Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

La carrera de aventura: cuento.

LA CARRERA DE AVENTURA 

Roberto Vilmaux 

Los competidores habían iniciado la carrera en bicicleta. Treinta y cuatro equipos de tres personas, lo que totalizaban 102 atletas. Algunos de élite,
con intención de ganar y otros amateur, con la idea de llegar al final, no importaba en que puesto.

Poco a poco los punteros fueron distanciándose del pelotón general. Luego, cuando entraron en el campo, con los obstáculos que presentaba el terreno, las
distancias fueron alargándose cada vez más y ya no había ningún pelotón.

Los equipos fueron llegando al final de la primera etapa. Cansados, con las piernas agarrotadas, dejaban las bicicletas, se cambiaban el calzado, se ponían
las mochilas al hombro y recibían las instrucciones para la siguiente fase. A correr entonces, hidratándose y comiendo alguna barra de cereal sin dejar
de trotar.

Para algunos, el siguiente tramo fue el más complicado. Orientarse dentro de esa isla del Delta del Paraná no era nada fácil. El mapa entregado no parecía
nada claro.

Vegetación espesa, zarzamoras que rasgaban las piernas, trocos caídos, mosquitos por doquier, ¿víboras? ¿Habrá víboras por acá?, zanjones, puentes que
no eran más que una rama frágil y la promesa de un baño en el barro viscoso para los que no hicieran buen equilibrio.

Por fin aparece el arroyo que marcaba el mapa. Todos al agua a nadar. Como se pueda. El tramo es corto pero hay que llevar la mochila, y no perder el calzado.

Ya anochecía cuando los primeros fueron llegando para la etapa en kayak. Un simple y un doble por equipo. Las linternas en la cabeza, los destelladores
en la espalda. Llevar a la carrera los botes hasta el agua, cambiarse o no, colocarse el cubrecockpit y el chaleco salvavidas. La carta náutica con el
derrotero que se había mantenido en reserva y a remar, y encontrar el camino de noche.

En la meta final, los organizadores esperaban la llegada del primero para la una y treinta de la madrugada. Los trofeos y medallas descansaban sobre una
larga mesa repleta de propagandas de los auspiciantes.

A las dos, calcularon que el trayecto había sido más difícil de lo esperado.

A las dos y media, comenzaron a preocuparse. ¿Las instrucciones estaban bien dadas? Los trofeos seguían esperando por sus futuros dueños.

A las tres, las miradas entre la gente que estaba en la meta, lo decía todo. ¿Que está pasando?

A las tres y media, en medio de escenas de nerviosismo, comenzó la búsqueda.

A las cuatro, arribó un equipo. Se habían equivocado de recorrido.

Fue el único en llegar.

Amaneció a las seis. Ni rastro de los competidores. Prefectura, policía, organizadores, vecinos, nadie encontró nada. Ni un bote, ni una pala, ni un cuerpo.
Noventa y nueve atletas.

El día avanzó. Los arroyos por donde debían navegar los palistas estaban desiertos. De la mitad del recorrido en adelante nadie los había visto pasar.

Sin embargo, no muy lejos de allí, o quizás sí muy lejos, los competidores seguían con su carrera.

Sin darse cuenta de lo ocurrido continuaban remando y lo seguirían haciendo por mucho tiempo, alguien arriesgaría que por toda la eternidad. Eso nadie
lo puede asegurar porque de aquel sitio nadie ha regresado.

Pero, ¿Donde estaban?, ¿Que era eso?

La leyenda viene desde mucho tiempo atrás. Quizás antes de que los primeros indígenas se asentaran en el Delta del Paraná. Formó parte de sus tradiciones
pero no era original de ellos.

La leyenda dice que hay, en una zona del delta, un arroyo que no tiene fin y quien entra en él no puede salir nunca más. Un arroyo que algunos dicen es
circular y otros que es infinito. Con el correr del tiempo el mito perdió precisión acerca de donde está la boca del arroyo, aunque a ciencia cierta nunca
se supo verdaderamente. Decían los sabios de las tribus que la boca cambiaba de lugar y a veces coincidía con el cauce de arroyos comunes y es allí donde
las embarcaciones quedan atrapadas.

Si eso fue lo que ocurrió a los competidores de la carrera de aventuras, nadie lo puede asegurar, lo cierto es que ninguno de ellos llegó a la meta final.

Si continúan aún hoy, luego de diez años, buscándola, solo lo sabremos cuando llegue el primero.
 
Fin