Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Entre el follaje sopla el viento: cuento.

Entre el follaje sopla el viento

La vastedad del cosmos es insondable, así como la cantidad de sus cuerpos celestes y sus tantas galaxias. La sola idea de pensar en que existe vida en
otros planetas suena descabellada por sí sola, pero al mismo tiempo hacer ojos ciegos ante ella es egoísta.

Esta pintura nos habla de ese instante, ese parpadeo en el espacio tiempo continuo que cualquiera de nosotros pudiera encarar, para enfrentarse a cosas
inimaginables.

Tal es el caso del personaje principal de la historia relacionada a esta pintura. Por cierto, cuando la pintaron, hacía mucho viento en California-   

Efemérides: Este cuento lo escribí en vísperas de mi boda, en noviembre del 2005. De hecho, escribí este cuento y dos mas, que llevaban por título "Kelso"
y "Mi infierno personal", respectivamente.

Traía tanta creatividad, que no podía parar de escribír. Entre el follaje lo escribí en una hora, Kelso en tres horas, y Mi infierno personal en nueve.
Fue con este último cuento (o novela corta) que concursé en una competencia estatal de escritores y gané el primer lugar, por primera vez en mi vida...

Cayó la noche cual plomada sobre la tierra, y Herbert

conducía su Sentra '9S sin mucha emoción. En la estación de radio sonaba una melodía pegajosa de los 60's, de la cual el muchacho no logró adivinar su
nombre. Herbert regresaba de San Diego, California, luego de un sobrio viaje y una prosaica visita a sus parientes y amigos.

Al reticente conductor le urgía volver a casa para reunirse con sus padres, y su novia Naomi. Meditaba en eso, cuando miró en el cielo de terciopelo negro
que una estrella fugaz trazaba una línea argéntea. Herbert inmediatamente pidió un deseo, en infantil reacción ante semejante fenómeno. Él sonrió para
sus adentros, y regresó su atención al camino.

Ya tenía conduciendo poco más de dos horas, y sentía irritado el trasero por tanto permanecer así. Y es que a él no le agradaba quedarse por mucho tiempo
en un mismo sitio. De hecho, no le agradaba del todo permanecer demasiado tiempo con algo/ o con alguien. Su familia se lo recriminaba muy seguido. Balbuceaban
a espaldas de Herbert, evaluando temerosamente sus hábitos alimenticios, su forma de vestir, sus gustos por la música, la literatura, el cine/ Y hasta
su sexualidad. Pero Herbert siempre fue una persona bien definida, y terminaba por reírse de los comentarios lascivos de sus padres y hermanos. Su sexualidad,
al igual que todo lo demás, ya estaba trazado, y nadie lo cambiaría. Era de esperarse que al aparecerse Naomi en la vida del muchacho universitario, su
familia suspiró aliviada.

El automóvil pasó el tramo montañoso del condado Naranja para adentrarse en la región desértica del Valle Imperial, y su conductor se maravilló de la cantidad
de estrellas que tachonaban el firmamento. Algunas nubes deshilachadas sobresalían entre la negrura con su fosforescencia, mas no ocultaban el plateado
resplandor de los cuerpos celestes. Herbert también se asombró de la furia del viento, que en esos instantes azotaba cruelmente los sembradíos. El follaje
se movía como si tuviera voluntad propia, en un fútil intento por dejar de ser vegetal para transformarse en una bestia reptante. El muchacho se sorprendió
aún más cuando la luz mortecina de la luna llena, que bañaba al bucólico paisaje, se reflejaba en el follaje. Al zarandear el viento a la hierba, parecía
que uno contemplaba un océano embravecido.

Gradualmente, Herbert se percató de la soledad que infectaba el paraje y sus alrededores. No había coches en la carretera, y las pocas casas que se divisaban
a ambos lados del camino no exhibían luz alguna en sus fachadas. Fue hasta ese preciso momento en el que una asfixiante sensación de temor atenazó a Herbert.
La negrura de la noche acariciaba con su toque gélido aquel paisaje campirano, falto de calor... falto de alma.

- "¿Por qué me mortifico ahora? Si atravesé la zona montañosa sin ningún problema, y allá está más solitario que aquí" - se dijo mentalmente a sí mismo,
y acto seguido sonrió.

Repentinamente, alguien, o mejor dicho, algo, corrió frente a su auto. Herbert no pudo discernir de quién o qué se trataba. Brotó del penumbroso follaje
en un parpadeo. El sobresaltado muchacho frenó en seco, por instinto, para no arrollar al misterioso personaje mientras este se escabullía por un costado
del camino. El cuerpo de Herbert, victima de las leyes de la fisica, se proyectó hacia enfrente, pero el cinturón de seguridad lo mantuvo adherido a su
asiento. Zarandeado, Herbert vociferó algunas obscenidades a todo pulmón, aunque estaba tan conmocionado que le pareció no escucharlas. Las palmas de sus
manos sudaban copiosamente, y un escalofrío le recorrió la espalda. El desconocido se ocultó en las tinieblas del flanco izquierdo, y Herbert decidió no
quedarse a investigar de qué se trataba. Siempre a los estúpidos curiosos les suceden los horrores indecibles, y definitivamente él no pertenecía a ese
gremio.

Tembloroso por el golpe de adrenalina que invadía su torrente sanguíneo, Herbert decidió dejar la escena, y pisó el acelerador a fondo. Para ese entonces,
un creciente desasosiego le mordía las entrañas a pasos agigantados, el cual se intensificó al distinguir el muchacho (por el espejo retrovisor) que la
enigmática silueta, dotada de unos fosforescentes globos oculares naranja, empezó a correr vertiginosamente tras el coche.

