Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El diablo en sus ojos, Daniel Malo.

El diablo en sus ojos

Existen personas en este mundo a las que miras de vez en cuando, y detectas en ellas algo que no puedes definir. Muchos podrían pensar en atracción, de
cualquier índole. Lo que asalta a los sentídos es ese modo en que dichas personas te miran de vuelta directo a los ojos-

Este cuadro nos habla de unos ojos que no debieron mirarse. Solemos malinterpretar al prójimo, acostumbramos pensar por los demás, asumir que ya hay cosas
hechas para nosotros- Verse reflejado en unos ojos así es sinónimo de ponerte un revólver en la sien y jugar a la ruleta rusa. Morirás, sí- Eventualmente.

Efemérides: Lo leo y todavía me da miedo. En el 2009 (una época amarga durante la cual me quedé desempleado, del 2008 al 2010, por la crisis mundial que
afectó las bolsas de valores en Europa y EUA), estuve impartiendo talleres de literatura con el estilo de HP Lovecraft, y me vi tentado a probar suerte
predicando con el ejemplo a mis aprendices. El resultado no fue tan malo después de todo, ni qué decir del típico desenlace corrosivo que acostumbro ponerle
a mis obras-

Si hallaron esta cinta de audio... es seguro que yo ya esté muerto... o me sucedió algo peor que la muerte. Es de vital importancia que no entreguen esta
cinta a las autoridades, pues podrían poner en riesgo su propia seguridad... Si, puedo imaginarme la cara que pusieron al ver las costras de mi sangre
cubriendo el aparato reproductor. He perdído mucha de ella a causa de las varias heridas que recibí. Probablemente ustedes piensen que estoy demente, pero
no lo estoy... al menos no todavía. Además, es materialmente imposible que yo mismo me haya infligido estas heridas, pues no tengo garras ¡Pero ella si
las tenía! ¡Se los juro!

Me resulta muy difícil mantener la calma... Por favor, no dejen de escuchar esta advertencia. Procuraré estar más tranquilo, pues es de vital importancia
que sepan esto: Ellos están entre nosotros. Se visten de humanos, se infiltran en nuestras vidas... y nosotros somos sus incautas presas. Está de más afirmar
por cuánto tiempo se ha dado este fenómeno en nuestra sociedad. Los medios masivos de comunicación ocultan la verdad relacionada a las múltiples desapariciones
de hombres y mujeres jóvenes. Buscan crear cortinas de humo para que el populacho se desentíenda de la verdad desnuda, y producen noticias ficticias. Mi
historia es una de esas tantas que ellos quisieron ocultar. Solamente espero que mi información les sirva a ustedes de algo, para que no pasen por lo mismo
que yo.

Normalmente, la mayoría de las historias inmiscuyen a una chica, y este relato no es la excepción. Todo empezó hace unas semanas, tal vez dos. Alhana se
llamaba ella. Era una chica que conocía de la universidad, un tanto introvertida, aunque demasiado bella. Esa era una combinación poco común en esta sociedad
en la que vivimos, y por ende, todo un imán para atraer la atención de los demás.

No profundizaré en trivialidades tales como mi estilo de vida y a qué me dedico. Eso es lo menos importante ahora. Lo que sí importa es la manera en que
se fue dando todo. Alhana no tenía novio, y era famosa en la facultad por su falta de amistades. Muchos hombres la asediaban díariamente, queriendo ganarse
las atenciones de la taciturna dama. Recibía muy a menudo un sinfín de invitaciones para salir a bailar, ir al cine, o asistir a algún evento universitario.
Como era de esperarse, se topaban con un muro de hielo. Alhana siempre les preguntaba la naturaleza de los eventos, o el tipo de película que los muchachos
querían ver, y ella respondía educadamente que su religión le impedía hacer esto o aquello, o ver ese tipo de películas. Los hombres más guapos y ricos
se apuntaron en la lista de pretendientes, queriendo dominar con sus habilidades de manipuladores a la forastera muchacha. Como supuse, me tocó ver cómo
cada uno de ellos salía del aula luego de entablar plática con la niña, gritando enfurecidos al no comprender por qué una chica tan sencilla no se deslumbraba
con el brillo y oropel que los ornamentaba.

