Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El ducto: cuento.

El Ducto

Insectos. Algunos los adoran, otros los repudian. En este cuadro nos viene a la mente esa fobia, ese sentímiento inquietante relacionado a espacios reducidos
y oscuros donde deambulan bichos de numerosas patas y aguijones venenosos.

La historia vinculada a este cuadro nos habla de que la naturaleza (y sus hijos) tiene maneras muy espeluznantes de manifestarse, poniendo a la raza humana
como comida dentro de la cadena alimenticia. Que lo disfruten-   

Efemérides: Cuando escribí este cuento en 1999 pasó la famosa tormenta de "El Niño" por Mexicali. Ademas, venía recuperándome de la muerte de papá a principios
del 98, y del cáncer de seno que atacó a mi madre durante el otoño de ese mismo año (por fortuna sobrevivió). El ducto fue como una catarsis para mí, un
escape a lo que venía trabajando. Me encantó el final. De aquí en adelante utilicé este tipo de finales abruptos que tanto adoro.

Por cierto, durante este año también escribí la segunda versión de El Moho, la cual definió lo que siete años más tarde se transformaría en Ojos Muertos.
Originalmente sería una novela gráfica (comic) pero casi no tenía tiempo para dibujar, así que recurrí a la computadora para darle forma a la segunda versión
de ese argumento. Nunca me pareció muy bueno que digamos, pero era mi placer culposo (¡y creo que lo sigue siendo!).  

Sin duda alguna ésa era una noche infernal. El viento soplaba tan intensamente que hacia estremecer todos los cristales de las ventanas que había en aquel
salón de clases, e inclusive conseguía colarse por debajo de la puerta y por los flancos de las ventanas, produciendo un aullido espectral. La universidad
estaba desolada, y el firmamento empezaba a cubrirse de negros nubarrones, amenazando con una posible tormenta.

Gregorio, un joven de melena color azabache y de complexión famélica, yacía sentado en su lugar, con su libro de notas bajo la sudorosa palma de su mano.
Sus globos oculares se paseaban con destino incierto por distintos puntos del salón de clases. Estaba completamente solo.

- "Si tan sólo hubiera alguien con quien hablar, toleraría esta soledad. Pero... no hay nadie" - pensó, en tanto se erguía de su asiento y se dirigía a
las ventanas.

Guardó silencio por una eternidad. Había empezado a llover allá fuera. Nadie caminaba por la acera. Nadie deambulaba por los penumbrosos jardines. El viento,
feroz y despiadado, combaba con fuerza los troncos de los árboles. Los ojos de Gregorio escudriñaban temerosos el tenebroso panorama, y su respiración
se agitaba rápidamente... De repente, comenzó una calma mortal. Esperaba lo peor.

¡La puerta se abrió abruptamente, provocándole al pálido muchacho un enorme susto! Esperó aterrado la llegada del extraño. Su estómago se bamboleó sonoramente.
Gregorio sentía la lengua pastosa y la garganta seca... Fue tan sólo la furia del vendaval quien entró en la estancia. Acto seguido se relajó.

Sin que pudiera evitarlo, el joven de veintidós años de edad sujetó la manija de la puerta de aluminio y tiró de ella con bastante calma, como temiendo
encontrarse con un horror desconocido al abrirla en su totalidad. No encontró ninguna cosa horrenda, solamente se topó con el viento helado. Luego, la
ventisca le enmarañó el cabello y le cegó un poco la visión. A continuación, sintió la gelidez de la lluvia en el ambiente.

Era un aguacero cruel y estruendoso el que Gregorio estaba presenciando. Se sujetó lentamente de la barandilla metálica que bordeaba la orilla del piso,
y miró absorto el repiquetear de la lluvia sobre el concreto que cubría el suelo de la planta baja. Ni un alma caminaba por los pasillos o estaba en algún
salón.

Para ese entonces, el delgado joven de piel morena optaba por volver al salón de clases por sus cosas e irse a casa, pero... alguien estaba parado justo
a su derecha. Poco faltó para que el escuálido muchacho gritara. Gregorio se percató de que unos gruesos hilillos de vapor brotaban tanto de sus fosas
nasales como de su boca.

