Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Ni una gota de sangre: cuento.

NI UNA GOTA DE SANGRE 

Roberto Vilmaux 

Iban de un lado al otro entre la vegetación. Entre el pajonal y el arroyo, en medio de los pastos altos, se movían favorecidos por la alta temperatura
y la humedad del verano.

El sol comenzaba a bajar en el horizonte mientras ellos continuaban su marcha. Avanzaban en forma desordenada, subiendo y bajando desde el suelo hasta
la base de las copas de los árboles.

Se acercaron al arroyo de aguas oscuras y cubiertas de hojas y pasaron a través de las ramas de los sauces que se inclinaban hasta casi tocar el agua.
Restos de un muelle deshecho afloraban desde el fondo barroso.

Volvieron a cambiar de dirección y se internaron en dirección al pajonal. Dejaron atrás los ligustros, laureles, palmeras, y un eucalipto añejo de tronco
enorme, que crecían en el lugar y finalmente una casa se interpuso en su camino.

Aún para ellos tendría un aspecto lúgubre. De dos plantas, construida en material, parecía haber sido alcanzada por algún incendio por las manchas negras
que marcaban el frente, cuya pintura, que en alguna época había sido rosa, estaba descascarada y llena de hongos. Ni ventanas ni puerta había sobrevivido
al paso del tiempo. En la planta alta, franqueado por dos aberturas, que habían sido ventanas, había un balcón techado.

Entraron a la casa por una abertura lateral. Pasaron de una habitación a otra en cuestión de minutos. La humedad y el desorden reinaban en todo el lugar.
Los pisos estaban llenos de hojas que el viento había ido depositando con el correr del tiempo.

Uno de los ambientes parecía la cocina, una mesa de madera, un banquito, una cocina a leña. Todo sucio. Había restos de comida sobre la mesa, donde unas
cucarachas se daban un festín. En otra habitación un colchón tirado en el piso con una frazada raída sobre él. Una rata se asomó y pareció asustarse ante
la presencia de ellos y desapareció en un hueco de la pared.

Llegaron a la planta alta. El panorama seguía siendo el mismo, suciedad y desorden. La habitación se llenó con su presencia, mientras iban saliendo al
balcón.

Sentado en una banqueta había un hombre con el torso desnudo. Un sombrero de paja inclinado hacia la cara no dejaba ver bien sus facciones, solo se distinguía
la barba blanca de varios días. Apoyado en la pared, sus manos colgaban hasta el suelo y en la derecha aferraba un mate.

No hizo un solo movimiento cuando ellos aparecieron en el balcón. Enseguida lo rodearon, ocultándolo casi, bajo una nube negra. Si alguno de ellos hubiera
tenido raciocinio y ojos para ver, hubiera visto la multitud de puntos rojos y ronchas que el hombre tenía en todo el cuerpo, que ya empezaba a tomar un
tono blanquecino. La parte de sus pies que asomaban de las alpargatas se veían tan hinchados que parecía que iban a hacer estallar el calzado.

A ellos eso no les importa, necesitaban sangre para alimentar a sus larvas. Solo picaron las hembras.

Fue una decepción. El individuo no tenía ni una gota de sangre. Ya otro grupo de sus congéneres había pasado por allí y lo habían secado.

Los mosquitos se alejaron del lugar mientras el sonido del aleteo de miles de ellos se propagaba por delante, solo algunos pocos permanecieron con insistencia
rodeando el cuerpo del hombre, en búsqueda del alimento que no encontrarían en ese cuerpo.

La noche avanzaba sobre el Delta del Paraná. Trescientos metros aguas arriba del arroyo, dos hombres se aprestaban a pasar una jornada nocturna de pesca.
En el bote, amarrado a un árbol, todas las provisiones necesarias. Las cañas, los anzuelos, las carnadas, el vino, la cerveza y demás.

A uno de ellos le llamó la atención un ruido que se destacaba por sobre el de los grillos y sapos. Era una especie de zumbido.

Se acercaba cada vez más desde la oscuridad del pajonal.

Ya estaba sobre ellos.