Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El punto que duele: cuento.

El Punto Que Duele

Cada vez que miro esta pintura no puedo evitar recordar al cuento de Oscar Wilde titulado "El retrato de Dorian Grey".

Un inmortal. Ser una criatura así podría sonar algo soberbio y envidiable, mas para Thomas Ferdinand Sage no es así.

La vanidad no aplica para alguien como él, que no puede verse en los espejos, y que no tiene alma ni sombra. Y mucho menos tiene hambre y sed- No siente
dolor, tan sólo un vacío enorme, el cual llena con la sangre de sus incontables víctimas.

Podría decirles muchas cosas respecto a este depredador nocturno, pero se sorprenderán con la historia que se vincula a esta pintura, donde las cosas no
son lo que parecen ser todo el tiempo.  

Efemérides: A Dictor (Thomas Ferdinand Sage) lo creé en 1992, e hice una novela durante ese mismo año, la cual no acabó por convencerme dado que yo todavía
andaba muy influenciado por el mundo de los comics en aquel entonces (principalmente de Marvel. Cosa curiosa, ya de viejo me ha gustado mas DC comics).

Este personaje parecía un superhéroe, y eso no era lo que yo quería hacer con él (el erotismo y el misterio que tanto atrae de los vampiros no se le veía
por ningún lado). Debieron pasar cinco años para que, en 1997, pudiera refinaral personaje como lo deseaba. Queridos lectores, les presento a Thomas Ferdinand
Sage, que debutó en un cuento que escribí para competir en el aniversario cien de la creación de Dracula (evento auspiciado en Jalisco).

Me odiaron muchos, debido a que plasmé al vampiro en un papel que no comúnmente asume en la mayoría de (si no es que en todas) sus historias...

Entre un mar de confusión él andaba, El muerto viviente, el viviente muerto... Sus grisáceas y gélidas pupilas contemplaban La locura de la gran ciudad.

Galopaba a lomos de su negro corcel, En medio de la muchedumbre que atestaba los caminos,

¡Por Cristo, pero que bello doncel! Se dijeron las hijas de la noche.

El viento le enmarañó su larga melena,

Tan negra como la perversión,

Y jugueteó con los plateados cabellos que le caen en la frente

Cual sagrada bendición.

Las luces de neón le iluminaron la pálida tez Al muerto viviente, al viviente muerto... Dándole una apariencia diabólica y heroica a la vez, A ojos de
las hijas de la noche.

Se relamió los labios por la sed de sangre Y le dolió el corazón por el vacío que hay en él... Dictor El Vampiro Viviente ha llegado a la ciudad, Para
alimentarse de ti, vivir y morir en ti.

El muerto viviente, el viviente muerto...

1

El negro automóvil de Dictor avanzaba por las calles de Monterrey sin sentído alguno. Tal parecía que una mente omnisciente lo controlaba a distancia.
La fría mirada de Dictor oteaba su entorno, buscando algo que le añadiera sabor a su monótona velada. En la penumbra de una desolada esquina, el pálido
conductor percibió una silueta femenina. El Porsche '73 se estacionó justo al lado de la acera. La chica se aproximó al vehículo con paso seguro y provocativo.
La portezuela del copiloto se abrió por arte de magia, y la chica logró divisar al misterioso conductor. Ambos se contemplaron el uno al otro por largo
rato, pero ese tiempo realmente fue muy breve a ojos de los demás.

Dictor examinó el vestido de la mulata, que era muy entallado y de una sola pieza. Aquel atuendo era tan negro como la pintura del Porsche, un color muy
apropiado para las intenciones que el tipo tenía para con la joven.

- Guten Abend, ¿se puede saber qué hace una chica tan bella como tú en un paraje tan desolado? - preguntó Dictor, con un acento alemán muy notorio en su
voz. La mujer de largo cabello ensortijado sonrió amargamente al escuchar al extranjero.

-No ha habido clientela esta noche, guapo. Si me llevas, nos la vamos a pasar bien chévere tú y yo, ¡ya verás! - respondió la aludida.

-Mmm... Eres una hija de la noche, como yo... - el hermoso joven de nívea tez escudriñó con sus metálicos ojos la humanidad de la prostituta. Sus delgados
y rosados labios demostraron una sonrisa seductora que le produjo a la mulata una marejada de sensaciones muy extrañas -. Sube pues, y será mejor que me
levantes el ánimo porque estoy un poco triste.