Gregorio pudo ver que se trataba de una chica. Vestía unos pantalones de mezclilla y una chaqueta de piel, tan negra como la hulla. Su cabello era largo,
provisto de una tonalidad café caoba, una tonalidad muy similar a la que exhibían también sus profundos ojos. La chica sobrepasaba apenas el metro sesenta
de estatura, evaluó el espigado estudiante. La joven casi le llegaba en estatura a los hombros.

Él vio inquieto el color de la tez de la chica... Era tan pálida como el alabastro. Parecía que de ella emanaba una fosforescencia nívea, fantasmal. Sí,
su estatura indudablemente era corta, y su apariencia un tanto... perturbadora. Sus ojos, ¡oh Dios!, sus ojos, tan oscuros y... perversos. Por un momento
Gregorio creyó que veía un fragmento de la noche. Al unísono, sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal.

-Disculpa... ¿Estudias aquí? - preguntó la chica con voz aterciopelada.

-Pues sí... ¡Eso creo! - sonrió nervioso al responder.

-Buscaba a un estudiante... No sé si lo conoces... - empezó a decir ella. Sus ojos escrutaban a Gregorio de pies a cabeza, lo devoraban. Y sus labios,
rojos, carnosos, lo estaban invitando a que los...

-A esta hora ya no hallarás a nadie... ¡Con este clima! - Gregorio enfatizó sus palabras con un ademán, señalando la tormentosa noche. Mientras lo hacía,
involuntariamente vio detenidamente el rostro de la chica.

La faz de la desconocida denotaba unas diminutas pecas en las mejillas y en una pequeña porción del tabique nasal. Además, exhibía unas pocas marcas que
el acné le había dejado en la pubertad.

-¿Entonces qué haces tú aquí? - cuestionó la joven a Gregorio al descubrír que éste último la observaba con sumo interés.

-Pensé que el profesor de esta clase sí vendría, y me quedé a esperarlo. Como ves, el muy desgraciado no vino - confesó desdeñosamente el estudiante.

-Tal vez creyó que nadie estaría en el aula esperándole - afirmó ella de la misma manera.

-Bueno... Será mejor que me vaya. Tal parece que la lluvia arreciará en cualquier momento.

Gregorio hizo ademán de entrar al salón, cuando la joven le dio un leve golpecito en un hombro.

-¿Tienes en que irte? - preguntó preocupada.

-No... Tendré que esperar un taxi o un autobús - respondió avergonzado, pensando que la chica iba a pedirle un aventón.

-Si lo deseas, podría llevarte a tu casa. Después de todo, no encontré a la persona que estaba buscando - ofreció ella con una mirada picaresca -... Podrías
pescar un resfriado, o hasta una pulmonía con esta tormenta.

-Pues... No sé qué decir...

-Podrías decir sí - ella sonrió divertida al ver la cara que puso el delgado muchacho -... Permíteme presentarme. Me llamo Sofía.

-Yo soy Gregorio - él le sonrió ingenuamente en respuesta.

-¿Es ese un sí? - Sofía lo miró con curiosidad.

-No estoy muy acostumbrado a pedir aventones, pero en vista de la situación en la que me encuentro... Sí, acepto.

-Sabia decisión - asintió Sofía con la cabeza, y Gregorio se dispuso a ir por su mochila al salón.

***

En la lejanía, un anuncio luminoso marcaba las nueve y media de la noche, y el par de jóvenes corría a toda prisa rumbo al estacionamiento. Las gotas de
agua aumentaban su envergadura a pasos agigantados, y su frialdad les calaba hasta los huesos a los huídizos chicos.

-¡Mierda!, el guardia de seguridad bajó la barra que cubre la salida del estacionamiento y no se le ve por ningún lado - maldijo Sofía al mirar que la
caseta de vigilancia estaba desierta.

-Hasta el guardia se fue, y aún no termina su turno de vigilancia... Esto no me gusta nada - confesó Gregorio, arrojando al unísono un poco de vapor blanco
por su boca -. Vamos al departamento de mantenimiento. Tal vez tengamos un poco de suerte y encontremos al conserje. Él podria ayudarnos a abrir la caseta
con sus llaves - concluyó él, y Sofía asintió, al tiempo que empezaba a moquear.