Fueron tantas las evasiones de Alhana en lo referente a invitaciones a salir con muchachos, que una minoría del sexo masculino, bastante despechada por
cierto, se atrevió a correr el rumor de que ella seguramente era lesbiana. Algunas damas homosexuales de la universidad se animaron a buscarla tras escuchar
esos chismes. La invitaron a que saliera de su caparazón, manejando todo tipo de argucias y sicología barata para embaucar a la muchacha pueblerina, mas
Alhana alegaba tener bien definidos sus gustos por los hombres, y educadamente rechazaba sus invitaciones. Sostenía una y otra vez que no necesitaba de
un hombre (o de una mujer, en este caso) para salir adelante, ya que el Señor estaba siempre con ella.

A mí, personalmente, me atraía la muchacha. Y me atraía no por el hecho de ser bella y sencilla, sino por ser tan original, autosuficiente, y transparente.
Me atrevería a agregar que, entre la muchedumbre que atestaba los pasillos de la universidad, ella sentía algo parecido por mí. Por eso, creo que de entre
todos los varones de la universidad, yo gozaba aunque fuera un poco de su simpatía. Por ello, me le acercaba en ocasiones y le sacaba charla. La dama resultó
ser muy sencilla, cristiana, y amante de la música clásica. En aquel entonces, yo tomaba clases de piano en la universidad como una actividad artística,
y este hecho nos vinculó de inmediato. Solíamos discutir del estilo de Mozart, que si fue en verdad pobre o rico; O si Beethoven le había vendido el alma
a algún demonio para alcanzar semejante nivel de virtuosismo, dado que sus notas escapaban a toda comprensión, y estaba muy adelantado a sus contemporáneos
en lo referente a la música. Cómo me provocaba risa hablar de Beethoven con ella. Se santiguaba muchas veces cuando se lo mencionaba, y más se exclamaba
cuando yo decía que ese tipo tocaba y componía como Satanás mismo.

Pasados unos días de agradables tertulias, Alhana experimentó una metamorfosis. Podría decirse que la chica dio un paso... pero hacia atrás. Dejó su habitual
vestimenta cristiana para abrazar la cultura gótica. Parecía que estaba en luto perpetuo por alguien, blasonada de negro en todo el cuerpo, y eso me sobresaltó.
Su inocente faz se hizo fría, más pálida de lo que ya estaba; ahora el maquillaje ornamentaba sus párpados, pestañas y afilados pómulos; su cabello se
tiñó de púrpura. Las perforaciones vinieron después, con numerosas argollas festoneando sus delicadas orejas, y un obsceno clavo afeando su lengua rosada.
Ya que ella venía de otra parte, su familia no estaba enterada de lo que le ocurría... O sí sabía, pero no le importaba. Eso jamás lo sabré con certeza.
Antes de que se hiciera las perforaciones, me atreví a preguntarle por qué estaba haciendo todo eso. La mujer me respondió que era necesario, para espantar
a la gente y conseguir algo de privacidad.

Aunque Alhana había cambiado por fuera, por dentro seguía siendo la misma dama que yo conocí. A veces, ella decía que me ponía a prueba como todos los
demás, y le agradaba el hecho de que no me haya ido de su lado debido a su cambio. Creo que quería a esa chica...

Y con ese sentímiento, empecé a percatarme de algo raro: Ya nadie quería hablarle a la muchacha. Ni siquiera los pocos amantes de la cultura gótica en
la universidad la toleraban.

Algunos de ellos decían que Alhana era peligrosa por no definir bien su personalidad, y me aconsejaron de vez en cuando no pasar tanto tiempo con ella.
Llámenle sexto sentído, intuición, o corazonada. Poco importa realmente cómo etiquetemos ese sentímiento. El caso es que lo tuve: Sentía que la enigmática
mujer era como un agujero sin fondo, capaz de succionar toda la luz a su alrededor.

Entonces... vino el principio del fin. Una tarde, saliendo de clases, busqué a Alhana por las aulas de su facultad, y no la miré. Pregunté por doquier,
y nadie fue capaz de darme información relacionada a la chica. Uno de sus maestros se percató de mi insistencia por saber de Alhana, y me comentó que ella
no había asistido ese día a ninguna de sus clases. Agradecido, le comenté al maestro que investigaría el porqué de la ausencia de Alhana, y salí meditabundo
de la universidad, enfocando mis pasos al edificio de departamentos para estudiantes donde ella residía.

