Texto publicado por Jaime Nelson Arboleda Barrera

Carta, Guadalupe Nettel.

Carta
Guadalupe Nettel.

Querido hijo.

Te he escrito varias veces a lo largo de tu vida, sobre todo desde que
empezaste a viajar por el mundo. No sé si lees mis cartas. Muchas veces he
tenido la sospecha de que haces todo cuanto está en tu poder para
extraviarlas apenas enterarte de su contenido. Por eso te pido que pongas
toda la atención en esta. No solo se trata de ti y de mí, es el futuro de
tus hijas y su salud mental lo que en este momento me preocupa. Nunca has
sabido contenerte. Cuando tu padre quiso que entraras a un colegio militar
para doblegar la insumisión que mostraste desde tu niñez, defendí tu derecho
a llevar el pelo largo, a andar descalzo y a vestirte como te diera la gana.
Si te soy sincera, nunca he dejado de preguntarme si tuve razón.

Como te he dicho antes, me siento muy orgullosa de lo que has logrado hacer
con tu carrera. Tienes talento y has sabido moverte en un ambiente complejo
y sofisticado. Sin embargo, perdóname la licencia, tu egoísmo rebasa
cualquier límite. El mundo no gira alrededor de ti. A tus cuarenta y cinco
años sería hora de que aprendieras a ver que existen otras personas y que
tienes ciertas obligaciones con tus hijas. La madre de Uma es una mujer
responsable y se ha ocupado de ella. Las dos menores, en cambio, han tenido
una educación escolar deficiente. Supuestamente ibas a formarlas tú mismo y
lo único que has conseguido es convertirlas en unas inadaptadas. ¿Te has
preguntado si lo que reciben de ti les va a servir para sobrevivir en el
mundo, no en el tuyo sino en el que existe fuera de tu casa y de tu
imaginación?

Eres mi único hijo y sabes que te quiero sobre todas las cosas. Pertenecemos
a dos generaciones muy distintas y entre nosotros existe un abismo
ideológico. Lo que para ti es natural, para mí es simplemente impensable.
Aun así apoyé tu estrambótica idea de instaurar en mi casa una comuna con
tus dos esposas y sus respectivas hijas. Considero un privilegio haber
convivido ese tiempo con mis nietas; especialmente con Uma, a quien conocía
menos. Quizás por la estabilidad que recibió de su madre o por haber vivido
alejada de ti, es una chica de una madurez excepcional. Con toda la
delicadeza del mundo, puso estructuras y horarios en esta casa donde tanta
falta hacían. Sus hermanas la apoyaron y con mucha razón. Al principio creí
que Uma estaba influyendo en ti de manera positiva. Me enterneció, no te lo
niego, que hicieras tantos esfuerzos por complacerla. Sé muy bien que no
aceptas órdenes de nadie y, sin embargo, por ella moderaste tus excesos
alcohólicos, tus arranques de malhumor. Me conmovía encontrarte por las
noches recostado sobre su hombro, mientras ella leía en el sofá de la sala.
Pensé en todos los años que habían estado lejos y llegué a desear que, al
terminar el bachillerato, Uma pasara varios años con nosotros como era tu
intención. Pronto me di cuenta de mi ingenuidad. Me alarmé la primera vez
que te descubrí mirándola sobre la arena con esa expresión que ya no era
dulce sino de franca lujuria, pero no dije nada. Pensé que, a fin de
cuentas, los hombres no discriminan su deseo. Lo que nunca sospeché fue
hasta dónde llegaría tu debilidad por ella. Te mostraste manso -como jamás
te había visto actuar- a todos sus designios y recomendaciones, y yo pensé
que era gratuito, que no había ninguna estrategia detrás. Luego te encontré,
en varias ocasiones, apostado tras la ventana del baño, justo al volver de
la playa, esperando el momento en que ella entraría a la ducha para
enjuagarse el bikini. Conozco muy bien esa expresión determinada con que la
observabas. Te la he visto muchas veces. En general consigues lo que deseas
y no siempre es para bien. Fue entonces cuando me mudé a su habitación, no
porque hubiera encontrado un nido de alacranes junto a mi cama, como aseguré
esa noche, sino porque te sentí acechándola. Fui yo la responsable de que
Uma volviera antes de lo previsto a París. Llamé a su madre y, tras
explicarle la situación, le pedí que adelantara su billete. Eres mi hijo y
ella mi nieta. Los amo a los dos y por eso no voy a permitir que cometas
ningún crimen. Te lo aseguro, llegaré a los tribunales o hasta donde sea
necesario para impedir que le hagas daño.

Lo que pasó en Bacalar el verano pasado es inadmisible. Estoy convencida de
que tampoco fue fácil para ti y por eso te ruego que busques algún tipo de
ayuda para solucionarlo. Si no confías en los psicólogos ni en los
psicoanalistas, recurre al menos a un brujo o a un curandero que te enseñe a
controlarte.