-¡Déjamelo todo a mí, papi! ¡Ónix te hará sentír muy bien! - aseguró la joven trotacalles al momento que abordaba al automóvil del extraño.

La sangre joven de una virgen Y la tibia caricia de su vientre Alivian la dolencia de mi negro corazón, El cual palpita sin necesidad de alma... Siempre.

Deseo tu cuerpo junto al mío, Sin reluctancia, sin temor alguno; Toma, te doy mi pasión pues en ti confío. Bella doncella, déjame entrar en ti.

Te acariciaré como nunca nadie lo ha hecho. Descubrirás sentimientos que estaban ocultos Muy dentro de tu ser Y suplicarás que no me detenga.

Ámame, ámame como yo te amo Y te juro que, al llegar el alba, Serás una mujer completa, Sin miedos, llena de pasión... Mañana.

2

Ónix nunca creyó que llegaría a alcanzar tantos orgasmos en una sola noche. Dictor era un joven talentoso en las artes del amor, pensó la prostituta en
tanto que el cuerpo marmóreo de su amante la cabalgaba lentamente. Mientras el pálido muchacho de largo cabello negro se adentraba en las profundidades
de la mulata a un ritmo candente, Ónix sentía cómo la lengua viperina de Dictor se paseaba por el lóbulo de su oreja derecha. Luego, el alemán le besó
el cuello a la beldad de ébano por una eternidad. Ónix experimentó una sensación de terror y placer entremezclado, y se limitó a sumirse en la oscuridad
que Dictor le regalaba.

Ónix recuperó el conocimiento gradualmente. El fuerte aroma del sexo de su compañero la sacó poco a poco de su somnolencia. La chica se talló los ojos
con el dorso de sus manos, y después contempló entre las tinieblas de aquella habitación de hotel la figura recortada de Dictor contra la luz proveniente
de una ventana. Tal parecía que el alemán miraba algo a través del cristal.

La mulata cubrió su desnudez con la sábana de seda que la abrigaba en el lecho, y se dirigió temblorosa rumbo a su silencioso amante, el cual también estaba
desnudo. La mujerzuela observó muda de admiración la espalda de Dictor, que yacía cubierta por la extensa melena negra que descendía como cascada de su
cabeza.

-... Te desmayaste, meine liebe. Me tenías preocupado... - musitó el alemán al mirar de soslayo a la exuberante mujer.

-Creo que no te cobraré nada. Has sido el mejor amante que he tenido en mi vida - al decir esto, Ónix se apoyó en el brazo derecho del alemán, y descubríó
sorprendida que la piel del muchacho ya no lucía pálida, sino rosada y tibia. - Oye... ¡Vaya que necesitabas acción! ¡Hasta recuperaste los colores del
cuerpo! - asintió satisfecha la mulata tras su evaluación.

-Ja, meine liebe... Me has devuelto el color a mis mejillas - afirmó él con un tono provocativo en su voz.

Ónix miró el rostro de Dictor, y su pasión menguó al ver que la boca del muchacho estaba manchada de una sustancia negruzca. La joven tocó suavemente los
labios del gigantesco alemán y sus dedos se impregnaron de... Aquello.

-¿S-Sangre?... ¿Pero...? - Ónix retrocedió a trompicones, y comprendió más tarde que algo estaba mal.

La porción derecha del cuello de Ónix ardía en demasía, y ésta se la palpó temerosa. Dictor sonrió una vez más, y ella vislumbró el brillo perlino que
despedía la dentadura del extranjero. Exhibía dos largos colmillos, filosos, amenazadores.

La mulata pudo sentír con sus dedos el par de magulladuras que aquel tipo le había dejado en la yugular. Entonces un estrujante escalofrío ascendió desde
la punta de los dedos de sus pies hasta su aterida nuca. Los ojos plateados de Dictor se clavaron como dagas en las pupilas de la trotacalles.

Solamente bastó un ademán de la mano del extraño para levantar del suelo a la hipnotizada chica.

Ónix enmudeció al percatarse de que sus pies se separaban del alfombrado suelo y, gracias a una fuerza invisible invocada por Dictor, la joven fue depositada
en el lecho paulatinamente.

