Texto publicado por SUEÑOS;

Fabulas, que nos hacen pensar:

La zorra y la liebre.

Dijo un día una liebre a una zorra:
-- ¿Podrías decirme si realmente es cierto que tienes muchas ganancias, y por qué te llaman la "ganadora"?

-- Si quieres saberlo -- contestó la zorra --,
te invito a cenar conmigo.
Aceptó la liebre y la siguió; pero al llegar a
casa de doña zorra vio que no había
más cena que la misma liebre.
Entonces dijo la liebre:
-- ¡Al fin comprendo para mi desgracia de donde viene tu nombre:
no es de tus trabajos, sino de tus engaños!

Nunca le pidas lecciones a los tramposos, pues tú mismo serás el tema de la lección.

La zorra y el león anciano.

Un anciano león, incapaz ya de obtener por su propia fuerza la comida, decidió hacerlo usando la astucia. Para ello se dirigió a una cueva y se tendió en el suelo, gimiendo y fingiendo que estaba enfermo. De este modo, cuando los otros animales pasaban para visitarle, los atrapaba inmediatamente para su comida.

Habían llegado y perecido ya bastantes animales,
cuando la zorra, adivinando cuál era su ardid, se
presentó también, y deteniéndose a prudente distancia de la caverna, preguntó al león cómo le iba con su salud.

-- Claro que hubiera entrado -- le dijo la zorra --
si no viera que todas las huellas entran,
pero no hay ninguna que llegara a salir.

Siempre advierte a tiempo los indicios del peligro, y así evitarás que te dañe.

El león, la zorra y el ciervo.

Habiéndose enfermado el león, se tumbó en una cueva, diciéndole a la zorra, a la que estimaba mucho y con quien tenía muy buena amistad:

-- Si quieres ayudarme a curarme y que siga vivo,
seduce con tu astucia al ciervo y tráelo acá, pues
estoy antojado de sus carnes.

-- Vengo a darte una excelente noticia. Como sabes, el león, nuestro rey, es mi vecino; pero resulta que ha enfermado y está muy grave. Me preguntaba qué animal podría sustituirlo como rey después de su muerte.

Y me comentaba: "el jabalí no, pues no es muy inteligente;
el oso es muy torpe; la pantera muy temperamental;
el tigre es un fanfarrón; creo que el ciervo es el más
digno de reinar, pues es esbelto, de larga vida,
y temido por las serpientes por sus cuernos."
Pero para qué te cuento más, está
decidido que serás el rey.

¿Y que me darás por habértelo anunciado de primero?
Contéstame, que tengo prisa y temo que me llame,
pues yo soy su consejero. Pero si quieres oír a un
experimentado, te aconsejo que me sigas y acompañes
fielmente al león hasta su muerte.

Terminó de hablar la zorra, y el ciervo, lleno de vanidad con aquellas palabras, caminó decidido a la cueva sin sospechar lo que ocurriría.

Al verlo, el león se le abalanzó, pero sólo logró rasparle las orejas. El ciervo, asustado, huyó velozmente hacia el bosque.

La zorra se golpeaba sus patas al ver perdida su partida. Y el león lanzaba fuertes gritos, estimulado por su hambre y la pena. Suplicó a la zorra que lo intentara de nuevo. Y dijo la zorra:

-- Es algo penoso y difícil, pero lo intentaré.

Salió de la cueva y siguió las huellas del ciervo hasta encontrarlo reponiendo sus fuerzas.

Viéndola el ciervo, encolerizado y listo para atacarla, le dijo:

¡Zorra miserable, no vengas a engañarme! ¡Si das un paso más, cuéntate como muerta! Busca a otros que no sepan de ti, háblales bonito y súbeles los humos prometiéndoles el trono, pero ya no más a mí.

Mas la astuta zorra le replicó:

-- Pero señor ciervo, no seas tan flojo y cobarde. No desconfíes de nosotros que somos tus amigos. El león, al tomar tu oreja, sólo quería decirte en secreto sus consejos e instrucciones de cómo gobernar, y tú ni siquiera tienes paciencia para un simple arañazo de un viejo enfermo. Ahora está furioso contra ti y está pensando en hacer rey al intrépido lobo. ¡Pobre!, ¡todo lo que sufre por ser el amo! Ven conmigo, que nada tienes que temer, pero eso sí, sé humilde como un cordero. Te juro por toda esta selva que no debes temer nada del león. Y en cuanto a mí, sólo pretendo servirte.

Y engañado de nuevo, salió el ciervo hacia la cueva. No había más
que entrado, cuando ya el león vio plenamente saciado su antojo,
procurando no dejar ni recuerdo del ciervo. Sin embargo cayó el corazón al suelo, y lo tomó la zorra a escondidas, como
pago a sus gestiones. Y el león buscando el faltante
corazón preguntó a la zorra por él. Le contestó la zorra:

-- Ese ciervo ingenuo no tenía corazón, ni lo busques. ¿Qué clase de corazón podría tener un ciervo que vino dos veces a la casa y a las garras del león?

Nunca permitas que el ansia de honores perturbe tu buen juicio, para que no seas atrapado por el peligro.
El león y el asno ingenuo.

