Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

SHERLOCK EL COLECCIONISTA: Alberto Gil.

¿A qué pueden deberse los rítmicos ruidos que escucho allá arriba? Son
siniestros pero tentadores. ¿Serán tacones de mujer contoneando sus
curvas? ¿Cascos de caballos en pos de batalla fragorosa? ¿Martillazos
de fieros gigantes? ¿Bastonazos de tullido extraviado? ¿Garrotazos
bestiales?

Yo que tanto me precio de conocer todos los sonidos y de ser
paladeador de voces cantarinas, graves, alegres, trémulas… música que
me hace vibrar y ahora no sé qué será. ¿Qué será?

Está todo tan oscuro ahí afuera que no sé si atreverme a salir en su
búsqueda. Con lo a gusto que se está aquí, en pijama y pantuflas,
escuchando el tableteo de esta vieja máquina de escribir al tiempo que
desgrano mis pensamientos y sueños.

Siento que si salgo me enfrentaré a un tiempo inclemente, lluvia
torrencial, aire gélido, frío, mucho frío.

Pero continúo escuchándolos. Qué intriga. ¿Y si no fuera nada? ¿Si tan
solo sonaran en mi aturdida cabeza?

Tantos años oyendo, colecionando sonidos que acaso los fantasmas se
hayan apoderado de mis oídos y jugueteen con mi mente.

Una cómoda estancia, con su historiada mesa de nogal, su sillón y su
chimenea crepitante es el aposento que aloja a nuestro intrigado
protagonista.

Un hombre de mediana edad, de prominente barriga y menguante melena,
de ojos pequeños y manos de dedos gordezuelos.

Un hombre tranquilo que, pipa en mano, se enfrenta a una Olivetti en
cuyo carro se encuentra enrollada una inmaculada hoja de fino papel.
Dice escribir, pero nada se podría entender si alguien leyera las
caóticas letras que la han mancillado. ¿Caóticas? A lo mejor es que
están ordenadas en torno a algún milenario alfabeto particular
esperando a que experto paleógrafo del futuro lo descifre.

Vamos, Sherlock; atrévete. Muda la franela por el paño del grueso
gabán y cálzate las botas de cuero.

Pero si apenas puedo abrir la puerta. Tal es el temporal que se está
cerniendo sobre la ciudad.

Lo siento, no puedo resistirme a esas sirenas de la colina. ¡Me
enfrentaré a todo por hacerme con ellas! Estoy seguro de que será la
joya de mi colección de sonidos.

¿Cómo podré ver para moverme? La luz de gas no funciona, apagón
inevitable, una bujía, un candil. No sé. Bueno, la linterna de
marinero me servirá, esa linterna que usó mi antepasado, el capitán
Morgan en sus travesías del Atlántico.

Ya los tengo cerca. Los golpes parecen percutir sobre los adoquines
del cementerio.

¿Por qué iba a tener miedo si mis mayores no lo tuvieron en otro siglo
más hostil? Bah, cuentos de viejas, pobres enfermos enterrados en vida
que pugnan por salir de sus sepulcros, huesos contra huesos, brujas de
cráneos sanguinolentos. Todas esas imágenes son pura superchería.

¿Qué es esto con lo que me topo ahora? Ah, sí; la pared de piedra que
cierra la casa de los muertos.

Los ruidos siguen escuchándose ya muy cerca de mí, a mi derecha, ahí al lado.

Noooooooooo

El hoyo negro sobre la noche negra se ha tragado a Sherlock.

¿Podrá salir de allí?

Tan cerca como estaba. Y ahora aquí, al menos no me he roto nada. Me
duele todo pero estoy vivo.

¿Qué?

Paletadas de tierra. Risotadas monstruosas.

¡Dios! Tengo que salir antes de…

Chan, crasssh, pom pom…

Cuando a la mañana siguiente ¿a la mañana siguiente? Maggy llegue a la
casa de su señor para hacer la limpieza se la encontrará abierta, como
si hubiese sido abandonada mucho tiempo atrás. Las telarañas han
canibalizado los muebles y rincones, polvo y cenizas lo cubren todo
por doquier y una oxidada máquina de escribir con una hoja de papel
enrollada aún es lo primero que ve.

El resto de dependencias de la mansión están igual de abandonadas,
herrumbre, jirones, desolación.

Saca su teléfono móvil y llama a su hijo, experto en misterios y ocultismo.

-Robert, hijo, creo que lo que he encontrado te interesará. Ven deprisa.

Cuando llegue y lea, todo cobrará sentido. Una tumba anónima en las
afueras del antiguo cementerio, una abollada linterna.

La mujer, atribulada lee:

“¿A qué pueden deberse los rítmicos ruidos que escucho allá arriba?
¿Serán tacones de mujer contoneando sus curvas? ¿Cascos de caballos en
pos de batalla fragorosa? ¿Martillazos de fieros gigantes? ¿Bastonazos
de tullido perdido? ¿Garrotazos bestiales?...”

-¿Sabes mamá lo que este hombre debió sufrir?

-No sé, hijo. Lo que sí sé es que fue un inconsciente.Yo no habría
salido de casa por mucha música y muchos sonidos que escuchara. ¿Qué
más le daba lo que fuera? Total para que descubriera que esos sonidos
no eran otra cosa que alguien abriendo su tumba y que luego ese mismo
alguien acabara enterrándolo con siniestras y ensordecedoras paletadas
de tierra.

-Bueno, así somos los seres humanos. La curiosidad y el ansia por
poseer hacen que nos enfrentemos a lo que este hombre se debió
enfrentar en su tiempo aquella noche de finales de siglo arrostrando
las mayores inclemencias y peligros. Un valiente, diría yo.

-Un loco ostinado es lo que fue. Se le estuvo muy bien empleado.

-Entonces, mamá, ¿nada te haría luchar contra lo incógnito de la
oscuridad y el miedo?

-¿Nada? Tal vez tu llamada.

-¿Y si tal llamada no fuera verdaderamente mía sino de un demonio?

-Hijo, ¿cómo podría saberlo? Pero si tú me llamaras… Por cierto, si
Sherlock murió enterrado esa noche de ruidos, ¿quién nos dejó la
historia que hemos leído escrita en el papel de esa vieja máquina?