En el preciso instante en que la mulata tuvo la oportunidad de moverse, volteó hacia el espejo que pendía del muro derecho de la alcoba, y miró horrorizada
que Dictor no se reflejaba en el cristal argénteo.

-¡Eres un...! - empezó a decir la prostituta, mas la voz le falló.

Vio asustada que los cabellos de Dictor se movían como serpientes en medio de la oscuridad de la recámara. Sus pupilas ardían cual llamaradas infernales.

-Silencio... No te mataré, pequeña mia. Ese no es mi estilo. Solamente tomé un poco de tu sangre para recuperar mi fuerza perdída - ante la azorada mirada
de Ónix, Dictor fisionó las moléculas de su cuerpo y se transformó en niebla.

Acto seguido, Dictor volvió a materializarse. A diferencia de su estado anterior, el alemán estaba enfundado de nueva cuenta en su elegante traje italiano
de color negro. El ser espectral se sentó a un lado de la mulata y la observó con ternura. Tras aquellos segundos de silencio, Ónix se atrevió a hablar.

-¿Qué es lo que quieres que haga ahora...? - espetó a duras penas la chica, presa de un terror descomunal.

-Charlemos...

3

Te contaré una anécdota un tanto desagradable. Hace tres meses deambulaba por la frontera con los Estados Unidos, no puedo recordar exactamente el nombre
de la ciudad en la que había caído. Pues bien, meine schonheit, ahí tienes que rondaba por los lugares más concurridos de la ciudad en busca de mi cena
cuando, en un bar atestado de gente de todas las clases sociales, me topé con una doncella escuálida de nariz aguileña. La cabellera de la chica era oro
líquido, y le caía como cascada sobre sus desnudos hombros. Su vestido era color marfil, escotado de la espalda. Lo que más me atrajo de esa dama fue su
fragilidad... Y su soledad. No pude resistirme a la idea de una presa fácil... Que tonto fui.

Platiqué con ella por una eternidad, hasta que recordé aterrado que pronto amanecería. Fue entonces cuando la famélica chica me invitó a ir a su departamento.
Ella se llamaba Catalina, y había venido al bar en taxi, obviamente para pasar un buen rato. Opté por conducirla a mi Porsche y perdernos en la noche pero,
por azares del destino, las nubes empezaron a llorar una tormenta fría y despiadada. Mi cuerpo se anquilosó, presa de los efectos dañinos que produce el
agua corriente en los de mi grey; Catalina me sujetó entre sus huesudos brazos de alabastro y me apretó contra sus escasos senos para salvarme de una caída
segura. Lo último que alcancé a escuchar antes de desmayarme fueron los gritos de Catalina pidiendo ayuda.

***

El hombre oriundo de Berlín pugnó por despegar sus párpados por un periodo bastante extenso de tiempo y decidió parar sus fútiles esfuerzos, pues sentía
como si tuviese atadas unas plomadas en las pestañas.

Luego de refrenar sus deseos de abrir los ojos, una esencia dulce invadió sus vías olfatorias, avisándole que no estaba solo en las tinieblas.

-Ah... Ya era hora que despertaras - esa voz le provocó a Dictor un sentimiento de aprisionamiento. Indudablemente era Catalina, pero su voz presentaba
un tono sarcástico.

Dictor quiso hablar y abrir los ojos, mas no podía hacer ninguna de las dos cosas. Cascadas de agua caían sobre él. Agua helada, pesada. El joven extranjero
tuvo el presentimiento de que le habían tendido una trampa, ¡una gran trampa!

El alemán tenía las muñecas atadas una con la otra, ambas sujetadas a una especie de tubo, el cual se situaba justo sobre su cabeza. De dicho tubo manaba
el agua que bañaba el cuerpo de Dictor, y que lo debilitaba inexorablemente.

-No intentes hablar o abrir los ojos. Te he cosido los párpados y los labios para que no sepas en donde estás y que es lo que está ocurriendo - mientras
la sarcástica voz de Catalina taladraba la embotada masa encefálica del prisionero, éste se limitó a calmarse y pensar una forma de huír de la desquiciada
mujer. Dictor descubríó que yacía desnudo de la cintura para arriba, y que además estaba descalzo.

