Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Perseguidor de sombras, Daniel Malo.

Perseguidor de sombras

Al mirar una motocicleta en movimiento, y a su conductor, nos llega a la mente una sensación de libertad, de intensidad. Pero en esta pintura nos topamos
con lo opuesto: opresión, estar muerto sin saberlo.

¿Qué es un fantasma? ¿Quiénes están muertos en verdad, y quienes viven?

De eso se percató el personaje central de la historia relacionada con esta pintura, y lo hizo de la manera menos agradable posible...   

Efemérides: Este cuento lo hice a finales del 2009, estando desempleado y estudiando alemán en la escuela de idiomas de la UABC. Una ex compañera de clase
me invitó a participar en una compilación de cuentos cortos, y escribí este cuento en una hora. Al final me negaron la participación en la colección (nunca
supe el porqué), pero me quedé con la grata experiencia de sacar algo de la nada (¡me recuerda mucho a como anduve en el 2005!)  

En memoria de Antonio Vega T (1957 - 2009).

Fantasma: Imagen de una persona muerta que, según algunos, se aparece a los vivos (según el diccionario de la Real Academia Española).

Os agradezco sinceramente que os hayáis detenido para levantarme del camino, chicas. Ya tenía como tres horas caminando y no pasaba ni un alma por aquí...

Y dejadme deciros lo increíble que me resulta la velocidad con la que trascurre el tiempo. Antaño me bullía la sangre en las venas al escuchar a Antonio
Vega cantando La chica de ayer en la radio, y me estremecía cada vez que la voz de Rafa Sánchez aullaba a manera de hombre lobo, acompañada de ese piano
melancólico por los altoparlantes de muchos tocadiscos en España. Eran ecos de La Movida, ese fresco movimiento artístico que cimbró a la península ibérica
tras la caída del Franquismo.

Pero esos himnos de los S0's se terminaron, y le dieron paso a un sinfín de cosas nuevas, incluso más intensas que las de mis tiempos. ¿A qué se debe que
os hable de música pasada de moda? Pues al simple hecho de que la música ha ido perdiendo su esencia orgánica. El Internet, los aparatos reproductores
de MP3, y la pirateria desmedida acaparan hoy día la atención del mundo. Mmm, creo que he perdído totalmente el hilo de lo que iba a deciros desde un inicio.
¿Creéis en fantasmas? Pregunto porque yo tuve algunas experiencias con ellos, las cuales os contaré para matar el tiempo mientras llegamos a nuestro destino.
Antes de eso, os hablaré de Sabina.

Sabina era una muchacha fuera de serie, de labios gruesos y carnosos como los de Sofía Loren, y unos ojos verdes tan profundos que si os quedabais mirándolos
por mucho tiempo, podíais perderos en ellos.

En fin, la maja era una beldad, andaluza, si mal no recuerdo. La conocí en un concierto de Nacha Pop, y precisamente tras escuchar a La chica de ayer,
yo me perdí en sus ojos. Desde entonces, comenzamos un tórrido noviazgo bajo el cielo estrellado de Barcelona.

Sin embargo, mi historia de amor no iba a resultar como tantas otras. En primer lugar, Sabina no era una dama común y corriente. Antes de conocernos, ella
perteneció a un clan de gitanos. Cansada de deambular de aquí para allá como una nómada, ella huyó de los suyos para probar suerte, y vino a caer a mi
ciudad natal. Apenas sabía leer y escribír la pobre criatura, y trabajaba como cocinera en un restaurante para poder sostenerse económicamente.

Al enterarse de quién era ella en verdad, a mis padres no les agradó ni un ápice lo que había entre Sabina y yo. Debido a eso, nosotros solíamos salir
mucho de la ciudad, y vagar en mi motocicleta por el campo.

