Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El pato marrueco: cuento.

EL  PATO MARRUECO

Mateo Booz

I

SIESTA 

LA calle está vacía, las viviendas inmóviles, el arenal candente. Frente a la pulpería y gozando la rala sombra de un paraíso, dos cabalgaduras dormitantes
inclinan los hocicos al suelo. San José del Rincón yace en el sopor de la siesta, hora de acidias y de duendes.

De pronto, a una puerta asoma cauteloso y vicheador un muchacho de corta edad. Seguro contra miradas importunas, pasa a la vereda y de la vereda al arroyo,
derramando un reguero de granos da maíz que manotea de los inflados bolsillos de su blusa. En la esquina traza una curva y regresa, dando por cumplida
la maniobra. Su padre, don Serapio Mundo, lo espera en el umbral y la palmadita en la cerviz con que lo acoge es seña aprobatoria de la conducta del vástago.

Padre e hijo se entran al penumbroso zaguán, dejando entornado un batiente. Nada interrumpe ya el caldeado sosiego de la calle, fuera del croar de las
ranas y de algún lánguido zureo de paloma. Ahora resalta en el suelo la delgada y dorada culebra que dibujó el galopín Hipólito Mundo.

Por debajo de un próximo cerco de enredaderas deslizase, garbosa, una gallina; hundiendo el pico en la arena, el ave sigue la senda del maíz hasta trasponer,
llevada de su gula, la puerta de don Serapio Mundo. Oyese un empavorecido cacareo y un fugaz rumor de plumas rebatidas; y vuelve a imperar el amodorrante
silencio.

Por la esquina surge un pato marrueco, que avanza majestuoso y balanceador, borrando con el cucharón córneo las formas de culebra. Finalmente salta de
la cuneta al filo de la vereda enladrillada, y de la vereda intenta trepar al umbral de albarrobo, puesto a mayor altura. Acude de improviso en su socorro
una mano veloz y misteriosa que lo ase del cuello y lo arrastra al interior; luego sobreviene el traquear de la puerta sobre el marco.

Minutos después, por la misma esquina que el pato marrueco, se perfila la figura de don Isidro González Gilimón, maestro jubilado de las escuelas Láinez
y especialista en labores caligráficas. Don Isidro, cubierta la espalda con una toalla, avizora en todas direcciones. Camina en seguida, con la vista baja;
observa en la arena las frágiles mariposas que estamparon las patas del marrueco. Ante la morada de don Serapio Mundo se para un instante, pensativo; inclínase
y toma del umbral una pluma de ave, que examina prolijamente. El ceño adusto y disipadas sus dudas, saca un lápiz de carpintero y escribe en la pared con
letras historiadas: " A mi pato marrueco: ¡Yo te vengaré! Tu inconsolable viuda, "la Pata". Desanda el trayecto. Alguna vez se detiene, para, recogiendo
una pierna, volcar la arena colada en sus zapatillas de esparto. 

II

HOGAR 

Es don Serapia Mundo vecino antiguo y estimado de San José del Rincón. Una quinta de frutales, arrendada a proveedores de los mercados de Santa Fe, le
granjea una renta, aunque escasa, suficiente para los sobrios consumos en su hogar. Carece de otros proventos y no se aplica a más ocupación que la muy
liviana de matar las horas, sentado en una silla a la puerta de su vivienda.

No deja, sin embargo, don Serapio Mundo de acariciar una ilusión: el nombramiento de receptor de rentas del distrito. Es hombre entendido en número; sabe
de contabilidad. Desde luengos años espera ese nombramiento, pero - juiciosamente lo observa Doña Oro, su mujer - ese nombramiento no puede llegar nunca;
el aspirante nada efectivo realiza para obtenerlo. Se niega, por inercia y timidez, a gestionar.

El hogar de los Mundo se adorna con tres niños: el mayor, Hipólito, nacido al promediar la primera presidencia del señor Irigoyen; el segundo, Marcelo,
nacido al inaugurarse la administración del señor Alvear; y el tercero, nacido en el último otoño, sin bautizar todavía, recibirá probablemente el auspicioso
nombre de Elpidio. El cielo le concederá, sin duda, en lo porvenir la gracia de un séptimo hijo varón para encompadrar con el magistrado máximo del país.
No será tampoco cosa nueva para don Serapio Mundo relacionarse con un presidente: entre cuatro varillas exhibe la pared de su comedor una tarjeta a máquina:
"El presidente de la Nación Argentina, Victorino de la Plaza, saluda a don Serapio Mundo y agradece sus felicitaciones de año nuevo. Buenos Aires, 10 de
enero de 1916".