Entonces la pareja se encaminó hacia el departamento de mantenimiento a paso apresurado. Mientras se dirigían en busca del conserje o de algún guardia
que los pudiera ayudar, Gregorio comenzó a sentírse enclaustrado. El cielo parecía que iba a caerle encima, al igual que los árboles que flanqueaban los
andadores de los jardines. Numerosas sombras bailoteaban entre los arbustos, proyectadas por los faroles fluorescentes que yacían apostados a los costados
de los andadores. Aunada a esta macabra letanía, el ulular del viento entre las perennes hojas no podía faltar... y Sofía, a pesar de ser tan corta de
estatura, despedía una colosal fuerza. Gregorio comprendió aterrado que quería huír de ella... Pero no podía hacerlo. Su nariz pudo captar el aroma entremezclado
de agua, cuero y...

sexo. Al famélico chico se le quemaba, literalmente hablando, la mente.

Gregorio miró en silencio los movimientos de la chica. Su andar era muy parecido al de un felino. Sofía avanzaba más rápido que su acompañante, y no se
enteró del escrutinio del que era víctima, ¿o sí?

El introvertido estudiante prácticamente se la comió con la mirada. Sofía era una llama deslumbrante, y Gregorio un insecto hipnotizado por su luz. Tras
el largo silencio que acaeció sobre la pareja de jóvenes, un relámpago iluminó la nublada bóveda celeste y, acto seguido, un sonoro trueno hizo estremecer
al temerario par.

-No puedo seguir... Las tormentas eléctricas me aterran, Gregorio - gimoteó Sofía, y detuvo su impetuoso avance.

-Vamos, ya falta poco - Gregorio se estampó suavemente con la espalda de la dama, y ella se recargó con total abandono en él -. Todo estará bien, ya verás
- dicho esto, él la sujetó firmemente de los hombros.

Inesperadamente, la luz en toda la escuela se fue, y Sofía se aferró asustada de su acompañante. Gregorio la abrazó para reconfortarla y, aunque quisiera
negarlo, le excitaba mucho la situación en la que se encontraba, ahí, entre la oscuridad de una noche tormentosa y fría, con una muchacha totalmente desconocida
y, por qué no decirlo... Indefensa.

Una bestia dormida dentro de Gregorio estaba despertando gradualmente. Sin embargo, logró contenerse y se repuso al sobresalto.

-Tenemos que apresurarnos. La tormenta está empeorando - resolló el excitado muchacho, y reanudó la marcha. Sofía avanzó a duras penas.

El frío hacía mella de los muchachos a medida que alcanzaban la penumbrosa entrada del edificio. Ambos moqueaban copiosamente y despedían vapor por sus
bocas en demasía.

Una parvada de palomas mojadas levantó el vuelo cuando el dúo abrió la puerta de la edificación... Gregorio intuyó que algo no encajaba en todo aquello.
Las palomas tuvieron miedo de la tormenta... o eso creyeron los muchachos.

-¿Qué fue eso? - Sofía miró de soslayo a los sombríos matorrales.

Ante los incrédulos ojos de la pareja, una mole de considerable tamaño se movió frente a la arboleda que se apostaba a la entrada del edificio. La falta
de luz no les permitió identificar aquello a los aterrados chicos. Gregorio decidió no investigar qué era esa cosa. Sujetó a Sofía del brazo, y ambos se
adentraron en las tinieblas del edificio.

***

-¡¿Qué diablos era eso?! - Sofía gruñó aterrorizada.

Un relámpago iluminó la escena fuera del edificio. Gregorio sujetó a la inquieta muchacha y le tapó la boca para que no gritara al vislumbrar el movimiento
de la cosa. El avispado chico de tez morena la obligó a ocultarse en la penumbra de un pasillo junto con él.

-Puedo ver a esa cosa... - masculló él entre dientes -... Es una especie de insecto, un bicho sobrealimentado.

-¿Viene para acá? - la chica lo vio con los ojos desorbitados. Él giró la cabeza en signo negativo.