-¿Qué se siente estar indefenso y desprotegido, sin manera de poder comunicarte con el exterior? ¡¿Eh?! ¡Respóndeme, mal nacido! - gritó Catalina al borde
de la histeria, y empezó a propinarle una serie de golpes en las costillas a su prisionero con una llave inglesa.

Dictor escuchó el crujir de sus huesos cuando la sádica mujer lo golpeaba una y otra vez, sin respiro. Sin embargo, Dictor sonrió para sus adentros. Dada
su condición de no muerto, el dolor era algo ajeno a su reino. Únicamente el dolor espiritual era lo que podía causarle daño, además de la luz solar y
otros tantos aspectos peculiares que pueden lastimar a los seres de su calaña.

-¡Veo que eres un chico debilucho, ya te quebraste! - se burló la anoréxica rubia del cautivo ser espectral.

Catalina, consciente de que Dictor no se movía, le sujetó la barbilla con los huesudos dedos de una de sus manos y obligó al pálido alemán a levantar la
cara. La chica empezó a reírse de la condición del cautivo, y lo remató con su pesada herramienta justo en la quijada, que se fracturó sonoramente.

La cabeza de Dictor descansó sobre uno de sus hombros, y Catalina vio que el silencioso muchacho no sangraba. Le tomó el pulso al sujetar uno de los costados
del cuello, y descubrió que el jovenzuelo estaba frío como un pez. Al descubrír esto, la malvada mujer se encogió de hombros y cerró la llave de la regadera.
Después, apagó la luz del sanitario y escudriñó con sumo cuidado el deslucido cuerpo que pendía aún del tubo de la regadera como un títere obsceno.

-Fuiste indudablemente el que más aguantó castigo de todos los hombres a los que he invitado a mi departamento... ¿Sabes?, pudo haber sido mágico. Quizás
en otra vida puedas acostarte conmigo guapo, porque lo que respecta a ésta... - Catalina despidió una estridente carcajada que estremeció al indefenso
Dictor.

Mientras la poca luz que se filtraba en el sanitario iba extinguiéndose a medida que Catalina cerraba la puerta, Dictor sintió náuseas al pensar en el
hecho de que él no había sido el único que cayó en las redes de la famélica psicópata. Con su cuerpo mojado, el maniatado alemán estaba desprovisto de
sus talentos infrahumanos para poder huír de aquella fosa infernal. Calculó que pasaría una hora para que su cuerpo se secara totalmente, y esa hora era
de vital importancia para detener a la lunática de Catalina.

No obstante, Dictor poseía otro talento que hacía tiempo no usaba... Su telepatía. La mente del alemán inició un onírico recorrido por toda la casa, en
busca de la perversa mujer. No la encontró, mas lo que sí halló fue una guarida de ratas.

A una orden suya, una marejada de roedores empezó a subir por las cloacas para liberar a su amo de las ataduras que lo atenazaban.

- "Mi estrategia va bien. Las ratas me desatarán y podré salir de esta tina. Cuando me seque, mi sistema regenerador sanará mis heridas y estaré listo
para ti. Entonces desearás no haber nacido, pues conocerás mi piedad" - pensó el alemán en tanto esperaba pacientemente a sus esbirros.

4

El alemán de cérea piel se arrastró cual larva de carne muerta sobre el húmedo azulejo del sanitario. Las ratas, tras haber finalizado su faena, se retiraron
en tropel de aquel sitio olvidado por Dios. Dictor pudo abrir los párpados y los labios gracias a sus amigos roedores, y se limitó a otear la oscuridad
que lo envolvía como mortaja. Se quedó tendido bocarriba, aguardando a que sus fracturados huesos y su lacerada carne se repararan.

-"... Aun no puedo actuar, estoy muy débil. Necesitaré una vez más de mis talentos especiales"- pensó, y con un movimiento rápido de su mano, capturó a
la última de las ratas que huían. - ¿Te vas tan pronto?... Creo que no. Tendrás que hacerme un último favor antes de retirarte, ja?

Dictor miró con su metálica visión al roedor, que chillaba aterrado bajo el estrujante yugo de su captor. Al poco rato éste se calmó, pues el malherido
prisionero de Catalina se había apoderado de su voluntad.