Sabina no lo decía abiertamente, pero a simple vista uno podía percatarse de que le tenía mucho coraje a la vida, seguramente por los tantos rechazos que
sufrió de la gente al saber de su pasado gitano. Eso me trae a la mente lo que ella me contó acerca de los suyos, y de la forma como se les trató durante
la segunda guerra mundial. Los Romani, así se les etiquetó. Según Sabina, los nazis trataron peor a los gitanos que a los judíos. Incluso me confesó que
muy seguramente mataron a más gitanos que judíos en esos tiempos, pero ese dato no se ve reflejado en los anales de la historia. A nadie le importó.

Bueno, espero que no os aburra con mi charla. Ahora voy al meollo de todo esto. Las pesetas empezaron a escasear cuando alcanzamos la región de Navarra,
cuajada de nieve para ese entonces. Era de noche, y el viento serpenteaba en el éter del vacío en total abandono y con una furia desmesurada. Pese a estar
bien abrigados, las filosas cuchilladas del frío nos daban tajos en cualquier sección desnuda de nuestros cuerpos que se asomara al exterior. Yo sentía
la espalda encorvada y entumida, y Sabina lo único que podía hacer era sujetarse a mi talle. El ruido ensordecedor de la motocicleta, entremezclado con
el rugido del aire, evitaba que ella y yo intercambiáramos palabra alguna. La curva en el camino. Nos aproximamos a ella durante lo que me pareció una
pequeña eternidad, toda mi realidad se movía más despacio de lo normal, como si el frío de Navarra provocase dicho fenómeno. El asfalto del camino estaba
escarchado. Demasiado. Las llantas patinaron, los frenos no fueron suficientes. La curva estaba muy cerrada.

Los tres de nosotros. Sabina, yo, y la moto, nos hundimos en la negrura del abismo. Antes de que yo perdiera el conocimiento, alcancé a escucharla gritar
enfurecida unas palabras en su antigua lengua Romani que no atiné a comprender. Después, me sumí en la inconciencia.

El rocío de la mañana, y un sinfín de manos, me volvieron al mundo de los vivos. La gente de rescate me hablaba, mas no conseguía entender nada de lo que
me decían. Quedé tan conmocionado por la caída, que no reaccionaba de una forma coherente.

El tiempo pasó, y conseguí pellizcar algunas palabras que me recordaron lo sucedido horas atrás. Sabina y yo caímos en una hondonada, y ella se rompió
el cuello. Yo me fracturé una pierna, los brazos, y varias costillas. Sí, os lo confieso, la recuperación fue agónica. Y más tortuoso fue el hecho de que
nadie pudo reclamar los restos de la muchacha. Por ende, su cuerpo acabó en una fosa común, sin una lápida que ostentara su nombre.

Los meses pasaron, y mis huesos se soldaron como se esperaba. No obstante, algo dentro de mí se rompió para jamás repararse. ¿Mi corazón, decís? Eso sería
muy romántico, preciosa, pero no. Creo que fue mi percepción de la realidad.

Una vez que salí a enfrentarme al mundo, tenía la extraña sensación de que algo o alguien me perseguía. Volteaba a mi alrededor, y siempre que atisbaba
a una mujer en la plenitud de su vida. Siempre exhibía el rostro de Sabina, sonriéndome con esos labios gruesos, y con esa mirada esmeralda que me calcinaba
el alma.

Creí enloquecer, y acudí a terapia siquiátrica. El doctor hizo hasta lo imposible para liberarme de mi obsesión, mas fracasó miserablemente. Pese a los
medicamentos, a la hipnosis, ella siguió apareciendo. Este hecho comenzó a hacer mella en mi salud mental, en mi estado de ánimo. Me sentía culpable de
la muerte de Sabina, y en varias ocasiones intenté quitarme la vida. ¡Vamos, no me miréis de ese modo! así son las cosas del amor, ¿no lo creéis?

Trascurrió un año desde el accidente, y en una ocasión, al estar yo leyendo el periódico, me topé con un reportaje que atrajo mi atención: Varios accidentes
estaban ocurriendo en la misma curva donde nos salimos del camino Sabina y yo. Camiones de pasajeros, coches, motocicletas. La cantidad de muertos iba
en aumento, y nadie podía dar una explicación lógica de ese fenómeno. Entonces, por extraño que pareciera, la radio se encendió por sí sola. La voz de
Antonio Vega, vocalista de Nacha Pop, cantaba una canción muy rítmica, pero con una letra tan melancólica, que siempre me perturbaba.

