Texto publicado por Ma. Guadalupe Hernández Méndez

¿Julia? ¿Sandra? ¿Carmen?...¡qué importa!

¿Julia? ¿Sandra? ¿Carmen?... ¡qué importa!

Hay vidas que aún no siendo de ningún santo ni hombre reconocido por la historia, son dignas de contarse, por la sencilla razón de que nos enseñan a enfrentar las mas crueles realidades y salir airosos de todas las pruebas. Y así como siempre sin nombres, ya que esos nombres estarán escritos en el libro de la vida y no en la memoria del hombre…
“…Contaba tan solo con 17 años, en la edad mas plena de la juventud, cuando las ilusiones empiezan a nacer y salimos del capullo cual crisálidas ávidas de cruzar el firmamento para llegar hasta el mar y aún mas allá de sus fronteras, cuando un día sin motivo aparente, un dolor de cabeza me hizo convulsionar, y a ese siguió otro y otro… conocí el dolor en una dimensión terrible, mas allá de sus umbrales…y cada vez era mas intenso, al grado de que no había medicina que lo controlara.
Los análisis revelaron que contraje una enfermedad muy dolorosa llamada cisticercus provocada por un parásito que se aloja en la verdura regada con aguas negras y en la carne de cerdo. Quiero hacerte aquí un paréntesis para que recomiendes a tus lectores que desinfecten las verduras aunque las vayan a cuecer y la carne de cerdo bien refrita y si es posible, mejor no la consuman. Este parásito se aloja por lo general en el cerebro provocando los dolores de cabeza y las convulsiones pero el mal no paró ahí... fue creando poco a poco un tumor en mi cabeza lo que provocó mi ceguera, todo esto ocurrió en muy poco tiempo.
Mi padre me cuidaba como a la niña de sus ojos y procuró para mi siempre los mejores médicos, cosa que a mamá le molestaba argumentando que no contábamos con tanto dinero como el que se gastaba en mi cura… se puede llegar a la cumbre pero no permanecer mucho tiempo en ella y cuatro años después murió mi padre. Nunca supe que era mas negro para mi, si mi ceguera o mi amargura. Perdí toda ilusión por la vida y me dejé embargar por una tristeza que las palabras de reproche de mi madre aumentaba mas y mas. El dolor se agudizó y las convulsiones se presentaban cada vez mas seguido, creo que ya no quería vivir…siendo aún muy joven de pronto me volví vieja, mis amigas venían a tratar de reanimarme y fue así que un día les hice caso salí con ellas para visitar al párroco quien acababa de llegar a nuestra comunidad. El Señor me rescató por medio de ese buen hombre, quien me apoyó no solo en lo espiritual, sino en lo moral y además me envió a la ciudad de México con su hermana para ser atendida en un hospital de allá. Por supuesto que todo se realizó sin la aprobación de mi madre, pero el sacerdote dijo que yo debía ver por mi salud ya que ella no lo hacía. Sin embargo fue un médico homeópata quien me retiró los dolores y las convulsiones, primero por un tiempo corto y ahora hace más de treinta años que no los padezco…”Así me relató su vida quien a pesar de tanto dolor, angustias, pobreza, hambre y desamor, logró salir de todo ello y ahora se dedica a ayudar al prójimo, si, ella colabora con su parroquia y en cáritas, visita enfermos y lleva despensa a los mas necesitados. Tiene un negocio propio y por las mañanas hace desayunos para una secundaria ¡y esto estando ciega! además nunca pierde su buen humor, y a su lado se respira paz y mucha buena vibra. Estoy segura que si Dios ha enviado ángeles a la tierra, ella sin duda es uno de ellos. Fin.
Marylupis…