Conforme avanzaba, un nudo gélido se me formó en el estómago. No sabría cómo describírlo, salvo que se trataba de una sensación de peligro. El plomizo
edificio al que me encaminaba me miró con sus decenas de ojos sucios. La decadencia de su fachada, sumada a la gran cantidad de flores y enredaderas secas
que pendían de sus balcones, me musitaba al oído de una hermosa vista que otrora jalaba la atención de los transeúntes.

Coronando la planta alta, cuál no sería mi sorpresa al encontrar la puerta entreabierta del departamento de Alhana. Un apremio desmesurado me impulsó a
apretar mi avance, y entré como una tromba en su departamento, gritando desesperado su nombre. Mi voz no perturbó la paz mortal de aquel edificio, y ese
hecho me tensó aún más de lo que ya estaba. La tan esperada respuesta de Alhana jamás llegó. Mi mirada se paseó nerviosamente por el sucio linóleo que
decoraba el piso de la recepción. Después miré el agrietado papel tapiz de los muros, en un vano intento por resistirme a llegar a la sala. Las figurillas
de porcelana que descansaban sobre los muebles observaban en silencio mi dudoso avance. Por un instante, creí que me había quedado sordo, ya que el palpitar
de mi sangre producía una batahola insoportable en mi atormentada cabeza. Una potente migraña me atenazó a pasos agigantados, anunciándome que estaba respirando
muy poco debido a la ansiedad. Rumbo a la sala, me hipnotizó el resplandor cenizo que producía la luz del sol al atravesar las deshilachadas cortinas.
Unas estrellas iridiscentes relampagueaban desde la oscura alfombra al recibir la mortecina luz del exterior. Eran vidrios rotos. Franqueé el umbral al
que tanto me resistí a llegar, y paulatinamente bajé la mirada. Y entonces la hallé tirada boca arriba, desnuda por completo, con la mirada perdída en
el estuco del techo. Alhana no parpadeaba. Yacía ahí, tendida sobre la alfombra marrón, con las pupilas dilatadas y boqueando como pez fuera del agua.

Me tomó algunos segundos salir de mi estupor, dado que no me esperaba toparme con semejante escena. Mi instinto me indicó que quizás Alhana había sido
violada, puesto que noté rastros de forcejeo en el amueblado y la alfombra. Estelas de cristales rotos cubrían el suelo, y la cérea piel de Alhana lucía
lacerada de numerosas partes, principalmente de la porción interna de sus muslos, y en el esternón. Exhibía riachuelos de sangre coagulada nacidos de sus
fosas nasales; el mismo rastro se presentaba en sus oídos. Bajo sus nalgas había una mancha oleaginosa que oscurecía el ya decadente alfombrado. Ni me
atreví siquiera a revisarla y adivinar qué era. Llamé de inmediato a la policía, y puse al tanto de lo ocurrido a la operadora... Me solicitó aguardar
ahí, sin moverme.

Siendo sincero con ustedes, les confieso que sentía unas enormes ganas por salir corriendo de aquel sitio. Lo que antes llegué a sentír por Alhana, llámese
admiración, fascinación, incluso amor... ahora se había transformado en repugnancia. El solo hecho de mirar su fría y maltrecha humanidad tendida en el
suelo me producía náuseas. Intenté en varias ocasiones hablarle, mas las palabras se me atoraron en la garganta.

La policía y la cruz roja aparecieron en escena rápidamente, lo cual me asombró mucho. Fue poco común que llegaran a mi lado... como si estuvieran esperando
aquel amargo suceso.

Los paramédicos se llevaron a la chica, en tanto que los policías me sometieron a un interrogatorio, que para serles franco, se me hizo mal fundamentado.
Me dejaron ir al poco tiempo, lo cual se me hizo doblemente raro, porque no me pidieron mis datos personales.

