Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El pescador y el surubí: cuento.

EL PESCADOR Y EL SURUBÍ 

Roberto Vilmaux 

Samuel Gaitán era, como buena parte de los pescadores, desaprensivo con la naturaleza. Arrojaba residuos al río; latas, plásticos, y demás contaminantes.
Encendía fuego junto a los árboles, sin importarle que las llamas los quemaran, y no se preocupaba nunca por dejarlo bien apagado.

Samuel Gaitán, solía ir a pescar a orillas del río Paraná. Cuando regresaba, el sitio donde había estado, quedaba regado de vísceras de pescados que alimentaban
enjambres de moscas, piezas pequeñas que no era capaz de devolver al río, anzuelos olvidados y demás suciedades varias. Mientras que el río se llevaba
botellas de gaseosas, tetra brick de vinos baratos, bolsitas plásticas y cualquier otra cosa que merezca ser tirada a ese inmenso basural acuático.

El hombre era, en una palabra, un energúmeno. Jamás se llevó una bolsita con residuos a su casa.

Pero lo que no sabía Samuel, era que en el Delta del Paraná operan fuerzas que escapan a nuestra comprensión y que observan. Y se molestan cuando se ataca
el medio ambiente.

Quizás no puedan hacer nada para evitar el deterioro, pero quien lo produce suele pagarlo. Y a veces caro.

Sucedió una noche que Samuel había ido a pescar junto a cuatro amigos. Era en el Paraná de las Palmas, cerca del canal Santa María. Las carpas armadas
a metros de la orilla. Para ello desmalezaron sin fijarse lo que cortaban. La pesca del día había consistido en unos cuantos armados muy pequeños que no
servían para comer y que con su lógica pequeña no alcanzaban a pensar que los podían devolver al río. Lo que sí se había llevado el río eran residuos varios.

Luego de la cena, los cinco hombres se encontraban sentados alrededor del fuego. Sonó la campanita de una de las cañas. Algo había picado. Extrañamente
sólo Samuel la escuchó. Caminó en la oscuridad hacia el río. En el suelo apareció una raíz que segundos atrás no estaba. Samuel se tropezó y su cuerpo
cayó en dirección al río. Logró agarrarse de unos pastos, pero el piso estaba muy resbaladizo y sus piernas quedaron colgando a centímetros del agua. Gritó
pero no lo escucharon. Vio como una ola salía de la nada. El agua lo cubrió hasta cerca de la cintura, y de repente sintió que algo tironeaba de sus piernas.

Sus amigos se enteraron al otro día que Samuel no estaba. Lo buscaron, pero nunca lo encontraron. Jamás supieron que le pasó.

Y mientras tanto Samuel se encontró nadando por el fondo del río.

Tardó poco tiempo en darse cuenta que su mente y su alma ya no estaban en el cuerpo de un ser humano, sino que formaban parte de un hermoso ejemplar de
surubí.

Y ahí anda Samuel, perfectamente conciente de su vida pasada y de la actual. No comprendiendo todavía cual es el fin por el cual está en esa situación.
Y suponiendo que quizás, para redimirse de pasadas iniquidades, deba provocar daño a otros pescadores, va de aquí para allá cortando líneas, causando accidentes,
espantando cardúmenes.

Y mientras tanto los pescadores, aburridos porque no pescan, arrojan botellas al río, encienden fuegos en lugares indebidos, dejan la basura tirada, y
alguien anota sus acciones en el libro del destino. A la espera del momento propicio.