Texto publicado por Miguel de Portugalete

Yo les digo a mis nietos que no vayan detrás del dinero otro artículo de inma sanchís

Yo les digo a mis nietos que no vayan detrás del dinero

Eiichi Negishi, premio Nobel de Química 2010
Tengo 77 años. Nací en Changchun (China), bajo control japonés, y vivo en
Indiana, donde soy catedrático. Casado, tengo 2 hijas y 4 nietos. No hay
categorías entre los humanos, todos somos iguales y debemos tener los mismos
derechos. Me gusta la filosofía cristiana.

Lección de humildad.

Hijo de un vendedor que trabajaba para la compañía de Ferrocarriles de
Manchuria, fue un estudiante brillante, lo que le permitió licenciarse a los
23 años en la Universidad de Tokio y realizar la mayor parte de su carrera
en la Universidad Purdue (EE.UU.). Es uno de los químicos orgánicos más
extensamente citados, pero es un hombre humilde y encantador que ríe tras
cada respuesta. Le dieron el Nobel de Química a los 69 años por algo que
había descubierto hacía más de cuarenta años, el llamado acoplamiento de
Negishi, que ha permitido la construcción de moléculas complejas que mejoran
muchos aspectos de nuestras vidas. Ha impartido una conferencia en la UAB.

Qué es lo más importante?
Yo mismo.
¡...!
Uno ha de estar centrado para vivir en lo posible la vida que quiere vivir,
cuidar de la mujer que ha elegido y de los hijos que ha decidido tener,
apostar por uno mismo y su carrera.

Hace más de cuarenta años descubrió importantes reacciones químicas.
Fui afortunado, esos descubrimientos han permitido crear fármacos contra
graves enfermedades, como el sida o el cáncer de colon; los marcadores
fluorescentes para el análisis del ADN, otros productos como los leds, las
pantallas líquidas y muchos tipos de polímeros.

¿Por qué le dieron el premio Nobel cuarenta años después?
El valor real de la mayoría de los descubrimientos químicos no se ve hasta
pasados unos años. Yo me di cuenta de que aquello era muy importante cinco
años después y la mayoría de los científicos diez años después, pero los
suecos tardaron algo más.

No patentó usted su método, ¿por qué?
Tengo patentes en otras áreas. Pero soy un científico, no un empresario, y
en este caso el dinero para mí era secundario. Al hacer público mi
descubrimiento los beneficios no han ido a parar a unas cuantas compañías,
sino a todo el mundo, y yo quería eso.

¿Sólo eso?
Me conformaba con ser el primero, había mucha gente tras este
descubrimiento. Y ganar el Nobel era mucho más importante que ganar millones
y millones de dólares.

¿Cuándo empezó a soñar con el Nobel?
A los 25 años me fui a hacer el doctorado a Estados Unidos; recibí clases de
muchos premios Nobel, estaba impresionado y pensaba que ellos eran
superiores al resto, pero cuanto más los escuchaba y los veía, más humanos
me parecían, y acabé pensando: "¿Por qué ellos sí y yo no?", je, je, je...

Cuando le dieron el Nobel, ¿ya no lo esperaba?
Año tras año salía en las listas de los candidatos, pero no me lo daban
nunca. Al cabo de seis años me dije: "Ya he hecho cosas buenas por la
química, ya no me preocupa si me lo dan o no". Y fue en ese momento cuando
me lo dieron: cuando dejé de pensar en él.

¿Cómo ocurrió?
Una llamada intempestiva a las cinco de la mañana. Fue un momento bastante
extraordinario: durante los diez años anteriores sentía que tenía una nube
en la cabeza y al día siguiente de la llamada me desperté con la mente
clara. Esa es mi historia.

También habrá conocido la competencia y la envidia.
He visto continuamente muchos egos chocando, ja, ja, ja. El de los humanos
es un mundo complejo incluso dentro de la familia. Pero a pesar de ello, si
nos enfocamos en las cosas positivas, minimizaremos los aspectos negativos
que siempre están ahí.

¿Qué le llevó a la química orgánica?
Me interesaba la ingeniería electrónica, quería trabajar para una gran
compañía, como Sony, pero alguien me dijo que pagaban muy mal y cambié a la
química orgánica, que tenía más futuro. Quería casarme.

¿Qué ha aprendido?
Cuando tenía 20 años sufría de dolores de estómago y llegué a la conclusión
de que hay unas pocas cosas importantes en la vida: la salud, la buena
relación con la familia (nadie quiere vivir solo), focalizarse en el
trabajo, pensar en producir, en aportar, más que en consumir... y tener
pasiones al margen del trabajo. La mía es la música.

¿Ya no le preocupa el dinero?
Si me ocupo de mi profesión, el dinero llega, no he de perseguirlo. Yo les
digo a mis nietos que no vayan detrás del dinero.

¿Por qué le dolía el estómago?
Era el alumno más joven y brillante. Me levantaba a las cinco de la mañana e
invertía dos horas en llegar al instituto. Era todo muy aburrido, pero mi
objetivo era entrar en la Universidad de Tokio, y había competencia.

Estaba usted en Yokohama cuando ocurrió el tsunami.
Sí, en una reunión de exalumnos. Experimentamos el terremoto (magnitud 6) y
fuimos afortunados: la sala estaba preparada y, aunque alguna parte se
derrumbó, salimos ilesos. Vi ciudades y pueblos arrasados.

Y el horror de Fukushima.
No se puede decir nunca jamás, pero hay que ser muy estricto con los niveles
de seguridad, y, siendo realistas, creo que esos niveles nunca se respetan
del todo.

Sus descubrimientos nos llevan a otro tipo de energía.
La posibilidad de reducir el CO2 nos permitiría obtener combustibles, ese el
tema fundamental de mis investigaciones actuales. Lidero tres grupos de
investigación que están trabajando en esto porque esa energía es segura para
el planeta y para nosotros.

Ha visto el lado oscuro de la humanidad: de niño la guerra, Fukushima...
¿Cuál es su reflexión?
Debemos estar preparados para enfrentarnos a cosas positivas y negativas y
saber que a veces incluso las positivas nos llevan al sufrimiento.

Ima Sanchís.
LaVanguardia.