Caminé a casa como un autómata. Mi madre me miró extrañada, e hizo el intento de saludarme efusivamente como lo hacía tradicionalmente, pero creo que mi
semblante la hizo reprimir su ímpetu. Me adentré en mi habitación, vomité todo lo que traía en mi estómago dentro del inodoro, me lavé la boca para desprenderme
del horrendo sabor que me quedó en la lengua, y me desplomé sobre mi lecho como lo hacen las bestias lastimadas, y podría decirse que literalmente lamí
mis heridas. Ya que el caos existente en mi cabeza amainó, me di a la tarea de rastrear telefónicamente el paradero de mi convaleciente amiga. Tras intentar
por algunas horas, me dijeron en una de las tantas clínicas de la cruz roja que una chica con las características de Alhana fue llevada al hospital general
de la ciudad. Las cosas se ponían cada vez más abstractas, y me enfoqué a llamar a dicho hospital. Cuando me atendieron, se mostraron muy amables al saber
de mí, y me dijeron que la chica, efectivamente, había sido ultrajada. Los daños recibidos fueron demasiados, y la muchacha estaba sumida en un estado
de shock. Me suplicaron en varias ocasiones que me presentara cuanto antes a ese hospital, pues no existía nadie que respondiera por ella. Mencioné que
contactaría a la familia de la chica, a lo que agregaron que Alhana no tenía parientes... Algo ahí no encajaba, porque en primer lugar... ¿Cómo consiguieron
esa información si Alhana no podía hablar? Y en segundo lugar. ¡juro por Dios que me tocó hablar por teléfono con sus padres una semana antes de aquello!

Llamé a la casa de los padres de Alhana para notificarles de lo sucedido. Al otro lado del auricular, Mateo, el padre de Alhana, suspiró profundamente,
y tomó las noticias que yo le daba con una inquietante ecuanimidad. Luego, me pidió de favor que fuera a ver a su hija, y que cuidara de ella mientras
él y su esposa abordaban el tren para venir a la ciudad. Curioso. o Mateo tenía hielo en las venas en vez de sangre, o de plano su hija le importaba un
comino.

¿Por qué todo mundo me rogaba estar al lado de la deshonrada muchacha? Sentía que me asfixiaba por el apremio, cada vez que me cruzaba por la cabeza ir
al hospital. Es raro describírlo... pero algo dentro de mi me rogaba a gritos no ir allá... Debí escuchar a los chicos góticos de la escuela cuando me
pidieron alejarme de ella, y debí prestarle más atención a mi intuición.

Acudí finalmente al hospital general, y experimenté una sensación de estarme metiendo a la boca del lobo. La fachada del edificio gris parecía venírseme
encima cuando atravesé resuelto la verja oxidada que protegía las instalaciones. La vegetación que decoraba el patio frontal presentaba una cara plástica,
falsa. Por un momento me vi tentado a agacharme y oler las flores, o incluso arrancar un puño de pasto, pero tuve que contenerme, pues la gente que caminaba
por ahí hubiera pensado que estaba loco.

Ya era de noche cuando una enfermera mal encachada me recibió. Su semblante cambió por arte de magia en cuando le notifiqué quién era yo y cuáles eran
mis intenciones para con Alhana. Llamó al médico que la atendía, ya entrado en años, aunque poseedor de una personalidad que doblegaría a cualquier joven
apuesto. Sus espejuelos de armazón dorado le otorgaban un tinte siniestro, como el que tienen los cientificos maniacos que aparecen en peliculas baratas
de horror a medianoche en la TV.

El galeno me condujo al elevador, y me explicó detalladamente la condición de Alhana. Como era viernes, me ofrecí a quedarme a hacer guardia esa noche.
En ningún momento le dije al doctor que contacté a los padres de Alhana, así que le seguí el juego.

Coronamos el quinto piso, y me di cuenta en un instante que los pasillos yacían desolados. Las habitaciones tenían enfermos dentro de ellos, principalmente
mujeres. Ese hecho me inquietó poco a poco. Además, me percaté de que el suelo era metálico. El médico prosiguió con su perorata, mencionando conceptos
de medicina que yo no alcanzaba a comprender. Al llegar a la entrada de la alcoba, el galeno me dejó a solas con Alhana. Violé el silencio de la habitación
con un entrecortado saludo. No sabía qué más decir en semejante situación. La muchacha seguía mirando el techo, perdída en una vorágine de sentimientos
y recuerdos que solamente ella conocía.

Pasé a sentarme con cierta reticencia. Aquel sitio olía a desinfectante y... algo más. No podía precisar a qué, pero era seguro que dicho aroma no me agradaba.
Encendí el televisor, y navegué con el control remoto por un buen rato. Los padres de Alhana no aparecían, y eso me puso nervioso.