Las lágrimas brotaron en cascadas sin que yo pudiera, y quisiera, evitarlo... ¿Era acaso Sabina que buscaba decirme algo desde las tierras de los muertos?

¿Si ahora me voy de quién serán las pisadas que oirás llegar?

Grité a los cuatro vientos, y nadie me respondió. Estaba solo en casa, todo se acomodó para que las cosas se dieran de esa macabra manera.

No existe nada por lo cual yo te pueda cambiar.

Las estatuillas de porcelana que predominaban en la sala de estar volaron por los aires, y se hicieron añicos contra las paredes. El mismo sino tuvieron
los jarrones y los espejos.

Da igual sino estás, que te busque por cualquier lugar

¡¿Qué coño queréis conmigo, maldición?! ¡Fue un accidente, yo te amé como a ninguna!

Nada me importa hoy, no sé ni donde voy... Persiguiendo sombras.

Entonces llegó a mi la verdad, a cuenta gotas. Lo que me dijo Sabina camino a su perdición. Nunca dijo algo en su lengua materna. El viento no me permitió
escucharla adecuadamente.

Busco algo más que un perfil, es tan distinto a ti

No me dejes. Esas fueron sus últimas palabras.

No puedo distinguir, no, tu voz. dentro de mí.

Dejé atrás la música retumbando en la sala, y salí como una tempestad de mi casa. Pese a ello, la melodía siguió sonando en mi mente, como una marcha fúnebre.

Es tal el hielo que hay aquí, éste es un frío país

Mi motocicleta estaba en la cochera, reparada al fin. Papá había invertido una fortuna en ella.

Y ni los pies ni las manos puedo sentír

Volé por las transitadas calles de Barcelona, el tanque estaba lleno. Yo ya no podía lidiar más con este tren de vida.

Pero me gusta recordar, quiero reconstruir, cada imagen, cada esquina que conservo de ti

¿Cuánta gente inocente había muerto por mi culpa? ¿Qué monstruosidad dormida desperté con mi inmadurez?

Ser un poco sentimental, sin encontrarme mal.

Era de noche cuando llegué a las tierras de Navarra. No hacía frío como en aquella fatídica ocasión, pero todo mi cuerpo estaba aterido por el terror.
Un Volvo se paró varios metros antes de la curva.

Sabina estaba allí, a plenitud, con su cabello oscuro recogido, y con esos pantalones vaqueros que resaltaban sus perfectas nalgas.

Ella se recargó en la portezuela del copiloto, y charlaba inocentemente con la gente que se hallaba dentro del coche. Pero el ronronear de mi motocicleta
hizo que la chica detuviera sus palabras. Sabina corrió hacia mí, con esa mirada esmeralda, y esos carnosos labios semejantes a los de Sofía Loren.

Dejo atrás la estela del mar, no termino de deambular.

Escuché los gritos de horror de la gente que estaba en el Volvo. ¡Es un maldito espanto, chaval! ¡Largaos de aquí!

Me divierte andar, despistarme, jugar, persiguiendo sombras-

Carne putrefacta y verde, cuencas desprovistas de globos oculares, garras enormes en lugar de manos, y una peste venida desde las cloacas del averno.

Ella subió a la motocicleta conmigo. No, no podía dejarla ahí, y que matara a más gente. Mi motocicleta arrancó, dejando atrás al Volvo y a sus ocupantes.
Las lágrimas me cegaron la visión, pero por alguna razón desconocida yo sabía mi destino.

Estuvo trazado en mi mente desde aquel día en que todo ocurrió.

Está de sobra que os describa mis últimos instantes de vida, dulzura...

Ahora acelerad, que os mostraré el bonito lugar al que yo fui luego de morir. No gritéis, os lo suplico. Es inútil. Sabina no entiende de razones.

Aquí viene la curva. ¡¡¡Vamos a por esas sombras, nena!!!