Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Relatos zen.

El buda
 
En Tokio, durante la era Meiji, vivían dos prominentes maestros de caracteres opuestos. Uno de ellos, Unsho, instructor de shingon, seguía los preceptos
del buda escrupulosamente. No probaba jamás el alcohol ni ingería alimento alguno a partir de las once de la mañana. Por el contrario, Tanzan, el otro
maestro, pro-fesor de Filosofía en la Universidad Imperial, no respe-taba nunca los preceptos y comía cuando tenía hambre y, si le entraba sueño, dormía
durante el día.
Unsho decidió ir a visitar a Tanzan. Lo encontró bebiendo vino alegremente, y se supone que una lengua budista no debe probarlo.
-¡Hola, hermano! ¿No quieres un trago?
-¡Nunca bebo! -exclamó Unsho solemnemente.
-Alguien que no bebe no es un hombre -declaró Tanzan.
-¿Quieres decir que no me consideras un hombre? -preguntó irritado Unsho-. ¿Qué soy entonces?
-Un buda. -Los dos rieron.
 
 
¿Aún sigues llevándola?
Tanzan y Ekido caminaban juntos por un sendero lleno de barro, llovía copiosamente y al doblar un recodo, se encontraron de frente con una hermosa joven
vestida con un kimono de seda. No se atrevía a pasar por miedo a mancharse.
-Ven aquí, muchacha -le dijo Tanzan y, tomándola en brazos, la pasó limpiamente al otro lado.
Ekido no dijo una palabra y continuaron andando. Al caer la noche, los dos amigos encontraron alojamiento en un monasterio. Entonces Ekido no pudo contenerse
más y dijo:
-Se supone que los monjes debemos mantenernos alejados de las mujeres -recriminó a Tanzan-, especialmente si son jóvenes y bonitas. No hacerlo así es peligroso.
¿Cómo pudiste llevar a aquella muchacha entre tus brazos?
-Dejé a la chica en el camino -replicó Tanzan
-¿Aún sigues llevándola?
 
  
Cuando el profesional se esmera
 
Un joven médico llamado Kusuda se encontró un día con un amigo del colegio que había estado estudiando Zen. Kusuda le preguntó en qué consistía y su amigo
le respondió:
-No puedo decir lo que es, pero una cosa es cierta: cuando profundizas en el Zen, pierdes todo el miedo a la muerte.
-Eso suena bien -dijo el joven doctor-. Creo que voy a intentarlo. ¿Dónde puedo encontrar un maestro? -Ve a ver a Nanin -le propuso el amigo. Kusuda así
lo hizo, no sin antes haberse provisto de un largo puñal, pues quería comprobar si el propio maestro había vencido el temor a la muerte.
-¡Hola, muchacho! -exclamó Nanin al verle-¿Cómo estás? Hacía tiempo que no nos veíamos. -No nos hemos visto antes -dijo Kusuda perplejo. -Tienes razón -se
corrigió Nanin-, te había confundido con otro médico que recibe instrucción aquí.
Con tales prolegómenos Kusuda vio perdida su oportunidad de probar al maestro, así que de mala gana le preguntó si también él podía ser instruido.
-El Zen no es una tarea difícil -respondió Nanin-. Si tú eres médico, trata a tus pacientes con esmero. Eso es Zen.
Kusuda fue tres veces a ver a Nanin. En las tres ocasiones el maestro le recordó lo mismo:
-Un médico no debería estar aquí perdiendo el tiempo. Vuelve y cuida de tus pacientes.
No estaba nada claro aún para Kusuda cómo semejante enseñanza podía erradicar el temor a la muerte, de forma que a la cuarta visita protestó:
-Un amigo me dijo que cuando uno aprende Zen pierde el miedo a la muerte. Cada vez que vengo aquí, todo lo que me dices es que cuide a mis pacientes. Eso
ya lo sé. Si todo lo que se llama Zen consiste en eso no quiero volverte a ver nunca más.
  Nanin sonrió y, dando a Knsuda una afectuosa palmada le dijo:
-Tal vez haya sido demasiado estricto contigo. Permíteme que te presente un kóan. Le enfrentó entonces al Mu de Joshu, que es el primero de los problemas
para el esclarecimiento de la mente que figuran en el libro La entrada sin puerta.
 
«Un monje dijo a Joshu: -Yo simplemente he entrado en este monasterio. Por favor enséñeme. -¿Usted ha comido las gachas de su arroz? -preguntó Joshu. -Sí,
ya lo he hecho -contestó al monje. -Entonces tiene limpio su cuenco -dijo Joshu.
 
Kusuda consideró con cuidado el problema bus-cando una respuesta. Pasados dos años, creyó haberla encontrado al fin, pero su maestro sentenció:
-Todavía no lo has comprendido.
Durante un año y medio más Kusuda meditó constantemente. Su mente se fue pacificando poco a poco y todos los problemas se disiparon. La Nada se hizo Verdad.
Atendía con solicitud a sus pacientes y, sin apenas darse cuenta, había transcendido toda inquietud relativa a la vida y la muerte.
Cuando fue de nuevo a ver a su maestro Nanin se limitó a esbozar una sonrisa.