La pareja guardó silencio por una eternidad, que en realidad fueron unos cuantos minutos. Solamente los truenos y el golpeteo de las gotas de agua sobre
el suelo rompían la monotonía del momento. Gradualmente, Gregorio miró de soslayo que un débil brillo amarillento provenía detrás de ellos.

-¿Qué hacen ustedes aquí? - una gutural voz estremeció a la pareja. Ambos giraron lentamente para encarar al extraño.

-La tormenta nos pescó por sorpresa. Al querer salir del estacionamiento, no pude sacar mi auto porque está cerrada la salida. El guardia no se veía por
ninguna parte - explicó temerosa la joven.

Gregorio y Sofía tenían frente a ellos a un hombre ya avanzado en edad. Sujetaba con su trémula mano izquierda una lamparilla con queroseno, más o menos
a la altura de sus caderas. Su faz lucía muy ajada por el paso de los años, y su cuerpo era demasiado delgado. Al viejo le quedaba poco pelo, el cual se
apretujaba a los lados de su cabeza, revelando una lustrosa calva que liberaba sendos destellos al reflejar la luz de la lámpara. A ojos vista, el viejo
parecía un muerto viviente vistiendo un uniforme de color caqui.

Los ojos del conserje los observaron por largo rato. Sofía sintió una angustia terrible al verse reflejada en las pupilas lechosas del esquelético anciano,
quien sonrió de una manera tan espeluznante al percibir el miedo de la muchacha.

-Veré qué puedo hacer por ustedes. Iré a buscar las llaves en el cuarto de herramientas - dijo entre sus amarillentos y picados dientes, mientras giraba
rápidamente sobre sus talones y se llevaba la luz consigo.

Ellos contemplaron en silencio cómo la luz se iba, quedando ambos una vez más en medio de aquella asfixiante negrura. El introvertido estudiante comenzó
a sudar bajo su chaqueta de nylon azul marino... sin importar que la temperatura bajara cada vez más.

-¿Te sientes bien? - preguntó Sofía, que descubrió la súbita palidez facial del estudiante. Gregorio se secó el sudor que tenía en las palmas de sus manos
sobre sus pantalones de mezclilla.

-Podría estar peor, créeme - forzó una sonrisa en su descolorida cara. Ella se limitó a descansar su rostro en el pecho de su acompañante.

***

El reloj de pulsera de Gregorio marcaba las nueve cincuenta de la noche, y Sofía temblaba entre los brazos del joven. Ella alzó la mirada para ver los
ojos de Gregorio, que en esos momentos miraban las ventanas de la edificación.

- Gregorio... Tengo mucho frío - gimoteó la pequeña muchacha.

-Vamos a un salón. Esperaremos al viejo en tanto busca las llaves - susurró él en respuesta, y la tomó del talle al hacer ademán de avanzar.

La jovencita suspiró al sentír las manos de Gregorio sobre su cuerpo, y posó sus propias manos encima de las de él. Ella lo vio con pasión y lujuria entremezclada
cuando guio las manos del moreno muchacho con las suyas propias. Paseó sus manos por las caderas de la chica, para después aterrizar sobre sus bien torneadas
nalgas. La pareja se besó apasionadamente, de una manera bestial y prolongada.

-No... Algo no está bien... - Gregorio se apartó de la joven y oteó nervioso su entorno, como esperando que un horror inimaginable brotase de la penumbra.

-¡¡¡Nooooo, aléjate de mí!!!

Un alarido proveniente de las profundidades del edificio hizo que la pareja se congelara por la sorpresa. Acto seguido, se oyeron tres disparos y un grito
de agonía.

Gregorio tiró su mochila y emprendió la carrera rumbo a la fuente de la batahola, y una angustia desmesurada hizo presa fácil de Sofía.

¡¿Adónde crees que vas?! - alcanzó a gritarle a Gregorio, mas el muchacho hizo caso omiso de las protestas de su acompañante - ¡Te matarán, imbécil!

Presa del terror y la desesperación, Gregorio corrió por el oscuro corredor hasta que alcanzó a vislumbrar el resplandor de la lámpara que portaba el conserje.
El avispado muchacho contempló aquella escena como si fuera en cámara lenta:

El viejo se arrastraba sangrante sobre el piso, pistola en mano. Frente al caído, una imponente criatura de color negro se limpiaba la sangre que había
en sus fauces.