Quise charlar con Alhana varias veces, y lo único que conseguí de la chica fueron quejidos lastimeros, y lágrimas silenciosas. Dejé en pantalla un canal
de vida animal, y me salí de la habitación lentamente. Al coronar el pasillo, descubrí que todo estaba en calma total. Lo que contrastaba con el silencio
sepulcral del interior era el clima de fuera del edificio. El viento, salvajemente, azotaba los árboles. Las ventanas se cimbraban, mas no escuchaba nada.
El cielo nocturno yacía plagado de nubes tormentosas. Los relámpagos no se hicieron esperar.

Volteé a evaluar mis alrededores, y comprobé asustado que todas las puertas de aquel pasillo estaban cerradas. El área donde debería acomodarse la encargada
de las enfermeras en turno no estaba; Las enfermeras tampoco se veían por ninguna parte. Es más... no había sillas, ni documentos, ni teléfono ahí. No
había alma alguna en aquel sombrío sitio. La mayoría de las luces fluorescentes del techo apagadas estaban. Únicamente el área de la jefa de enfermeras
exhibía luz.

Asustado, corrí hacia el elevador por el que llegué a ese sitio. Presioné el botón para llamar al elevador, y no respondió. Busqué escaleras para bajar
al piso inferior. sin ninguna suerte. Entonces, revisé con sumo cuidado los muros de aquel pasillo... Un material espumoso los revestía... un material
a prueba de ruidos.

Y ahí, desde aquella diminuta isla de luz en medio de las tinieblas, la vi. Alhana se incorporó, y se había situado en el umbral de la puerta de su alcoba.
El resplandor de los relámpagos se filtró a través de las persianas, y la distinguí a lo lejos, en el pasillo, enfundada en su bata de paciente. Entonces,
un llanto de una niña recién nacida inundó el lugar, y sentí que los vellos de la nuca se me erizaron. Los ojos de Alhana brillaban con un resplandor rojo
como el que despiden las ascuas de un asador. Me miraban con detenimiento, como evaluando todas las acciones que yo trémulamente realizaba.

La muchacha pegó una carrera imposible, descalza como estaba, desde su sitio hasta el mío, rugiendo como si tuviera una bestia furibunda en su garganta.
Se movía encorvada, y casi arrastraba sus manos... que ahora eran unas largas e imposibles garras. Yo apenas tuve el tiempo suficiente para evadir sus
primeros embates, y corrí en dirección contraria a ella. Me alcanzó a lacerar entre los omóplatos, produciéndome una dura tajada, la cual podría afirmar
que fue la que me dejó en este estado tan deplorable, mas ignoré el dolor e imprimí mayor potencia a mis zancadas. Me sumergí en la oscuridad del pasillo,
y zarandeé con fuerza cada una de las puertas, en un intento desesperado por encerrarme en alguna habitación y pensar ahí con calma qué hacer.

Dando un chillido feroz, Alhana se encaramó a mi espalda de un solo brinco. Con su fuerza y nuestro peso, entre los dos nos estampamos contra la última
puerta que osé revisar antes de ser atacado, y la abrimos de una forma espectacular. La puerta se partió, y uno de los fragmentos le dio de lleno en la
cabeza a mi agresora. Yo fui a dar de bruces en el piso de la alcoba, y me incorporé rápidamente, a sabiendas de que Alhana podría agredirme otra vez.
El tiempo pareció detenerse, justo cuando dirigí mi atención hacia la cama del paciente que habitaba la alcoba a la que irrumpí tan estrepitosamente.

Lo que miré no me agradó ni un ápice. En la cama del cuarto reposaba el cadáver de una de las pacientes que vi en la tarde. La caja torácica de la finada
mujer estalló hacia fuera, regando su contenido hacia el techo y a ambos lados del lecho. Su cara era una máscara de dolor y horror entremezclado. ¿Qué
fue lo último que sintió antes de lo inevitable? ¿Qué atrocidad le hicieron en aquel lugar de muerte y oscuridad?

Horrorizado todavía por semejante imagen, descubrí atónito que una recién nacida reposaba entre las entrañas del cadáver... Era la criatura a la cual escuché
llorar segundos antes... acababa de nacer, y se cenaba a su madre en total abandono.