El único reproche que alguna persona escrupulosa puede formular a la conducta de don Serapio Mundo, se referirá a su descripto sistema de aprovisionamiento.
Mas él argüirá en su descargo que la caza es deporte y no rapiña, fuera de que no acude él en busca de las aves; las aves acuden voluntariamente a su domicilio.

Otrosí: nadie ha sorprendido nunca a don Serapio apresando plumíferos ajenos ni se adivina su artilugio. 

III 

EPIGRAFÍA 

El sol se ladea y la calle comienza a despertar. En la vereda de la pulpería platican unos parroquianos; de las viviendas salen los sesteadores con la
galbana y el incompleto vestir del catre; los pájaros garrulean y brincan; algún pingo o algún Ford con chapa de Santa Fe o de los distritos norteños,
remueven de rato en rato el arenal.

La residencia de los Mundo da salida a Hipólito; el mozalbete vuelca en la calle un balde de agua turbia y gira para entrarse en la casa. Pero sus pies
se plantan en el suelo y sus ojos en el letrero de la pared. Alumno de cuarto grado de la escuela fiscal, silabea el misterioso mensaje. A los pocos minutos
se convocan allí don Serapio Mundo, Doña Oro con Elpidio en brazos y, luciendo un trozo de camisa por los fondillos, Marcelo Mundo.

- ¿Quién será el sinvergüenza que ha escrito esas palabrotas? - pregunta Doña Oro, con la indignación pintada en su cara morena y  redonda, - Merece una
paliza.

-Para mí - intuye sombríamente don Serapio Mundo - que sólo, el gallego González Gilimón tiene pulso para dibujar estas letras.

-Debe ser él no más - asiente Doña Oro.

Su consorte propone:

-Avisemos a la comisaría; que lo citen y lo hagan declarar.

Doña Oro, atinada siempre, rechaza:

-No digas pavadas. El escándalo sería en nuestro perjuicio. Lo que apura es borrar el epitafio.

El jefe de la familia raspa la pared con un casco de botella, hasta arrancar la cal. No logra impedir que algunos vecinos curiosos se alleguen y enteren
de la leyenda. Momentos después del suceso se comenta y apostilla con risas en las reuniones de la localidad.  

IV

REVOLUCIÓN 

Ya obscurecido, los pasajeros del ómnibus de Santa Fe traen una noticia despampanante: una revolución ha puesto en fuga al presidente, y a esas horas un
general ocupa la Casa Rosada. El gobierno de la provincia lo tomarán al amanecer los militares del regimiento 12.

Brillan hasta más tarde las luces de las viviendas y pulperías de San José del Rincón. Circulan extravagantes invenciones. El comisario, el receptor de
rentas y el juez de paz dialogan sigilosos y cariacontecidos, en una esquina de la plaza.

El receptor de rentas, tentándose el colodrillo, murmura con desolación: 

- ¡No puede ser! ¡No puede ser! ¿Dónde están los amigos del "viejo"?

A la medianoche se extinguen todas las señales de vida; la quietud y el silencio recobran sus fueros; remotamente late la perrada de chacras y quintas.

Después de descabezar el primer sueño, Doña Oro, dentro del mosquitero, se pone boca arriba y despierta de un talonazo a su marido.

- ¿Qué hay?... - averigua don Serapio Mundo, con sobresalto, en la tiniebla.

-Ahora van a cambiar todas las autoridades - discurre Doña Oro-; el receptor de rentas tan gritón y tan partidario de los otros, se mandará mudar en seguida.
Esta es la tuya.  

-También lo creo - aprueba el hombre. - Esta vez no falla el nombramiento.

-En el ómnibus de las ocho te vas a Santa Fe, y te haces presente al nuevo ministro; le hablas claro, nada de achicarte: que querés la Receptoría de Rentas,
y que siempre fuiste enemigo declarado de los últimos oficialistas.