El cuerpecillo peludo de Dictor (o mejor dicho, el cuerpo controlado por Dictor) corría frenéticamente sobre el azulejo del sanitario. Dictor sintió pena
por los ratones, pues en esos segundos experimentó la desagradable sensación que tienen los roedores al correr por este tipo de suelo. La peluda piel se
le encrespó cuando escuchó el rechinar de sus garrudas patas en el suelo.

Pese a la incomodidad de ser una rata, Dictor se apoderó de una toalla para poder secar su auténtico cuerpo, que yacía inerte al lado de la bañera. Tras
dejar la esponjosa toalla sobre la cara del cuerpo inmóvil, el extranjero se dirigió fuera del sanitario. Ya fuera del gélido cuarto de baño, el ratón
inició la búsqueda de Catalina.

Súbitamente, un aroma a carne putrefacta penetró la bigotuda nariz de Dictor. El ratón elevó su diminuta cabeza y, con sus ojos saltones provistos de visión
blanco y negro, vislumbró gigantescas masas de carne pestilente colgando del techo.

Cadáveres. Cadáveres de seres humanos que fueron torturados en vida. Cadáveres de hombres. Dictor evaluó la situación en tanto trepaba a una mesa cubierta
de papeles y todo tipo de parafernalia. Llegó a la conclusión de que estaba jodido.

Se topó con cuadros enmarcados que estaban apuntalados a los muros de ladrillo, los cuales exhibían recortes de periódicos que hablaban de asesinatos en
serie y de jóvenes desaparecidos. Las víctimas tenían entre veinte y treinta años, todas ellas de rasgos hermosos y estructura anatómica atlética.

- "Eres una cachorrilla enferma, Catalina"- pensó el ratón con la mente de Dictor en tanto revisaba su penumbroso entorno.

Un sótano. La abominable obra de la descabellada rubia se situaba en un inmundo sótano, al cual se podía acceder descendiendo una escalera de madera enmohecida.
La única fuente de luz que existía en aquella hedionda estancia (que era una especie de taller de carpintería) era un foco de sesenta Watts que retaba
a la gravedad ayudado por un quebradizo cable de plástico color sepia nacido del techo. Dictor se compenetró demasiado en sus cavilaciones, y no se percató
de la existencia de una puerta que se situaba en la sección inferior de la escalera. De dicha puerta provenían sonidos muy raros. Golpeteos. Gimoteos.
La rata no pudo contener su ya creciente curiosidad y encaminó sus pasos rumbo a las sombras que se trazaban bajo la escalera.

El avispado roedor se coló por debajo de la puerta, y pudo descubrír con sus ojos saltones a tres muchachos atados de las muñecas y de los tobillos. Tanto
sus párpados como sus labios estaban suturados con hilo de seda. La rata azotó su larga cola contra el suelo, presa de la ira. Aquella locura tenía que
acabar... Esa misma noche.

El roedor se tranquilizó y se preguntó por largo rato a que se debía que repentinamente se preocupara tanto por el bienestar de aquellos humanos. Después
de no llegar a una conclusión satisfactoria, la pequeña criatura del mundo subterráneo se dijo a sí misma que ya era hora de regresar a casa. Entonces
dio media vuelta y salió de aquel sitio tenebroso para volver a las cloacas.

En el sanitario, Dictor se había secado y su mente había retornado a él en un parpadeo. El semidesnudo muchacho se irguió del suelo y se deshizo de la
toalla. Sin hacer ruido alguno, giró el picaporte de la puerta del sanitario y la abrió lentamente. Guardó silencio al mirar con sus propios ojos la obra
de su carcelera.

Eran seis jóvenes los que pendían del techo cual fardos de ropa sucia. Apenas tendrían veintidós o veintitrés años de vida cuando sus corazones aún latían.
Su piel lucía verdosa, y un fétido olor emanaba de ellos.

- ... Y a nosotros nos llaman monstruos... - musitó entre dientes.

El extranjero no pudo evitar el sentír pena por las víctimas de Catalina. Dictor meneó la cabeza ofuscado, como luchando contra una nube invisible de melancolía
que pugnaba por apoderarse de su ser.

Ignorando los cadáveres, el alemán los evadió dando grandes zancadas y alcanzó la negrura que reinaba bajo la escalera. Suprimiendo el coraje, Dictor abrió
la puerta del cuarto donde reposaban los prisioneros de Catalina.

