Texto publicado por Belié Beltrán

Retrato de un desayuno con moscas y un gato

"Este textito lo escribí cuando tenía veinte años y me emocioné bastante al reencontrarlo. Me da mucho placer compartirlo. Le he hecho correcciones, pero en general es tal cual lo escribí hace tiempo. Ojalá y les haga tanta gracia como a mí".

Raro sería que no hubiese un gato en la cocina. Más raro aún, que este no rompa algo. Y todavía más raro, que ese algo roto no cause un estrépito.
El gato saldría de la nada. Posaría sus patas delanteras sobre una silla. Cerraría un poco los ojos como midiendo el tamaño del daño que causará con su asalto. Abriría un poco las fauces, degustando los últimos residuos del bocado anterior, anticipando el gusto del próximo.
En la mesa hay una taza de café, sobre una servilleta blanca con diseño de flores de hilo. Tiene escrito el nombre de Laura con tinta roja. Desde el momento en que Luis dejara de comer para buscar entre sus fantasías la posibilidad de que ella acceda a algo con él.
La taza está astillada en el borde, de la última vez que María, fregando antes de irse a la escuela, la dejó caer. Aún el café humea un poco, pero a Papo no le gustó disque porque estaba muy claro.

El gato flexiona las piernas y diseña un arco en el aire antes de caer sobre la mesa. Puede que se sienta un artista, quizás un espía muy antiguo. Si tuviera un sombrero, lo utilizaría para hacer una reverencia al público invisible, como todo un gato de principios y que se respeta.
Junto a la taza de café, también hay un plato de loza con los plátanos y los huevos fritos del desayuno de papo. No los quiso comer porque no es bueno desayunar sin haber bebido café. Eso siempre le da sueño y dolor de cabeza.
Una mosca camina sobre una de las yemas que están en el plato. Camina degustando los millones de sabores que sus patitas perciben. Podría disfrutar más, pero los viajes a lo largo de su gran corta vida no le permiten apreciar como en sus momentos mozos. Por suerte un plato exquisito siempre brinda elogios de placer a los sentidos.
El gato mira en todas las direcciones. Evalúa la grandeza de su pequeño poderío. Se siente un león en la selva doméstica de su cocina. Aventura un paso sobre la mesa sin mantel.
El nombre de Laura es pisado por una mosca que se enteró de los huevos, los plátanos y el café que había a disposición de quien lo colonizara. Desde que lo supo, tomó sus cosas y se lanzó a la aventura. Está curtida con la experiencia de otros viajes. Incluso consiguió escapar a la telaraña que hay en la ventana de la cocina.
Entre las demás moscas posee fama y prestigio. Así que este banquete bien puede ser una recompensa por sus grandes proezas.
La yema del huevo a penas está un poco cocida. El sabor es inigualable, más con ese toque del condimento que siempre acompaña ese tipo de platos. La mosca da saltitos de placer entre una porción y otra del huevo.
A duras penas se había enterado de la presencia de otras moscas. Eso es comer. Comer sin la preocupación de que venga un manotazo que le haga largarse sin morirse de gusto.
El café se enfrió del todo en la taza. Al parecer en la casa no hay nadie. Aunque la radio que está en la otra mesa cuchichea el noticiario.

La mosca abandona el nombre de Laura. Describe un sendero largo. Logra luego de un vuelo en extremo riesgoso, pegarse a la base del plato. Describiendo varias eses en su camino, alcanza la cima del plato y se dispone a descender por la quebrada que queda a su frente.
Un rugido de dolor estremece el aire. La pata derecha del gato cae con todo su peso sobre el cuerpo de la mosca que baja la quebrada del plato. Con el peso de la otra pata al pisar el plato catapulta todo su contenido al piso. La mosca que come en el otro extremo del huevo, farfulla presintiendo la indigestión que le causará volar sin terminar el desayuno.
El plato choca con la taza que antes de estrellarse en el suelo, baña de café la servilleta con el nombre de Laura.
El gato sale despavorido al sentir el primer palo sobre el espinazo. Aún siente el corrientazo del golpe. Lo peor de todo es que no pudo comerse el huevo, Por lo menos tampoco la mosca que caminaba hacia donde sus compañeras pudo hacerlo.
Yergue su dignidad, relame una vez más, Hace de oídos sordos a los insultos que todavía vienen desde el enemigo y sale a buscar alguna cola de lagarto. Si hay suerte, puede que se coma al lagarto sin tener que jugar con su rabo