Gregorio llegó a pensar que su cordura se había ido al carajo...

***

-¡De pie, abuelo, que este monigote nos quiere para cenar! - Gregorio levantó la lámpara del suelo y aferró al caído de un brazo para ayudarlo a erguirse.

La criatura despidió un chillido infernal que casi les destrozó los tímpanos, y alzó amenazadoramente sus dos patas superiores (Gregorio observó que el
animal poseía seis patas y se asemejaba a un escarabajo gigante).

-¡Sabía que teníamos que fumigar el sótano tarde o temprano! - se lamentó amargamente el malherido conserje.

El insecto les lanzó un chorro de un líquido viscoso con sus extrañas fauces, el cual Gregorio evadió sin chistar. Al mismo tiempo, el conserje se abalanzó
en la dirección contraria y le disparó tres balas al ente de pesadilla. Para asombro del par, los proyectiles no pudieron penetrar la dura piel del titánico
bicho. Gregorio miró por el rabillo del ojo que el sitio donde la sustancia viscosa había caído empezó a deshacerse y despedir burbujas y humo.

- ¿Quieres luz, cucaracha? ¡Aquí la tienes! - gritó enardecido el escuálido estudiante, al tiempo que estrellaba la lámpara con queroseno en lo que parecía
ser el pecho de la bestia.

La lámpara se hizo añicos, y bañó con su incandescente contenido al ente de tres metros de altura, que comenzó a brincar y a golpearse contra los muros
al sentír aquel infierno en su rara piel. Para ese entonces, Gregorio y el conserje habían puesto pies en polvorosa.

***

-¡¿Qué diablos fue lo que pasó?! - preguntó Sofía al ver llegar al par de fugitivos.

-El bicho se metió a los ductos de ventilación y lastimó a nuestro viejo amigo - informó Gregorio con tono nervioso.

-... Hallé las llaves... Salgamos de aquí - musitó el viejo mientras dejaba caer las llaves sobre la palma de la mano de su salvador.

Entre Sofía y Gregorio, ayudaron al conserje a salir del tenebroso edificio. La lluvia estaba más helada que nunca, y el viento soplaba con mayor intensidad
que antes. El trío ignoró las inclemencias del clima y apresuró el paso, pues tenían la sensación de que alguien o algo los seguía... Y ellos no querían
ni darse la vuelta para ver la causa de su angustia.

Súbitamente, un relámpago alumbró el cielo. Gregorio pudo vislumbrar en el suelo su sombra y la de sus acompañantes... además de una cuarta sombra enorme
a sus espaldas. Tras ver aquello, Gregorio sintió un gran dolor en su nuca y todo a su alrededor empezó a dar vueltas. El muchacho cayó de bruces sobre
el mojado suelo del andador, y antes de perder el conocimiento, escuchó los gritos del conserje y de Sofía, además del chillido escalofriante del insecto
gigante.

***

... Gradualmente, Gregorio recuperó el conocimiento. Sintió su cuerpo entumecido, y su cabeza le dolía bastante. Abrió poco a poco sus ojos, y por un momento
pensó que se iban a salir de sus cuencas al observar aquella escena.

Yacía adherido a un muro con ayuda de una sustancia muy pegajosa. Lo flanqueaban el conserje y Sofía, que estaban inconscientes y en la misma condición
que él. La estancia donde se hallaban parecía ser un sótano, iluminado por una luz púrpura proveniente del suelo. asímismo, había otras personas en los
otros muros de aquel lúgubre sitio en el mismo estado que ellos. A diferencia del conserje y de los muchachos, estos individuos estaban desprovistos de
la parte superior de la cabeza. Tal parecía como si les hubiesen colocado un pequeño explosivo dentro de la masa encefálica y hubiera estallado hacia fuera.

Sin embargo, no todos los cautivos estaban muertos. Gregorio oyó que un joven se quejaba estridentemente de un dolor que le atenazaba la cabeza. Yacía
en la pared contraria a la que se adherían Gregorio y sus amigos.