-Bien sabes que no tengo genio para pedir ¿qué voy a hacerle?

Doña Oro se sacude entre las cobijas, replicando, sarcástica:

- ¿Qué te figuras ?... ¡Van a venir los militares a rogarle al señor que acepte la Receptoría de Rentas!

-No hay en el distrito quien ostente para el cargo mejores derechos ni aptitudes que yo.

- ¡Sos un infeliz! - repone enojada Doña Oro, al tiempo que, con un crujido de elásticos, le vuelve la espalda.

Y a los pocos minutos sólo se oye en la alcoba conyugal la respiración de los durmientes y las estridencias de un grillo.  

V

EXPECTATIVAS  

Transcurren unos días. Los suscriptores de "La Nación" tienen que prestar los diarios a los vecinos, hambrientos de noticias. A los representantes de la
autoridad lugareña, desazona la incertidumbre de su suerte.

- ¡Estamos fregados! - exclaman entre sí.

Ya han debido reconocer, en rueda de tertuliantes, que eran muy perniciosos los mandatarios depuestos. El trío de funcionarios acude a la estafeta postal
cada vez que descargan un saco de correspondencia; no reciben pliegos oficiales y alivian sus pechos con un suspiro.

-Tal vez se olviden de nosotros - insinúa, esperanzado, el receptor.

Esa mañana el encargado de la estafeta, que tampoco las tiene todas consigo, les muestra un ancho sobre con membrete del gobierno provisional y las señas
de don Serapio Mundo. Tejen conjeturas. El receptor de rentas advierte un escalofrío por las pantorrillas.

Instantes después llega el sobre gubernamental al domicilio de don Serapio Mundo; el sobre tiembla en la mano de su destinatario; Doña Oro coloca a Elpidio
en el suelo y desgarra impetuosamente la nema. Lee; redondea la boca y redondea los ojos; es el nombramiento para su marido de receptor de rentas. En el
rostro del agraciado florece una sonrisa asombrada y estúpida:

-Mi sueño dorado - dice.

Y reprocha, triunfal, a su consorte:

- ¡Yo tenía razón! El nombramiento vendría sólo; no había necesidad de tironearlo ni valía la pena impacientarse.

-Es milagroso - responde la dama; y agrega con voz campanuda: - Ahora urge que cumpla con su deber el señor receptor de rentas de San José del Rincón.

La hoja de papel oficial soberbiamente caligrafiada y suscripta por la ininteligible firma del secretario militar de Hacienda y Obras Públicas, le comunica
su designación y le ordena que sin demora ocupe el cargo. 

VI

RECEPTOR 

Doña Oro, solícita, trae a su marido la galera, el bastón y los botines de elástico. Don Serapio Mundo, con talante grave y feliz, se encamina a la Receptoría
de Rentas. Lo siguen los amigos enterados del acontecimiento. En la otra cuadra el comisario se le aparea y lo congratula. Luego el policiano, hombre de
experiencia, le dice junto al oído:

-Ese bastón, señor Mundo, no viene al caso. .. Es un parecer...

Don Serapio mira el bastón de palo santo; tiene el bastón una clásica cabeza del presidente Irigoyen tallada en el pomo; se decide; revolea el bastón y
lo arroja a un pozo de cal viva.

Don Serapio y su comitiva invaden la oficina fiscal. El antiguo receptor lee el pliego, titubea sobre sus pies y en seguida resuelve:

-Yo no entrego la Receptoría mientras no se me notifique directamente por la Superioridad.

Don Serapio alza los hombros y contesta:

-Tengo orden de tomar posesión inmediatamente del cargo; el señor comisario hará respetar las disposiciones del gobierno provisional.

-El comisario es mi amigo.

A lo cual el comisario sentencia:

-Una cosa, la amistad; otra cosa, el deber.

El antiguo receptor pretende impugnar las formas administrativas. El comisario, pleno de autoridad, le trinca un brazo y lo pone en la calle. 

VII

INQUIETUDES 

Don Serapio Mundo se revela un funcionario prolijo y previsor. Ante dos vecinos de responsabilidad se recibe de los valores y documentos. Comprueba irregularidades
y métodos nocivos para recaudar las contribuciones. Redacta un extenso informe para el ministro de Hacienda; pormenoriza los malos manejos en uso y aconseja
los medios de impedir las filtraciones y vigorizar las entradas. Rubrica y expide la nota con seguros recaudos postales.