Herbert rebasaba ya las ochenta millas por hora, y no perdía de vista al ente de pesadilla.

- ¡¿Qué jodidos es lo que quieres?! - gritó Herbert, sin dar crédito a lo que ocurría.

Un sudor frío manaba de las sienes del joven universitario, y siguió hundiendo el metal del acelerador para perder a su perseguidor. No había autos en
el camino.

- ¡Por la gran puta! ¡¿Adonde se fue todo mundo?! - masculló él, obviamente sin recibir respuesta.

Noventa millas, y el misterioso perseguidor seguía detrás del coche de Herbert. El chico, en lugar de ver que ganaba distancia, sentía todo lo contrario.
Y cuando menos se lo esperaba, al lado derecho del camino se materializó Satanás (o eso creyó él), quien estaba sonriéndole de oreja a oreja. Herbert lo
pasó de largo, creyendo enloquecer.

Cien millas. El perseguidor había desaparecido mágicamente. Hasta ese momento fue cuando Herbert liberó la tensión acumulada. Una carcajada nerviosa salió
de su boca, y él aminoró un poco la velocidad. Acto seguido, Herbert sintió algo raro en el estómago. Justo frente a su auto, el misterioso ser brincó
del follaje situado a la derecha de la carretera. Debido a la velocidad, Herbert ya no pudo frenar. Atropelló al extraño, para luego pasarle por encima.
Sendos crujidos y chillidos no se hicieron esperar, y Herbert perdió el control de su vehículo. Se salió del camino, y el auto quedó atrapado por la maleza.

Tras unos segundos de estupefacción, y con la visión enturbiada gracias a la bolsa contra choques de su coche, Herbert apagó todo de inmediato, y permaneció
inmóvil, temiendo girar la cabeza y toparte con su sangrienta obra. Hizo una recapitulación de los hechos, y llegó a una aterradora conclusión: Esto que
acababa de ocurrirle se volvió a repetir. Era un jodido déjà vu, aunque en esta ocasión, Herbert sí arrolló al fugitivo.

Con el cuello molido y la espalda tensa como una roca, él se liberó del cinturón de seguridad, y posó su temerosa mirada en el camino de asfalto. Ahí permaneció
el extraño, tendido sobre un charco de su propia sangre naranja. Herbert abrió la portezuela del conductor y lo azotó el frío de la noche, acompañado de
los ruidos y aromas del campo. Acto seguido, él se dirigió a la parte trasera de su coche, abrió el baúl, y se apoderó de la palanca para cambiar neumáticos.
El sonido de los grillos y el trinar de las aves nocturnas fueron la música de acompañamiento para los desenfrenados latidos del corazón del pobre Herbert.

Ya no podía seguir huyendo.

Herbert encaminó sus trémulos pasos hacia el cinturón de asfalto que era el camino, y encaró al ente. Ahí yacía eso, de cuerpo humanoide, y piel ocre;
Desprovisto de nariz, boca, vello, y sexo; De cabeza semejante a una bellota, y con unos ojos enormes como picaportes. Un apagado fulgor naranja refulgía
en dichos ojos, mismo que Herbert supuso representaba la escasa fuerza vital que le quedaba al ser de pesadilla.

El ser no tenía boca, pero le habló. Su voz ininteligible retumbó en el cerebro del muchacho, y por cada vocablo que farfullaba, Herbert experimentaba
una creciente languidez en sus extremidades. Antes de perder la poca voluntad que le quedaba, dejó caer su arma improvisada en la cabeza del espanto, y
ésta tronó como si se tratara de una sandía. La voz cesó de estrujar la mente de Herbert, y este perdió el conocimiento paulatinamente.

***

El médico removió los aparatos que mantenían con vida artificial al joven Herbert díaz.

Luego de aquel choque suscitado en las afueras de Calexico, el automóvil de Herbert fue a sumergirse en las oscuras aguas de un canal de riego. El golpe
recibido por el camión de pasajeros fue muy fuerte, y también fue letal la cantidad de minutos que aguantó el muchacho sin oxígeno. Su familia prefirió
darle descanso, en lugar de dejarle vivir como un vegetal viviente. Y es que las autoridades no podían explicarse los tenebrosos sucesos que se dieron
hacía ya tres días. Un cuerpo celeste pasó por California, arrojando un sin fin de particulas ajenas a este mundo. La NASA no quiso confirmar nada, pero
surgieron muchas especulaciones, desde que pudo tratarse de un asteroide que penetró la atmósfera terrestre, un experimento fallido de la milicia. Hasta
el encuentro cercano con un ser extra terrestre.

Sin embargo, y pese a todas las especulaciones que se suscitaron en torno al caso, ninguna autoridad científica pudo explicar por qué Herbert seguía exhibiendo
signos vitales. A falta de su cerebro.

***

- "¿Se trató de un sueño, o quizás todo fue una fantasía surgida por la falta de oxígeno? Eso jamás lo sabré con certeza. Cierto es que eliminé al desconocido,
o mejor dicho, lo asimilé. Somos un solo ser ahora. Solamente restan algunas horas para que me quede solo en esta plancha metálica. El individuo que está
etiquetado como forense debe descansar tarde o temprano, no puede aguantar toda la noche. Nada más espero que no estropee demasiado mi nuevo cuerpo/"

-"... Qué desafortunado hecho. Este forense cubrirá también el turno nocturno. No importa, su cuerpo está mejor que el de este sujeto..."

- "Entre el follaje sopla el viento. Este es apenas el comienzo..."

Así pensó el cuerpo inerte de Herbert Díaz vuelto a la vida, mientras abría los párpados, y sus ojos naranja contemplaron las maravillas de lo que es el
mundo una vez más... --