesidad y en el estiércol. No sé como Dios se ocupó de crearte. Yo si soy importante, seré el combustible del futuro, grita el hidrógeno.
El monóxido de carbono, ante tantas ofensas, se aleja avergonzado y cabizbajo con su oxígeno acuesta, hasta llegar a un campo de remolacha.
La plantación le absorbe, el carbono queda preso en el azúcar del fruto; y el oxígeno, libre.
La cosecha es llevada a una fábrica para producir azúcar.
Los terrones son transportados a otra industria para sintetizar carbono puro.
El elemento es transportado a otra fábrica de alta tecnología, y con sesenta átomos, los nanotecnólogos crean la bukiesfera, una molécula hermosa con enlaces químicos dobles y simples, Como un valón de football con múltiples caras.
Las bukiesferas se insertan en polímeros para producir celdas solares de alto rendimiento y generar electricidad.
Se colocan en los tejados de los edificios del centro de la ciudad.
Es entonces cuando el hidrógeno puede ver la maravilla que significa la bukiesfera y comprende el valor económico que tiene el carbono unido por enlaces químicos.
Mira, hidrógeno, intenta buscar algún oxígeno para que produzcas agua y te sientas útil, dicen a coro los sesenta átomos de carbono de la bukiesfera. Pero cuando lo intenta, los oxígenos circundantes, atraviesan la capilaridad alveolar de unos niños que juegan en el parque.