Un ruido gutural provocado por mi atacante a espaldas mías me hizo volver a la realidad. Miré de soslayo que Alhana gemía de dolor, y parecía que vomitaba
algo. No. No vomitaba... Se le salía a borbotones sangre y vísceras por la boca. A continuación, poco faltó para que yo perdiera la razón, pues la desquiciada
mujer se clavó sus propias garras, y se desgarró el pecho. Mis propios gritos se camuflaron entre los suyos. Sus escasos senos cayeron cercenados, y casi
vomité nuevamente cuando distinguí sus costillas y esternón, que refulgían con una fosforescencia endiablada entre aquella catarata carmesí de sangre y
carne palpitante.

Brinqué desesperado, y me apoderé del televisor de aquella habitación. Dejé caer el aparato eléctrico sobre la cabeza de Alhana, quien cayó de bruces,
dando alarmantes espasmos. La TV estalló, y un millar de chispas y unas víboras de humo blanco salieron de su interior. Ignorando eso, levanté y dejé caer
todo el peso del armatoste eléctrico sobre la testa del espanto una y otra vez, revitalizado por un loco frenesí. Luego sujeté una de las sillas para visitantes
que encontré ahí, e intenté romper una ventana... Nada. El mueble rebotó, rechazado por el cristal. Sonreí con amargura. Todo estaba planeado desde un
inicio ¡Qué estúpido había sido!

El cambio de Alhana, la policía haciendo pocas preguntas, médicos y enfermeras extremadamente amables al momento de mencionarles mi cercanía con esta mujer...
¡Pero ellos no sabían que me tomé la libertad de contactar a los padres de Alhana, que si existían!... Ahora que lo pienso. ¿Haría eso alguna diferencia?...

... Regresando al relato, salté sobre la escarlata laguna que dejó Alhana sobre el piso metálico, y evadí su maltrecha humanidad. Arremetí con la silla
otra puerta, y me topé con un hallazgo igual, pero a diferencia del anterior, el cuerpo de la occisa que reposaba en su cama debería tener como un día
de haber expirado, pues el hedor a carne muerta ya infestaba el ambiente. No se veía a su producto por ningún lado, así que supuse que las enfermeras ya
se lo habrían llevado. Y seguramente el resto de las habitaciones alojaban el mismo escenario... pero la alcoba de Alhana tenía uno diferente.

¿Qué iría a salir desde las profundidades de Alhana? Sea lo que fuere, no iba a quedarme a averiguarlo. Este piso entero era reservado para recibir el
alumbramiento de seres que no son de este mundo. Quienquiera que haya ultrajado a Alhana, y a todas las demás infelices mujeres, no era humano.

De repente, vi que las luces del elevador se movían, señalando que alguien venía a ese piso desde los niveles inferiores. Corrí desesperado hacia allá,
como si la vida me fuese en ello. A mi espalda, el sonido de una destartalada televisión azotando el suelo me avisó que Alhana volvía al contraataque.
Más tarde, un sonido de huesos fracturados y de carne desgarrada con brusquedad se hizo presente, y me estremecí. Se me ocurrió mirar hacia atrás en medio
de mi huída, justo en el preciso instante en que el llanto de una bebé recién nacida se hacía presente... y vislumbré a la criatura más atroz que ni en
mis más descabellados sueños podría haber llegado a concebir.

Recortada en la penumbra parpadeante del pasillo, una titánica silueta, de extremidades bastante delgadas y largas, y de cabeza grande y chata, se movía
torpemente. Al asomarse a la luz fluorescente, miré ese torso imposible, ataviado de diminutos tentáculos y vello, y mostraba varios pezones, como los
de una perra. La cara de la bestia era infernal, adornada con tres pequeños cuernos en la frente, y con unas grandes fauces que estaban tachonadas de ristras
de colmillos desordenados, muy similares a los de un escualo; Estaba desprovista de una nariz, y sus ojos despedían un fulgor sobrenatural de color naranja;
La piel no sabría precisar de qué color era, pues la aberración de la naturaleza salió de las entrañas de Alhana, y su sangre cubría toda la humanidad
del espanto.

