Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El arrollo diablo: cuento.

EL ARROYO DIABLO 

Roberto Vilmaux 

El arroyo Diablo se encuentra en la segunda sección del Delta Bonaerense. Nace en el río Paraná Miní, muy cerca de su desembocadura en el Río de la Plata,
y luego de algo más de cinco kilómetros, desemboca en aquel río, en las cercanías de la Punta Morán.

El origen del nombre es incierto, hay quien dice que un lugareño afirmaba, que el diablo mismo se le había aparecido en un punto del arroyo. En efecto,
hasta el cansancio repitió que yendo hacia el Paraná Miní, en una noche donde la correntada se hacía cada vez más fuerte, se le apareció el diablo y le
pidió el alma a cambio de dejarlo pasar.

No se sabe que fue del alma de aquel hombre. Si la cedió, o si se negó y volvió desandando el camino. Lo cierto es que se corrió la voz y la fuerza de
la costumbre impuso el nombre al arroyo y la historia siguió circulando entre la gente del lugar.

El relato llegó a nuestros días, y dice, que quien pretenda navegarlo de sur a norte, esto es, hacia el Paraná Miní, en contra de la dirección de la corriente,
puede ocurrir, que en un momento dado, la fuerza del agua comienza a ser cada vez mayor y por más que intente avanzar, permanece estancado en el mismo
lugar. Es allí donde aparece el diablo.

Pocos contaron lo que les pasó en ese momento. Se sabe por un relato que circula por la zona, que una sola persona se atrevió a desafiar al diablo en su
arroyo. No se conoce su nombre, pero según cuentan los lugareños, el hombre hizo una apuesta a sus amigos luego de una charla sobre apariciones, fantasmas
y demás, en la que se habló sobre el caso del arroyo Diablo.

El hombre esperó una noche donde el viento del sudeste, que azotaba el Río de la Plata, había provocado una creciente considerable. A bordo de un kayak
ingresó al arroyo.

La noche era muy cerrada, el cielo completamente encapotado y a punto de descargarse un aguacero, la sudestada había invertido el sentido tradicional de
la corriente y los primeros tramos fueron tranquilos.

Una pequeña luz que llevaba sobre su cabeza, la mayor parte del tiempo apagada, alcanzaba a iluminar parte de la cubierta del kayak, donde podían verse
dos crucifijos pintados, por las dudas. Navegando por el centro del cauce para no toparse con las ramas de los sauces que caían sobre el agua, el hombre
notó que el arroyo comenzaba a ponerse pesado. Paleó con más fuerza.

Calculó que le faltarían unos doscientos metros para llegar al Paraná Miní. La corriente era cada vez más pronunciada. Un relámpago iluminó toda la zona
y segundos después comenzó a llover copiosamente, al tiempo que un rayo caía muy cerca de allí. A pesar de que remaba cada vez con más fuerza, a través
de la luz de los relámpagos pudo ver que estaba prácticamente en el mismo lugar

Luego de varios minutos que no avanzaba ni un palmo, sintió el viento en su espalda y como si fuera una mano que lo empujaba, ahora avanzó lentamente.

Cien metros. Se acercó a la costa derecha para contrarrestar un poco la corriente, aún a riesgo de chocar con algún tronco. El agua bajaba como un torrente
en esa parte. Paleó más fuerte y más rápido. Le dolían los brazos y los hombros y empezaba a arrepentirse de estar allí.

Al final de la curva llegaba al Paraná Miní.

Entonces el diablo decidió intervenir personalmente.

Un estruendo sacudió hasta el agua del arroyo. Un resplandor que no provenía del cielo lo encegueció pero en sus ojos quedó grabada la imagen del Paraná
Miní, allá, a la alcance de la mano. Pero también comprendió que no llegaría sin ayuda.

El demonio se le venía encima.

Era tarde para rezar. Siempre había sido agnóstico. Remó como "alma perseguida por el diablo". Vio un fogonazo delante de él y un enorme eucalipto se partió
en dos envuelto en llamas y una parte del árbol comenzó a caer sobre el arroyo.

Caería sobre él. Esperó que el diablo lo detuviera y le pidiera el alma a cambio.

Entonces escuchó una risotada detrás suyo cuando ese pensamiento le cruzó por la mente.

De repente, ya vencido por la situación, sintió que el kayak se elevaba. Una ola, salida vaya a saber de donde, lo impulsó hacia adelante. Paleó, Paleó.
Sobre la cresta de la ola el kayak se deslizaba impulsado por la fuerza que aplicaba en cada palada. Todo ocurrió en segundos, pero él lo vivió en cámara
lenta. El árbol que caía y el calor del fuego, la ola, donde nunca debía haber una, que lo sacaba del lugar, el estrépito al estrellarse el árbol en el
agua muy cerca de la popa del kayak, las quemaduras en su espalda... Y el alarido del diablo al ver que la presa se le escapaba.

Se le erizaron los pelos cuando sintió que algo le rozaba la cabeza arrancándole la gorra. La proa del kayak ya estaba en aguas del Miní. Pensó que el
corazón no le respondería.

Remó con más fuerzas que nunca y no dejó de hacerlo hasta haber estado del otro lado del río.

El hombre prometió no hacer más apuestas que involucrasen al diablo.

El diablo decidió esperar la próxima oportunidad.

Lo que el hombre no sabía es que ese no es el único lugar del delta donde el diablo "atiende".