-¡¡¡No quiero morir, noooooo!!! - gritó el muchacho, y la parte superior de su cabeza explotó como una sandía. El chico se convulsionó... Y una cosa sangrienta
brotó de lo que quedó de su testa.

Para sorpresa y desagrado de Gregorio, la cosa era una criaturilla similar a la que enfrentó minutos atrás. Comprendió con amargura la situación en la
que se encontraban.

Escudriñó con sus ávidos ojos todo el lugar, temeroso de toparse con el monstruo que los había traído a aquel lugar repugnante. Llegó a la satisfactoria
conclusión de que la criatura no estaba allí. No obstante, al estar oteando sus alrededores, Gregorio sintió el apremio por salir de allí, pues descubrió
que las cabezas abiertas de los cadáveres estaban totalmente vacías... Como si les hubieran succionado el cerebro con una fuerza sobrehumana.

El temeroso estudiante no pudo evitar el posar su mirada en el muchacho que acababa de morir. El insecto bebé estaba muy ocupado comiéndose los sesos del
desafortunado occiso, y no se enteró de que uno de los cautivos había recuperado el conocimiento. Gregorio hurgó en uno de sus bolsillos y extrajo su navaja
suiza. Nunca salía sin ella. Se dio a la tarea de cortar las pegajosas hebras que lo adherían a la pared, claro, sin quitar su vista del pequeño insecto.

-Despierten... Despierten ya - murmuró en los oídos de Sofía y del conserje. Ipso facto, quedó mudo del terror al atisbar entre algunas de las víctimas
el cadáver del guardia del estacionamiento.

Gregorio se liberó de la estupefacción y se liberó de sus ataduras, para después librar a sus amigos. Les pidió con señas que no hicieran ruido alguno,
pero el conserje no le prestó atención. Sacó su pistola automática de un bolsillo de su pantalón y encañonó al parásito que se comía el cerebro del recién
fallecido estudiante.

-¡Come plomo, hijo de puta! - gritó, y disparó sin pensar. El pequeño ser monstruoso liberó un quejido lastimero, su último quejido.

-¡Maldita sea, ahora si nos jodimos! ¿Acaso tiene mierda en la cabeza o qué? ¡Vamos, corran por sus vidas! - gritó hecho una fiera el famélico chico.

Ascendieron a grandes zancadas los peldaños de la escalera, y escucharon el estridente chillido de la bestia escaleras abajo. Seguramente ya regresaba
de dondequiera que andaba y se topó con el cuerpo despedazado de su crio, pensó Gregorio al llegar al nivel superior y encaminarse junto con los demás
rumbo a la salida.

Los prófugos oyeron movimientos peculiares en los ductos de ventilación mientras corrían a su salvación. Una vez más salieron del edificio, en esta ocasión
corriendo como poseídos. Dentro de la instalación, la criatura tumbaba el filtro que tapaba el final del ducto que había tomado como ruta de viaje y rompió
una ventana para salir en persecución de sus presas.

-¡Yo iré a levantar la barra que cierra la salida! ¡Ustedes vayan al auto! - ordenó el viejo, y le quitó las llaves al delgado y tembloroso estudiante.

Sofía y Gregorio corrieron hacia el automóvil, que era un pequeño Volkswagen Sedan color verde pasto. Sofía insertó rápidamente su llave en la manija y
abrió su portezuela. Al entrar en su coche, le abrió la otra portezuela a Gregorio para que entrara él también. En la lejanía, el monstruoso ser se aproximaba
a gran velocidad.

La chica de veinte años de edad encendió su coche y pisó el acelerador al estar dando reversa para salir del lugar donde su vehículo estuvo estacionado.
El automóvil giró velozmente, y Sofía dirigió su Sedan hacia la salida... La cual aún estaba bloqueada por la barra.

-¿Qué diablos...? - empezó a decir Sofía, cuando por la ventanilla de la caseta de guardia salió despedido el cuerpo destazado del conserje.

Sofía liberó un alarido de horror y trató de evadir el cadáver, mas no lo logró. El cuerpo se parapetó contra el parabrisas del coche y lo rompió, además
de mancharlo de sangre.

-¡Frena, maldita sea, frena! - gritó Gregorio, que en un parpadeo proyectó su pie izquierdo sobre el pedal del freno.