5

Catalina descendía la mohosa escalinata y, a medida que bajaba más, los peldaños liberaban sendos quejidos lastimeros. La famélica rubia escrutó con sus
ojos zarcos el taller de carpintería, que se había convertido ahora en un depósito de cadáveres. Luego, se trazó una mueca de asco en el rostro de Catalina
tras olisquear la hediondez que despedían los cuerpos de sus víctimas. Decidió que se desharía de ellos a primera hora del día siguiente, cuando parara
de llover.

-¡Ah, que tonta de mí!, Olvidé colgar al nuevo - se reprendió a sí misma al alcanzar la sima de la escalera.

La flacucha mujer, enfundada en un overol de mezclilla azul, se armó con un par de garfios para levantar bloques de hielo, que tomó de una de las mesas
que amueblaban el taller. Catalina aferró el picaporte de la puerta que llevaba al sanitario, y lo giró en un pestañeo. La chica empujó la puerta y, al
mirar dentro, su quijada casi se le cayó hasta el piso.

-¡¿A dónde jodidos se fue ese...?! - Catalina se atragantó del asombro. El cuarto de baño estaba vacío.

La asesina retrocedió dos pasos, temerosa. Ella estaba completamente segura de que había matado a su nueva adquisición. Esto nunca le sucedió antes.

-No huí... Siempre estuve a tu lado - graznó una voz de ultratumba a sus espaldas. Catalina giró sobre sus talones y se topó con él. Dictor abrió sus carnosos
labios y le presumió a la peligrosa psicópata sus filosos incisivos. Ella nunca olvidaría esos ojos incandescentes, y tampoco olvidaría el dolor tan electrizante
que le causó la mordida de aquel ser de pesadilla en el cuello. La escuálida rubia forcejeó entre los nudosos brazos de su verdugo, e intentó arremeter
con los garfios, mas el velo negro de la inconsciencia oscureció su visión.

Catalina recuperó el conocimiento rápidamente, y miró que el foco de sesenta Watts de su taller brillaba sobre ella como un pequeño sol. La chica quiso
levantarse, pero sus piernas no le respondían. Un sudor frío empezó a manarle de la frente, y su corazón aceleró sus latidos de forma desenfrenada.

-¿Qué se siente ser ahora la presa y no la cazadora, meine liebe?... No muy cómodo, richtig? No trates de levantarte. Te he fracturado la espina dorsal
- vociferó Dictor desde las tinieblas de la puerta que llevaba a la superficie. Sonreía cínicamente de oreja a oreja, revelando sus sangrientos colmillos
y sus delgados labios escarlata. Poco a poco, la desesperación hizo mella en la fortaleza de la asesina. Comprendió tristemente que había capturado a la
presa equivocada.

-¡Maldito bastardo, no puedes dejarme así! - gritó iracunda, y empezó a llorar como un bebé - ¡Ten piedad de mí!

-¿Piedad? ¿Piedad has dicho?... Creí que esa palabra no existía en tu vocabulario. No importa. No es a mí a quien pedirás clemencia - Dictor se interrumpió,
y ejecutó un enorme salto desde la cima de la escalera. Cayó en cuclillas a los pies de la paralizada psicópata, y se le quedó mirando con lástima.

-¡¿Entonces a quién, hijo de puta?! - rezongó la escuálida mujer, haciendo un esfuerzo por alejarse de aquella criatura de pesadilla.

-... A ellos... - Dictor señaló con su dedo índice a los cadáveres.

-¡Pero si ellos están muertos, yo los...! - Catalina ya no pudo seguir hablando. Contempló con su turbia mirada que los cuerpos se retorcían dotados de
vida propia.

-Sí... Tú los mataste, meine liebe. Ellos conocieron tu piedad. Ahora es tu turno de probar... la suya - el vampiro se irguió de inmediato, y giró sobre
sus talones sin mirar atrás.

Uno a uno, los cadáveres se descolgaban de las cadenas que los sujetaban. Una vez que tocaron el suelo, sus macilentas formas rodearon a Catalina. Ella
creyó por un instante que estaba desvariando.

-¡Espera, no puedes dejarme así!

