Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

El optimismo de Steve Jobs era enfermizo: artículo.

Doug Menuez, que fotografió la revolución digital de Silicon Valley
Tengo 55 años. Nací en Texas y vivo en Nueva York. Cumplo 26 años de casado
con Teresa, ¡un milagro! Tenemos un hijo. Mi primera universidad fue la
calle de Nueva York. Intento encontrar sentido al mundo más allá de la
política. Creo en un poder que nos conecta a todos.

Salvajes.

Fotógrafo multipremiado, decidió en 1985 seguir de cerca y durante 15 años
el día a día de una tribu de jovencísimos ingenieros instalados en Silicon
Valley cuyo gurú era Steve Jobs. Pocos creían en ellos, pero estaban
inventando la tecnología que cambiaría para siempre nuestra cultura y
nuestro mundo: la invención del ordenador personal, la revolución digital.
"Descubrí la necesidad alegre e imperiosa de inventar herramientas, innata
en el ser humano. Fui testigo de algo incontrolable, ávido y salvaje". Esta
exposición histórica organizada por la Fundació Photographic Social Vision y
La Virreina forma parte del Circuit 2013. Fotografía documental Barcelona.

Solía ser muy cínico, era un fotoperiodista puro y duro, pero vi cosas que
no puedo explicar y desarrollé la fe.

¿Qué ha visto?
De todo. Un adivino me narró mi futuro y se ha ido cumpliendo. Me fui de
casa a los 16 años y trabajé durante dos años como basurero. También fui
asistente de fotografía desde los 15 años, afición que inicié con 10 años:
fotografié todas las manifestaciones contra la guerra de Vietnam.

Precoz.
... Y participé en un grupo de blues, fui heladero, recogí escombros, pinté
casas, limpié coches. Y después encontré a Teresa que me robó el corazón y
decidí dejar de beber y formarme como fotógrafo, ir a la universidad. En
1981 entré en The Washington Post.

¿Qué pasaba en su casa?
Mis padres no se entendían. Él era el líder de una comunidad muy radical.
Ella me echó de casa a los 16 años, lo hizo para salvarme, era un salvaje.
Ahora somos amigos.

Una vida intensa.
Tengo mucha suerte de estar aquí. Haciendo fotos, que es una manera de
plantear preguntas, encontré el sentido de mi vida, lo trascendente de
toparte con otros ojos. Estoy obsesionado con la condición humana.

Vayamos a la experiencia.
En 30 años he vivido muchas e impactantes: Estuve en el polo Norte, crucé el
Sáhara en camello, en el Amazonas encontré una comunidad de leprosos
abandonados, retraté a la madre Teresa rezando, fui secuestrado en Nueva
York por un traficante de drogas.
¡...!
Saqué muchas fotos a gente famosa: Bill Clinton, Bush, Robert Redford... Y
cubrí muchos conflictos: Tanzania, Congo, Sudán. Pero fue fotografiando el
hambre en Etiopía cuando comprendí que esos reportajes no me llevaban a
ninguna parte.

¿A qué se refiere?
A partir de ahí decidí que quería documentar historias basadas en el bien,
pequeños testimonios de personas que encuentran el camino hacia delante en
sus vidas.

¿Por ejemplo?
Veinte huérfanos del sida ugandeses que hemos educado en EE.UU. mantienen
con su trabajo a 700 niños. Pero de todo lo vivido nada es comparable con
haber fotografiado durante 15 años a Steve Jobs y su tribu.

¿Por qué?
Querían cambiar el mundo y estaban convencidos de que podían hacerlo.
Luchaban por un imposible: meter la potencia de un ordenador central en 30
centímetros cúbicos. Estaban inventando una tecnología que revolucionaría
nuestra cultura y hábitos.

¿Por qué se fijó en ellos?
Cuando volví de África supe que Steve Jobs había sido despedido de Apple y
que había decidido inventar un nuevo ordenador para la educación; y eso es
lo que me atrajo, porque como él pienso que la educación es la solución a
casi todos los problemas.

¿Era una locura?
Sí, estaban realmente locos. Trabajaban día y noche y la gran mayoría de las
veces fracasaban en sus intentos. Lo arriesgaban todo: salud, matrimonios.
Sus hijos y sus esposas venían los fines de semana a verlos al despacho.
Eran unos soñadores, era muy inspirador verlos trabajar y creer en un sueño.

En el que nadie creía...
No, porque entonces era una idea imposible: Steve me dijo que pretendía que
a través de su ordenador un joven de Stanford encontrara una cura para el
cáncer sin tener que salir de la habitación.

Valió la pena.
En Silicon Valley ya no existen los códigos nobles que esos jóvenes
idealistas abanderaban, hoy solo se habla de productos. Pero Steve Jobs le
pedía a su equipo que trabajara por encima de sus posibilidades, era muy
intenso y exigente.

Trabajaron codo con codo con los ingenieros que construyeron el Apolo 13.
Sí, la generación Space Race que les doblaba la edad. Unos eran
conservadores, los otros hippies a los que movían los valores humanos, pese
a que consideraban su idea una especie de juguete.

¿Qué motor les llevó al éxito?
La motivación. Su optimismo era enfermizo, rechazaban la idea del fracaso.
Uno de los ingenieros se disparó en el corazón porque no podía aguantarlo
más.
...
Otro tuvo un brote psicótico y apuñaló a su compañero de piso; hubo muchos
divorcios, accidentes, mucho consumo de drogas. Ganaron y perdieron
muchísimo dinero. Era una constante montaña rusa.

¿Había mujeres?
Era un sector dominado por hombres inmaduros, pero ellos diseñaron los
códigos de la tecnología que usamos. Si hubieran contado con mujeres o
diferentes culturas sus prioridades y decisiones hubieran sido diferentes y
también el impacto en la cultura.

No lo había pensado.
La diversidad crea un mundo mejor. Pero fue un privilegio ser testigo de un
proceso creativo, a veces muy aburrido, pero que implementó en el mundo un
cambio radical: la revolución digital afecta a todo.

Ima Sanchís.
LaVanguardia