Sale a la calle; desde la vereda opuesta don Isidro González Gilimón lo saluda con jovialidad bellaca:

-Mis enhorabuenas, señor Mundo; y cuidado, que la carne de pato suele ser indigesta.

En otra sazón habría respondido al sarcasmo con algún pertinente dicterio; su actual investidura de funcionario público le veda los incidentes personales.
Envía, sin detenerse, una mirada desdeñosa al maestro jubilado.

En la fachada de su vivienda descubre una nueva inscripción, también de letras historiadas. Es un mensaje jocoso y enigmático que echa un nublo en el semblante
del receptor de rentas: "Al pato marrueco: Ya te ha vengado tu inconsolable viuda "la Pata". También este letrero desaparece con un trozo del revoque.

Pasa esa semana. En esa semana los ingresos fiscales aumentan notablemente; todo es asunto de ajuste y celosa vigilancia. Doña Oro escamonda a sus niños
y visita a lo principal; no ignora que el nuevo rango de su marido le crea otras obligaciones sociales. Invita a sus relaciones al bautizo de su último
retoño, que en el Registro Civil apunta con el nombre de José F.

Don Serapio Mundo está contento; sólo el misterioso y alegre regodeo de don Isidro González Gilimón.

El maestro jubilado solivianta a las tertulias con un anuncio.

-Les preparo una sorpresa; tendrán para descostillarse de risa.  

VIII

VISITA 

Al cabo de una semana, frena en la Receptoría un charolado automóvil, con chapa oficial. Desciende un caballero.

- ¿Don Serapio Mundo? -indaga el arribante. 

-Yo soy.

-Bien; usted habla con el subdirector general de Rentas de la Provincia. Me envía el ministro de Hacienda y Obras Públicas.

-Completamente a su disposición - declara el jefe de la oficina, con una reverencia profunda.

El subdirector general de Rentas recaba informes, compulsa libros y papeles, se cerciora del desquicio que allí reinaba anteriormente y del orden dictado
por don Serapio Mundo.

-Ahora - expresa el subdirector - deseo ver su nombramiento.

Don Serapio, diligente, abre una gaveta y le entrega el pliego, cuidadosamente planchado. El subdirector lo lee, remece la cabeza y declara:

-Esto es una falsificación; el gobierno no lo ha nombrado a usted, ni pensó nombrarlo nunca, receptor de rentas ni nada.

- ¿Cómo ?... ¿Cómo ?... - tartajea don Serapio Mundo, parpadeante y aturdido.

―Como lo acaba de oír; usted es un usurpador de funciones públicas; a usted le alcanza el rigor de la ley marcial.

Don Serapio Mundo se nota un sudor helado en las sienes y un repentino aflojamiento de las rodillas. En el desbarato de sus ideas se le patentiza fulminantemente
la vengativa mistificación del calígrafo jubilado. Ensaya alguna explicación, pero la lengua se le traba y su turbación se acrecienta.

Desplómase don Serapio, desemblantado, en una butaca. Entonces el subdirector General de Rentas muda la expresión de su faz y pronuncia unas palabras admirables
e imprevistas.

-Comprendo su situación; también la ha comprendido el señor ministro de Hacienda; le han armado a usted una broma con intento de mandarlo a la cárcel;
intrigas de pueblos chicos... El señor ministro ha leído atentamente su memorial y ha espigado en él valiosas sugestiones para mejorar los sistemas de
las oficinas recaudadoras de la campaña; y anoche Su Señoría me dijo: vaya usted a San José del Rincón, inspeccione la Receptoría y, si confirma los términos
del memorial, le entrega esta comunicación a don Serapio Mundo, de quien he obtenido favorables referencias.

Y, extendiéndole una hoja, agrega el subdirector:

-Aquí tiene usted, señor, su nombramiento de receptor de rentas de San José del Rincón con anterioridad a la fecha de asumir el cargo.

Acomete a don Serapio Mundo el deseo de besar las manos del subdirector en una actitud de película melodramática. 

IX

REVELACIÓN 

Don Isidro González Gilimón se alarma; va para un mes qu --