Las palabras ahogadas de la famélica muchacha detuvieron a Dictor mientras coronaba la escalera. Él miró de soslayo a Catalina, y sonrió morbosamente.

-Esta noche me recordaste la diferencia que existe entre un cazador y un depredador. Nosotros los hijos de la noche matamos para vivir un día más, si este
es el caso. En ocasiones, solamente tomamos lo que necesitamos y dejamos en paz a nuestras presas. Ustedes los cazadores asesinan por diversión, o en tu
caso, por enfermedad. No podría matar a un ser tan enfermo como tú. Dejaría de ser lo que soy para convertirme en uno de los tuyos, y ahí estaría violando
las leyes de la naturaleza - al concluir, Dictor alcanzó la puerta y desapareció en la penumbra que ocultaba.

-¡ERES UN JODIDO VAMPIRO! ¡COMO YO, ERES UN ASESINO! ¡OJALA Y TE PUDRAS EN EL AVERNO! - Catalina le gritó desafiante.

-¡No antes que tú, meine liebe! ¡No antes que tú! - fue la cruda respuesta que recibió la asesina. Después, las carcajadas del fantasmagórico ser inundaron
el sótano, lacerando los tímpanos de Catalina. Obviamente, era el turno de reír para el depredador nocturno. Aunado a esto, los muertos vivientes se acuclillaban
sobre la indefensa mujer para vengarse por lo que les había hecho.

A pesar de que se cubría los oídos, ella seguía escuchando a Dictor en su mente. Sí, indudablemente aquel eco infernal la enloquecía cada vez más, pues
lo que Dictor le había dicho... era toda la verdad.

***

-... Y eso es todo, pequeña. Gracias por escuchar mi relato - concluyó Dictor, y se puso de pie.

-¿Qué fue de Catalina? - preguntó Ónix, aún asustada por la narración de Dictor.

-Murió de un paro cardíaco. Cuando la policía llegó, encontraron su cuerpo retorcido sobre el sucio suelo del taller. Al parecer, la muchacha se tropezó
al descender la escalera y cayó hacia las profundidades del sótano, donde se rompió la columna vertebral. Cuentan los paramédicos que en el rostro del
cadáver quedó trazado un rictus de horror descomunal, quizás producto de las distorsionadas visiones que tuvo la asesina al entrar en estado de shock.
Su agonia fue lenta, acompañada de imágenes de pesadilla, provenientes de su trastornada mente. Solamente El Creador sabe lo que realmente vio Catalina
antes de morir.

-¿Por qué me contaste esto? - le preguntó Ónix, un poco más tranquila.

-Para que te cuides de los de mi grey. Nos vestimos como ustedes, actuamos como ustedes. SOMOS USTEDES - Dictor caminó rumbo a la ventana y, con un ademán
suyo, ésta se abrió. Miró de soslayo a la mulata y le regaló una sonrisa -. Estamos en todas partes, Ónix. Si no lo olvidas, morirás de anciana. Créeme.
Que tengas una buena vida - y dicho esto, el vampiro viviente se lanzó a la muerte de la noche sin reluctancia alguna. Después de todo, para un vampiro
como Dictor la noche aún era joven.

Para ustedes es fácil: decir lo siento, Y es imposible el poner convicción en sus palabras; ¿Porqué me miran así? ¿Acaso creen que miento? Desde las sombras
he venido para ser su tormento.

Se preguntarán ¿porqué su tormento?

¡Pues soy su remordimiento!

Que no les resulte extraño que su humilde servidor

Aparezca en sus peores pesadillas.

¿Cómo pueden dormir tan tranquilos

Tras haber ofendido a sus amigos, padres y hermanos?

¿Cómo sonríen tan desentendidos

Tras haber lastimado y humillado al débil?

A mime han golpeado y ensuciado con su desamor, Me han violado y abandonado en el olvido, Han razonado conmigo y luego me han ignorado; Se preguntarán
¿quién soy?

Soy un extraño en un pueblo extraño,

Que pasea por las avenidas de sus almas,

Que llora lágrimas de sangre por los tiempos de antaño,

Que suplica a gritos en medio de la noche su compasión.

Soy un extraño en un pueblo extraño,

Y ese pueblo extraño es su cuerpo,

Y yo, te digo, sin ningún engaño:

¡Soy tu conciencia que se hace trizas dentro de ti! --