Se juntaron el león y el asno para cazar animales salvajes. El león utilizaba su fuerza y el asno las coses de sus pies. Una vez que acumularon cierto número de piezas, el león las dividió en tres partes y le dijo al asno:

-- La primera me pertenece por ser el rey; la segunda
también es mía por ser tu socio, y sobre la tercera, mejor
te vas largando si no quieres que te vaya como a las presas.

Para que no te pase las del asno, cuando te asocies, hazlo con socios de igual poder que tú, no con otros todopoderosos.

El león y el asno presuntuoso.

De nuevo se hicieron amigos el ingenuo asno
y el león para salir de caza. Llegaron a una cueva
donde se refugiaban unas cabras monteses,
y el león se quedó a guardar la salida, mientras
el asno ingresaba a la cueva coceando y rebuznando,
para hacer salir a las cabras.

Una vez terminada la acción, salió el asno de la cueva y le preguntó si no le había parecido excelente su actuación al haber luchado con tanta bravura para expulsar a las cabras.

-- ¡Oh sí, soberbia -- repuso el león, que hasta yo mismo
me hubiera asustado si no supiera de quien se trataba!

Si te alabas a ti mismo, serás simplemente objeto de la burla, sobre todo de los que mejor te conocen.

EL LEÓN, LA ZORRA Y EL ASNO.
El león, la zorra y el siempre ingenuo asno se
asociaron para ir de caza.

Cuando ya tuvieron bastante, dijo el león al asno que repartiera entre los tres el botín. Hizo el asno tres partes iguales y le pidió al león que escogiera la suya. Indignado por haber hecho las tres partes iguales, saltó sobre él y lo devoró.

Entonces pidió a la zorra que fuera ella quien repartiera.

La zorra hizo un montón de casi todo, dejando en el otro grupo sólo unas piltrafas. Llamó al león para que escogiera de nuevo.

Al ver aquello, le preguntó el león que quien
le había enseñado a repartir tan bien.

-- ¡Pues el asno, señor, el asno!

Siempre es bueno no despreciar el error ajeno y más bien aprender de él.

El caballo, el buey, el perro y el hombre.

Cuando Zeus creó al hombre, sólo le concedió unos pocos años de vida. Pero el hombre, poniendo a funcionar su inteligencia, al llegar el invierno edificó una casa y habitó en ella.

Cierto día en que el frío era muy crudo, y la lluvia empezó a caer, no pudiendo el caballo aguantarse más, llegó corriendo a donde el hombre y le pidió que le diera abrigo.

Le dijo el hombre que sólo lo haría con una condición:
que le cediera una parte de los años que le correspondían.
El caballo aceptó.

Poco después se presentó el buey que tampoco podía sufrir
el mal tiempo. Le contestó el hombre lo mismo: que lo admitiría
si le daba cierto número de sus años. El buey cedió una
parte y quedó admitido.

Por fin, llegó el perro, también muriéndose de frío, y cediendo una parte de su tiempo de vida, obtuvo su refugio.

Y he aquí el resultado: cuando los hombres cumplen el tiempo que Zeus les dio, son puros y buenos; cuando llegan a los años pedidos al caballo, son intrépidos y orgullosos; cuando están en los del buey, se dedican a mandar; y cuando llegan a usar el tiempo del perro, al final de su existencia, se vuelven irascibles y malhumorados.
Describe esta fábula las etapas del hombre: inocente niñez, vigorosa juventud, poderosa madurez y sensible vejez.
Zeus juez.

Decidió Zeus en pasados tiempos que Hermes grabase en
conchas las faltas de los hombres, depositando estas conchas
a su lado en un cofre para hacer justicia a cada uno.

Pero las conchas se mezclaron unas con otras, y unas que llegaron después que otras, pasaron antes por manos de Zeus para sufrir sus justas sentencias.

Por eso no nos incomodemos cuando los malhechores no reciben pronto su merecido castigo. Tarde o temprano les llegará su turno.
El hombre y la hormiga.

Se fue a pique un día un navío con todo y sus pasajeros, y un hombre, testigo del naufragio, decía que no eran correctas las decisiones de los dioses, puesto que, por castigar a un solo impío, habían condenado también a muchos otros inocentes.

Mientras seguía su discurso, sentado en un sitio plagado de hormigas, una de ellas lo mordió, y entonces,
para vengarse, las aplastó a todas.

Se le apareció al momento Hermes, y golpeándole con
su caduceo, le dijo:

-Aceptarás ahora que nosotros juzgamos a los hombres del mismo modo que tu juzgas a las hormigas.

Antes de juzgar el actuar ajeno, juzga primero el tuyo.

Zeus, los animales y los hombres.

Dicen que Zeus modeló a los animales primero y que les concedió la fuerza a uno, a otro la rapidez, al de más allá las alas; pero al hombre lo dejó desnudo y éste dijo:

- ¡Sólo a mí me has dejado sin ningún favor!

-No te das cuenta del presente que te he hecho - repuso Zeus-, y es el más importante, pues has recibido la razón, poderosa entre los dioses y los hombres, más poderosa que los animales más poderosos, más veloz que las aves más veloces.

Entonces el hombre, reconociendo el presente recibido de Zeus se alejó adorando y dando gracias al dios.

Que las grandezas que observamos en las criaturas de la naturaleza, no nos hagan olvidar que fuimos obsequiados con la mayor de todas ellas.