Sofía liberó un alarido y se quedó paralizada al ver el rictus de agonía que se trazaba en el pálido rostro del fallecido conserje, y en ese preciso instante
el Sedan se detuvo y el cuerpo salió botado hacia enfrente. La chica se puso más blanca de lo que estaba, y su acompañante activó los limpiaparabrisas
para mirar su entorno... ¿Dónde se había metido el insecto?... ¿Dónde?

Un estrujante impacto en el techo le avisó a la pareja que la bestia estaba sobre ellos. Sofía se abrazó asustada al escuálido moreno cuando el techo empezó
a romperse como si fuera papel aluminio... La criatura venía por venganza... por sangre.

El automóvil se movía hacia arriba y hacia abajo. El insecto destrozaba con saña el vehículo de Sofía. Dentro del Sedan, reinaba el completo caos. Gregorio
intentaba en vano calmar a Sofía, y comenzó a pensar en alguna forma de salir de aquel aprieto.

-¡Cállate, maldita perra! ¡Cállate o te lanzo al bicho! - gritó montado en cólera, y se liberó del yugo de Sofía - Voy a salir y alejaré a la bestia del
auto. No digas nada o te parto en dos el cráneo... - la amenazó al ver que la chica iba a protestar -... Escúchame bien, porque puede que ésta sea la última
vez que nos veamos - guardó silencio al darse cuenta de que la criatura golpeaba con más fuerza el Sedan -... Correré hacia la caseta de guardia y levantaré
la barra, y tú te irás de aquí sin detenerte... ¿entendido?

-Yo no podr... -Sofía empezó a responder, cuando el parabrisas trasero estalló en mil fragmentos.

-¡Sólo hazlo, maldita sea! - Gregorio abrió la portezuela y saltó hacia el exterior, dejando a Sofía a su suerte.

-¡Ven con papá, hijo de puta! - lo retó el estudiante para distraerlo. El gigantesco insecto detuvo su empresa.

Gregorio inició una desquiciada carrera hacia la caseta de guardia, seguido de un encolerizado monstruo de pesadilla. El temerario chico se encerró en
la caseta y observó los controles para mover la barra.

-¿Será este botón acaso? - pensó en voz alta al presionar un botón amarillo.

La barra se movió rápidamente hacia dentro, y golpeó en un costado a la mole negra, que venía dispuesta a embestir la caseta. El bicho color obsidiana
se estrelló contra el asfalto en el mismo instante en que Sofía pisaba el acelerador de su Sedan y salía del estacionamiento.

-¡Ven conmigo, Gregorio! ¡La criatura no se levantará por unos segundos! - suplicó Sofía, que se estacionó a un metro de distancia de la caseta.

-¡Lárgate, aléjate de aquí! ¡La criatura se recupera...! - Gregorio no pudo terminar su frase. La bestia se levantó y golpeó la caseta.

El chico sacó su navaja suiza y se escabulló por la ventanilla, y más tarde corrió rumbo a la avenida principal, justo en las afueras de la universidad.
Sofía pisó el acelerador y lo persiguió en el acto. Tras ellos, un molesto insecto los seguía dando grandes trancos.

***

Gregorio llegó a la avenida principal, y volteó la cabeza para evaluar la situación en la que se encontraba. Primero, Sofía se aproximaba a él velozmente.
Segundo, el insecto se cansó de correr y empezó a volar en su dirección. Tercero, hacía un frío de los mil demonios, y la ropa del agotado estudiante estaba
totalmente mojada por culpa del aguacero. El chico indudablemente tenía miedo, mucho miedo... y estaba congelándose lentamente con ayuda de la gelidez
de la tormenta.

-Hoy no fue mi día... En verdad nunca lo fue - rio desganadamente y se encogió de hombros al percibir la cercanía de su fatidico final -... El jodido animal
puede volar - su risa desdeñosa se transformó en una demente carcajada.

Paulatinamente, la risa del muchacho se apagó. Su mirada se posó en un poste de electricidad que se situaba a su espalda, como a unos dos metros. En una
milésima de segundo, su cerebro empezó a maquinar un plan.