La bestia, al verme, reanudó su arranque, esta vez mejor coordinado. Yo me limité a alcanzar el elevador, sabedor de que ya no podría hacer más en esa
noche de pesadilla. Ignorante de lo que podría salir de las puertas del elevador, salté a un penumbroso costado del pasillo. El horror siguió corriendo
hacia mí valiéndose de sus espantosas patas garrudas, mas detuvo su vehemente andar cuando el elevador arribó al quinto piso. Del cubo del elevador salieron
tres guardias bien armados, seguidos del médico que me había llevado con Alhana horas atrás. El guardia que estaba más adelantado portaba una red enorme,
y la lanzó sobre la monstruosidad recién parida. El producto de Alhana lloró como un crío, mientras los dos guardias restantes atenazaban de sus brazos
al cautivo demonio.

- Veo que no has cenado aún, querida mía. Creo que el muchacho no fue suficiente después de todo. Era alto, aunque falto de carne. Pero despreocúpate.
En poco tiempo saldrás al exterior a buscar tu sustento. Tus padres te esperan abajo - dijo el doctor, hablando en un tono tan dulce, que consiguió hacer
que la criatura dejara de gimotear.

Horrorizado, comprendí que no solamente el galeno y el hospital premeditaron este fiasco... sino que también Mateo y su mujer lo sabían. Agazapándome cual
felino, logré colarme en el cubo del elevador, y presioné el botón que me llevaría hasta el último nivel del sótano del hospital, que era el tercero. La
leve campanada que activó al elevador alarmó a los guardias y al médico. Giraron sobre sus talones, y se lanzaron en mi persecución. Todavía no puedo creer
lo que mis ojos vieron en esos segundos, pues uno de los guardias ejecutó un salto asombroso, casi de quince metros de distancia. Aterrizó frente a mí,
y sus garras afianzaron las puertas del elevador, que se cerraban rápidamente. Lo único que pude hacer fue patear aquella cara horrenda, muy semejante
a la de la diablesa que me perseguía. Adolorido, el monstruo liberó las puertas, y éstas se cerraron para mi gusto. Antes de cerrarse por completo, escuché
que otro guardia hablaba por radio, advirtiendo a los pisos inferiores de mi escape.

A sabiendas de que todo el personal del hospital ya sabía que ocurría todo esto y no lo evitaba, sino al contrario, lo fomentaba, era muy seguro que un
comité de recepción me estuviera aguardando a la salida del elevador. así que abrí el techo del elevador cuando alcancé el primer piso, me trepé a los
ductos de ventilación, llegué al sistema de calderas del hospital, y de ahí me escapé.

No me atreví a ir a casa. Lo más probable era que, en esos momentos, ellos hayan ido a buscarme allá. De ser así, mi familia ya ha de estar muerta, no
quiero pensar de qué modo.

Pero les advierto, a ustedes, o a ti que me estás escuchando. Ellos toman a nuestras mujeres solitarias, y abusan de ellas sexualmente, con el afán de
preñarlas con criaturas del infierno. Y el fenómeno va en aumento. Nosotros como hombres no estamos exentos de este mal. Las hembras bebé crecen en cuestión
de horas... de minutos, incluso; y se convierten en hermosas mujeres con habilidades diabólicas para seducirnos.

Estos seres se disfrazan de mujeres para embaucarnos, pero la verdad es muy amarga. Son fecundadas por nosotros, y ellas a su vez engendran más bestias.
Aquellos desafortunados que tuvieron una noche apasionada con estos monstruos, quedan infectados y se transforman posteriormente en seres como el guardia
que encaré en el hospital.

En la Edad Media, a estas criaturas del averno solían llamarlas súcubos, y a los machos, íncubos, si mal no recuerdo. Cómo me habría gustado averiguar
la manera de matar a esta peste que nos azota. Lamentablemente, ya no gozo de tiempo para hacer eso. Si tienes entre tus manos esta mini grabadora portátil,
quiere decir que no tuve éxito en escapar de Alhana. Ella fue liberada, y me ha estado persiguiendo toda la noche. He visto cómo brinca por los oscuros
callejones, dando saltos que desafían a la realidad misma. No busca seducirme, pues sabe que su antiguo compañero de escuela la vio en su forma verdadera...
No... Ella no se andará con rodeos, y querrá usarme para dejarme maldito.

He de resistirme a sus encantos... Llevo muchas horas evadiéndola... Ignoro por cuánto tiempo más aguantaré... De algo sí estoy seguro... Alhana tiene
al diablo en sus ojos... Una vez que te ve con ellos, y tú la miras de vuelta... ya perdíste tu alma. No importa adónde vayas o dónde te ocultes, ella
jamás te dejará escapar. --