Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Vivimos una guerra nuclear a cámara lenta: artículo.

Robert Jacobs, investigador de la historia y la cultura nuclear
Tengo 53 años. Nací en Florida y vivo en Hiroshima (Japón). Casado, dos
hijas y un nieto que vive en Barcelona. Soy doctor en Historia, docente en
el Instituto de la Paz de Hiroshima. Lo mínimo que debe otorgar un gobierno
a sus ciudadanos es estabilidad y seguridad. Soy judío.

La amenaza.

Nació en plena guerra fría. Desde niño lo prepararon en el colegio para un
ataque nuclear. Era la educación de la época, así que creció bajo el influjo
de un más que posible ataque. Su opción fue informarse, saber de qué iba a
morir. Es autor de numerosos artículos sobre historia nuclear. Desde hace
ocho años Hiroshima, que era para él sinónimo de muerte y destrucción, es su
hogar. Es profesor de investigación en el Instituto de la Paz de Hiroshima e
investigador del Global Hibakusha Project, que estudia los efectos sociales
y culturales de la radiación en familias y comunidades de todo el mundo. Ha
dado una conferencia en el Institut Català Internacional per la Pau.

Cómo se especializó en historia nuclear?
Desde los 8 años, año tras año en el colegio, nos explicaban cómo afrontar y
sobrevivir a un ataque nuclear. Vivíamos con la certeza de que en cualquier
momento podía caer una bomba.

Menuda manipulación.
Me pasé la infancia mirando el cielo, en espera de ese gran flash. Después,
tal y como me habían explicado, se disolverían los edificios. Desde entonces
no he dejado de informarme, eso me convirtió en experto.

¿Qué deberíamos saber?
La capacidad de destrucción de las bombas nucleares 45 años después de
Hiroshima se ha multiplicado. Las bombas que tienen las grandes potencias
pueden causar decenas de millones de muertos, y de este tipo hay en el mundo
entre 20.000 y 30.000.

Es una información espeluznante.
Nadie habla de ellas, parecen invisibles. La probabilidad de un accidente
técnico es baja. Pero el mundo ha estado en manos de gente que hoy
consideramos locos y que por suerte no tenían bomba atómica.

Usted también estudia los accidentes que han sufrido las centrales
nucleares.
Esas infraestructuras se crearon para una vida útil de 20 a 30 años, pero
como construir nuevas es carísimo y el rendimiento no es tan alto como se
creía, se les está alargando la vida: es muy probable que tengamos
accidentes en un futuro.

Fukushima está envenenando el mar.
Tiene escapes de material radiactivo que es acumulativo. Peces grandes como
el atún se alimentan de peces radiactivos y lo van acumulando; si no nos lo
comemos antes, lo traslada a sus crías. Es un gran peligro.

Y los peces no entienden de fronteras.
En Fukushima el centro energético se halla en un lugar debajo del edificio,
se está fundiendo y no tenemos capacidad para detenerlo. Nunca ha habido un
accidente de estas dimensiones. En cierto modo es un experimento científico.

¿Es ironía?
No. No sabemos la consecuencia que eso puede generar.

El almacenamiento de material radiactivo, ¿es seguro?
Hemos de preservarlo decenas de miles de años y no tenemos ningún contenedor
que resista esos años. Es muy probable que este material radiactivo llegue a
nuestros ecosistemas y eso no deja de ser una guerra nuclear a cámara lenta.

Hablemos de las consecuencias para las personas.
Las consecuencias de salud ya las conocemos, pero de las psicológicas y
emocionales nadie habla y afectan a la vida de varias generaciones. Las
personas que han sufrido radiaciones o sus hijos viven con el terror de
enfermar, sufren ansiedad y problemas psicológicos.

¿Temor infundado?
No. Las radiaciones toman diferentes formas. Hay tipos de radiación, como la
gama, que son mesurables y controlables: basta con alejar lo suficiente a
las personas. Pero cuando hay explosiones, tal y como pasó en Fukushima, se
libera radiación alfa.

¿Y?
Son partículas muy difíciles de medir, una persona puede estar infectada y
que no se le detecten. En los ensayos nucleares se establece un perímetro de
seguridad de manera que la radiación gama no les llega, pero el polvo está
cargado de partículas alfa que la gente respira y come, y que sin duda
provoca cáncer.

En Fukushima sólo se ha evacuado un perímetro de 12 kilómetros.
Algunos de los lugares donde se ha detectado más radiación están a cien
kilómetros de distancia y esas personas si se marchan no tienen ningún tipo
de compensación, pierden casa y trabajo. Y luego está el estigma.

¿Son gente maldita?
Sí, los otros no quieren mezclarse con ellos y los niños están
estigmatizados. En Japón hay una festividad muy importante, el Obon: los
familiares limpian las tumbas de sus antepasados que durante tres días se
mezclan con los vivos. Su sentimiento de culpa por no poder cuidar a sus
muertos es desolador.
En Kazajistán, donde se han hecho pruebas nucleares (1949/1989), a la
población no se le ha permitido marcharse. En las islas Marshall hay tres
generaciones que no han podido volver a sus hogares. Recientemente, el
Gobierno francés ha reconocido que algunas de las islas de Tahití están 600
veces más contaminadas de lo que se había reconocido.

¿Colonialismo salvaje?
Sí, países como Gran Bretaña o Francia destruyen lugares donde su gente no
tiene poder político, es un abuso.

Todos sufriremos las consecuencias.
Sí, en el caso de Fukushima los niveles de radiaciones ambientales son
cuatro veces mayor de lo que se considera normal. Y el 50% del nivel que
consideramos normal es el resultado de pruebas nucleares que se han hecho en
el pasado por el mundo.

Ima Sanchís.
LaVanguardia