Sofía se acercó a Gregorio para recogerlo, ignorando que el insecto Venía tras ella por vía aérea. La chica enmudeció al observar que Gregorio trepaba
al poste de electricidad que se hallaba apuntalado en la intersección con la avenida principal. También se percató de que al pie del poste yacían caídos
los cables eléctricos, que seguramente se cortaron con ayuda del fuerte viento y la tempestad que inundaba la ciudad esa noche macabra. Ella nunca olvidaría
esa noche, y mucho menos olvidaría la canción que provenía de la radio en esos momentos. Era tanto su pavor que no se había dado por enterada de que estaba
encendida. Sofía se orilló a la derecha y frenó a continuación, intrigada aún por el comportamiento de Gregorio.

En lo alto del poste, Gregorio aguardaba a su oponente navaja en mano. Se pasó el dorso de su mano para quitarse el cabello mojado de los ojos, pues entorpecía
su visibilidad.

-¡¡¡Ven acá, mal nacido!!! - retó al insecto volador con su arma.

La criatura despidió un chillido ensordecedor, y enfocó su trayectoria hacia Gregorio, presta a descuartizarlo con sus fauces. Al pie del poste, los cables
eléctricos producían un sinfín de chispas.

Antes de que la monstruosidad lo aferrara, Gregorio brincó hacia ella y enredó sus piernas alrededor de lo que parecía ser el cuello de su enemigo. Dando
un alarido de batalla, el endiablado chico comenzó a hundir su arma punzo cortante en los ojos de la bestia.

El insecto golpeó numerosas veces a su jinete, y logró fracturarle tres costillas con sus impactos... Pero el muchacho no se rendía. Si iba a morir, no
lo iba a hacer solo.

Sofía no podía dar crédito a lo que presenciaba. Las patas delanteras del monstruo golpeaban en la espalda a Gregorio. No obstante, el chico no caía. Clavaba
su navaja varias veces en la cabeza de la criatura. El insecto se mantuvo en el aire por unos segundos, y luego cayó en picado junto con Gregorio. Los
dos se estamparon sobre el pavimento, como a unos cinco metros del poste donde el estudiante universitario había trepado.

-¡¡¡Gregorio...!!! - la chica se atragantó al pensar que su compañero había...

La aterrada jovencita salió a toda carrera hacia el caído, mas se detuvo al ver que el insecto se movió. Para su asombro, Gregorio rodó sobre sí mismo...
Aun vivía. Apenas.

El estudiante se arrastró hacia los cables chispeantes y se deshizo de su chaqueta. Aferró dos cables y miró de soslayo a la malherida criatura.

-Cuando te dije que te murieras lo dije en serio... ¡Así que sé un buen muchacho y quédate muerto! - con un último esfuerzo, Gregorio aventó los cables
sobre el insecto y éste se electrocutó en cuestión de segundos.

Sofía se aproximó al maltrecho universitario, quien la vio con lástima reflejada en sus lánguidos ojos. Ella se limitó a arrodillarse al lado de Gregorio
y a acariciar su sangrante frente. El caído empezó a toser, y varios hilillos de sangre brotaron de las comisuras de sus labios. Yacía pálido y sus labios
comenzaron a amoratarse. No iba a lograrlo.

-Lo mataste, Greg... Lo mandaste al infierno - sollozó la angustiada chica mientras secaba con un pañuelo la sangre del herido.

-Vete y déjame... No comprendes. Este animal al que maté no era el mismo que nos atrapó minutos atrás... Éste era el macho... Su hembra no puede estar
lej- Gregorio no pudo concluir su frase.

Entonces Sofía se aterrorizó por completo. Se había quedado sola, sin ayuda. Las luces del Sedan todavía estaban encendidas, y alcanzó a oír una canción
que brotaba de la radio. Era una melodía de los 70's, del grupo Creedence. No podía recordar la tonada, aunque la letra sí. Era Bad moon araising. Mientras
evocaba la letra en su nublada mente, las luces de su coche se eclipsaron. Una mole gigantesca obstruía su paso. Sofía se limitó a cerrar los ojos cuando
oyó las zancadas de la bestia... y ese maldito chillido de ultratumba que siempre emitía al molestarse.